Creo que quienes seguís este espacio con cierta regularidad, tenéis la intuición de que no me gusta hacer mención a temas políticos y económicos. Mi motivo no es, ni mucho menos, ignorar la realidad que vivimos en este país, ni tampoco mirar hacia otro lado. Escribo en este blog con una intención diferente, que no es otra que la de informar sobre otros temas que nos permitan olvidar nuestras desgracias particulares durante un rato. Considero que el mundo ya está lo bastante mal, como para añadir más leña al fuego.
Sin embargo, en esta ocasión y con motivo de la huelga del día de hoy, deseo expresar mi opinión al respecto. No entraré en política, ya que es un campo que no me gusta, sobre el que apenas tengo conocimientos y, mucho menos, interés (debo ser sincera y reconocer que no me llama la atención en absoluto). Por eso, me centraré en lo que pienso acerca de los que desean hacer huelga y los que no.
Para empezar, un grupo de personas unido tiene mayores probabilidades de éxito en cualquier empresa que se proponga, que un montón de individuos dispersos, cuya principal preocupación es tirarse piedras unos a otros. Sucede siempre: los que piensan de una manera atacan verbalmente a los que piensan de otra completamente distinta. No tenemos más que ver a los partidos políticos: el que se encuentra en la oposición ejerce una presión implacable contra el que gobierna el país.
Como consecuencia de la convocatoria de esta huelga general, la situación no iba a ser diferente. La gente que defiende el derecho a la huelga es la misma que limita con sus opiniones el derecho a ir a trabajar de los que deciden, voluntariamente, hacerlo. Un empleo, en la actualidad, es un tesoro valioso que las familias que consiguen mantenerse a flote en mitad del hundimiento defienden por encima de cualquier cosa. Sí, de acuerdo, luchar por los derechos de todos está muy bien, pero quien tiene un puesto seguro no quiere arriesgarlo. Por nada del mundo.
Y eso es, precisamente, lo que no comprenden los cinco millones de parados de este país. Ellos ya no tienen nada más que perder, no les importa sacar las uñas si es necesario, organizar protestas de todo tipo e intimidar a los ciudadanos por medio de los famosos piquetes. Critican a los que acuden a trabajar, con la máxima hipocresía de la que son capaces de valerse, ya que todos sabemos que si se encontrasen en el otro lado de la balanza, su visión del asunto sería radicalmente opuesta. Nuestro problema, pertenezcamos a un grupo o a otro, es la ausencia de empatía: tenemos serias dificultades para ponernos en el lugar de los demás.
La libertad no es la misma para unos y otros. Los desempleados son cien por cien libres de manifestarse, ya que no deben rendir cuentas a nadie: no se deben a una empresa, no tienen que obedecer a un jefe ni sienten la necesidad de explicarse. Tanto si deciden acudir a las protestas, como si optan por quedarse en casa, ninguna persona de su entorno les va a juzgar por ello. En cambio, un trabajador debe justificarse delante de todo el mundo, sea cual sea su decisión. Si decide ir a trabajar, alguien le definirá como una persona débil, que no lucha por sus derechos o que le sigue la corriente a los gobernantes. Por el contrario, si sigue la huelga, su jefe le descontará una cantidad desproporcionada de su sueldo, se supone que equivalente al día perdido (aunque, en realidad, se corresponde con lo que ganaría por tres días trabajados), y además, su imagen como miembro de la empresa se verá dañada, lo que podría conducirle al despido.
Un derecho deja de serlo cuando existe algún elemento que condiciona su ejercicio. En este caso, si al hacer huelga, pierdes dinero, se aprecia una amenaza implícita de la empresa hacia el empleado. Otra cosa es que el dinero descontado fuera acorde con las horas de ausencia en el puesto, ya que es razonable que no te paguen si no trabajas. Por desgracia, todos sabemos que nunca es un descuento proporcional. Por tanto, es un abuso.
Defiendo, por encima de cualquier otra cosa, la libertad de unos y de otros a hacer lo que quieran. Basta ya de criticar al de al lado sólo porque tiene miedo a las represalias. Los valientes de hoy también fueron cobardes ayer, antes de quedarse en el paro.
Lo máximo que se "puede" descontar en un día de huelga son 1,4 días de salario más las cotizaciones correspondientes. http://laboro-spain.blogspot.com/2010/09/descuento-de-salario-por-huelga-cuando.html
ResponderEliminarOtra cosa es que se cobre una parte en negro (aaaaamigo) que es donde el empresario procederá a joder al huelguista hasta socavarle hasta la honra.
El problema está en que la movilización social no es del gusto de todos y los mecanismos que se supone que deberían de actuar en protección de los trabajadores (inspecciones laborales, fiscales etc...) no funcionan.