El aye-aye es un extraño y poco agraciado animal, que forma parte de la familia de los lémures (es su único superviviente) y guarda parentesco con los simios, los chimpancés y los seres humanos. Actualmente, el número de miembros de esta especie está disminuyendo de manera preocupante y a una gran velocidad, por lo que se encuentra en peligro de extinción, en parte por culpa de falsas creencias que circulan en torno a él. La única especie cercana a este ser, el aye-aye gigante, se extinguió en 1920.
Vive en la isla de Madagascar, donde sus habitantes le consideran un ser muy peligroso y vinculado al demonio. Creen que si este animal apunta a alguien con el tercer dedo (su dedo intermedio, que es más largo y fino que el resto), esa persona tendrá una muerte terrible y repentina. Varias organizaciones están luchando para evitar su extinción prematura. Su aspecto externo juega en su contra.
Tiene los ojos grandes y amarillos, una cola tupida más larga que su cuerpo y unas grandes y sensibles orejas. Suele ser de color negro o marrón oscuro y los ejemplares adultos pueden alcanzar unos cuarenta centímetros de longitud; su cola incluso puede llegar a los cincuenta y cinco centímetros. Pesa entre dos y tres kilos. Es muy rápido y un gran saltador. Sus manos y sus pies terminan en dedos finos con uñas puntiagudas, salvo en los dedos gordos de los pies, cuya forma facilita que pueda agarrarse y colgarse de las ramas de los árboles de la selva tropical, donde pasa la mayor parte de su existencia. Normalmente, no baja al suelo.
Es un animal nocturno, que pasa sus días dentro de un nido, que él mismo construye con ramas y hojas y que, transcurrida una temporada, suele abandonar por otro. Esta guarida tiene forma de esfera, con un único agujero de entrada, y se encuentra en la base de las ramas de los árboles de gran tamaño, siempre a más de doce metros de altura. Da a luz a una sola cría, que llevará a su espalda durante los primeros meses de vida. Este ser puede vivir hasta veintitrés años.
Se alimenta de larvas de insectos que localiza en las cortezas de los árboles, gracias a los golpes rítmicos que da con sus patas. Es el único mamífero que utiliza esta técnica, propia de los pájaros carpinteros. Por medio de su huesudo tercer dedo, percibe alteraciones en el ruido que hacen sus golpes, indicio de la presencia de alguna zona carcomida por los insectos en el interior de la corteza. Tiene un sentido del oído muy fino, semejante al de los murciélagos.
En ocasiones, también se alimenta de frutos y hojas. Primero perfora la cáscara de los frutos, gracias a sus dientes, similares a los de una rata, y después extrae la pulpa carnosa del interior con su tercer dedo, como si fuera una cuchara. Es como un ritual para él.
Muchos indígenas de la zona donde vive creen que este animal trae malos augurios, por lo que lo matan en cuanto lo ven. Además de eso, la destrucción de la selva tropical debido a incendios provocados, la preparación de extensas zonas para la agricultura y la tala de árboles le han conducido al borde de la extinción. Durante un tiempo, se pensó que había desaparecido, hasta que se le volvió a ver en 1961.
El gobierno de Madagascar ha decidido tomar medidas para protegerle a él y a su hábitat. Hoy en día, hay unos 2.500 ejemplares, de los cuales, doce se encuentran bien cuidados en la reserva y pequeña isla de Nosy Mangabe, un bosque tropical preservado.
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