Nos ha tocado la peor lotería: un mundo en el que la abundancia de recursos y alimentos sólo le corresponde a unos pocos. Un planeta en el que los niños se mueren de hambre, mientras sus gobernantes se llenan el estómago con manjares que no necesitan. Un país, España, en el que los ciudadanos de a pie (sólo unos pocos con conocimientos económicos reales) sabemos cómo salir de la crisis, mientras observamos con impotencia el insultante comportamiento de la clase política.
Porque no podemos ni debemos consentir que se rían de nosotros con descaro. Asistimos con incredulidad a los recortes masivos en todos los ámbitos, al mismo tiempo que los sueldos de quienes nos dirigen apenas se resienten, al ser tan desorbitados. Me da vergüenza contemplar la ausencia de mala conciencia por parte de aquellos que cobran siete mil euros al mes, o los que disfrutan de sueldos vitalicios. Me han enseñado desde pequeña que el dinero se gana con esfuerzo y constancia y, que se sepa, no veo merecedor de tal premio a ninguno de ellos.
Es de tal injusticia que tengamos que pagar a una panda de ineptos, cuando hay tantos parados en este país, que casi me dan ganas de vomitar. No comprendo estos abusos constantes a los que estamos sometidos y si para mí, la solución es tan sencilla, no concibo que pueda hacerse de otra manera. Una reducción generalizada de los sueldos hasta llegar a un máximo de dos mil euros, acabaría con la desesperación de muchas familias que tienen muy poco que llevarse a la boca a diario. El reparto de ese dinero sobrante entre todos ellos garantizaría cierta estabilidad durante algún tiempo. ¿Por qué lo veo tan claro, mientras los políticos continúan hundiendo la economía?
La respuesta a esa pregunta es muy simple: aquí cada uno lucha por salvar su propio culo. Si quienes estuvieran en el poder fueran buenas personas, quizá las cosas serían distintas. Los seres humanos de buen corazón no permitirían que la gente a su alrededor pasara hambre, mientras ellos viven ahogados en billetes de quinientos euros. La calidad humana va de la mano de la generosidad desinteresada, aunque su ausencia casi total la convierte en una cualidad única, incluso extraña.
Esta situación económica tan precaria saca a la luz lo mejor y lo peor de las personas. Por una parte, a menudo escuchamos pequeñas lecciones de humildad de ciudadanos anónimos que devuelven maletines o bolsas llenas de dinero, tanto como para solucionarles la vida para siempre. Su buena fe y su necesidad de sentirse orgullosos de sí mismos les convierten en tontos o en héroes, según los ojos que les miren. La mayoría no alcanzamos a comprender esa belleza interior en su persona, que les conduce a tomar tal decisión. Y es porque la naturaleza básica del ser humano es mezquina, aunque afortunadamente, tenemos la habilidad de pulir esa materia prima tan rudimentaria.
Por otra parte, en algunos afloran a la superficie los rasgos más rastreros de su personalidad. Ya sea por falta de recursos, dificultades para adquirir los suficientes alimentos o problemas para pagar su casa, hay personas que se aprovechan de quienes les tienden su mano por pura amistad. No obstante, en ocasiones, no es necesario que sus condiciones económicas sean malas; a veces, basta con que alguien les plantee una oportunidad para sacar tajada. Muchos piensan aquello de "tonto el último" y llevan su ambición hasta el límite, sin que les importe ni lo más mínimo a cuántos tengan que pisar durante el trayecto.
No es una casualidad que muchos afirmemos con rotundidad que tenemos pocos amigos, pero buenos y leales. Gente sobra a raudales, seres humanos especiales hay demasiado pocos. Y esto es lo que hace que la compañía con éstos últimos sea tan enriquecedora. Una buena persona es esa que, por muy mediocres que sean sus propias circunstancias, no traiciona a quienes quiere, sino que incluso les ofrece lo poco que tiene. No se trata de ser tonto o inocente, se trata de conservar lo que todos deberíamos poseer: un fuerte sentido del cariño y de la fidelidad. Porque pocas cosas hay más patéticas que clavar una puñalada trapera a quien te regaló su tiempo y sus atenciones.
En cualquier caso, es importante no perder la esperanza, pase lo que pase. La ilusión por lograr unos objetivos marcados puede mover montañas, aunque los elementos que estén a nuestro alcance sean limitados. Es preciso agudizar el ingenio y multiplicar por veinte la desconfianza: hoy en día, nadie debería fiarse de nadie, salvo sólo de aquellos seres humanos que nos hayan dado garantías de fidelidad con continuidad en el tiempo y en el espacio.
Somos animales racionales y como tales, tenemos la habilidad de salir a flote, por medio del desarrollo de contenidos novedosos, que nunca antes se le hayan ocurrido a nadie, que no estén presentes en nuestro entorno o que no todos tengan la suficiente creatividad para elaborarlos con audacia. Disponemos de los ingredientes mentales precisos para buscar y encontrar salidas, pero lo que nos diferencia a unos de otros es nuestro nivel de cobardía. Unos se achantan frente a las complicaciones, mientras que otros se hacen un hueco en los rincones sociales y económicos alternativos más insospechados.
Si los políticos no comprenden lo que esperamos y no se esfuerzan por ponerlo en práctica, habrá que hacérselo saber. Porque esto no debe durar eternamente. No se le puede robar la ilusión a quienes luchan por su felicidad, aunque a veces, ésta esté empañada por la mezquindad humana.
Muy buen post!!!
ResponderEliminarSe han perdido muchos valores que todos deberíamos poseer. Pero cada uno vá a lo suyo y sálvese quién pueda. Es una pena.
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