jueves, 25 de agosto de 2011

Un sabor nuevo y emocionante

Miedo, inseguridades, terror a perder parte de mi libertad por algo que pudiera ser totalmente pasajero, frustración por querer y no poder. Lucha interna entre mi cabeza y mi alma, falta absoluta de iniciativa, estatismo emocional. Dolor al recordar experiencias pasadas, temiendo que pudieran repetirse. Conformismo, comodidad al verme asentada en la rutina.


Algo de todo eso murió poco a poco, a medida que fui probando sus labios y dejándome arrastrar por su calor: el de sus brazos y el de su corazón. Mis barreras han ido cayendo como castillos de naipes movidos por el viento, mis propias defensas son débiles ante estos nuevos sentimientos que van creciendo. Mis miedos van a la par que mis sensaciones.


Me resisto a confiarme del todo, a perderme en este precioso paisaje que se presenta delante de mi. Pero al mismo tiempo, no puedo ir en contra de la corriente. Me siento incapaz de negar lo que ya es obvio, estos sentimientos que me han sorprendido por completo.


Hay muchos tipos de amor, y cada uno se vive de un modo diferente. No recuerdo haber percibido algo similar a lo que vivo ahora... o quizá, mi cerebro olvidó el pasado para hacerme mucho más feliz el presente. Lo único que puedo confirmar es que me gustaría que esto fuese eterno, que el tiempo se detuviera en el hoy y el ahora y que las circunstancias externas no pudieran empañar ningún momento delicioso.


martes, 18 de enero de 2011

La radio, mi gran ilusión

Hoy he visto fotos de uno de mis entrevistados de aquel año maravilloso, único. Me ha traído tremendos recuerdos, me ha devuelto sensaciones especiales, difíciles de definir. Ha sido inevitable esbozar una sonrisa ilusionada y sincera, al ver (además de las fotos) los primeros textos que escribí para locutar, las críticas de cine, las noticias, los esquemas de las entrevistas que realicé.


La radio era un mundo aparte, una dimensión alternativa, paralela al mundo real. Sumergirme en el estudio y empezar la locución suponia para mí un baño de frescura y alegría, un intenso sabor a vida, un aroma a emociones imposibes de experimentar con cualquier otra actividad.


Siento una gran nostalgia al plasmar sobre el papel todos estos sentimientos pasados (sí, antes de acabar aquí en la Red, este texto fue manuscrito). Aunque los perciba ahora muy presentes, muy míos.

Echo de menos aquellas horas preparando el programa, riéndome con Angelito, disfrutando de aquel trabajo que nos entusiasmaba a los dos y nos hacía tan felices. Porque, realmente, pocos instantes (por no decir ninguno) me han llenado tanto, profesionalmente hablando, como aquellos que viví.

Y es por eso que he tomado la seria determinación de no rendirme jamás, de luchar por mi sueño: pasar horas y horas frente al micrófono, transmitiendo, informando, opinando, contando. Y que las palabras vuelen a través de las ondas, como vuela mi alegría y mi satisfacción por dejarlas fluir.

Es una de las profesiones más bonitas que existen; para mí, sin duda, la mejor, descubierta totalmente por casualidad (aunque algo ya intuía de niña, cuando hice mis pinitos). Me influya la suerte o no, pienso insistir hasta el final, incluso cuando crea que las fuerzas me abandonan. Debo pelear por lo que sé que quiero.

lunes, 10 de enero de 2011

Poderosa actividad

Nada como llenarse de energía por medio de la actividad. Cualquier asunto de carácter físico o intelectual es capaz de activar a todo el ser humano, el cuerpo y la mente, en una perfecta combinación de armonía. El hecho de pasarse horas atrapado en el entretenimiento que proporciona la agilidad mental o el esfuerzo al practicar un deporte, implica un aislamiento emocionante del mundo real, de las preocupaciones.


Enmedio de esa vorágine de sensaciones agradables, parece que no existen los problemas, vivimos volando, no nos percatamos del dolor propio y, mucho menos, del ajeno. Flotamos en el aire, sonreímos, solo tienen cabida en nuestro corazón y en nuestro cerebro los pensamientos positivos, la felicidad efímera.

Tan breves son los momentos de paz interior y despreocupación, que es preciso disfrutarlos como si nuestra existencia terminara hoy. Como si fuésemos solo motas de polvo en el ambiente, a punto de descomponerse al recibir un impacto certero de un objeto desconocido. Porque al despertar de nuestros sueños, sufrimos algo semejante: una sacudida en nuestro cuerpo que nos devuelve a la realidad, que nos golpea.


Por eso, nada mejor para superar el dolor, la tragedia o el sufrimiento que olvidarse de ellos, que no dejar ni un solo hueco en nuestro cerebro para esos intrusos oportunistas, que amargan nuestra breve vida, que debió ser concebida únicamente para proporcionar felicidad. Solo así todo lo malo se convertirá en un acontecimiento pasajero, una estúpida anécdota en nuestra agenda, que no merecerá ni ser digna de mención.

sábado, 8 de enero de 2011

Espectadora vital

Son muchas las ilusiones y esperanzas que solemos poner cada vez que comienza un nuevo año. El tiempo pasa deprisa, veloz, no nos da ni un único respiro para poder saborear instantes, sensaciones, pálpitos. Antes no era así. Recuerdo que hasta los dieciocho o veinte años, los segundos parecían minutos, los minutos, horas, las horas, eternidad. Y no porque la vida fuese aburrida o rutinaria, si no porque todo se masticaba lentamente, nos recreábamos en los detalles, en las emociones.

Hoy en día no hay tiempo para nada. A pesar de estar trabajando 9 horas diarias, cuando queremos ser conscientes de ello, ya ha terminado una nueva semana. Y es viernes por la noche. Todas las ganas de salir por ahí a comernos el mundo, de fiesta, con amig@s, de compartir experiencias inolvidables, se desvanecen igual que se fueron acumulando desde el lunes. Y esto sucede porque nos acomodamos.

No hay nada peor en este mundo que conformarse con el transcurrir habitual de los días, con los hechos que nos han tocado vivir a cada uno de nosotros, los seres humanos. Si nos sentamos cada noche frente al sofá y nos limitamos a ver la tele o a navegar por internet, nada cambiará, todo seguirá igual, el mundo continuará girando a nuestro alrededor sin que nos dejemos influir por él. Y eso es triste.

Año nuevo, vida nueva. Todos lo decimos. Pocos comprendemos el verdadero significado y sentido de esa frase. Algunos deciden realmente hacer algo, una auténtica minoría. Son los únicos que se atreven a evolucionar en su vida, a crecer personal y profesionalmente, dejando a un lado los miedos que todos arrastramos desde la infancia. El resto nos tumbamos a observar.

Lo peor no es ser espectador de uno mismo, sino, no tener el suficiente valor de convertirse en actor. Es necesario encender la chispa que nos haga cambiar de opinión, que nos motive, que nos empuje hacia la actividad. Y sólo hay una cosa que tengo absolutamente clara: no quiero ser espectadora nunca más. La cuestión es cuándo y cómo lograrlo. Porque las palabras, solo a veces, son una antesala de los hechos. Y si deseo con fuerza que este año sea memorable y además, conseguir mis sueños y metas, sólo tengo que actuar. Qué sencillo parece.