jueves, 16 de agosto de 2012

Valentía emocional (segunda parte)

Germán, su adorado amigo, con el que compartía todo: sus penas, sus alegrías, aquello que le impedía dormir plácidamente por las noches, los motivos de sus llantos en momentos puntuales de tensión, lo que le revolvía el estómago o lo que le causaba placer. Obviando los aspectos más íntimos de su vida, le confiaba hasta lo más mínimo de su ser, exceptuando una cosa más, lo más importante: que llevaba ocho años amándole. 

Después de haberse pasado el día rememorando los efímeros meses a su lado, frente a la actitud impasible de él, Elena había caído rendida en la cama de la habitación que su amigo le había asignado. Había quedado atrapada en los brazos de Morfeo mientras pensaba en la enorme capacidad que él tenía para comportarse como si nunca hubiera ocurrido nada entre ellos, como si siempre hubieran sido sólo amigos del alma. Qué equivocada estaba. 

Eran las cuatro de la madrugada. Germán llevaba dos horas sentado a oscuras en el cuarto. La observaba en silencio, sin poder apartar sus cautivadores ojos azules de ella, al tiempo que Elena se movía con suavidad al ritmo de su sosegada respiración. Aquel relajado rostro y esos jugosos labios escondían más secretos de los que él podía soportar, de los que quería creer. Había interpretado su mejor papel durante aquellos años; no lo habría hecho mejor ni siquiera en la obra teatral de la que formaba parte en el colegio. Se sentía absurdo mirándola sin atreverse a decirle ni una palabra. 


Ella era la mujer más auténtica y especial que había conocido. La única que le había mirado como se mira a alguien de quien se está enamorado. Su error fue no verlo, al sentirse aturdido aún por la muerte de su novia anterior, embarazada de cuatro meses y con la que iba a casarse. Había tardado todos esos años en comprender que aquella desdichada no había sufrido un accidente, sino que se había suicidado al no poder escapar de su destino junto a un hombre al que no quería. Su hipocresía se llevó con ella al hijo de Germán, sin darle la oportunidad siquiera de saber si hubiera sido niño o niña. Nadie conocía aquella parcela de su existencia, aquel trauma que por fin había cicatrizado. Por supuesto, Elena tampoco. 

Su amor había fracasado por su culpa, al considerar que Elena sería únicamente un parche en su corazón pinchado. Sin embargo, su deporte favorito había sido engañarse a sí mismo, con sus ridículas ansias de independencia y su falsa convicción de querer permanecer solo. Atormentado, con dolor de cabeza y atrapado en el arrepentimiento por tantos años malgastados, se había quedado dormido en aquella silla de mimbre, sin ser consciente de que, por la mañana, sería descubierto allí en cuanto ella se despertara. Y fue justamente así. 

Elena estaba sorprendida. ¿Qué hacía él allí? Tenía una amplia habitación en la que podía dormir a pierna suelta y, en cambio, había optado por aguantar toda la noche incómodo, con la espalda torcida y la cabeza apoyada en el respaldo hacia un lado. Germán abrió los ojos poco a poco, confuso, y enseguida, depositó su mirada en ella como si la estuviera viendo por primera vez. La confusión dejó pasar a la tristeza y ésta liberó las lágrimas de sus ojos. 

Ella parpadeó sin poder creer lo que veía, se levantó de la cama rápidamente y se agachó junto a él. No se atrevía a preguntarle qué le ocurría, sólo permaneció inmóvil a su lado hasta que Germán reclamó su contacto al extenderle los brazos. Elena se sentó entonces sobre sus piernas y le abrazó. Los amigos estaban para eso, aunque ese roce le hiciera más daño del que él, aparentemente, pudiera imaginar. Las lágrimas estaban mojando su pijama de color azul claro, pues se había recostado sobre su hombro como si fuera un niño indefenso. Ella seguía sin comprender nada. 

Entonces, Germán se separó un poco y la besó en los labios. Elena empezó a temblar de pies a cabeza y él tuvo que percibirlo. Recordaba perfectamente sus labios y sus manos ansiosas, que en ese momento, sólo le rodeaban la cintura. No sabía muy bien lo que estaba sucediendo, pero prefería dejarse llevar, no cuestionarse nada. De repente, él se acercó a su oído y le susurró: "siempre he estado enamorado...de ti".

No hicieron falta más palabras para Elena. Aquello era mágico. Fue una pena descubrir que sólo lo había soñado y que acababa de despertarse en su propia casa, sola, y empapada en sudor. Su encuentro con Germán había sido una mentira de su cerebro. Una burla cruel. 


2 comentarios:

  1. Joooo me has matado con el final....eso no se hace :( ahora quiero tercera parte..jijiji

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  2. ¿A eso se le llama un giro inesperado, no?

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