martes, 28 de agosto de 2012

Los mosquitos imaginarios

Primera noche en una cama que no es la mía. En el seno de un entorno ligeramente hostil, a merced de posibles animales nocturnos de diversa consideración, me tumbo sobre el colchón, que está muy caliente por culpa de unas elevadas e insoportables temperaturas diurnas. Tengo mucho sueño, y además, ganas de dormir. Albergo la falsa impresión de que mi cuerpo caerá rendido en pocos minutos, tal y como suele ser habitual en mi persona. 

Cuando el descanso reparador parece adueñarse de mi ser, de repente empiezan a picarme los brazos y las piernas con insistencia. De inmediato, pienso en posibles insectos, pequeños y molestos, pero al siguiente segundo, recuerdo que tengo puesta la mosquitera en la ventana y, por tanto, no puedo contemplar esa opción. Enciendo la luz para mirarme la piel y no veo absolutamente nada. ¿Me invento las sensaciones?

El picor es muy real y no puedo eludirlo, aunque intento no rascarme. Cuando trato de conducir mis pensamientos hacia otros derroteros, la sensación de escozor se intensifica y ya sí que no puedo dejar de aliviarla. Y cuanto más me rasco, más me pica y más me muevo sobre el colchón. Qué horror. Qué desasosiego. 

Es difícil determinar la velocidad o lentitud con la que transcurren los minutos y las horas. A medida que las picaduras psicológicas, que se producen en tiempo real, van recorriendo mi piel, empiezo a pensar que se está haciendo muy tarde y yo sigo sin pegar ojo. No puedo creer que sólo sean imaginaciones mías. 

El picor es persistente, pero ni asomo de la hinchazón que se forma en la dermis cuando un mosquito hace de las suyas. No obstante, descubro varios ronchones previos a mi decisión de acostarme. ¿Acaso me han picado mientras estaba despierta? ¿Cuándo y cómo se han atrevido, sin que me diese cuenta? ¿Qué hago perdiendo el tiempo así, cuando debería estar durmiendo?

Empiezo a agobiarme porque estoy agotada, pero tengo los ojos abiertos de par en par. Gotas de sudor resbalan por mi frente y un calor generalizado se hace dueño de mi cuerpo confuso. No entra ni una porción de aire por la ventana, por culpa de la maldita mosquitera, que no cumple la función por la que se colocó ahí en su día. O me estoy volviendo loca o realmente, hay mosquitos en mi cama, y por todos los rincones. En lo más profundo de mi delirio, me parece ver al fondo de la habitación una mosca gigante que me dirige una mirada intimidatoria. 


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