Dentro de esta locura de pensamientos e ideas que vuelan sobre mi cabeza como aves sin destino, me conviene detenerme a divagar sobre cuestiones en las que no suelo apoyarme por culpa de las prisas del recorrido vital diario. Mis contradicciones más profundas afloran con determinación a la superficie, con una frecuencia que paraliza al más decidido. Esas dudas e incertidumbres nacen de los anhelos más oscuros, de las ganas de vivir sensaciones que no deberían ser vividas, por el bien de mi salud emocional y de mi equilibrio existencial.
Me pregunto si no debería ignorar los avisos que me anuncia la prudencia. Buscaría el punto medio entre lo que quiero hacer y lo que podría convertirme en una persona desdichada, o tan sólo más desconfiada. A menudo, caminamos presas de un miedo sigiloso, astuto por la certeza de su verdad, callado aunque presente, oculto bajo las sombras de una apariencia positiva. Es humo negro que invade el aire, con su atmósfera de presentimientos y malos augurios, con el rastro de indecisiones que deja tras de sí.
Me he propuesto cambiar de aspiraciones, al permitir que mis deseos más escondidos vean, por fin, la luz. No quiero ir a lo sencillo, me niego a pensar que aquello que puede hacerme más feliz sea demasiado fácil de conseguir. El esfuerzo me muestra que lo más fascinante es lo que aparece lejano delante de mis ojos, las satisfacciones que se me resisten aunque crea, por un momento, que están al alcance de mi mano. Amamos siempre aquello que tocamos, pero que no podemos poseer, dominar o controlar. Es el misterio más alucinante que alberga la riqueza de lo inaccesible.
No obstante, a veces, una misma se niega el placer de hacer lo que le apasiona, sólo porque es más tímida de lo que creía ser. La soledad voluntaria me permite ver aspectos de mí misma que, si bien no me convencen del todo, tampoco llegan a disgustarme. Me descubro sorprendida al sentir temor en situaciones que hace años me pasaban desapercibidas o que me veía capaz de engullir con seguridad, casi sin masticar. Hoy me planteo posibilidades distintas, ante esta nueva versión de mi propia forma de ser; esta variante personal que me hace ruborizarme cuando me sitúo frente a lo desconocido.
Quizá, no he asumido los riesgos necesarios para entregarme por completo a la intensidad de vivir, en el amplio sentido de la palabra. Puede que los límites que sí me atrevo a cruzar sean los márgenes incorrectos, los que no me conducen a ninguna parte, los que me dejan vacía por dentro. En un mundo en el que no se hubieran inventado las dudas, los castigos o el arrepentimiento, quizá iría detrás de lo que sueño, buscaría respuestas donde antes no las obtuve, no tendría miedo de acudir a toda velocidad a por lo que un día quise. Porque la ausencia de datos siempre alimentará mi conciencia, que vive cargada de preguntas.
Contradictoria, tímida, dudosa. Es lo de menos, si tengo claro hacia dónde quiero ir. La improvisación puede ayudarme a ver el futuro con la claridad que precisa cualquier porción de placer. La felicidad termina por corresponder a quienes no se avergüenzan de guardar humildad en su corazón, por mucho que la ambición mal entendida casi siempre gane la partida.
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