miércoles, 10 de octubre de 2012

La inmadurez

Somos inmaduros por naturaleza, aunque siempre existen grados. La adolescencia es la etapa vital fatídica, en la que (unos más que otros) buscamos decir o hacer cosas que llamen la atención de nuestros semejantes. La idea de sentirse "integrados en un grupo"conduce a quienes tienen menos personalidad a un trayecto de adicciones y autodestrucción. La inmadurez en la juventud desemboca en las dependencias. 

Hoy en día, las niñas de dieciocho años están hechas de otra pasta distinta a la que formaba mi persona a esa edad. No es que haya pasado una barbaridad de tiempo desde entonces, pero sé reconocer que ya alrededor de los veinte años, yo aún no sabía nada de la vida. Creo que influye el hecho de que en esa época, sólo había estado con un hombre y no pasaba ni por mi imaginación salir fuera a buscar nada más. Ahora, las chicas de entre quince y veinte años, han tenido una media de diez parejas sexuales, que se dice pronto. Eso por no mencionar a las que se atreven a probar el sexo con doce años (mi mayor preocupación a esa edad era combinar correctamente los vestidos de mi Barbie). 

En esas fases de la vida, la inmadurez es completamente normal. Dicen que el cerebro no termina de alcanzar la edad adulta hasta los veinticinco años y por lo tanto, cualquier decisión que se tome antes, podrá ser más o menos acertada, pero siempre corresponderá a una reflexión escasamente razonada o incluso a un acto impulsivo. En cualquier caso, rara vez se medita el tiempo suficiente lo que se va a hacer, incluso cuando somos adultos. El problema surge cuando esa inmadurez perdura en el tiempo y se convierte en el foco de las críticas y las burlas del entorno más cercano. 


Las mujeres, ya sea por educación o porque dicen que maduramos antes, solemos estar más preparadas para evolucionar. Aquellas que se quedan embarazadas por sorpresa, aceptan mejor el "trance" que sus compañeros sentimentales, cuyas reacciones pueden ser diversas: desde sobreponerse al shock con entereza, pasando por una etapa de confusión y terror absolutos, hasta a abandonar a la persona que les causa el "problema": su pareja. Así como las mujeres estamos listas para ser madres al final de la veintena, muchos hombres no sienten la llamada de la paternidad hasta que rozan los cuarenta. Y éste es sólo un ejemplo de la cantidad de cuestiones que nos separan a ambos.  

No obstante, es obvio que la inmadurez no suele depender del género. Varios factores que afectan son la educación recibida, el tipo de familia en la que el individuo crece y aprende, las amistades que conoce, el barrio en el que vive o la conducta que se espera de él. Aquellas personas que crecen sin sentirse queridas por sus padres acusan actitudes superficiales, puesto que no saben casi nada del cariño. Ello les conduce a comportarse con los demás de forma egoísta y liberal, sin medir las consecuencias de sus palabras o su gestos. Por supuesto, a medida que los años pasan, estos rasgos de la personalidad se pulen en mayor o menor medida. 

Hay personas que se empeñan en adherirse a un estilo de vida que no corresponde con su desarrollo cerebral ni con las aspiraciones que le corresponderían por edad y situación personal. Bastante gente, rozando los treinta, vive en un estado festivo perpetuo, dejándose llevar sin más por una existencia cargada de estímulos efímeros, pero altamente perjudiciales. Algunos incluso esperan que los ingresos les caigan del cielo, mientras no mueven un dedo por cambiar el curso de los acontecimientos. La crisis nos ha puesto las cosas difíciles a todos, pero también nos ha enseñado que es preciso multiplicar hasta por cinco los esfuerzos para poder lograr los sueños algún día. Es necesario sudar para crecer personal y profesionalmente. 


El empeño y la intención son los dos eslabones principales si queremos construir una cadena de prosperidad en la vida. Si ni siquiera asoma por la mente la posibilidad de cambiar el ritmo de los hechos, nunca conseguiremos nada. La voluntad es básica para que el éxito empiece a cogernos de la mano. Para ello, debemos asumir las caídas y enfrentarnos a ellas con entereza, no con justificaciones absurdas o ataques inútiles. 

Si uno elige el camino de la mentira u opta por maquillar la verdad, a largo plazo sus actos se volverán en su contra. Llegará el instante en que alguien, con mejor dialéctica y saber estar, le mostrará unas ideas claras y directas que no podrá debatir. Quien sólo se preocupa por los bienes materiales, nunca sabrá lo que es amar a un ser de carne y hueso, aunque haya creído lo contrario. El que antepone su cómoda vida actual a una futura aventura que no ofrece garantías, se estará perdiendo el mayor reto de su existencia y la emoción que éste alberga. El premio al esfuerzo es sólo para los luchadores. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario