viernes, 21 de diciembre de 2012

Una persona única

Amalia encendió su ordenador, como cada noche, después de una jornada más de trabajo, incertidumbre, aburrimiento y decisiones aplazadas. El aparato le daba problemas desde hacía meses y, para no variar, estaba tardando bastante en encenderse, mientras mostraba mensajes alarmantes en la pantalla. Ignoró las órdenes caprichosas de aquel trasto y entró (más por costumbre que por curiosidad) en una de esas superficiales páginas de contactos. Le llamó la atención el mensaje en forma de piropo que le envió un chico que vivía apenas a diez kilómetros de su ciudad. Se llamaba Alejandro y había conseguido la primera sonrisa de ella en todo el día (incluso puede que fuera la última). Que su novio no lo hubiese logrado era, por lo menos, extraño. 

Llevaba un año y poco saliendo con un hombre totalmente opuesto a ella. A menudo, era serio, a ratos antipático, a veces risueño y en muy pocas ocasiones, todo lo romántico que a ella le gustaría. A pesar del poco tiempo que había vivido a su lado, sentía que sus fuerzas estaban agotadas, que se había estancado en una relación que ya no le aportaba felicidad, sino un enorme desconsuelo. Como suele ocurrir en ciertas parejas, él parecía caminar al margen de toda esa frustración, por su propio sendero, de acuerdo a sus ideas prácticas y poco estimulantes. Ese amor había muerto hacía mucho tiempo; sólo se mantenía en pie por puro instinto, igual que el rabo de una lagartija sigue en movimiento incluso después de haber sido separado del resto de su cuerpo. 

Y entonces, apareció Alejandro en el universo virtual. Sus palabras escritas transmitían una intensidad difícil de describir, una fuerza que le envolvía y le convertía en alguien muy interesante.  Las ganas de hablar con él a través de la Red comenzaron a ser mayores que las de ver a su novio, pese a lo absurdo de la comparativa. Su pareja era una persona real, tangible, con sus defectos y sus virtudes, dotado de una calidez humana. En cambio, Alejandro era alguien desconocido, cuyos escritos podían ser malinterpretados, tomados como una burla o como una colección estudiada de mentiras. No obstante, eso no evitó que la necesidad de tener noticias de éste último fuese creciendo, a la vez que el amor por su novio terminaba de fallecer, sin que ella quisiera o pudiera detener el proceso. 

La angustia por perder el contacto con Alejandro se sumó al dolor de la ruptura, del fracaso como pareja de dos personas que se habían amado tanto en un principio. Él fue el estímulo que Amalia necesitó para tomar la decisión que llevaba largos meses divagando por su mente: debía buscar el amor verdadero en otra parte, junto a otro hombre. Las charlas con Alejandro (primero en Internet y poco a poco, en persona) la convencieron de que tenía que aspirar a mucho más en su vida. Que conformarse no era el camino correcto, que aquello que había nacido de lo inesperado podía transformarse en una sensación que la marcara eternamente. 

Las palabras se quedaron muy escasas para definir aquello en lo que se convirtieron Amalia y Alejandro. Eran confidentes, compañeros en ese extenso trayecto hacia los objetivos que todos deseamos alcanzar, consejeros, socios de la lealtad y de la fidelidad, dos personas capaces de enriquecerse la una a la otra y de entender la belleza de los sentimientos. Ambos, con un fuerte sentido del cariño y de lo que implica querer a una persona y preocuparse por ella. Seres humanos impacientes por compartir experiencias, sorprendidos ante la magnitud de sus vivencias paralelas (lo que le sucedía a uno, más tarde le ocurría al otro, de una forma similar o próxima). Conscientes de la importancia de un buen abrazo cuando es necesario, porque alimenta el alma y suaviza la tristeza. Muy entrenados (a fuerza de hablar a diario) para detectar las sutilezas que determinan la fina línea que separaba la alegría del desasosiego en cada uno de los dos. 

Se querían tanto como sólo pueden hacerlo los seres humanos que están en este mundo de forma auténtica. Sin embargo, una noche de primavera, Alejandro conoció a una chica de ojos claros y fulminantes, de piernas morenas y delgadas, con una larga melena castaña que robaba el oxígeno, y se enamoró de ella. En el interior de su locura, se olvidó por completo de Amalia, dejó de comunicarse con ella, de manera lenta, pero inflexible y agónica. Entonces, su amiga se aferró a los recuerdos, a lo que vivieron juntos, mientras le escribía cada día esperando una respuesta. La relación tan especial que les había unido se había resquebrajado a causa del amor, lo que parecía un hecho irreversible. 


Diez meses después de esa dolorosa pérdida de contacto, Amalia tuvo que ser hospitalizada a consecuencia de una infección en la sangre. Recibió muchas visitas en aquellos ocho días de preocupación y de complicaciones médicas. No obstante, le faltó él, su confidente, sus abrazos, sus palabras de aliento. Hasta que el último día, sin que nadie pudiera predecir aún el desenlace para Amalia, Alejandro fue a visitarla y se quedó quieto en el umbral de la puerta de su habitación, mientras portaba entre sus manos un ramo de violetas y le dedicaba una mirada avergonzada. Ella le invitó a entrar y le abrió los brazos, mientras esperaba que él la estrechara contra su cuerpo. Aquel abrazo terminó con la tristeza de todo ese tiempo sin saber él uno del otro, el silencio anunció el perdón que la garganta de él se esforzaba por dejar salir, sus manos entrelazadas hablaron en su lugar. La muerte de Amalia sentenció aquello que nunca más podrían decirse. 

El sobresalto y el sudor con el que Alejandro se levantó de la cama le mostró que una pesadilla como aquella podía abrirle los ojos más que cualquier mensaje. Decidió entonces que tenía que salir a buscar a Amalia, allá donde estuviese, por mucho que ahora ella pudiera odiarle por su comportamiento. Tenía que pedirle que no dejasen de confiar el uno en el otro. Jamás. 

                                                             

lunes, 17 de diciembre de 2012

Conocimiento interior

Dentro de esta locura de pensamientos e ideas que vuelan sobre mi cabeza como aves sin destino, me conviene detenerme a divagar sobre cuestiones en las que no suelo apoyarme por culpa de las prisas del recorrido vital diario. Mis contradicciones más profundas afloran con determinación a la superficie, con una frecuencia que paraliza al más decidido. Esas dudas e incertidumbres nacen de los anhelos más oscuros, de las ganas de vivir sensaciones que no deberían ser vividas, por el bien de mi salud emocional y de mi equilibrio existencial. 


Me pregunto si no debería ignorar los avisos que me anuncia la prudencia. Buscaría el punto medio entre lo que quiero hacer y lo que podría convertirme en una persona desdichada, o tan sólo más desconfiada. A menudo, caminamos presas de un miedo sigiloso, astuto por la certeza de su verdad, callado aunque presente, oculto bajo las sombras de una apariencia positiva. Es humo negro que invade el aire, con su atmósfera de presentimientos y malos augurios, con el rastro de indecisiones que deja tras de sí. 

Me he propuesto cambiar de aspiraciones, al permitir que mis deseos más escondidos vean, por fin, la luz. No quiero ir a lo sencillo, me niego a pensar que aquello que puede hacerme más feliz sea demasiado fácil de conseguir. El esfuerzo me muestra que lo más fascinante es lo que aparece lejano delante de mis ojos, las satisfacciones que se me resisten aunque crea, por un momento, que están al alcance de mi mano. Amamos siempre aquello que tocamos, pero que no podemos poseer, dominar o controlar. Es el misterio más alucinante que alberga la riqueza de lo inaccesible. 

No obstante, a veces, una misma se niega el placer de hacer lo que le apasiona, sólo porque es más tímida de lo que creía ser. La soledad voluntaria me permite ver aspectos de mí misma que, si bien no me convencen del todo, tampoco llegan a disgustarme. Me descubro sorprendida al sentir temor en situaciones que hace años me pasaban desapercibidas o que me veía capaz de engullir con seguridad, casi sin masticar. Hoy me planteo posibilidades distintas, ante esta nueva versión de mi propia forma de ser; esta variante personal que me hace ruborizarme cuando me sitúo frente a lo desconocido. 

Quizá, no he asumido los riesgos necesarios para entregarme por completo a la intensidad de vivir, en el amplio sentido de la palabra. Puede que los límites que sí me atrevo a cruzar sean los márgenes incorrectos, los que no me conducen a ninguna parte, los que me dejan vacía por dentro. En un mundo en el que no se hubieran inventado las dudas, los castigos o el arrepentimiento, quizá iría detrás de lo que sueño, buscaría respuestas donde antes no las obtuve, no tendría miedo de acudir a toda velocidad a por lo que un día quise. Porque la ausencia de datos siempre alimentará mi conciencia, que vive cargada de preguntas. 

Contradictoria, tímida, dudosa. Es lo de menos, si tengo claro hacia dónde quiero ir. La improvisación puede ayudarme a ver el futuro con la claridad que precisa cualquier porción de placer. La felicidad termina por corresponder a quienes no se avergüenzan de guardar humildad en su corazón, por mucho que la ambición mal entendida casi siempre gane la partida. 


viernes, 14 de diciembre de 2012

Neumonía

Se trata de la primera causa de muerte en todo el mundo en niños menores de cinco años. La neumonía o pulmonía es una enfermedad del sistema respiratorio por la que se produce una inflamación de los espacios alveolares de los pulmones, lo que genera, en ocasiones, problemas para respirar e incluso dolor. La mayoría de las veces va acompañada de infección, pero no siempre. Puede estar causada por hongos, virus o bacterias de distinto tipo. 

El neumococo es la bacteria que desencadena el 25% de los casos de esta enfermedad en niños y el 60% en adultos. La neumonía por neumococo es una de las más graves (incluso puede causar la muerte), ya que la bacteria es muy agresiva y puede ser resistente al tratamiento, que a veces, puede requerir un ingreso hospitalario prolongado. En las peores circunstancias, esta bacteria puede llegar a la sangre y al sistema nervioso central, lo que podría desembocar en meningitis
Los bebés, los niños pequeños y los mayores de 65 años suelen ser los más afectados por esta infección. Hasta un 30% de los adultos sanos son portadores de neumococo sin que afecte negativamente a su salud. 


Esta enfermedad hace que el tejido que forma los pulmones se hinche, esté enrojecido y cause dolor. Existen dos clasificaciones fundamentales de neumonía, en función de dónde se haya adquirido o qué zona pulmonar afecte. De acuerdo al primer criterio, puede ser neumonía adquirida en la comunidad (NAC) o extrahospitalaria, si se contrae fuera de los centros médicos, o neumonía nosocomial (NN), que se contrae pasadas 48 horas desde el ingreso hospitalario por otros motivos (algún proceso gripal u otra enfermedad). 

Por otro lado, en función del segundo criterio, está la neumonía lobular, que es aquella que incide en un lóbulo pulmonar completo; la neumonía que afecta sólo a un segmento del lóbulo; la bronconeumonía, que ataca a los alvéolos cercanos a los bronquios; y la neumonía intersticial, que incide en el tejido intersticial (el que conecta los distintos elementos del interior y de los alrededores de los pulmones). 

Las personas con sida o aquellos con fibrosis quística son más propensos a sufrir neumonía (éstos últimos, debido a la acumulación continua de fluido en los pulmones), al igual que los que tienen gripe o son asmáticos. Puede ser muy contagiosa, ya que el virus se propaga con rapidez por el aire y puede extenderse por medio de tos, estornudos y mucosidad. Quienes han tenido neumonía, pueden mantener las secuelas en su cuerpo durante mucho tiempo después de su curación, por lo que pueden contagiar a los demás con cierta facilidad. 

Algunos de los síntomas son fiebre elevada durante más de tres días, hundimiento de las costillas al respirar, quejido en el pecho similar al de quienes padecen asma, tos con expectoración amarillenta o sangrante (hemoptisis), disnea (dificultad para respirar o falta de aire), baja presión arterial y taquicardia. Los bebés y los niños pequeños suelen estar cansados, tener la piel fría, ponerse morados al toser o incluso sufrir convulsiones; además, no quieren comer y no reaccionan a los estímulos. El diagnóstico es semejante al de los adultos. En los mayores de 65 años, los síntomas son mucho más sutiles. 

La mayor parte de los casos se tratan sin necesidad de hospitalización. El tratamiento incluye antibióticos orales, mucho líquido y reposo en casa. Si los síntomas empeoran, ya sería necesario el ingreso hospitalario. Los pacientes con problemas para respirar, precisarán oxígeno extra, y ya en las circunstancias más extremas, incluso se recurrirá a la intubación y a la ventilación artificial. 


jueves, 13 de diciembre de 2012

Una historia de película

Emma había dormido muy poco la noche anterior. Esa mañana, con cierta resaca y apenas tres horas de sueño, se dirigía al estudio de grabación. No tenía ningunas ganas de ponerse manos a la obra, pero si quería seguir llevando ese nivel de vida y además, proporcionar una buena cantidad de dinero a sus padres cada mes, no le quedaba más remedio que ignorar sus deseos. Lo que ella quería había pasado a un segundo, o incluso, a un tercer plano desde hacía un año, cuando tomó la decisión de formar parte de aquello, como última alternativa oscura y desesperada para ganar dinero. La semana pasada había cumplido veintidós años y nunca habría imaginado que lo celebraría allí, trabajando diez horas diarias, tal y como exigía el productor para alcanzar unos objetivos mínimos. Algunos días llegaba tan agotada a casa, que ni siquiera cenaba; como vivía sola con Eric, no tenía que ver los gestos de desaprobación que, sin duda, sus padres le dedicarían si se enteraban de lo mal que se alimentaba. 

Ensimismada fruto de sus pensamientos, por fin llegó al estudio, un edificio de tres plantas situado a las afueras de la ciudad. Saludó al productor, sentado detrás de la mesa de la entrada, y se dirigió a los ascensores. Subió a la segunda planta y entró. Justo en ese instante, su compañera Gisela recibía la doble penetración de un mulato delgaducho y un ruso de ojos verdes, cachas y embadurnado en aceite, mientras tres cámaras les grababan desde distintos ángulos. Los gemidos de fingido placer de la chica se le antojaron más falsos que nunca; su amiga no parecía tener un buen día. Emma desvió la vista y se dirigió al despacho de Eric, su representante, quien le conseguía los contratos y las escenas más llevaderas, al menos en teoría, ya que últimamente, había tenido que adaptarse a lo que le ofrecían, sin más. Él la pidió que se sentase y comenzó a hojear unos papeles que acababa de recibir por correo. La informó de que en las próximas horas le tocaba participar en un encuentro lésbico con un par de rumanas de grandes pechos, más tarde en un breve contacto anal (de una hora, nada menos) y, a última hora de la noche, tendría que hacerle sexo oral a tres hombres dentro de la misma escena. Por lo que parecía, esa jornada sería dura. 

Ella suspiró con resignación y le miró a los ojos, esperando algún gesto alentador por su parte. Eric se levantó, se colocó detrás de ella y la rodeó con sus brazos, al tiempo que ella continuaba sentada. "Me gustaría que ambos tuviéramos el suficiente dinero para dejar esto y dedicarnos a otra cosa", le dijo él. Emma lo sabía: Eric también había pasado por aquello tiempo atrás, cuando interpretaba al tímido homosexual que se dejaba someter por diversos hombres fornidos, ansiosos de sexo. Lo había pasado fatal, fingiendo una identidad sexual que no tenía, pero lo había hecho para salir adelante y alimentar a sus hermanas. Emma y él se enamoraron cuando ella entró en la agencia: descubrieron el valor de los sentimientos puros, en el seno de aquel lugar corrompido por el vicio y el dinero. Muchos trabajaban allí por necesidad sexual: había verdaderos adictos al sexo, incapaces de ver su problema y mucho menos de tratarlo; otros muchos lo hacían sólo por dinero, aunque obtuviesen placer carnal de vez en cuando; y sólo algunos sentían asco cada vez que se convertían en objetos sexuales. Ellos pertenecían a este último grupo, aunque también sabían que era lo único que les permitía vivir. 

Emma ya se había encontrado con varios productores ansiosos por convertirla en una estrella del porno a gran escala, lejos de aquel estudio de poca monta. Su larga melena rubia, sus pechos medianos y bien redondos y su trasero de pecado habían vuelto loco a más de uno. Sin embargo, ella no quería que la conociera más gente de la que ya la conocía, habría sido demasiado humillante. Aún confiaba en que sus padres siguieran ignorando su verdadero trabajo y mantuvieran la creencia de que ella se estaba haciendo un hueco como gerente de un hotel, el puesto para el que, en realidad, había estudiado. Por su parte, Eric también había recibido numerosos elogios, tanto por el generoso tamaño de su miembro, como por sus movimientos en escena. Su pecho y sus abdominales bien marcados también le habían sido de ayuda, pero había optado por el camino de la representación artística, y no le iba mal. 

De repente, Emma se levantó de su asiento, se acercó a la puerta del despacho y la cerró, girando el pestillo. Él le dirigió una mirada pícara y la empujó con delicadeza contra la puerta cerrada. Ambos permanecieron abrazados unos minutos, en silencio, hasta que ella lo rompió: "sólo necesito lo que tú me das. Hazme el amor como ninguno de ellos sabe". Eric le dirigió una mirada profunda, cargada de deseo, y le sonrió. Sólo disponían de unos minutos, ya que los cámaras la esperaban para empezar a grabar. Sin mediar palabra, Eric le bajó las bragas, sin quitarle la falda, y se desabrochó el pantalón. Le pidió con delicadeza que se tumbase sobre el suelo enmoquetado y empezó a penetrarla despacio, con ternura, mientras la besaba profundamente en los labios y una corriente de amor les envolvía. Con cada lenta y dulce embestida, él no dejaba de decir que la quería, que era la mujer más especial que había conocido. 

En cierto momento, ella empezó a notar su miembro más fuerte, más decidido. Entonces, abrió los ojos. Su método para concentrarse y no sentir aquello como un juego desagradable, ya no le estaba funcionando. No podía pasar por alto que aquel no era Eric en realidad; se trataba de un negro cachas, con un pene descomunal que la estaba partiendo en dos. El chico era muy simpático, por lo poco que había podido hablar con él antes de grabar aquella escena, pero aún así, aquello no dejaba de ser una mera interpretación, un contacto superficial y falso. Emma era consciente de que cada día le costaba más dejarse llevar y con mayor frecuencia necesitaba recurrir a sus recuerdos haciendo el amor con Eric, con quien realmente disfrutaba del sexo. 

El negro sí estaba metido en su papel y la cogía de las caderas con decisión, mientras insertaba su miembro dentro de ella. Emma fingía como mejor sabía hacer y además, ponía esas caras obscenas que vuelven locos a los hombres. A pesar de sus reticencias de hacía unos minutos, para su sorpresa, descubrió que se estaba excitando, que aquello le estaba gustando. Miró a los cámaras y descubrió que Eric estaba allí, detrás de los técnicos, observando el encuentro con el ceño fruncido y unos ojos acusadores. Entonces, se olvidó de inmediato de lo que había sentido y la culpabilidad se apoderó de ella; era una sensación absurda, ya que ambos sabían en qué consistía su trabajo, aunque fuesen pareja. En ese instante, Eric les pidió a los cámaras que se marchasen y le dejasen sólo con su chica y el que la estaba penetrando. Emma estaba desconcertada, más aún cuando él cerró la puerta por dentro y empezó a observarles con atención, mientras se desabrochaba los pantalones y empezaba a tocarse. 

Ella no podía creer que su novio se estuviese excitando con aquello. A pesar de sus esfuerzos por desviar su atención de lo que estaba sintiendo, Emma alcanzó el clímax justo a la vez que Eric, mientras el tercero en discordia, el negro, también hacía lo propio. Horas después, ambos ya en su casa, sólo necesitaron mirarse a los ojos para saber que habían descubierto la clave para que el trabajo fuese mucho más sencillo para ella. Una tirita para que no escociera tanto la herida. 


Cuando hace frío

El frío es una de las sensaciones externas más desagradables e inoportunas que puede haber. Incluso en verano, a veces ocurre que sales por la noche, totalmente confiada, con tus pantalones a la altura de la rodilla, tu camiseta de tirantes y tus chanclas de suela baja, esperando una temperatura media a esas horas de unos veinticinco grados, y de repente, descubres que la sensación térmica ha caído en picado. Lo malo es que eso suele suceder dos horas después de haber salido de casa, por lo que te sorprende a una distancia remota, lejos de la civilización, donde no es posible disponer de una chaqueta, aunque sea de esas finas del chino que no abrigan nada. 

El frío es traidor, no avisa, ataca por la espalda, igual que algunos graciosos que consideran divertido meter sus manos heladas por debajo de tu camiseta para regalarte un estremecimiento perturbador (con amigos así, quién quiere enemigos). Es curioso como, en cualquier estación del año, puede presentarte sin previo aviso un día espectacular, soleado, primaveral, sin una pizca de viento, y tan sólo unas horas más tarde, ese fantástico ambiente pasa a convertirse en una ventisca, acompañada de frío invernal, lluvia y, si la cosa se pone fea del todo, hasta granizo. Muchos sonreirán (o llorarán) al recordar cambios bruscos como éste, puesto que todos los hemos vivido con mayor o menor fortuna. 

Resulta bastante molesto tener que ponerse cinco o seis capas de ropa para estar lo bastante abrigado como para no percibir que las temperaturas se acercan a los cero grados. El cuerpo llega a alcanzar un cálido bienestar, hasta que, como consecuencia de caminar por la calle, empiezas a sudar. Es un proceso realmente incómodo: tienes frío, te abrigas, empiezas a sudar la camiseta que tienes debajo de otra camiseta de manga larga, un jersey, una sudadera y por fin, el abrigo, el aire gélido entra por algún rincón desconocido y al rozar la piel mojada por el sudor, vuelves a tener frío. Y este es el momento crucial en el que los amantes del invierno deberían explicarme qué es lo que encuentran atractivo en semejante faena diaria. 


Lo cierto es que el problema no es sólo sufrir en la calle, donde se te congelan las mejillas, los labios (podrían besarme y ni me enteraría), las orejas, los pies y las manos (me vienen a la mente esas madres inconscientes que no les ponen guantes a sus bebés). Los conflictos reales surgen en casa: aunque tengas calefacción, no estás a salvo. El instante crítico es aquel en el que estás leyendo junto a la estufa, bien abrigado, caliente, y se te ocurre la genial ideal de ducharte (porque claro, tarde o temprano tienes que hacerlo, si no quieres sentirte un apestado). Entonces, imaginas un mundo hostil, en el que el frío fue inventado por alguien con muy mala leche dispuesto a fastidiar tu apacible vida, a cabrearte. Y el muy canalla lo consigue. 

De repente, estás de mal humor, sopesando pros y contras de quitarte la ropa deprisa o despacio, pensando qué opción será la mejor para tu salud física y mental. En la mayoría de las situaciones, decidimos despojarnos de todo con la mayor velocidad posible y meternos en la ducha al mismo ritmo. El agua caliente (a veces, casi hirviendo) sobre nuestro cuerpo nos hace olvidar el cabreo durante un rato, hasta que llega el momento de salir y descubrir que la toalla está tan fría como si un oso polar hubiera dormido sobre ella después de rebozarse en bloques de hielo. Ese es el minuto en el que maldices tu poca inteligencia, por no haber tenido la idea de colocarla antes sobre un radiador. Raciocinio, ¿para qué?

Una vez superado el mal trago de ducharse en tales condiciones térmicas, llega la paz. Te sientas en el sofá, te dispones a ver la televisión y disfrutas de ello con cierta tranquilidad, al menos, durante hora y media. Después, empiezas a sentir los pies congelados. Se trata de un fenómeno incomprensible, ya que te has puesto tres pares de calcetines; encima son los gruesos, los de ruta senderista, los de excursión a la nieve. Pero la realidad es que tienes frío y esa sensación ya no desaparece hasta que te vas a dormir. 

La cama es un lugar complejo y contradictorio. Se supone que debería ser el sitio más cálido y acogedor de toda la casa, pero los hechos nos demuestran lo contrario. No soy creyente, pero afirmo que más de uno que sí lo sea, rezará antes de meterse dentro. ¿Cómo pueden estar las sábanas tan frías? Apuesto a que podría acostarme sobre cubitos de hielo y sentiría algo similar. Eso por no hablar de lo que se tarda en entrar en calor, de las vueltas que es necesario dar para que el cuerpo se acostumbre y decida generar una buena temperatura por sí mismo. Una vez conseguido esto, levantarse en mitad de la noche para ir al baño se considera una actividad de riesgo. 

Vamos, que digan lo que digan algunos insensatos, el frío es un castigo que nos ofrece la naturaleza para hacernos la vida aún más complicada. Con la cantidad de cosas que se pueden hacer con buen tiempo y tenemos que estar amargados durante nueve meses al año. No hay derecho. Ni siquiera me consuela el hecho de que vendan esas botas tan bonitas con piel interior de borrego o las populares orejeras, que nos hacen sentir ridículos, pero especiales. 


martes, 11 de diciembre de 2012

Desilusión humana

Nos ha tocado la peor lotería: un mundo en el que la abundancia de recursos y alimentos sólo le corresponde a unos pocos. Un planeta en el que los niños se mueren de hambre, mientras sus gobernantes se llenan el estómago con manjares que no necesitan. Un país, España, en el que los ciudadanos de a pie (sólo unos pocos con conocimientos económicos reales) sabemos cómo salir de la crisis, mientras observamos con impotencia el insultante comportamiento de la clase política. 

Porque no podemos ni debemos consentir que se rían de nosotros con descaro. Asistimos con incredulidad a los recortes masivos en todos los ámbitos, al mismo tiempo que los sueldos de quienes nos dirigen apenas se resienten, al ser tan desorbitados. Me da vergüenza contemplar la ausencia de mala conciencia por parte de aquellos que cobran siete mil euros al mes, o los que disfrutan de sueldos vitalicios. Me han enseñado desde pequeña que el dinero se gana con esfuerzo y constancia y, que se sepa, no veo merecedor de tal premio a ninguno de ellos. 


Es de tal injusticia que tengamos que pagar a una panda de ineptos, cuando hay tantos parados en este país, que casi me dan ganas de vomitar. No comprendo estos abusos constantes a los que estamos sometidos y si para mí, la solución es tan sencilla, no concibo que pueda hacerse de otra manera. Una reducción generalizada de los sueldos hasta llegar a un máximo de dos mil euros, acabaría con la desesperación de muchas familias que tienen muy poco que llevarse a la boca a diario. El reparto de ese dinero sobrante entre todos ellos garantizaría cierta estabilidad durante algún tiempo. ¿Por qué lo veo tan claro, mientras los políticos continúan hundiendo la economía?

La respuesta a esa pregunta es muy simple: aquí cada uno lucha por salvar su propio culo. Si quienes estuvieran en el poder fueran buenas personas, quizá las cosas serían distintas. Los seres humanos de buen corazón no permitirían que la gente a su alrededor pasara hambre, mientras ellos viven ahogados en billetes de quinientos euros. La calidad humana va de la mano de la generosidad desinteresada, aunque su ausencia casi total la convierte en una cualidad única, incluso extraña. 

Esta situación económica tan precaria saca a la luz lo mejor y lo peor de las personas. Por una parte, a menudo escuchamos pequeñas lecciones de humildad de ciudadanos anónimos que devuelven maletines o bolsas llenas de dinero, tanto como para solucionarles la vida para siempre. Su buena fe y su necesidad de sentirse orgullosos de sí mismos les convierten en tontos o en héroes, según los ojos que les miren. La mayoría no alcanzamos a comprender esa belleza interior en su persona, que les conduce a tomar tal decisión. Y es porque la naturaleza básica del ser humano es mezquina, aunque afortunadamente, tenemos la habilidad de pulir esa materia prima tan rudimentaria. 

Por otra parte, en algunos afloran a la superficie los rasgos más rastreros de su personalidad. Ya sea por falta de recursos, dificultades para adquirir los suficientes alimentos o problemas para pagar su casa, hay personas que se aprovechan de quienes les tienden su mano por pura amistad. No obstante, en ocasiones, no es necesario que sus condiciones económicas sean malas; a veces, basta con que alguien les plantee una oportunidad para sacar tajada. Muchos piensan aquello de "tonto el último" y llevan su ambición hasta el límite, sin que les importe ni lo más mínimo a cuántos tengan que pisar durante el trayecto. 

No es una casualidad que muchos afirmemos con rotundidad que tenemos pocos amigos, pero buenos y leales. Gente sobra a raudales, seres humanos especiales hay demasiado pocos. Y esto es lo que hace que la compañía con éstos últimos sea tan enriquecedora. Una buena persona es esa que, por muy mediocres que sean sus propias circunstancias, no traiciona a quienes quiere, sino que incluso les ofrece lo poco que tiene. No se trata de ser tonto o inocente, se trata de conservar lo que todos deberíamos poseer: un fuerte sentido del cariño y de la fidelidad. Porque pocas cosas hay más patéticas que clavar una puñalada trapera a quien te regaló su tiempo y sus atenciones. 


En cualquier caso, es importante no perder la esperanza, pase lo que pase. La ilusión por lograr unos objetivos marcados puede mover montañas, aunque los elementos que estén a nuestro alcance sean limitados. Es preciso agudizar el ingenio y multiplicar por veinte la desconfianza: hoy en día, nadie debería fiarse de nadie, salvo sólo de aquellos seres humanos que nos hayan dado garantías de fidelidad con continuidad en el tiempo y en el espacio. 

Somos animales racionales y como tales, tenemos la habilidad de salir a flote, por medio del desarrollo de contenidos novedosos, que nunca antes se le hayan ocurrido a nadie, que no estén presentes en nuestro entorno o que no todos tengan la suficiente creatividad para elaborarlos con audacia. Disponemos de los ingredientes mentales precisos para buscar y encontrar salidas, pero lo que nos diferencia a unos de otros es nuestro nivel de cobardía. Unos se achantan frente a las complicaciones, mientras que otros se hacen un hueco en los rincones sociales y económicos alternativos más insospechados. 

Si los políticos no comprenden lo que esperamos y no se esfuerzan por ponerlo en práctica, habrá que hacérselo saber. Porque esto no debe durar eternamente. No se le puede robar la ilusión a quienes luchan por su felicidad, aunque a veces, ésta esté empañada por la mezquindad humana. 


miércoles, 5 de diciembre de 2012

Una emoción muy peculiar

Entre risas sonoras, bromas distantes de la realidad, contactos físicos leves y tímidos y sonrisas bien intencionadas, mi mirada se detuvo en sus ojos y un segundo más tarde, en su boca. Ambos queríamos besarnos, pero no nos atrevíamos a dar el paso. Es la timidez de los aventureros extrovertidos que, de repente, se topan con alguien que supera sus expectativas. Y que les estimula y les paraliza por igual. 


Sentía miedo de que ese contacto íntimo me defraudara, después de haber comprobado lo enriquecedora que podía ser su personalidad. No obstante, nos lanzamos al pantano de las emociones desconocidas, para descubrir lo desconcertante y apasionante que podía ser aquello. Un beso lento, sabrosamente elaborado, que se alimenta de la suavidad del deseo envuelto en una ilusión sobrecogedora. Si sus labios tenían el delicioso poder de volverme loca, me faltaba por descubrir la intensidad de sus abrazos, aunque aún no lo sabía. Vivía en la profunda tranquilidad de quien todavía ignora algunos detalles maravillosos. 

Precisamente, la química había nacido de la riqueza de los detalles, de los pequeños y breves gestos. Me cogía las manos, me acariciaba la cara, sujetaba mi cabeza con firmeza cada vez que unía sus labios con los míos. La fuerza de todo eso era tan envolvente, que lo único que podía (y quería) hacer era permitir que las aguas embravecidas de la existencia me empujaran al abismo de la locura. Así, entré en la perspectiva de protección que sus brazos me ofrecieron, para desvelar la incógnita de su capacidad para hechizar incluso a la chica que mostrara mayor entereza. 

Una unión física y emocional terrorífica que podría haberme destruido, de haberse prolongado más tiempo. Una sensación tan auténtica, que cualquier palabra que pudiera plasmar sobre el papel se quedaría vacía, ante tal derroche de intensidad. Me habría quedado con él, tal y como él mismo sugirió posteriormente. Sin embargo, mis miedos ante ese tremendo descubrimiento sentimental me impedían mirar hacia delante. 

¿Es posible sentir tanto en tan poco? ¿Mi cerebro me engaña y se confabula junto con mi cuerpo para ir contra mí y dibujarme insegura? ¿He perdido el juicio en favor de este desconcierto abrumador que me asalta a todas horas? De repente, suena el despertador, con su pitido repetitivo e irritante. He tenido un sueño, aunque parecía muy real, incluso demasiado si hubiese ocurrido de verdad. 

He soñado que conocía a un chico una tarde y que su presencia me embriagaba tanto, que perdía el control de la situación. Además, besaba y abrazaba como sólo lo hacen las personas especiales, los seres humanos excepcionales (aunque el motivo para que sean definidos de tal manera es desconocido). En mi fantasía onírica, estaba aterrada, pero también esperanzada, al pensar que encontrar una emoción tan fuerte y peculiar es posible. No obstante, he vuelto a pisar con los pies en el suelo. Afortunadamente. 


Gemelo parásito

Es una enfermedad muy rara (también conocida como fetus in fetu) que consiste en la formación de un ser con ciertos rasgos humanos, que se sitúa en alguna parte del feto que acaba de nacer. Aparece en uno de cada 500.000 nacimientos y sólo existen unos cien casos reconocidos y estudiados en todo el mundo. Puede encontrarse en el hígado, en el abdomen (que es la zona más común), en los riñones, en el escroto o, en los casos más graves, en el cráneo. 

El término fetus in fetu fue acuñado por el anatomista y embriólogo alemán Johann Friedrich Meckel para definir al gemelo parásito que se hospeda en el interior de una persona normal. 

Conforme el bebé va creciendo dentro del útero, el gemelo parásito también lo hace al mismo ritmo, ya que se alimenta de parte de lo que él recibe. Puede pesar entre 1,8 y 39 kilos y, en contadas ocasiones, puede desarrollar órganos internos o minúsculas extremidades, similares a las propias de un ser humano normal. Cada caso de gemelo parásito es único, ya que sus características son totalmente diferentes en función de dónde está situado. 


Esta enfermedad suele diagnosticarse en los primeros años de vida (generalmente, antes de que el bebé cumpla los dieciocho meses) e incluso durante el embarazo, por medio de una ecografía. No obstante, en circunstancias extremas, sólo se aprecia cuando el feto atrofiado crece, por lo que incluso podría no descubrirse hasta la edad adulta. Muchos padres desconocen la gravedad de esta dolencia y no someten a sus hijos a cirugía, lo que podría poner en peligro su vida. 

Existen dos tipos de gemelos unidos como consecuencia de esta enfermedad:
- Gemelos simétricos: mantienen una simetría, con independencia de la parte del cuerpo por la que estén unidos. Son más o menos del mismo tamaño. 
- Gemelos asimétricos: se les conoce como heterópagos, y están compuestos por un gemelo autósito (que está completo y es casi normal) y un gemelo parásito (que está incompleto y depende del autósito para vivir). A su vez, el gemelo parásito puede ser endoparásito o fetus in fetu cuando está dentro del autósito, o ectoparásito cuando está unido a la superficie de su hermano (lo cual es poco común). 

La causa principal de esta malformación es un error genético durante la fecundación del óvulo, lo que provoca que la segmentación de las células no sea la correcta y que los gemelos no logren separarse del todo y queden unidos por alguna parte del cuerpo. Así, uno de los gemelos crece sano y con normalidad y el otro se atrofia y depende por completo de su hermano para poder alimentarse y sobrevivir. 

Francesco Lentini

Cuando es posible, el hospedador puede ser extraído del cuerpo mediante una operación quirúrgica. En el momento en que se extirpa del interior o de la superficie de su hermano, el parásito fallece, ya que depende de él para vivir. 

Uno de los casos más sorprendentes fue el de Francesco Lentini, un italiano nacido en 1889, que tenía tres piernas (de distinta longitud), cuatro pies (uno de ellos situado en la rodilla de su pierna parásita) y dos órganos genitales funcionales. Fue rechazado por sus padres y creció en un asilo para niños inválidos. A los ocho años de edad, empezó a participar en varios espectáculos de circo en Estados Unidos, y a ello se dedicó durante cuarenta años. Se enamoró, se casó, tuvo cuatro hijos y murió a los 77 años.