Sentada sobre una roca en aquel paisaje idílico, con las manos apoyadas hacia delante sobre sus piernas, observaba la reunión de árboles allí presente frente a sus ojos. Corría un aire fresco y ligero que alborotaba su largo cabello castaño y las hojas de los arbustos próximos. Se había puesto una fina sudadera para protegerse del fresco de aquellos días, a principios de octubre. Al acabar ese verano activo y productivo, las emociones negativas escondidas en su interior habían salido a la superficie y se había visto obligada a visitar a su amigo del alma, casi su único confidente, después de un año sin tener noticias suyas.
Germán vivía en un pueblo a las afueras de Ávila, en una casa que era su hogar y, al mismo tiempo, su lugar de trabajo, ya que tenía varias casas rurales dispersas por esos parajes. En ese momento, se encontraba recibiendo a unos clientes: una pareja que había acudido con sus dos hijos pequeños a disfrutar de la tranquilidad y la paz de aquella zona durante una semana. Elena había aprovechado su ausencia para salir a dar un paseo por el campo, tratando de no alejarse demasiado, pues no conocía del todo esos terrenos. Ahora, se había detenido y se había sentado sobre esa roca para pensar, que era casi lo único que hacía últimamente: darle vueltas al coco sin parar.
A punto de cumplir treinta años, se sentía una completa fracasada. Trabajaba como operadora telefónica en una pequeña empresa de la capital porque no había podido acceder a un puesto decente como publicista, su gran sueño y aquello para lo que había estudiado. Vivía de alquiler con dos chicas más, que acudieron para compartir los gastos del piso a través de un anuncio que ella puso en las páginas de un periódico local. Después de unos meses de convivencia sin sobresaltos, sentía que no las conocía en absoluto: hay gente que no se deja conocer, por más que una ponga de su parte.
Lo único que funcionaba en su vida eran sus amigos, siempre fieles, atentos y dispuestos a sacarla de momentos de tensión o de sufrimiento temporal. Su familia vivía lejos, por lo que ellos eran las columnas que la sostenían cuando estaba a punto de caer, o los vehículos humanos que la recogían del suelo cuando sufría algún tropiezo. El amor era el pilar sobre el que recaían la mayoría de sus desvelos. Sus historias no habían sido especialmente traumáticas, pero, en su mayoría, habían carecido de la emoción propia de enamorarse y ser plenamente correspondida durante largos años.
Los sentimientos fuertes y puros de los primeros meses se borraban del corazón de aquellos hombres, en cuanto salían con ella más de veinte veces seguidas. Elena casi siempre había amado más de lo que ellos lo habían hecho. Y cuando las tornas habían cambiado, tendía a sentirse agobiada por no poder ofrecer el amor que pudiera merecer el chico en cuestión. A veces, se enfadaba consigo misma y con el mundo al comprender que, en toda relación de pareja, los sentimientos de uno y de otro no son nunca exactamente iguales. Las proporciones solían encontrarse a años luz de poder igualarse en algún momento.
Cuando se encontraba en ese estado de decepción vital, lo habitual es que acudiera a su mente su mayor amor de juventud, ése que no le dio nada, pero que, en el fondo, se lo dio todo. Aquel muchacho de pelo negro y ojos azules con el que tuvo un breve idilio que no cuajó porque él no puso lo suficiente de su parte, aunque ella le entregó hasta lo que no tenía. Meses de extraño contacto entre ambos, en los que él se portó como el mejor amante y compañero de vida, aquel por el que lo hubiera abandonado todo sin mirar atrás. No obstante, pasado ese tiempo juntos, Elena comprendió que él era demasiado independiente y su relación demasiado frágil, por lo que no podían continuar. Hoy, años después de aquella felicidad efímera, sentía pánico al pensar que, quizá, nunca volvería a amar a nadie como le había amado a él. Sentía un gran nudo en el estómago al contemplar esa posible realidad.
En ese instante de reflexión, escuchó pasos a su espalda, que se acercaban a ella despacio, suaves, sobre la hierba húmeda de la mañana. Sin girar la cabeza, enseguida supo que era Germán que, de inmediato, se sentó a su lado. La cogió de la mano mientras sonreía.
- Ya he terminado por hoy, sólo tengo una reserva. ¿Qué tal vas? Se está bien aquí, ¿eh?
Elena asintió sin apartar su mirada de su pelo negro y sus ojos azules y rememorando el tacto de sus manos sobre su cuerpo. No. Aquellos recuerdos no podían aflorar de nuevo en su presencia. Ahora era sólo su amigo y así debía ser. Por mucho que su corazón y su boca desearan otra cosa. O lo desearan todo.
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ResponderEliminarLo he borrado por fallo de escritura pero te lo vuelvo a poner jajajaja: Joooo me he quedado en ascuas!!!Reclamo una segunda parte!!!Que se me ha quedado corto :P
ResponderEliminarSecundo la moción. ¿Entiendo que si Alicia no contesta es porque ya nos está preparando la segunda parte?
ResponderEliminarPues... no tenía previsto escribir segunda parte, pero si tenéis ganas... me lo pienso...xD
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