lunes, 6 de septiembre de 2010

Pesimismo temporal

Días interminables metida en casa, dejando que los pensamientos de mi cabeza se apoderen de mi voluntad. Permito que las horas pasen sin sobresaltos con el objetivo de que el día acabe.


Estar sola es el peor de los remedios para un ánimo de por sí roto, hundido. Mi innato optimismo a menudo me impide ver el verdadero estado de mis emociones, la frustración de querer y no poder, mi alma dañada por el pasado y el estatismo acumulado. Noches de malos sueños que complementan a la realidad; una realidad pasiva, sin novedades, sin grandes anhelos.


Tantas lágrimas derramadas en el último mes bañaron de desasosiego un momento vital tan duro como cargado de incertidumbre. Y finalmente, ocurió lo que tenía que ocurrir, lo que ninguno queríamos, pero que ya estaba escrito en el destino. Y con ello, unos días de calma, de paz, de reconocimiento de las oportunidades que nos puede brindar la existencia humana, de fuertes deseos de amar y ser amada.


Las satisfacciones carnales, más que nunca, pasan a un segundo plano, casi aborrecidas por la mala utilidad que hice de ellas. Creo que los errores de antaño comienzan a pasarme factura, y me siento vacía, perdida, indecisa, miedosa, herida. Las reflexiones en solitario conducen a este tipo de conclusiones que, afortunadamente, no siempre forman parte de mí.

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