miércoles, 5 de agosto de 2015

Como la vida misma

Título: Una rata siempre sabe cuándo está con una comadreja
Autor: David Aragonés Cuesta
Editorial: Bohodón Ediciones
Número de páginas: 305


Confieso que esta novela me ha devuelto las ganas de recuperar este blog, ya que me ha gustado lo bastante como para hacerme sentir que escribir en este rincón vuelve a merecer la pena. Y se trata de un hecho curioso que el texto me haya encantado, si tenemos en cuenta que el libro permaneció sobre mi mesa durante muchas semanas, quitándome espacio, estorbando, sin que le hiciera el menor caso. No sé si era por el título (ya de por sí, extraño) o por la portada, que, a priori, no me decía absolutamente nada. 

El caso es que hace unos días, se produjeron pequeños cambios en mi vida y, sin pensármelo demasiado, decidí empezar a leer de nuevo (tres meses sin tocar un libro, para mí es mucho tiempo). Creo que es de las pocas historias que he leído en toda mi existencia que ya me gustan desde la primera página, ya sea porque desde el principio, se intuye que se aproxima buen contenido, o por la magia que se percibe con las primeras palabras. 

Se cuenta la historia de Bea, una estudiante de periodismo (no puedo dejar de sentirme próxima a ella) que entra en contacto con su escritor favorito, Virgilio Peñalo, por una serie de circunstancias que no describiré aquí porque me propongo, con mayor empeño que nunca, no desvelar detalles que puedan destripar la novela en lo más mínimo. Digamos que narra cómo dos personas, radicalmente opuestas, que pertenecen a mundos muy distintos (aunque cercanos en ciertos momentos), se encuentran en el curso de la vida, ambos atrapados en sus propios miedos y temerosos de mostrar sus sentimientos. 

Si a alguno de los que lee estas líneas se le ha pasado por la cabeza pensar que es una novela de amor más, ya puede ir desechando tal idea. Nada que ver. Amor hay, eso se palpa desde el inicio, pero no es el típico relato sensiblero, capaz de llevar al hastío incluso a la lectora más fanática del género romántico. Nada de eso. Es un contenido brutal, maravilloso, cargado de detalles del día a día, de sensaciones que todos tenemos, de impresiones equivocadas, de falsas apariencias, de inseguridades. La novela es como un pingüino (no, no me he vuelto loca) que acoge bajo su panza al lector que se siente perdido, incomprendido, y le muestra un camino que le ayuda a no sentirse tan solo, al mismo tiempo que le traslada el mensaje de que hay más personas como él, que no es un bicho raro, dentro de un mundo en el que no está muy claro qué es ser normal y qué no. 

Destaco una frase del narrador, que escribo textualmente: "esto es la vida, un desfile de lágrimas del cual descojonarnos...". Se entiende que todo es relativo, que nada es tan grave como para que después de haber llorado un rato, no asome una sonrisa serena, amplia, que muestre que todo está bien, que nada es irreversible, salvo lo obvio. 

El final deja un reguero de desconcierto, difícil de asumir en un primer momento. Es un tira y afloja, una atracción emocional llena de vaivenes que, a veces, acercan y otras, alejan. En definitiva, es una lectura obligatoria. Pero de esas que te llenan.