viernes, 21 de diciembre de 2012

Una persona única

Amalia encendió su ordenador, como cada noche, después de una jornada más de trabajo, incertidumbre, aburrimiento y decisiones aplazadas. El aparato le daba problemas desde hacía meses y, para no variar, estaba tardando bastante en encenderse, mientras mostraba mensajes alarmantes en la pantalla. Ignoró las órdenes caprichosas de aquel trasto y entró (más por costumbre que por curiosidad) en una de esas superficiales páginas de contactos. Le llamó la atención el mensaje en forma de piropo que le envió un chico que vivía apenas a diez kilómetros de su ciudad. Se llamaba Alejandro y había conseguido la primera sonrisa de ella en todo el día (incluso puede que fuera la última). Que su novio no lo hubiese logrado era, por lo menos, extraño. 

Llevaba un año y poco saliendo con un hombre totalmente opuesto a ella. A menudo, era serio, a ratos antipático, a veces risueño y en muy pocas ocasiones, todo lo romántico que a ella le gustaría. A pesar del poco tiempo que había vivido a su lado, sentía que sus fuerzas estaban agotadas, que se había estancado en una relación que ya no le aportaba felicidad, sino un enorme desconsuelo. Como suele ocurrir en ciertas parejas, él parecía caminar al margen de toda esa frustración, por su propio sendero, de acuerdo a sus ideas prácticas y poco estimulantes. Ese amor había muerto hacía mucho tiempo; sólo se mantenía en pie por puro instinto, igual que el rabo de una lagartija sigue en movimiento incluso después de haber sido separado del resto de su cuerpo. 

Y entonces, apareció Alejandro en el universo virtual. Sus palabras escritas transmitían una intensidad difícil de describir, una fuerza que le envolvía y le convertía en alguien muy interesante.  Las ganas de hablar con él a través de la Red comenzaron a ser mayores que las de ver a su novio, pese a lo absurdo de la comparativa. Su pareja era una persona real, tangible, con sus defectos y sus virtudes, dotado de una calidez humana. En cambio, Alejandro era alguien desconocido, cuyos escritos podían ser malinterpretados, tomados como una burla o como una colección estudiada de mentiras. No obstante, eso no evitó que la necesidad de tener noticias de éste último fuese creciendo, a la vez que el amor por su novio terminaba de fallecer, sin que ella quisiera o pudiera detener el proceso. 

La angustia por perder el contacto con Alejandro se sumó al dolor de la ruptura, del fracaso como pareja de dos personas que se habían amado tanto en un principio. Él fue el estímulo que Amalia necesitó para tomar la decisión que llevaba largos meses divagando por su mente: debía buscar el amor verdadero en otra parte, junto a otro hombre. Las charlas con Alejandro (primero en Internet y poco a poco, en persona) la convencieron de que tenía que aspirar a mucho más en su vida. Que conformarse no era el camino correcto, que aquello que había nacido de lo inesperado podía transformarse en una sensación que la marcara eternamente. 

Las palabras se quedaron muy escasas para definir aquello en lo que se convirtieron Amalia y Alejandro. Eran confidentes, compañeros en ese extenso trayecto hacia los objetivos que todos deseamos alcanzar, consejeros, socios de la lealtad y de la fidelidad, dos personas capaces de enriquecerse la una a la otra y de entender la belleza de los sentimientos. Ambos, con un fuerte sentido del cariño y de lo que implica querer a una persona y preocuparse por ella. Seres humanos impacientes por compartir experiencias, sorprendidos ante la magnitud de sus vivencias paralelas (lo que le sucedía a uno, más tarde le ocurría al otro, de una forma similar o próxima). Conscientes de la importancia de un buen abrazo cuando es necesario, porque alimenta el alma y suaviza la tristeza. Muy entrenados (a fuerza de hablar a diario) para detectar las sutilezas que determinan la fina línea que separaba la alegría del desasosiego en cada uno de los dos. 

Se querían tanto como sólo pueden hacerlo los seres humanos que están en este mundo de forma auténtica. Sin embargo, una noche de primavera, Alejandro conoció a una chica de ojos claros y fulminantes, de piernas morenas y delgadas, con una larga melena castaña que robaba el oxígeno, y se enamoró de ella. En el interior de su locura, se olvidó por completo de Amalia, dejó de comunicarse con ella, de manera lenta, pero inflexible y agónica. Entonces, su amiga se aferró a los recuerdos, a lo que vivieron juntos, mientras le escribía cada día esperando una respuesta. La relación tan especial que les había unido se había resquebrajado a causa del amor, lo que parecía un hecho irreversible. 


Diez meses después de esa dolorosa pérdida de contacto, Amalia tuvo que ser hospitalizada a consecuencia de una infección en la sangre. Recibió muchas visitas en aquellos ocho días de preocupación y de complicaciones médicas. No obstante, le faltó él, su confidente, sus abrazos, sus palabras de aliento. Hasta que el último día, sin que nadie pudiera predecir aún el desenlace para Amalia, Alejandro fue a visitarla y se quedó quieto en el umbral de la puerta de su habitación, mientras portaba entre sus manos un ramo de violetas y le dedicaba una mirada avergonzada. Ella le invitó a entrar y le abrió los brazos, mientras esperaba que él la estrechara contra su cuerpo. Aquel abrazo terminó con la tristeza de todo ese tiempo sin saber él uno del otro, el silencio anunció el perdón que la garganta de él se esforzaba por dejar salir, sus manos entrelazadas hablaron en su lugar. La muerte de Amalia sentenció aquello que nunca más podrían decirse. 

El sobresalto y el sudor con el que Alejandro se levantó de la cama le mostró que una pesadilla como aquella podía abrirle los ojos más que cualquier mensaje. Decidió entonces que tenía que salir a buscar a Amalia, allá donde estuviese, por mucho que ahora ella pudiera odiarle por su comportamiento. Tenía que pedirle que no dejasen de confiar el uno en el otro. Jamás. 

                                                             

lunes, 17 de diciembre de 2012

Conocimiento interior

Dentro de esta locura de pensamientos e ideas que vuelan sobre mi cabeza como aves sin destino, me conviene detenerme a divagar sobre cuestiones en las que no suelo apoyarme por culpa de las prisas del recorrido vital diario. Mis contradicciones más profundas afloran con determinación a la superficie, con una frecuencia que paraliza al más decidido. Esas dudas e incertidumbres nacen de los anhelos más oscuros, de las ganas de vivir sensaciones que no deberían ser vividas, por el bien de mi salud emocional y de mi equilibrio existencial. 


Me pregunto si no debería ignorar los avisos que me anuncia la prudencia. Buscaría el punto medio entre lo que quiero hacer y lo que podría convertirme en una persona desdichada, o tan sólo más desconfiada. A menudo, caminamos presas de un miedo sigiloso, astuto por la certeza de su verdad, callado aunque presente, oculto bajo las sombras de una apariencia positiva. Es humo negro que invade el aire, con su atmósfera de presentimientos y malos augurios, con el rastro de indecisiones que deja tras de sí. 

Me he propuesto cambiar de aspiraciones, al permitir que mis deseos más escondidos vean, por fin, la luz. No quiero ir a lo sencillo, me niego a pensar que aquello que puede hacerme más feliz sea demasiado fácil de conseguir. El esfuerzo me muestra que lo más fascinante es lo que aparece lejano delante de mis ojos, las satisfacciones que se me resisten aunque crea, por un momento, que están al alcance de mi mano. Amamos siempre aquello que tocamos, pero que no podemos poseer, dominar o controlar. Es el misterio más alucinante que alberga la riqueza de lo inaccesible. 

No obstante, a veces, una misma se niega el placer de hacer lo que le apasiona, sólo porque es más tímida de lo que creía ser. La soledad voluntaria me permite ver aspectos de mí misma que, si bien no me convencen del todo, tampoco llegan a disgustarme. Me descubro sorprendida al sentir temor en situaciones que hace años me pasaban desapercibidas o que me veía capaz de engullir con seguridad, casi sin masticar. Hoy me planteo posibilidades distintas, ante esta nueva versión de mi propia forma de ser; esta variante personal que me hace ruborizarme cuando me sitúo frente a lo desconocido. 

Quizá, no he asumido los riesgos necesarios para entregarme por completo a la intensidad de vivir, en el amplio sentido de la palabra. Puede que los límites que sí me atrevo a cruzar sean los márgenes incorrectos, los que no me conducen a ninguna parte, los que me dejan vacía por dentro. En un mundo en el que no se hubieran inventado las dudas, los castigos o el arrepentimiento, quizá iría detrás de lo que sueño, buscaría respuestas donde antes no las obtuve, no tendría miedo de acudir a toda velocidad a por lo que un día quise. Porque la ausencia de datos siempre alimentará mi conciencia, que vive cargada de preguntas. 

Contradictoria, tímida, dudosa. Es lo de menos, si tengo claro hacia dónde quiero ir. La improvisación puede ayudarme a ver el futuro con la claridad que precisa cualquier porción de placer. La felicidad termina por corresponder a quienes no se avergüenzan de guardar humildad en su corazón, por mucho que la ambición mal entendida casi siempre gane la partida. 


viernes, 14 de diciembre de 2012

Neumonía

Se trata de la primera causa de muerte en todo el mundo en niños menores de cinco años. La neumonía o pulmonía es una enfermedad del sistema respiratorio por la que se produce una inflamación de los espacios alveolares de los pulmones, lo que genera, en ocasiones, problemas para respirar e incluso dolor. La mayoría de las veces va acompañada de infección, pero no siempre. Puede estar causada por hongos, virus o bacterias de distinto tipo. 

El neumococo es la bacteria que desencadena el 25% de los casos de esta enfermedad en niños y el 60% en adultos. La neumonía por neumococo es una de las más graves (incluso puede causar la muerte), ya que la bacteria es muy agresiva y puede ser resistente al tratamiento, que a veces, puede requerir un ingreso hospitalario prolongado. En las peores circunstancias, esta bacteria puede llegar a la sangre y al sistema nervioso central, lo que podría desembocar en meningitis
Los bebés, los niños pequeños y los mayores de 65 años suelen ser los más afectados por esta infección. Hasta un 30% de los adultos sanos son portadores de neumococo sin que afecte negativamente a su salud. 


Esta enfermedad hace que el tejido que forma los pulmones se hinche, esté enrojecido y cause dolor. Existen dos clasificaciones fundamentales de neumonía, en función de dónde se haya adquirido o qué zona pulmonar afecte. De acuerdo al primer criterio, puede ser neumonía adquirida en la comunidad (NAC) o extrahospitalaria, si se contrae fuera de los centros médicos, o neumonía nosocomial (NN), que se contrae pasadas 48 horas desde el ingreso hospitalario por otros motivos (algún proceso gripal u otra enfermedad). 

Por otro lado, en función del segundo criterio, está la neumonía lobular, que es aquella que incide en un lóbulo pulmonar completo; la neumonía que afecta sólo a un segmento del lóbulo; la bronconeumonía, que ataca a los alvéolos cercanos a los bronquios; y la neumonía intersticial, que incide en el tejido intersticial (el que conecta los distintos elementos del interior y de los alrededores de los pulmones). 

Las personas con sida o aquellos con fibrosis quística son más propensos a sufrir neumonía (éstos últimos, debido a la acumulación continua de fluido en los pulmones), al igual que los que tienen gripe o son asmáticos. Puede ser muy contagiosa, ya que el virus se propaga con rapidez por el aire y puede extenderse por medio de tos, estornudos y mucosidad. Quienes han tenido neumonía, pueden mantener las secuelas en su cuerpo durante mucho tiempo después de su curación, por lo que pueden contagiar a los demás con cierta facilidad. 

Algunos de los síntomas son fiebre elevada durante más de tres días, hundimiento de las costillas al respirar, quejido en el pecho similar al de quienes padecen asma, tos con expectoración amarillenta o sangrante (hemoptisis), disnea (dificultad para respirar o falta de aire), baja presión arterial y taquicardia. Los bebés y los niños pequeños suelen estar cansados, tener la piel fría, ponerse morados al toser o incluso sufrir convulsiones; además, no quieren comer y no reaccionan a los estímulos. El diagnóstico es semejante al de los adultos. En los mayores de 65 años, los síntomas son mucho más sutiles. 

La mayor parte de los casos se tratan sin necesidad de hospitalización. El tratamiento incluye antibióticos orales, mucho líquido y reposo en casa. Si los síntomas empeoran, ya sería necesario el ingreso hospitalario. Los pacientes con problemas para respirar, precisarán oxígeno extra, y ya en las circunstancias más extremas, incluso se recurrirá a la intubación y a la ventilación artificial. 


jueves, 13 de diciembre de 2012

Una historia de película

Emma había dormido muy poco la noche anterior. Esa mañana, con cierta resaca y apenas tres horas de sueño, se dirigía al estudio de grabación. No tenía ningunas ganas de ponerse manos a la obra, pero si quería seguir llevando ese nivel de vida y además, proporcionar una buena cantidad de dinero a sus padres cada mes, no le quedaba más remedio que ignorar sus deseos. Lo que ella quería había pasado a un segundo, o incluso, a un tercer plano desde hacía un año, cuando tomó la decisión de formar parte de aquello, como última alternativa oscura y desesperada para ganar dinero. La semana pasada había cumplido veintidós años y nunca habría imaginado que lo celebraría allí, trabajando diez horas diarias, tal y como exigía el productor para alcanzar unos objetivos mínimos. Algunos días llegaba tan agotada a casa, que ni siquiera cenaba; como vivía sola con Eric, no tenía que ver los gestos de desaprobación que, sin duda, sus padres le dedicarían si se enteraban de lo mal que se alimentaba. 

Ensimismada fruto de sus pensamientos, por fin llegó al estudio, un edificio de tres plantas situado a las afueras de la ciudad. Saludó al productor, sentado detrás de la mesa de la entrada, y se dirigió a los ascensores. Subió a la segunda planta y entró. Justo en ese instante, su compañera Gisela recibía la doble penetración de un mulato delgaducho y un ruso de ojos verdes, cachas y embadurnado en aceite, mientras tres cámaras les grababan desde distintos ángulos. Los gemidos de fingido placer de la chica se le antojaron más falsos que nunca; su amiga no parecía tener un buen día. Emma desvió la vista y se dirigió al despacho de Eric, su representante, quien le conseguía los contratos y las escenas más llevaderas, al menos en teoría, ya que últimamente, había tenido que adaptarse a lo que le ofrecían, sin más. Él la pidió que se sentase y comenzó a hojear unos papeles que acababa de recibir por correo. La informó de que en las próximas horas le tocaba participar en un encuentro lésbico con un par de rumanas de grandes pechos, más tarde en un breve contacto anal (de una hora, nada menos) y, a última hora de la noche, tendría que hacerle sexo oral a tres hombres dentro de la misma escena. Por lo que parecía, esa jornada sería dura. 

Ella suspiró con resignación y le miró a los ojos, esperando algún gesto alentador por su parte. Eric se levantó, se colocó detrás de ella y la rodeó con sus brazos, al tiempo que ella continuaba sentada. "Me gustaría que ambos tuviéramos el suficiente dinero para dejar esto y dedicarnos a otra cosa", le dijo él. Emma lo sabía: Eric también había pasado por aquello tiempo atrás, cuando interpretaba al tímido homosexual que se dejaba someter por diversos hombres fornidos, ansiosos de sexo. Lo había pasado fatal, fingiendo una identidad sexual que no tenía, pero lo había hecho para salir adelante y alimentar a sus hermanas. Emma y él se enamoraron cuando ella entró en la agencia: descubrieron el valor de los sentimientos puros, en el seno de aquel lugar corrompido por el vicio y el dinero. Muchos trabajaban allí por necesidad sexual: había verdaderos adictos al sexo, incapaces de ver su problema y mucho menos de tratarlo; otros muchos lo hacían sólo por dinero, aunque obtuviesen placer carnal de vez en cuando; y sólo algunos sentían asco cada vez que se convertían en objetos sexuales. Ellos pertenecían a este último grupo, aunque también sabían que era lo único que les permitía vivir. 

Emma ya se había encontrado con varios productores ansiosos por convertirla en una estrella del porno a gran escala, lejos de aquel estudio de poca monta. Su larga melena rubia, sus pechos medianos y bien redondos y su trasero de pecado habían vuelto loco a más de uno. Sin embargo, ella no quería que la conociera más gente de la que ya la conocía, habría sido demasiado humillante. Aún confiaba en que sus padres siguieran ignorando su verdadero trabajo y mantuvieran la creencia de que ella se estaba haciendo un hueco como gerente de un hotel, el puesto para el que, en realidad, había estudiado. Por su parte, Eric también había recibido numerosos elogios, tanto por el generoso tamaño de su miembro, como por sus movimientos en escena. Su pecho y sus abdominales bien marcados también le habían sido de ayuda, pero había optado por el camino de la representación artística, y no le iba mal. 

De repente, Emma se levantó de su asiento, se acercó a la puerta del despacho y la cerró, girando el pestillo. Él le dirigió una mirada pícara y la empujó con delicadeza contra la puerta cerrada. Ambos permanecieron abrazados unos minutos, en silencio, hasta que ella lo rompió: "sólo necesito lo que tú me das. Hazme el amor como ninguno de ellos sabe". Eric le dirigió una mirada profunda, cargada de deseo, y le sonrió. Sólo disponían de unos minutos, ya que los cámaras la esperaban para empezar a grabar. Sin mediar palabra, Eric le bajó las bragas, sin quitarle la falda, y se desabrochó el pantalón. Le pidió con delicadeza que se tumbase sobre el suelo enmoquetado y empezó a penetrarla despacio, con ternura, mientras la besaba profundamente en los labios y una corriente de amor les envolvía. Con cada lenta y dulce embestida, él no dejaba de decir que la quería, que era la mujer más especial que había conocido. 

En cierto momento, ella empezó a notar su miembro más fuerte, más decidido. Entonces, abrió los ojos. Su método para concentrarse y no sentir aquello como un juego desagradable, ya no le estaba funcionando. No podía pasar por alto que aquel no era Eric en realidad; se trataba de un negro cachas, con un pene descomunal que la estaba partiendo en dos. El chico era muy simpático, por lo poco que había podido hablar con él antes de grabar aquella escena, pero aún así, aquello no dejaba de ser una mera interpretación, un contacto superficial y falso. Emma era consciente de que cada día le costaba más dejarse llevar y con mayor frecuencia necesitaba recurrir a sus recuerdos haciendo el amor con Eric, con quien realmente disfrutaba del sexo. 

El negro sí estaba metido en su papel y la cogía de las caderas con decisión, mientras insertaba su miembro dentro de ella. Emma fingía como mejor sabía hacer y además, ponía esas caras obscenas que vuelven locos a los hombres. A pesar de sus reticencias de hacía unos minutos, para su sorpresa, descubrió que se estaba excitando, que aquello le estaba gustando. Miró a los cámaras y descubrió que Eric estaba allí, detrás de los técnicos, observando el encuentro con el ceño fruncido y unos ojos acusadores. Entonces, se olvidó de inmediato de lo que había sentido y la culpabilidad se apoderó de ella; era una sensación absurda, ya que ambos sabían en qué consistía su trabajo, aunque fuesen pareja. En ese instante, Eric les pidió a los cámaras que se marchasen y le dejasen sólo con su chica y el que la estaba penetrando. Emma estaba desconcertada, más aún cuando él cerró la puerta por dentro y empezó a observarles con atención, mientras se desabrochaba los pantalones y empezaba a tocarse. 

Ella no podía creer que su novio se estuviese excitando con aquello. A pesar de sus esfuerzos por desviar su atención de lo que estaba sintiendo, Emma alcanzó el clímax justo a la vez que Eric, mientras el tercero en discordia, el negro, también hacía lo propio. Horas después, ambos ya en su casa, sólo necesitaron mirarse a los ojos para saber que habían descubierto la clave para que el trabajo fuese mucho más sencillo para ella. Una tirita para que no escociera tanto la herida. 


Cuando hace frío

El frío es una de las sensaciones externas más desagradables e inoportunas que puede haber. Incluso en verano, a veces ocurre que sales por la noche, totalmente confiada, con tus pantalones a la altura de la rodilla, tu camiseta de tirantes y tus chanclas de suela baja, esperando una temperatura media a esas horas de unos veinticinco grados, y de repente, descubres que la sensación térmica ha caído en picado. Lo malo es que eso suele suceder dos horas después de haber salido de casa, por lo que te sorprende a una distancia remota, lejos de la civilización, donde no es posible disponer de una chaqueta, aunque sea de esas finas del chino que no abrigan nada. 

El frío es traidor, no avisa, ataca por la espalda, igual que algunos graciosos que consideran divertido meter sus manos heladas por debajo de tu camiseta para regalarte un estremecimiento perturbador (con amigos así, quién quiere enemigos). Es curioso como, en cualquier estación del año, puede presentarte sin previo aviso un día espectacular, soleado, primaveral, sin una pizca de viento, y tan sólo unas horas más tarde, ese fantástico ambiente pasa a convertirse en una ventisca, acompañada de frío invernal, lluvia y, si la cosa se pone fea del todo, hasta granizo. Muchos sonreirán (o llorarán) al recordar cambios bruscos como éste, puesto que todos los hemos vivido con mayor o menor fortuna. 

Resulta bastante molesto tener que ponerse cinco o seis capas de ropa para estar lo bastante abrigado como para no percibir que las temperaturas se acercan a los cero grados. El cuerpo llega a alcanzar un cálido bienestar, hasta que, como consecuencia de caminar por la calle, empiezas a sudar. Es un proceso realmente incómodo: tienes frío, te abrigas, empiezas a sudar la camiseta que tienes debajo de otra camiseta de manga larga, un jersey, una sudadera y por fin, el abrigo, el aire gélido entra por algún rincón desconocido y al rozar la piel mojada por el sudor, vuelves a tener frío. Y este es el momento crucial en el que los amantes del invierno deberían explicarme qué es lo que encuentran atractivo en semejante faena diaria. 


Lo cierto es que el problema no es sólo sufrir en la calle, donde se te congelan las mejillas, los labios (podrían besarme y ni me enteraría), las orejas, los pies y las manos (me vienen a la mente esas madres inconscientes que no les ponen guantes a sus bebés). Los conflictos reales surgen en casa: aunque tengas calefacción, no estás a salvo. El instante crítico es aquel en el que estás leyendo junto a la estufa, bien abrigado, caliente, y se te ocurre la genial ideal de ducharte (porque claro, tarde o temprano tienes que hacerlo, si no quieres sentirte un apestado). Entonces, imaginas un mundo hostil, en el que el frío fue inventado por alguien con muy mala leche dispuesto a fastidiar tu apacible vida, a cabrearte. Y el muy canalla lo consigue. 

De repente, estás de mal humor, sopesando pros y contras de quitarte la ropa deprisa o despacio, pensando qué opción será la mejor para tu salud física y mental. En la mayoría de las situaciones, decidimos despojarnos de todo con la mayor velocidad posible y meternos en la ducha al mismo ritmo. El agua caliente (a veces, casi hirviendo) sobre nuestro cuerpo nos hace olvidar el cabreo durante un rato, hasta que llega el momento de salir y descubrir que la toalla está tan fría como si un oso polar hubiera dormido sobre ella después de rebozarse en bloques de hielo. Ese es el minuto en el que maldices tu poca inteligencia, por no haber tenido la idea de colocarla antes sobre un radiador. Raciocinio, ¿para qué?

Una vez superado el mal trago de ducharse en tales condiciones térmicas, llega la paz. Te sientas en el sofá, te dispones a ver la televisión y disfrutas de ello con cierta tranquilidad, al menos, durante hora y media. Después, empiezas a sentir los pies congelados. Se trata de un fenómeno incomprensible, ya que te has puesto tres pares de calcetines; encima son los gruesos, los de ruta senderista, los de excursión a la nieve. Pero la realidad es que tienes frío y esa sensación ya no desaparece hasta que te vas a dormir. 

La cama es un lugar complejo y contradictorio. Se supone que debería ser el sitio más cálido y acogedor de toda la casa, pero los hechos nos demuestran lo contrario. No soy creyente, pero afirmo que más de uno que sí lo sea, rezará antes de meterse dentro. ¿Cómo pueden estar las sábanas tan frías? Apuesto a que podría acostarme sobre cubitos de hielo y sentiría algo similar. Eso por no hablar de lo que se tarda en entrar en calor, de las vueltas que es necesario dar para que el cuerpo se acostumbre y decida generar una buena temperatura por sí mismo. Una vez conseguido esto, levantarse en mitad de la noche para ir al baño se considera una actividad de riesgo. 

Vamos, que digan lo que digan algunos insensatos, el frío es un castigo que nos ofrece la naturaleza para hacernos la vida aún más complicada. Con la cantidad de cosas que se pueden hacer con buen tiempo y tenemos que estar amargados durante nueve meses al año. No hay derecho. Ni siquiera me consuela el hecho de que vendan esas botas tan bonitas con piel interior de borrego o las populares orejeras, que nos hacen sentir ridículos, pero especiales. 


martes, 11 de diciembre de 2012

Desilusión humana

Nos ha tocado la peor lotería: un mundo en el que la abundancia de recursos y alimentos sólo le corresponde a unos pocos. Un planeta en el que los niños se mueren de hambre, mientras sus gobernantes se llenan el estómago con manjares que no necesitan. Un país, España, en el que los ciudadanos de a pie (sólo unos pocos con conocimientos económicos reales) sabemos cómo salir de la crisis, mientras observamos con impotencia el insultante comportamiento de la clase política. 

Porque no podemos ni debemos consentir que se rían de nosotros con descaro. Asistimos con incredulidad a los recortes masivos en todos los ámbitos, al mismo tiempo que los sueldos de quienes nos dirigen apenas se resienten, al ser tan desorbitados. Me da vergüenza contemplar la ausencia de mala conciencia por parte de aquellos que cobran siete mil euros al mes, o los que disfrutan de sueldos vitalicios. Me han enseñado desde pequeña que el dinero se gana con esfuerzo y constancia y, que se sepa, no veo merecedor de tal premio a ninguno de ellos. 


Es de tal injusticia que tengamos que pagar a una panda de ineptos, cuando hay tantos parados en este país, que casi me dan ganas de vomitar. No comprendo estos abusos constantes a los que estamos sometidos y si para mí, la solución es tan sencilla, no concibo que pueda hacerse de otra manera. Una reducción generalizada de los sueldos hasta llegar a un máximo de dos mil euros, acabaría con la desesperación de muchas familias que tienen muy poco que llevarse a la boca a diario. El reparto de ese dinero sobrante entre todos ellos garantizaría cierta estabilidad durante algún tiempo. ¿Por qué lo veo tan claro, mientras los políticos continúan hundiendo la economía?

La respuesta a esa pregunta es muy simple: aquí cada uno lucha por salvar su propio culo. Si quienes estuvieran en el poder fueran buenas personas, quizá las cosas serían distintas. Los seres humanos de buen corazón no permitirían que la gente a su alrededor pasara hambre, mientras ellos viven ahogados en billetes de quinientos euros. La calidad humana va de la mano de la generosidad desinteresada, aunque su ausencia casi total la convierte en una cualidad única, incluso extraña. 

Esta situación económica tan precaria saca a la luz lo mejor y lo peor de las personas. Por una parte, a menudo escuchamos pequeñas lecciones de humildad de ciudadanos anónimos que devuelven maletines o bolsas llenas de dinero, tanto como para solucionarles la vida para siempre. Su buena fe y su necesidad de sentirse orgullosos de sí mismos les convierten en tontos o en héroes, según los ojos que les miren. La mayoría no alcanzamos a comprender esa belleza interior en su persona, que les conduce a tomar tal decisión. Y es porque la naturaleza básica del ser humano es mezquina, aunque afortunadamente, tenemos la habilidad de pulir esa materia prima tan rudimentaria. 

Por otra parte, en algunos afloran a la superficie los rasgos más rastreros de su personalidad. Ya sea por falta de recursos, dificultades para adquirir los suficientes alimentos o problemas para pagar su casa, hay personas que se aprovechan de quienes les tienden su mano por pura amistad. No obstante, en ocasiones, no es necesario que sus condiciones económicas sean malas; a veces, basta con que alguien les plantee una oportunidad para sacar tajada. Muchos piensan aquello de "tonto el último" y llevan su ambición hasta el límite, sin que les importe ni lo más mínimo a cuántos tengan que pisar durante el trayecto. 

No es una casualidad que muchos afirmemos con rotundidad que tenemos pocos amigos, pero buenos y leales. Gente sobra a raudales, seres humanos especiales hay demasiado pocos. Y esto es lo que hace que la compañía con éstos últimos sea tan enriquecedora. Una buena persona es esa que, por muy mediocres que sean sus propias circunstancias, no traiciona a quienes quiere, sino que incluso les ofrece lo poco que tiene. No se trata de ser tonto o inocente, se trata de conservar lo que todos deberíamos poseer: un fuerte sentido del cariño y de la fidelidad. Porque pocas cosas hay más patéticas que clavar una puñalada trapera a quien te regaló su tiempo y sus atenciones. 


En cualquier caso, es importante no perder la esperanza, pase lo que pase. La ilusión por lograr unos objetivos marcados puede mover montañas, aunque los elementos que estén a nuestro alcance sean limitados. Es preciso agudizar el ingenio y multiplicar por veinte la desconfianza: hoy en día, nadie debería fiarse de nadie, salvo sólo de aquellos seres humanos que nos hayan dado garantías de fidelidad con continuidad en el tiempo y en el espacio. 

Somos animales racionales y como tales, tenemos la habilidad de salir a flote, por medio del desarrollo de contenidos novedosos, que nunca antes se le hayan ocurrido a nadie, que no estén presentes en nuestro entorno o que no todos tengan la suficiente creatividad para elaborarlos con audacia. Disponemos de los ingredientes mentales precisos para buscar y encontrar salidas, pero lo que nos diferencia a unos de otros es nuestro nivel de cobardía. Unos se achantan frente a las complicaciones, mientras que otros se hacen un hueco en los rincones sociales y económicos alternativos más insospechados. 

Si los políticos no comprenden lo que esperamos y no se esfuerzan por ponerlo en práctica, habrá que hacérselo saber. Porque esto no debe durar eternamente. No se le puede robar la ilusión a quienes luchan por su felicidad, aunque a veces, ésta esté empañada por la mezquindad humana. 


miércoles, 5 de diciembre de 2012

Una emoción muy peculiar

Entre risas sonoras, bromas distantes de la realidad, contactos físicos leves y tímidos y sonrisas bien intencionadas, mi mirada se detuvo en sus ojos y un segundo más tarde, en su boca. Ambos queríamos besarnos, pero no nos atrevíamos a dar el paso. Es la timidez de los aventureros extrovertidos que, de repente, se topan con alguien que supera sus expectativas. Y que les estimula y les paraliza por igual. 


Sentía miedo de que ese contacto íntimo me defraudara, después de haber comprobado lo enriquecedora que podía ser su personalidad. No obstante, nos lanzamos al pantano de las emociones desconocidas, para descubrir lo desconcertante y apasionante que podía ser aquello. Un beso lento, sabrosamente elaborado, que se alimenta de la suavidad del deseo envuelto en una ilusión sobrecogedora. Si sus labios tenían el delicioso poder de volverme loca, me faltaba por descubrir la intensidad de sus abrazos, aunque aún no lo sabía. Vivía en la profunda tranquilidad de quien todavía ignora algunos detalles maravillosos. 

Precisamente, la química había nacido de la riqueza de los detalles, de los pequeños y breves gestos. Me cogía las manos, me acariciaba la cara, sujetaba mi cabeza con firmeza cada vez que unía sus labios con los míos. La fuerza de todo eso era tan envolvente, que lo único que podía (y quería) hacer era permitir que las aguas embravecidas de la existencia me empujaran al abismo de la locura. Así, entré en la perspectiva de protección que sus brazos me ofrecieron, para desvelar la incógnita de su capacidad para hechizar incluso a la chica que mostrara mayor entereza. 

Una unión física y emocional terrorífica que podría haberme destruido, de haberse prolongado más tiempo. Una sensación tan auténtica, que cualquier palabra que pudiera plasmar sobre el papel se quedaría vacía, ante tal derroche de intensidad. Me habría quedado con él, tal y como él mismo sugirió posteriormente. Sin embargo, mis miedos ante ese tremendo descubrimiento sentimental me impedían mirar hacia delante. 

¿Es posible sentir tanto en tan poco? ¿Mi cerebro me engaña y se confabula junto con mi cuerpo para ir contra mí y dibujarme insegura? ¿He perdido el juicio en favor de este desconcierto abrumador que me asalta a todas horas? De repente, suena el despertador, con su pitido repetitivo e irritante. He tenido un sueño, aunque parecía muy real, incluso demasiado si hubiese ocurrido de verdad. 

He soñado que conocía a un chico una tarde y que su presencia me embriagaba tanto, que perdía el control de la situación. Además, besaba y abrazaba como sólo lo hacen las personas especiales, los seres humanos excepcionales (aunque el motivo para que sean definidos de tal manera es desconocido). En mi fantasía onírica, estaba aterrada, pero también esperanzada, al pensar que encontrar una emoción tan fuerte y peculiar es posible. No obstante, he vuelto a pisar con los pies en el suelo. Afortunadamente. 


Gemelo parásito

Es una enfermedad muy rara (también conocida como fetus in fetu) que consiste en la formación de un ser con ciertos rasgos humanos, que se sitúa en alguna parte del feto que acaba de nacer. Aparece en uno de cada 500.000 nacimientos y sólo existen unos cien casos reconocidos y estudiados en todo el mundo. Puede encontrarse en el hígado, en el abdomen (que es la zona más común), en los riñones, en el escroto o, en los casos más graves, en el cráneo. 

El término fetus in fetu fue acuñado por el anatomista y embriólogo alemán Johann Friedrich Meckel para definir al gemelo parásito que se hospeda en el interior de una persona normal. 

Conforme el bebé va creciendo dentro del útero, el gemelo parásito también lo hace al mismo ritmo, ya que se alimenta de parte de lo que él recibe. Puede pesar entre 1,8 y 39 kilos y, en contadas ocasiones, puede desarrollar órganos internos o minúsculas extremidades, similares a las propias de un ser humano normal. Cada caso de gemelo parásito es único, ya que sus características son totalmente diferentes en función de dónde está situado. 


Esta enfermedad suele diagnosticarse en los primeros años de vida (generalmente, antes de que el bebé cumpla los dieciocho meses) e incluso durante el embarazo, por medio de una ecografía. No obstante, en circunstancias extremas, sólo se aprecia cuando el feto atrofiado crece, por lo que incluso podría no descubrirse hasta la edad adulta. Muchos padres desconocen la gravedad de esta dolencia y no someten a sus hijos a cirugía, lo que podría poner en peligro su vida. 

Existen dos tipos de gemelos unidos como consecuencia de esta enfermedad:
- Gemelos simétricos: mantienen una simetría, con independencia de la parte del cuerpo por la que estén unidos. Son más o menos del mismo tamaño. 
- Gemelos asimétricos: se les conoce como heterópagos, y están compuestos por un gemelo autósito (que está completo y es casi normal) y un gemelo parásito (que está incompleto y depende del autósito para vivir). A su vez, el gemelo parásito puede ser endoparásito o fetus in fetu cuando está dentro del autósito, o ectoparásito cuando está unido a la superficie de su hermano (lo cual es poco común). 

La causa principal de esta malformación es un error genético durante la fecundación del óvulo, lo que provoca que la segmentación de las células no sea la correcta y que los gemelos no logren separarse del todo y queden unidos por alguna parte del cuerpo. Así, uno de los gemelos crece sano y con normalidad y el otro se atrofia y depende por completo de su hermano para poder alimentarse y sobrevivir. 

Francesco Lentini

Cuando es posible, el hospedador puede ser extraído del cuerpo mediante una operación quirúrgica. En el momento en que se extirpa del interior o de la superficie de su hermano, el parásito fallece, ya que depende de él para vivir. 

Uno de los casos más sorprendentes fue el de Francesco Lentini, un italiano nacido en 1889, que tenía tres piernas (de distinta longitud), cuatro pies (uno de ellos situado en la rodilla de su pierna parásita) y dos órganos genitales funcionales. Fue rechazado por sus padres y creció en un asilo para niños inválidos. A los ocho años de edad, empezó a participar en varios espectáculos de circo en Estados Unidos, y a ello se dedicó durante cuarenta años. Se enamoró, se casó, tuvo cuatro hijos y murió a los 77 años. 


jueves, 29 de noviembre de 2012

Pasiones sumergidas

Un rincón neuronal poco comunicado con el resto del cerebro. Aspiraciones vitales relegadas a un segundo plano, en ese recodo de la memoria, casi nada transitado. Un estímulo nacido del impulso de desear más, de querer mejorar, de no conformarse con lo que viene. Una chispa que enciende el mecanismo cerebral por el cual, los sueños de ayer podrían convertirse en las ilusiones de hoy y las satisfacciones de mañana. La felicidad no se gesta dentro de la buena suerte, sino en el interior del la perseverancia. 

Etapas transitorias de desesperanza, languidez, miedo, nervios, que nos paralizan y nos impiden continuar con los propósitos marcados. Cobardía que nos asalta en el instante menos oportuno de nuestro trayecto hasta un éxito, en ocasiones, improbable. Por naturaleza, ignoramos la posibilidad de afrontar riesgos, ante el temor de un fracaso que podría hundir nuestra autoestima. No obstante, la locura de zambullirse en unas aguas de profundidad desconocida nutre nuestra existencia de una adrenalina que ya no se puede controlar. 

Una vez dentro de la vorágine de buscar un porvenir feliz, es imposible desmontar los engranajes y retomar el estatismo anterior. Nunca hay que detenerse ante los obstáculos, porque librarse de ellos, a menudo nos coloca frente a una oportunidad mejor que las previas. No debemos atemorizarnos cuando nos topemos con la novedad y el desconocimiento. Algo maravilloso nos espera en el fondo del hueco subterráneo que esconde nuestros secretos. 

Errores que no pueden volver a repetirse. Objetivos profesionales por los que hay que pelear con uñas y dientes, cueste lo que cueste, aunque el tiempo y el entorno jueguen en contra, en una liga que no les corresponde. Mi sueño está más cerca de lo que jamás habría podido imaginar. En lo más profundo de mi corazón intuyo que puedo aproximarme a importantes metas, sonreír a la vida y a los demás. Apuesto la cantidad más alta a que lo que uno desea se puede cumplir. La clave es creer en uno mismo. Ahora y en todo momento. 


miércoles, 28 de noviembre de 2012

Meningitis

Se trata de una inflamación de las meninges, que son unas membranas que recubren el cerebro y la médula espinal. Su causa puede ser alguna enfermedad, la ingestión de determinados medicamentos o la aparición de virus o bacterias. Se puede distinguir la meningitis viral y la bacteriana. La primera, también conocida como meningitis aséptica, es frecuente (hasta en un 80% de los casos) y de menor gravedad, con síntomas parecidos a los de la gripe, por lo que en ocasiones, es difícil de descubrir. En cambio, la segunda es poco habitual (se da en un 15% de los casos) y puede provocar la muerte si no se detecta y se trata a tiempo. 

Muchos de los virus o bacterias que generan la meningitis son muy comunes y se les vincula con enfermedades bastante habituales; aquellos que infectan el aparato gastrointestinal y urinario y las vías respiratorias pueden extenderse (por medio del líquido cefalorraquídeo) hasta las meninges, utilizando la sangre como elemento conductor. Asimismo, una infección local grave (como otitis o sinusitis) o un fuerte traumatismo craneal pueden hacer que una bacteria alcance las meninges. 

La infección se extiende con facilidad en lugares estrechos, como pueden ser hospitales o centros educativos. Si se diagnostica pronto, la curación es completa. Es fundamental poner las vacunas establecidas y acudir al médico en cuanto se sospeche de su presencia. Algunos de los síntomas que conviene observar son fiebre, dolor de cabeza, irritabilidad, sensibilidad a la luz (denominada fotofobia), convulsiones, erupciones en la piel, cuello rígido y una disminución de la conciencia (estado de letargo). Los primeros indicios pueden aparecer con rapidez o varios días después de que se manifiesten otras características de la infección, como vómitos o diarrea. 


En el caso de los lactantes, a veces no existen síntomas, aunque pueden presentar un llano agudo, un tono amarillento en la piel, una succión débil al mamar o carencias alimenticias. En la mayor parte de los casos de meningitis viral, la curación se produce transcurridos entre siete y diez días desde que comenzó. 

Para establecer el diagnóstico, se realizarán pruebas de laboratorio y una punción lumbar para extraer líquido cefalorraquídeo, para que sea analizado y poder determinar si la infección se ha producido por un virus o por una bacteria. A veces, es necesaria la hospitalización, sobre todo, en los casos más graves. La terapia a seguir consiste en reposo, un tratamiento con medicamentos y beber mucho líquido. 

Si se sospecha de su presencia o se padece meningitis bacteriana, se aplicarán antibióticos por vía intravenosa cuanto antes. La meningitis bacteriana puede generar ciertas complicaciones, como baja presión arterial, estado de shock, problemas de audición, falta de oxígeno y dificultades respiratorias, convulsiones, carencias en el aprendizaje o deficiencias neurológicas. 

Esta infección, sea del tipo que sea, se contagia por el aire o por el contacto directo con pequeñas gotas de fluido de la garganta o de la nariz de una persona infectada. El hecho de compartir utensilios de cocina o comida también puede causar el contagio. Lo habitual es que la infección se transmita entre personas muy próximas, como aquellas que viven juntas o tienen cierta intimidad. 

Los especialistas médicos recomiendan la aplicación de la vacuna (conocida como vacuna antimeningocócica tetravalente o MCV4) a los niños de once años, con una dosis de refuerzo a los dieciséis años. También, una buena higiene puede prevenir la enfermedad. Si se sabe que existe un contacto directo con alguien que padece meningitis, conviene consultar con el médico si se puede tomar algún medicamento como medida de prevención. 


sábado, 24 de noviembre de 2012

El misterioso músico

Compartía piso con dos inocentes jóvenes, mis dos amigas del alma, que parecían haberse escapado de un centro de clausura, aunque yo las quería igual. Gemma era el colmo del recato y la elegancia, no salía de casa jamás sin su cabello perfectamente liso y peinado, su bolso de marca acorde con su indumentaria y con su estado de ánimo, y su ropa interior conjuntada, de un color distinto en función del día (los sábados tocaba el rojo, por si recibía una visita inesperada). Su esmero por estar siempre impecable contrastaba con su repulsión generalizada hacia los hombres. No soportaba que la tocaran, aunque sólo fuese para saludarla; los datos que tenía sobre ellos eran demasiado negativos. Por ello, aún conservaba su virginidad, recién cumplidos los treinta, aunque este secreto sólo lo conocíamos un selecto e íntimo grupo de personas.

Sonia, por su parte, vivía en una especie de mundo paralelo, en el que los hombres perfectos aparecen frente a tu puerta sin que tengas que salir a buscarlos. Creía en el príncipe azul más que cualquier princesa de cuento y se pasaba los días suspirando por los tipos que aparecían por televisión sin camiseta (por supuesto, entre ellos se incluía Mario Casas). Con veintidós años, costaba creer que ya fuese una prometedora publicista y en cambio, se mantuviese virgen. Ni siquiera mis intentos por emborracharla en las fiestas que hacíamos en casa, servían para que acabase en la cama de alguien, aunque fuese por equivocación. Ella seguía fiel a su romanticismo. 

Sobra decir que yo era la frívola oficial del piso. Ellas consideraban que el hecho de que me acostase con quien me apetecía en cada momento y no le diese vueltas al asunto, me convertía en una mujer sin escrúpulos ni sentimiento alguno. Hasta que no tuvimos problemas serios para pagar el alquiler entre las tres y nos dimos cuenta de que necesitábamos a alguien más para compartir gastos, no fuimos conscientes de que podíamos tener cosas en común. En el mismo momento en que decidimos elegir a Santi como compañero de piso de entre más de veinte posibles candidatos, nuestros gustos se hicieron tan similares que causaban estupefacción. 

A Gemma no le gustó nada porque era heavy y vestía "en plan sucio", como ella misma lo definió. A Sonia le pareció que tenía mirada de pervertido, únicamente porque llevaba dos piercings en la ceja derecha y, a menudo, solía humedecerse los labios con la lengua (parecía una especie de tic nervioso o algo por el estilo). Y a mí, sencillamente, no me resultó atractivo a primera vista, no porque no fuese guapo (que lo era), sino porque su larga melena, que le llegaba casi a la altura de la cintura, me recordaba a la de una niña. Precisamente por todo eso, era el compañero de piso ideal, ya que ninguna llegaría a implicarse emocionalmente con él y por tanto, no habría complicaciones en nuestra tranquila convivencia. 


Sin embargo, las tres estábamos equivocadas. Santi revolucionó nuestro despreocupado mundo. Durante el primer mes, le conocimos con cierta profundidad y descubrimos a un chico de veinticinco años sensible (a pesar de su apariencia), que tocaba la guitarra eléctrica y cantaba en un grupo heavy, que leía biografías de escritores contemporáneos y al que le encantaba cocinar (nunca habíamos comido tan bien en esa casa hasta que llegó él). Tardamos dos meses más en percatarnos de que era de ese tipo de hombres que te envuelve con sus palabras, que sabe qué decir con exactitud en cada momento, que te derrite con sólo mirarte, que te dejarías cortar un brazo si con ello pudieras conseguir que te besara. 

Y nos enamoramos de él. Las tres. Y comenzó la guerra, los malos gestos y los insultos a todas horas y con cualquier excusa. Santi se mantenía neutral, en el medio, soportando las acusaciones de unas y otras, las críticas feroces y los gritos descontrolados. Su estancia en el piso empezó a resultarle muy cuesta arriba y aunque intuía el motivo de aquel ambiente terrible, se le escapaban muchas cosas. Un día le vi en su habitación haciendo la maleta: el vaso de su paciencia se había llenado. Me acerqué, le miré a los ojos y rompí a llorar; llevaba meses aguantando mucha presión y nosotras le habíamos echado de su hogar. Se quedó muy desconcertado al verme así y me pidió que me sentara en el salón con él. Las chicas estaban fuera, de fin de semana. 

Entonces, mientras él intentaba secar mis lágrimas con sus dedos, me confesó que me amaba, pero que no era tonto y se había dado cuenta de que las tres queríamos estar con él. Santi sintió un flechazo nada más verme y enseguida supo que vivir conmigo iba a ser muy difícil. No obstante, pensó que nadie se metería en medio, que los sentimientos no serían tan brutales por parte de los cuatro. Por eso, había tomado la decisión de marcharse, de permitirme que conservara a mis amigas, que recuperara la relación que tenía con ellas antes de que él irrumpiera en nuestras vidas. Rompí a llorar con más fuerza aún y entonces, él comenzó a besarme apasionadamente, mientras mi desconcierto crecía por minutos. Embriagados por la intensidad de su confesión y excitados por lo imprevisto de aquellas caricias, acabamos en la misma cama. 

A la mañana siguiente, me desperté sola sobre el colchón y al dirigirme a la cocina, me encontré una nota escrita de su puño y letra, en la que me decía adiós, para siempre. A veces, como ahora, recuerdo aquello y siento dolor, pero también le agradezco que actuase así. Me enseñó mucho más del amor y de la amistad de lo que nadie podrá mostrarme nunca. Me transmitió una idea de suma importancia: amar a alguien significa desear su felicidad, aunque eso suponga tu desdicha. Gracias a él, hoy mis dos mejores amigas siguen siéndolo y puedo decir que un día alguien me amó de verdad. Tanto como para renunciar a mí. 


viernes, 23 de noviembre de 2012

En sus sueños

Tumbado en la cama mientras leía su novela favorita, un recuerdo fugaz pasó por su mente, lo que le hizo cerrar el volumen y colocarlo con cuidado sobre la mesita de noche. Se quitó las gafas de lectura y cogió la foto de su esposa que descansaba dentro del cajón superior. No la guardaba allí porque no quisiera verla, sino más bien porque ese sencillo gesto le causaba dolor, y ya le escocían los ojos de tanto llorar. Tan sólo hacía un mes que había muerto, sumiéndole en la más profunda oscuridad y en el más denso vacío. 

Su recuerdo se remontaba a cincuenta años atrás, ambos con treinta y dos años y una vitalidad única. Teresa se hacía de rogar. Era la menor de seis hermanos varones y estaba protegida en exceso por todos ellos. Ricardo la pretendía desde hacía un año, puesto que se había enamorado de ella en cuanto la vio en la iglesia del pueblo, durante la misa de aquel domingo nublado. Él era el único hijo de un matrimonio de agricultores y, en su caso, no estaba demasiado mal visto que, a su edad, aún no se hubiese casado. Para ella era diferente: los lugareños ya empezaban a referirse a su persona como la solterona del pastor, además de por su estado civil, porque su padre se dedicaba a cuidar un rebaño de ovejas. 

Aquel día, después de largos meses de insistencia silenciosa, la suerte estuvo de parte de Ricardo.  Mientras se dirigía a la tienda de ultramarinos, coincidió por casualidad con aquella bonita mujer de ojos claros y cabello ondulado. Por primera vez desde que la conocía, caminaba sola por la calle. Cargaba con un montón de bolsas y además, llevaba un carro de la compra lleno hasta arriba. Le costaba trabajo dar dos pasos seguidos con tanto peso y él, de inmediato, se ofreció a ayudarla con la mercancía. Pasearon en silencio el tramo que les separaba de la casa de Teresa, hasta que él se detuvo de repente y la condujo de la mano hacia el interior de una calle estrecha, por la cual apenas pasaba gente. 


Ella le miró con ojos asustados, con nerviosismo, pues en el fondo, no estaba segura de sus auténticas intenciones. Ricardo se saltó todos los códigos morales de la época y sin mediar palabra, le dio un tierno y cálido abrazo, rodeándola con sus bastos brazos, muy trabajados por sus jornadas en el campo. Teresa se dejó hacer, ya que aquello le había sorprendido gratamente. Él se separó un poco y le dedicó una mirada embobada, mientras le apartaba un mechón de pelo que se le había deslizado sobre el pómulo izquierdo. Años después, ella le confesaría con cierta timidez que fue ese gesto concreto el que la enamoró y la permitió entregarse a él. Acto seguido, Ricardo reunió el valor suficiente para acercar sus labios a su deliciosa boca y le emocionó comprobar que ella no se apartaba; más bien, también le estaba besando, aunque sin abandonar del todo sus particulares miedos. Si alguien les hubiese descubierto en ese íntimo y maravilloso momento, el escándalo habría recorrido todo el pueblo. Afortunadamente, aquello sólo les perteneció a los dos, para siempre. 

Una semana más tarde y, sin que Teresa lo hubiese sospechado, Ricardo se presentó con su mejor traje de chaqueta en la puerta de la casa de su padre. Su objetivo era muy claro: quería pedirle su mano. El buen hombre, al comprobar sus buenas intenciones y lo que aquel joven amaba a su hija, aceptó la petición sin reservas. Teresa no podía ser más feliz y cuando todos les dejaron solos, no pararon de besarse y abrazarse, con una ilusión que les encendía el rostro. La boda tuvo lugar al mes siguiente y sus tres hijos (dos chicas y un chico) vinieron al mundo en los tres años posteriores. 

Ahora recordaba todo aquello y no podía evitar que las lágrimas rodaran por sus mejillas, como una pequeña cascada que bajaba por la roca de una montaña. La enfermedad había vencido a Teresa, aunque le quedaba el consuelo de haberla amado intensamente durante toda su vida. Sabía que se habían hecho felices el uno al otro, que las discusiones del día a día sólo habían sido tonterías, que habían disfrutado juntos de cada novedad de su existencia (el nacimiento de un hijo, la llegada al mundo de un nieto, los viajes para descubrir el mar, las cenas ocasionales fuera de casa). Y desde que ella se había marchado, todas las noches aparecía en sus sueños en cuanto se dormía. 

Hoy no podía ser distinto. Con su memoria en plena actividad, acabó dormido, medio destapado a pesar del frío que hacía ahí fuera. Y en sus sueños, volvió a aparecer Teresa. De nuevo, era joven, como cuando la besó por primera vez. Llevaba un camisón hasta los tobillos, blanco perla, y el cabello alborotado. Estaba junto a él, acababan de jugar a lanzarse cojines sobre el sofá de su modesta casa: en los primeros meses de matrimonio, esa fue su forma de diversión. Por eso, tenía el cabello revuelto. Aquellos ajetreados encuentros siempre terminaban con ellos haciendo el amor en cualquier parte de la casa, incluso cuando ella ya estuvo embarazada. 

Aquella visión onírica era tremendamente real. De repente, Teresa se sentó junto a él, que aparecía tal y como se encontraba en realidad: dormido sobre su cama, respirando con suavidad. Una Teresa de treinta y dos años acariciaba, con delicadeza y amor, el rostro de aquel Ricardo de más de ochenta. Se aproximó más a él y, en susurros lentos y apenas imperceptibles, le dijo: "ven conmigo, cariño. Seremos jóvenes de nuevo si permaneces aquí, a mi lado. Mi vida contigo ha sido como un sueño y qué mejor manera de acabarla que en uno de ellos. Nunca te agradeceré lo suficiente que tomaras la iniciativa aquel día en esa estrecha calle. Me convertiste en una mujer feliz.". 

Su corazón dormido se rindió frente a aquella confesión y se detuvo para siempre, con el único fin de poder reunirse junto a su esposa en el mundo de los sueños. Cuando sus hijos se enteraron de su final, días más tarde, le encontraron sobre el colchón, con el rostro relajado y la foto de Teresa apretada contra su pecho. 


jueves, 22 de noviembre de 2012

¡Qué bien viviríamos así!

En mi mundo ideal, un lugar de una lejanía inquietante, los vehículos no se alimentarían de combustible, sino de aire. Así, se acabarían las situaciones incómodas en mitad de la autovía, al quedarnos tirados por no haber llegado cinco minutos antes a la gasolinera más próxima. 
Bastaría con que el aire ambiental fuese absorbido por un diminuto orificio, situado en el techo del vehículo, junto a la antena que capta la señal de radio. Por supuesto, esto sería gratuito y garantizaría suministros de por vida, además de permitirnos escapar de los abusos de las petroleras. Sobra decir que las pistas de peaje dejarían de existir, por lo ridículo de su presencia.  Mantener un coche sería bastante más barato y mucho menos contaminante. 


Un gobierno perfecto no permitiría que las matemáticas dejasen de tener sentido al adquirir una vivienda. Desde pequeños, en el colegio, nos enseñaron la importancia de las proporciones y de las fracciones y que, por ejemplo, dos cuartos significa la mitad del total. Pues bien, si una familia lleva quince años pagando una hipoteca cuya duración es de veinte años y de repente, no pueden pagar, en mi sociedad utópica, el poder les proporcionaría de inmediato una vivienda alternativa, cuyo precio sería el proporcional al que ya llevan pagado, es decir, las tres cuartas partes del total. No tendrían que seguir pagando (puesto que ya pagaron lo que corresponde) y tendrían el hogar que se merecen. 

Mi país soñado tendría sólo tres gobernantes: el presidente de la nación, un asesor económico y financiero y un ministro que se encargase de todos los ministerios. Sus elevados sueldos se mantendrían, al estar más justificados por la cantidad de tareas que tendrían que llevan a cabo. Por fin, podríamos considerarles trabajadores y, en caso de que alguno de ellos no desempeñara sus funciones correctamente, sería despedido al momento y sin contemplaciones (tal y como nos ocurre a los empleados de a pie), y sustituido por alguien más competente. La Familia Real desaparecería del mapa y se marcharía a países como Mónaco, donde el despilfarro está bien visto e incomprensiblemente aceptado. 

En mis fantasías más oscuras, Hacienda nunca metería las narices donde no debe. España se sostendría, únicamente, con el esfuerzo de pagar impuestos. Quitando a los tres integrantes del Gobierno, todos cobraríamos el mismo salario, una cantidad estándar que nos hiciera felices y nos diera la oportunidad de sentirnos motivados en nuestros puestos. Hablo de dos mil euros mensuales, para que los que ganan setecientos sean capaces de tener una vida digna y los que arrebatan al Estado más de diez mil, entiendan que tal insulto hacia los demás no puede consentirse ni sostenerse. Todos perteneceríamos a la clase media, no habría ni ricos ni pobres, las desigualdades sociales desaparecerían, no habría mendigos en las calles y todos estaríamos satisfechos con nuestras vidas. Con ese reparto de la riqueza, el desempleo se convertiría en un mal recuerdo. 

Cada uno tendría derecho a administrar su dinero como quisiera y a comprar lo que considerara oportuno. La libertad, en todos los sentidos, estaría más establecida que nunca. El papeleo de los juzgados de todo el país sería puesto al día mediante la contratación de suficientes funcionarios y se agilizarían los juicios para que los culpables cumplieran sus condenas cuanto antes. Los okupas de centros abandonados y viviendas particulares serían desalojados en un plazo máximo de 48 horas desde que fuesen descubiertos, al igual que los inquilinos que no pagasen el alquiler. En definitiva, los tiempos de espera absurdos se reducirían casi por completo. 

La Sanidad sería sólo pública y las esperas dejarían de existir, al aumentar la plantilla de profesionales en cada centro. Las clínicas privadas repartirían sus especialistas por los hospitales e instituciones del Estado, lo que aseguraría una medicina de mayor calidad, al no existir diferencias por cuestiones económicas. Los turnos se reducirían y las guardias se repartirían entre más personas, con el objetivo de reducir los riesgos provocados por la falta de descanso de los médicos. Los diagnósticos anticipados disminuirían la mortalidad por enfermedad y la tranquilidad de los ciudadanos sería mayor. 



La calidad de vida y el Estado de bienestar estarían garantizados. La incertidumbre y el miedo por perder el trabajo o la vivienda ya no existirían al ofrecerse la oportunidad de un sueldo estable y estándar. Al vivir todos en las mismas condiciones y con los mismos recursos, ninguna empresa se vería al borde de la quiebra, pues sus ventas y su nivel de clientela estarían asegurados. El precio de los inmuebles y de los automóviles sería idéntico dentro de su misma categoría, lo que quiere decir, por ejemplo, que todos los apartamentos de tres habitaciones situados en una ciudad costera, valdrían lo mismo, fuera cual fuese la localidad precisa. 

La felicidad casi dependería sólo de nosotros mismos, pues los aspectos "prácticos" estarían resueltos. Soñar es un ejercicio que enriquece nuestros pensamientos con la fuerza de la esperanza. Y de las pocas cosas gratuitas del presente. 


miércoles, 21 de noviembre de 2012

La infidelidad natural

Según los últimos datos sobre el tema, los hombres y las mujeres somos infieles por igual. Hace unos años, los hombres nos ganaban por goleada en el inmoral acto de poner los cuernos, por culpa de la extendida idea de que ellos "tienen necesidades". ¡Como si nosotras no las tuviéramos! Éramos (y todavía somos) muy machistas, pues los cuernos masculinos se perdonaban e incluso, se aceptaban como algo inherente a su naturaleza "dominante". Hoy el cuento ha cambiado, aunque las primeras féminas infieles eran castigadas con fulminantes miradas de desaprobación, al tratarse de un hecho poco habitual y, para algunos, incomprensible. 

Ideas sexistas aparte, cabe preguntarse por qué se comete una infidelidad. Ya el simple hecho de emplear la palabra "cometer" para referirse a ello, nos indica que el propio lenguaje lo engloba dentro de la categoría de delito. Y lo cierto es que nos escondemos de los demás para no ser descubiertos; si estuviera bien, no habría de qué preocuparse. No obstante, sabemos que es algo feo, vergonzoso, un acto de debilidad y de cobardía (algunos recurren a los cuernos para huir de sus problemas personales). Pero eso no impide que suceda una y otra vez. 


Podemos distinguir dos tipos de personas infieles: las ocasionales y las reincidentes. Las primeras engañan a sus parejas puntualmente, como consecuencia de un calentón sexual irrefrenable (ya sea un impulso o un acto meditado días atrás) o una necesidad temporal; pero no vuelven a repetir, porque se arrepienten. En cambio, la gente reincidente actúa sin pensar en absoluto en las consecuencias, sólo les mueven sus instintos y visitan casas ajenas sin realizar ningún tipo de discriminación: cualquier hombre o mujer atractivos se convierten en amantes potenciales, varias veces. 

Las féminas siempre hemos sido más emocionales que ellos. Cuando un hombre se nos pone por delante, nuestro cerebro lo compara de forma inconsciente con nuestra pareja, destaca los atributos de ambos, el tipo de comunicación que mantenemos con cada uno y, en ocasiones, la balanza se inclina por el nuevo amigo. No obstante, antes de plantearse la posibilidad de unos cuernos, la mujer es infiel de pensamiento y entra en reflexiones que confunden sus sentimientos por completo. Entra en una espiral de querer y no poder o de querer y no deber, pero cuando se da cuenta de que su vida será más rica si se arriesga, no hay punto de retorno. 

Los motivos para estar con otra persona son completamente opuestos en ellos y en nosotras. Nosotras buscamos comprensión, cariño, comunicación, expresividad y que nos hagan reír, pero todo eso, con la rutina y las preocupaciones diarias, tiende a pasar a un segundo plano en el seno de cualquier pareja. Y ahí es cuando aparece el chico nuevo, esa personalidad distinta que tanto contrasta con la de nuestro novio (siempre contrasta demasiado), esa novedad que nos permite flotar sobre una nube imaginaria pensando en otras sensaciones y otros estímulos emocionales. Y a las pocas semanas (con suerte, meses) acabamos en la cama del nuevo. Con una culpabilidad posterior, que no tiene parangón y que perdura en el tiempo. 

Sin embargo, los hombres funcionan de otra manera. Ellos son mucho más sencillos que todo eso. Si conocen a alguien que les atrae físicamente y que les muestra interés sexual durante semanas, terminan por caer rendidos a sus pies, aunque la mujer que les espere en casa tenga mayor cociente intelectual que su amante. Son más primarios, les motiva más el tema físico (a nosotras también, pero va en equilibrio con otros aspectos) y no suelen sentir remordimientos (lo máximo que hacen es regalar flores o bombones a sus parejas para mitigar su propia culpa; un tópico que genera sospecha). Otra cosa es que se enamoren de la nueva mujer con la que comparten sábanas, lo que les plantearía la posibilidad de abandonar su estable vida.  

La auténtica amenaza futura para el amor son los cuernos. Hoy en día, muy pocas parejas permanecen blindadas a la posibilidad de una infidelidad, ya sea por una de las partes o por ambas. Es fácil pensar que, antes de irse con otras personas, es mucho mejor romper la relación. No obstante, la falta de comunicación puede incitar la búsqueda fuera de aquello que extrañamos dentro, cuando sería mucho más productivo hablar de ello con el compañero de vida. El amor se mantiene fruto del trabajo constante, con el objetivo de conservar la emoción del principio, pero no todo el mundo es capaz de hacer ese pequeño esfuerzo. 


La existencia es prolongada y todos hemos tenido o tendremos las ganas de estar con otra persona que no sea nuestra pareja, al menos una vez en toda nuestra vida. Es una idea más natural de lo que pudiera parecer, porque los animales tienen varias parejas sexuales a la vez. Los seres humanos también somos animales (aunque racionales) y quienes defienden la infidelidad suelen sostener que la monogamia es una decisión que va en contra de la naturaleza. En ciertas culturas, no está mal visto que un hombre tenga varias esposas, aunque en la sociedad occidental no se contempla. 

No obstante, las personas tenemos sentimientos. Al poner los cuernos, no sólo debemos tener en cuenta nuestros propios deseos y placer sexual, sino también cómo se sentirá la persona engañada cuando se entere (si es que llega a enterarse). Hay gente realmente hipócrita, que se mantiene infiel durante largas temporadas, y que afirma seguir con su pareja por costumbre o comodidad. Otros tienen la poca vergüenza de sostener dos relaciones estables al mismo tiempo, incluso tres (es sobrecogedor su poco valor como personas). 

No disculpo, ni por asomo, a los infieles, pero debo considerar un aspecto que desencadena el engaño. Si una pareja no nos da lo que necesitamos, nuestro afán por tenerlo todo nos empuja a buscarlo en otra parte. Somos egoístas, es una triste verdad. Con frecuencia, pensamos antes en nosotros mismos y nuestros deseos, que en la persona que nos acompaña. Somos tan poco inteligentes, que caemos en la tentación que el demonio nos ofrece, antes de dialogar con la persona que amamos. Y pocos se salvan de cometer este error. 


Nos encanta lo prohibido, aquello que es, en apariencia, inaccesible. Al estar mal visto, nos atrae todavía más, porque nos provoca un morbo muy difícil de controlar. La curiosidad y la novedad son nuestras peores enemigas en circunstancias de confusión y de pérdida. Si estamos pasando una mala racha y aparece por la puerta un enorme y delicioso caramelo, es complicado decir que no. La dinámica de los mensajes furtivos enviados al móvil, las llamadas a escondidas y los encuentros clandestinos nos cargan de adrenalina y de diversión, aunque se trate de un arma de doble filo. 

Por último, hago referencia a mi persona y después de haberme dejado llevar por el pecado en una ocasión en mi vida, puedo afirmar con rotundidad que se pierde mucho más de lo que se gana. Nadie, en su sano juicio, debería anteponer los placeres carnales al amor, ya que los sentimientos están por encima de cualquier cosa. El peso de los cuernos persigue al reincidente hasta convertirle en un desgraciado. Quien engaña suele ser más inseguro e infeliz que el engañado. El que se mantiene fiel demuestra que la verdad sigue siendo el mejor trayecto hacia la dicha.