lunes, 24 de septiembre de 2012

Las letras sobre el papel

Un pasillo estrecho de más de tres metros, con habitaciones a ambos lados, que se confunden con la densidad de la noche. Un ambiente cálido, por poco asfixiante, como consecuencia del cual varias gotas de sudor resbalan suavemente por su frente. Incertidumbre cuando intenta pensar qué puede haber escondido al fondo de esa casa de paredes blancas y misterios oscuros. Una serie de descripciones preliminares que mantendrán al lector ensimismado con la historia, hasta que el autor decida desvelar todas la incógnitas, probablemente sólo en las diez últimas páginas. 

En la intriga radica el éxito de las novelas literarias. Aunque no se trate de libros de suspense propiamente dichos, todas las historias escritas guardan alguna sorpresa que el lector espera en cierto modo, aunque finalmente sea algo que no imaginaba en absoluto. Dicen que la cultura se adquiere por medio de la literatura, aunque más bien, pienso que las novelas se hicieron para nosotros, los fantasiosos y entusiastas. No me da miedo reconocer que tengo la cabeza llena de pájaros. Repleta. 

Disfruto con las tramas bien escritas, cuyo contenido cuenta con los detalles justos para dar vida a sucesos que bien podrían ser reales y que quizá, se están produciendo en este preciso instante en alguna parte del mundo. Si bien la ciencia ficción se basa en narrar hechos imposibles o por el momento, poco probables, los géneros que más nutren mi existencia son aquellos que manejan algún tipo de realismo, por pequeño que sea. Me refiero a las novelas histórico-románticas, teñidas con tintes amorosos sobre un fondo bélico o monárquico, aunque la variedad puede ser infinita. La lucha de clases, las relaciones que se forjan en el seno de enfrentamientos generados por las peleas entre los estamentos sociales. Todas estas novelas ofrecen una enseñanza que puede aplicarse siempre al día a día: nadie es más que nadie, por mucho que su nivel económico o sus propias creencias religiosas le convenzan de lo contrario y le alimenten con falsas expectativas con respecto al trato con el será recibido por los demás. 

Mi imaginación suele llevarme a los lugares donde los autores quieren que vaya. Hay verdaderos artistas de las letras sobre el papel, expertos en guiar a los más soñadores hasta rincones exquisitos a los que no pueden desplazarse físicamente. Ahora mismo, me encuentro enfrascada en una trilogía que me está llevando por los maravillosos paisajes de Irlanda, con el delicioso aliciente del amor y la pasión entre sus protagonistas; sentimientos que se acercan a la realidad, pero no la completan. Nada ocurre como en las novelas y precisamente por eso, éstas son tan especiales, verdaderos tesoros para los huecos temporales de cada día. 

Otro género que me interesa especialmente y que recomiendo es el humor. Existen auténticas joyas literarias que merece la pena leer, por su contenido, por su lenguaje y por sus situaciones desternillantes y absurdas. En España, destaco a Rebeca Rus, con su novela Sabrina:1. El mundo:0, la única historia de estas características con la que me he reído a carcajadas (nunca antes me había sucedido algo así al introducirme en una lectura), tanto que tuve que dejar el libro sobre la mesa en varias ocasiones para poder reírme a gusto. Esta mujer es un genio. 

No se quedan atrás las novelas de Marian Keyes, en una línea muy similar a la de Rus. Suponen una interesante terapia para momentos de bajón emocional, en los que lo único que apetece es distraerse y alejarse por unas horas del mundo real. Casi lo recomiendo más que la consulta de un psicólogo. 

En cualquier caso, por muchos géneros diferentes que me puedan atraer (quitando las novelas policíacas y las de ciencia ficción, que no tolero demasiado), me quedo definitivamente con el romance y el sexo. Me sentí tentada a leer la trilogía erótica que últimamente está tan de moda, Cincuenta sombras de Grey, pero las críticas que han llegado a mis oídos y la que he tenido la oportunidad de leer en www.cajondehistorias.com (el blog de mi compañero de carrera Ismael Cruceta) me han evitado la mala experiencia. Es el error que cometen muchos autores de literatura erótica: los primeros encuentros sexuales que describen con todo lujo de detalles son novedosos y excitantes, pero a medida que se mantiene la misma dinámica conforme se pasan las páginas, la novedad se convierte en rutina, en aburrimiento, en más de lo mismo. Todo se repite, lo que conduce a una pérdida de interés paulatina y empapada en frustración, porque una espera mucho más. Por eso, agradezco a Cruceta su advertencia; más que nada, porque he podido ahorrarme casi sesenta euros, que como están las cosas, no es moco de pavo. 

Leer siempre va a ser una de mis grandes aficiones. Me apasiona encerrarme en mi habitación y permitir que las horas vuelen libremente y el mundo gire a su aire, mientras me introduzco en una trama que no es la mía, pero en la que me siento implicada. Una buena lectura supone querer saber, aprender de las actitudes ajenas, entender circunstancias que podrían parecernos inverosímiles, identificarnos con conductas impropias fruto de una educación errónea o analizar nuevas reglas para la amistad y el amor. Todo esto es tan valioso, que nunca podría perder el tiempo con un libro que no me permitiera pasar de las diez primeras páginas sin aburrirme. Una buena historia puede conducirme al paraíso; un montón de hojas sin estímulo alguno, a la desolación. 


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