jueves, 30 de agosto de 2012

Altibajos

Hace muchos años, se conocía como psicosis maníaco- depresiva, pero hoy su nombre es trastorno bipolar. Se trata de una enfermedad mental que consiste en una alteración del estado de ánimo, al producirse una inestabilidad en las áreas del cerebro responsables de que las emociones se mantengan regulares. La definición más sencilla para esta dolencia es que supone pasar de un estado de depresión a un estado de euforia o exageración, y viceversa. El afectado siente como su vida cambia por completo, debido a estos picos emocionales. 

CARACTERÍSTICAS
La persona afectada alterna una fase de depresión, en la que predomina el desinterés, la falta de energía, una gran tristeza, desesperación y exceso de sueño, con otra fase de manía o hipomanía (según su intensidad) caracterizada por la hiperactividad, ideas de grandeza, irritabilidad, exceso de energía y una disminución de la necesidad de dormir. 


Durante la depresión bipolar, el individuo no tiene ganas de hacer nada y percibe el mundo como un lugar hostil, exigente y lleno de murallas infranqueables. Se siente inmerso en una sensación generalizada de fracaso y considera que el futuro será aún peor, ya que cree que no conseguirá alcanzar sus objetivos vitales. El deseo sexual puede llegar a desaparecer por completo y se pueden experimentar dudas con respecto a la pareja sentimental. 

En cambio, durante la etapa de manía, las sensaciones son muy distintas. El paciente puede sentirse eufórico, optimista, con una confianza absoluta en sí mismo y sin capacidad de apreciar las consecuencias negativas de sus actos. Pero también, puede que no esté contento, sino nervioso, inquieto, irritable o que, incluso, se muestre intolerante. Por tanto, la manía no es euforia exactamente, sino más bien exaltación, agitación y exageración. La hipomanía es como la manía, pero menos intensa y sin síntomas psicóticos, y es un estado muy inestable en el que el afectado tiene una mayor autoestima, es más sociable, tiene más energía y más creatividad, pero de repente, todo eso puede dar paso a confusión, una actitud social inadecuada o inquietud. 

El estado de ánimo está controlado por una zona concreta del cerebro, el sistema límbico, también conocido como "cerebro emocional". Esta parte cerebral se encarga de mantener las emociones estables, regulares y coherentes con lo que sucede en el mundo exterior. Es decir, si tiene lugar un acontecimiento negativo, lo lógico será que el individuo se sienta triste o frustrado; en cambio, ante buenas noticias, el ser humano reaccionará con alegría. Cuando el sistema límbico sufre algunas disfunciones, se produce el trastorno bipolar. Así, se producen cambios en el ánimo que no tienen nada que ver con estímulos exteriores, sino con cambios biológicos que tienen lugar en el cerebro

Según la Organización Mundial de la Salud, se trata de la sexta causa de discapacidad en el mundo. Con frecuencia, este trastorno se ha vinculado a personas con gran inteligencia y genialidad, ya que artistas como Van Gogh, escritores como Virgina Wolf o Víctor Hugo y el presidente británico Churchill, entre otros, la han padecido. 

TIPOS
Aunque los especialistas no se ponen muy de acuerdo, podemos hablar de cuatro tipos o variantes de este trastorno:
- Trastorno bipolar I: se produce en aquellas personas que han sufrido un episodio maníaco junto con un episodio depresivo. 
- Trastorno bipolar II: se da en casos de depresión mayor junto con, al menos, un brote de hipomanía. Es más difícil de diagnosticar. 
- Ciclotimia: se produce cuando se dan numerosos episodios de depresión (no es depresión mayor) y de hipomanía. Pueden tener lugar ciclos rápidos (cambios en el estado de ánimo unas cuatro veces al año), ultrarápidos (cambios varias veces a la semana, o incluso al día) o lentos. 
- Trastorno bipolar no especificado: es todo aquel trastorno bipolar en el que no se cumplen las características de los tres tipos anteriores. 


Más de dos tercios de las personas que sufren esta enfermedad han tenido, al menos, un pariente próximo con esta dolencia o con algún tipo de depresión. 


MEDICACIÓN Y TERAPIA
El tratamiento para esta enfermedad está compuesto por medicamentos farmacológicos, entre los que destacan los llamados antipsicóticos atípicos, como la quetiapina o a la olanzapina, que se combinan con el litio y otros elementos estabilizadores. Como tratamiento psicológico, la psicoeducación para el individuo y sus familiares y amigos ha demostrado su eficacia para evitar o reducir los nuevos ingresos hospitalarios o las recaídas, al actuar en conjunto con la medicación adecuada. El objetivo es disponer de toda la información posible acerca de la enfermedad. 

Es una dolencia crónica, pero con ayuda del tratamiento, el afectado puede llevar una vida totalmente normal, con períodos prolongados de estabilidad. También, es fundamental la colaboración y la voluntad del individuo para una evolución positiva. 


martes, 28 de agosto de 2012

Los mosquitos imaginarios

Primera noche en una cama que no es la mía. En el seno de un entorno ligeramente hostil, a merced de posibles animales nocturnos de diversa consideración, me tumbo sobre el colchón, que está muy caliente por culpa de unas elevadas e insoportables temperaturas diurnas. Tengo mucho sueño, y además, ganas de dormir. Albergo la falsa impresión de que mi cuerpo caerá rendido en pocos minutos, tal y como suele ser habitual en mi persona. 

Cuando el descanso reparador parece adueñarse de mi ser, de repente empiezan a picarme los brazos y las piernas con insistencia. De inmediato, pienso en posibles insectos, pequeños y molestos, pero al siguiente segundo, recuerdo que tengo puesta la mosquitera en la ventana y, por tanto, no puedo contemplar esa opción. Enciendo la luz para mirarme la piel y no veo absolutamente nada. ¿Me invento las sensaciones?

El picor es muy real y no puedo eludirlo, aunque intento no rascarme. Cuando trato de conducir mis pensamientos hacia otros derroteros, la sensación de escozor se intensifica y ya sí que no puedo dejar de aliviarla. Y cuanto más me rasco, más me pica y más me muevo sobre el colchón. Qué horror. Qué desasosiego. 

Es difícil determinar la velocidad o lentitud con la que transcurren los minutos y las horas. A medida que las picaduras psicológicas, que se producen en tiempo real, van recorriendo mi piel, empiezo a pensar que se está haciendo muy tarde y yo sigo sin pegar ojo. No puedo creer que sólo sean imaginaciones mías. 

El picor es persistente, pero ni asomo de la hinchazón que se forma en la dermis cuando un mosquito hace de las suyas. No obstante, descubro varios ronchones previos a mi decisión de acostarme. ¿Acaso me han picado mientras estaba despierta? ¿Cuándo y cómo se han atrevido, sin que me diese cuenta? ¿Qué hago perdiendo el tiempo así, cuando debería estar durmiendo?

Empiezo a agobiarme porque estoy agotada, pero tengo los ojos abiertos de par en par. Gotas de sudor resbalan por mi frente y un calor generalizado se hace dueño de mi cuerpo confuso. No entra ni una porción de aire por la ventana, por culpa de la maldita mosquitera, que no cumple la función por la que se colocó ahí en su día. O me estoy volviendo loca o realmente, hay mosquitos en mi cama, y por todos los rincones. En lo más profundo de mi delirio, me parece ver al fondo de la habitación una mosca gigante que me dirige una mirada intimidatoria. 


lunes, 27 de agosto de 2012

Conejillos de indias

A día de hoy, existen unas pautas éticas a la hora de llevar a cabo investigaciones con seres humanos. El primer documento sobre este tema fue el Código de Nuremberg, que se promulgó en 1947, después del juicio que se realizó a los médicos que experimentaron con prisioneros de la Segunda Guerra Mundial sin su consentimiento. En 1966, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó el Acuerdo Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos, en uno de cuyos artículos se recoge lo siguiente: "nadie será sometido a tortura o a un tratamiento a castigo cruel, inhumano o degradante. En especial, nadie será sometido sin su libre consentimiento a experimentación médica o científica". 

El Estudio de la Sífilis de Tuskegee, llevado a cabo por el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, es uno de los ejemplos de que, antes de ese acuerdo, los derechos humanos importaban más bien poco. La investigación quedaba muy por encima de la salud de los más inocentes. 

LA INFECCIÓN
La sífilis es una enfermedad de transmisión sexual, que se contrae cuando una persona entra en contacto directo con una úlcera sifilítica, que suele aparecer en la vagina, el ano o el recto, aunque también puede aparecer en la boca y los labios. Las mujeres embarazadas que padecen esta enfermedad pueden transmitírsela a sus bebés. Durante años, no aparecen síntomas y éstos pueden darse hasta treinta años después de haberse producido el contagio. 

Si se detecta la enfermedad a tiempo, su curación es fácil. El paciente que la sufre desde hace menos de un año necesitará una única inyección intramuscular de penicilina, y si lleva enfermo más tiempo, precisará dosis complementarias. Por medio de este tratamiento, no se eliminan las úlceras, pero sí se destruye la bacteria que las ocasiona y se evitan futuras lesiones. El preservativo sólo protege del contagio si cubre la zona infectada. 

EXPERIMENTO DE TUSKEGEE
En 1932, esta enfermedad estaba muy extendida por el sur de Estados Unidos, por lo que se inició un estudio con el objetivo de analizar su evolución. Investigadores y médicos acudieron al único hospital de la zona que atendía a personas de raza negra, situado en Tuskegee, en el condado de Macon (Alabama). Allí, prometieron a todos los pacientes que les harían revisiones médicas, les darían una comida caliente diaria y 50 dólares en caso de muerte para que pudieran pagar su propio funeral, a cambio de que recibieran un tratamiento para hacer frente a la sífilis. 


Así, reunieron a 399 hombres afroamericanos afectados por esta enfermedad y a 201 que no la sufrían, con el fin de comparar la longevidad de ambos grupos y estudiar a fondo las distintas etapas de la sífilis. Lo más grave de los numerosos errores que se cometieron fue que, en realidad, no se administró ningún tratamiento a los enfermos, con el objetivo de ver la evolución real de la infección. Por supuesto, los afectados desconocían este hecho, ya que recibieron medicamentos placebo

Al principio, la sífilis se trataba con arsénico y bismuto, pero no eran demasiado eficaces. En la década de los años cuarenta, ya se había descubierto la penicilina y en 1947, se sabía que era totalmente eficaz para detener la enfermedad y evitar posibles dificultades. No obstante, este tratamiento se aplicó sólo a quienes sufrían otro tipo de infecciones, pero no a los participantes del experimento, a quienes, además, se les ocultó cualquier dato sobre este nuevo medicamento. Fue una decisión deliberada de los científicos. 

Clinton con uno de los afectados de Tuskegee
Los nombres de los enfermos de sífilis estaban bien anotados, para que los médicos que no conocían el experimento no dieran al traste con aquel estudio cruel. Al no recibir penicilina, los pacientes veían reducida su esperanza de vida en un 20%. Además, se observó que, sin tratamiento, la tasa de mortalidad de los enfermos era el doble que la de quienes padecían otras infecciones, y se pudieron conocer con más detalle las fases de la enfermedad. 

Por si esto fuera poco, los afectados no recibieron información alguna sobre la dolencia que sufrían (sólo se les dijo que tenían "mala sangre"), desconocían que se les practicaría una autopsia en caso de que murieran, no sabían que formaban parte de una gran investigación y, por supuesto, no se les pidió consentimiento. Se trataba de ver cómo la sífilis deterioraba y mataba poco a poco a los afectados, que eran casi analfabetos y vivían en la pobreza. A mitad del experimento y para garantizar su continuidad, varios médicos enviaron más de 400 cartas a posibles participantes, con el título "Última oportunidad para recibir tratamiento gratuito especial". 
Jean Heller

Cuarenta años después del comienzo del experimento, en 1972, la periodista Jean Heller destapó el escándalo en el Washington Evening Star, lo que provocó el final del estudio. En 1973, la National Association for the Advancement of Colored People (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color) ganó un juicio por esta causa y consiguió 9 millones de dólares, que se repartieron entre los supervivientes del estudio, las viudas infectadas y sus hijos, aunque ningún investigador fue sancionado. 

En 1997, este caso se llevó al cine, con la película titulada Miss Evers´ Boys. El 16 de mayo de ese mismo año, el presidente americano, Bill Clinton, se disculpó públicamente en Tuskegee ante los ocho supervivientes del estudio, con estas palabras: "el gobierno de los Estados Unidos hizo algo incorrecto, profunda y moralmente incorrecto. Fue una atrocidad hacia nuestro compromiso con la integridad y la igualdad para todos nuestros ciudadanos... claramente racista". 

Hoy, el Estudio Tuskegee se considera uno de los más graves casos de incumplimiento de ética y confianza entre un médico y sus pacientes. 


viernes, 24 de agosto de 2012

Cosas de pueblo

Hace cinco días que abandoné la civilización, tal y como la conocemos. Dejé la gran ciudad, las aglomeraciones, el ritmo frenético diario, el estrés generalizado que controla este mundo, cada día más dominado por las máquinas. La paz que se respira en los pueblos no se puede comparar con casi nada, tan sólo con el bienestar que una siente cuando sale de un centro de belleza, de esos que te aplican chorros de agua fría y caliente por todo el cuerpo y en los que te dan un zumo de melocotón antes de marcharte. 

Plaza de Zarza Capilla (Badajoz)
Reconozco que las primeras veinticuatro horas fueron difíciles. Sentirme rodeada de ovejas, tierras cultivables, insectos, burros y gatos abandonados me causaba una sensación de vacío que me cuesta explicar. Me aburría demasiado, más de lo que había imaginado, y no sabía cómo poner fin a aquellos instantes de hastío. En condiciones normales, habría ocupado mi tiempo navegando por Internet a través de mi teléfono móvil, pero en aquellas tierras perdidas, no podía ni plantearme esa actividad. Menos mal que tenía lectura suficiente. 

La conexión a la Red era precaria; de vergüenza ajena. En pleno siglo XXI y con semejantes dificultades para acceder a una triste página web o para consultar el correo electrónico. Tal era mi frustración, que en ocasiones, me daban ganas de tirar el móvil al huerto y que los bichos rurales lo destrozaran a su antojo. Una no es consciente de las comodidades tecnológicas de las que dispone hasta que llega a un lugar sin apenas cobertura ni cables suficientes que faciliten la comunicación a distancia con el resto de la sociedad. De repente, te conviertes en alguien insignificante, escondido en un pueblo recóndito, sin amigos ni familia con la que relacionarte (que vuelvan a popularizarse las cartas, por favor). 

Era muy triste observar cómo mi primo y yo buscábamos rincones específicos de la casa o sus inmediaciones para recibir por Whatsapp las respuestas de amigos y familiares a preguntas que habían sido formuladas hacía, por lo menos, cuatro horas. Una pequeña señal en la pantalla nos suponía todo un fenómeno de la tecnología moderna, dada su brevedad. 

Zarza Capilla La vieja
Es curioso que en los pueblos todo se intensifica. Somos más conscientes del tiempo y de su valor. Nadie se plantea hacer absolutamente nada desde las tres hasta las seis de la tarde porque son las horas sagradas de la siesta. Los dos primeros días me sentí afortunada por tener algo que hacer: menos mal que echan las reposiciones de La que se avecina. Después, al cuarto día, a pesar de haber dormido una barbaridad durante la noche, caí rendida en la cama en cuanto me comí una perruna como postre al mediodía. Sería por el azúcar o por el aburrimiento; lo ignoro. 

Aburrirse lejos de donde uno vive no está tan mal. Es una inactividad distinta, es como no llegar a cansarse de no hacer nada del todo, porque la novedad de esos parajes convierte el disgusto en una media sonrisa. Bichos que habitualmente me habían pasado desapercibidos, en esos días se transformaron en seres repugnantes, cuya única presencia casi me provocaba arcadas. Nunca había sentido tanto asco al percatarme de que multitud de hormigas se adueñaban de mi pie y empezaban a ascender por una de mis piernas. Es lo que acontece cuando se pisa un hormiguero, en mitad de un huerto, en pijama y con chanclas. Qué ocurrencias. 

Y eso por no mencionar la cantidad de picaduras que decoraron mi piel. Es lógico pensar que si está puesta la mosquitera en la ventana, es complicado que entren insectos. No obstante, la cosa se complica cuando los bichos son microscópicos, imperceptibles para el ojo humano. Unos seres diminutos que generaban picores muy molestos y enormes ronchones dignos de arañas de patas largas y cuerpos peludos. Una incoherencia entre el tamaño del bicho y las consecuencias de la picadura. 

Iglesia San Bartolomé, Zarza Capilla
Dejando aparte las avispas, abejas y tábanos que también habitan allí, el cementerio de mi pueblo es, para mí, un rincón especial. Mi abuela y mi tío abuelo están enterrados allí, y al tratarse de un espacio pequeño, bastante más reducido de los que hay en las grandes ciudades, genera una intimidad genuina. A eso hay que añadir las historias que todo el mundo conoce acerca de los muertos que allí descansan. Las causas de fallecimientos injustos o prematuros se mezclan con suposiciones que se acercan más o menos a la verdad. Es información en estado puro que alimenta mi vena periodística. 

En los pueblos, todo está próximo. Abandonas tu casa y de inmediato, te encuentras en la calle. En verano, sales con tu silla a tomar el aire y nadie te mira raro; si pruebas a hacerlo en la ciudad, en algún parque, eso es otro cantar. Allí, todos los vecinos se saludan e, incluso, si no te conocen, se paran para dispararte todo tipo de preguntas más o menos indiscretas. En la ciudad, aquel que vaya por ahí saludando a diestro y siniestro será tomado por un loco. 

No existen ni puertas ni ventanas. Todo el mundo se asoma a cotillear e incluso entran en casa, movidos por una curiosidad que no pueden controlar. La mayoría de sus habitantes son ancianos con grandes anécdotas que difundir y que se llevarán a la tumba un pedazo de la historia rural. 

Para finalizar, no puedo callarme que lo que peor he llevado este año ha sido descubrir que quien tenía la churrería oficial en mi pueblo, ahora es el alcalde y ya no hace churros. No hay derecho, hombre.  


viernes, 17 de agosto de 2012

A ellos

Por un momento, existió la peligrosa posibilidad de que me hubieran puesto Sheila. Era un nombre (a mi juicio, horrible) que le gustaba a mi madre, en el que había pensado antes de que yo naciera, pero recapacitó y me asignó el nombre correcto; menos mal. Una de las cosas que he heredado de ella es la indecisión: no hacemos más que cambiar de opinión constantemente en los temas menos relevantes. Hoy agradezco su cambio de parecer en cuanto a cómo llamarme. 

Mi padre es más firme en su actitud. Es tranquilo, habla con mucha calma y, normalmente, sus gestos y su postura transmiten más que sus palabras. Mientras que mi madre parece un torbellino, puro nervio, de un lado para otro de la casa (no puedo constatarlo, pero seguro que podría hacer más de tres actividades a la vez), mi padre camina despacio, con parsimonia, no se altera por casi nada y vive en un estado perpetuo de relajación y paz. 


Soy una mezcla de los dos (si no hubiera sido así, quizá me habría preocupado). Me gusta estar tranquila, inmersa en mi mundo particular de tareas en las que sólo yo puedo participar: leer, escribir, dibujar. Y soy aficionada a la soledad voluntaria. Me siento identificada cuando mi padre se marcha él solo a pasear y se dedica a coger autobuses por el mero placer de coger el transporte público (esta curiosa costumbre, a su vez, él la heredó de su padre). A veces, necesita distraerse por sí mismo y apartarse de los demás, al igual que yo. 

Mi madre me ha transmitido la agitación (a veces, me llama "ciclón" porque no paro quieta) y la capacidad de dar cariño a los que quiere. Ella es una fuente inagotable de mimos, abrazos, besos y caricias. Suelo pedirle que me haga cosquillas lentas (de las que me hacía mi padre cuando era pequeña), pero enseguida se cansa. Alguna vez hemos jugado los tres a adivinar quién hacía cosquillas a quién, en función del tamaño y la suavidad o aspereza de las manos.  

Igual que me sucede a mí, a mi madre no le gustan los bebés ajenos. Me explico: si el bebé fuera su hijo o su nieto (todo a su tiempo), le encantaría. En cambio, si el grado de parentesco es inferior a eso, le gusta para un rato y con reservas. No es de estas mujeres que no hacen más que soltar gritos casi inaudibles cada vez que ven una criatura en plena calle. Mi madre es una mujer discreta, correcta, ordenada y tiene todo lo que le rodea bajo un sano control. Es una persona ejemplar. 

Creo que les debo completamente a mis padres mi equilibrio mental. Mi padre, con sus actos (que ya de pequeña trataba de imitar) me ha ayudado a enfrentarme a la vida, pues no ha estado encima de mí, no me ha agobiado, no me ha gritado. Sólo recuerdo que me haya levantado la zapatilla una o dos veces cuando era pequeña, y sin tocarme con ella, ya era más que suficiente para dejarme las cosas claras (el aviso zapatillero era definitivo para que yo dejara de dar guerra). Me mostró el camino para sentirme sana, pues él dejó de fumar casi sin esfuerzo y empezó a correr. Hoy es un gran deportista, que come sano y se cuida. 
Por su parte, mi madre me enseñó que no hay que llorar por ningún hombre, y en su día, me impactó su frase "¡¡Vamos, no fastidies!! ¿Vas a llorar por un tío?", una sentencia que no se olvida, y que me hizo sentir imbécil derramando lágrimas por alguien que me había encontrado en la calle. 

Desde el apartamento de Calpe
Ellos han sabido buscar la fórmula perfecta para mimarme lo justo sin convertirme en una niña malcriada que no sabe nada de la vida ni valora el esfuerzo que requiere conseguir las cosas. Y tiene mérito, porque cuando le das mucho a un hijo, tiende a volverse insoportable. Me han dado caprichos, me han ayudado económicamente siempre que me he visto en situaciones críticas y me han abierto salidas satisfactorias para poder plantearme un futuro decente. Y además, me han educado para que aprecie lo que tengo y no ambicione más de lo que podría estar a mi alcance. 

Otro aspecto fundamental es su capacidad de ahorro. Estoy segura de que podrían llegar a convertir un billete de cinco euros en uno de diez, y sin magia. No obstante, nunca han renunciado a viajar, darse caprichos y cenar fuera de vez en cuando, pero gracias a lo poco que han ahorrado a lo largo del tiempo (como si fueran hormigas trasladando su comida a la cueva para hacer frente al invierno), tienen mucho más de lo que algunos quisieran. Les admiro por ello. 

El otro día leí que muchos decimos que nuestros padres son los mejores del mundo, pero que, sin duda, los que así lo manifestamos, estamos en lo cierto. Pocos padres se sacrifican por sus hijos como lo han hecho los míos (conozco casos de progenitores que les cobran alquiler o les venden sus casas a sus vástagos, sin sufrir ningún apuro económico que justifique tal acto recaudatorio). Otros desean con fervor que sus hijos abandonen el nido de una vez, aunque no dispongan de los medios adecuados para lanzarse a la aventura. En algunas familias, incluso, la comunicación es tan precaria, que sus miembros actúan como verdaderos desconocidos. 

Al ser hija única, he tenido la ventaja de tener a mis padres a mi entera disposición. Nos comunicamos, nos reímos, nos contamos hasta las cosas más íntimas y hacemos bromas. Somos una familia auténtica, un nexo emocional irrompible, un vínculo amoroso intacto. El cariño personificado en mi madre y mi padre, cuya compañía no cambio por nada. Os quiero. 


jueves, 16 de agosto de 2012

Valentía emocional (segunda parte)

Germán, su adorado amigo, con el que compartía todo: sus penas, sus alegrías, aquello que le impedía dormir plácidamente por las noches, los motivos de sus llantos en momentos puntuales de tensión, lo que le revolvía el estómago o lo que le causaba placer. Obviando los aspectos más íntimos de su vida, le confiaba hasta lo más mínimo de su ser, exceptuando una cosa más, lo más importante: que llevaba ocho años amándole. 

Después de haberse pasado el día rememorando los efímeros meses a su lado, frente a la actitud impasible de él, Elena había caído rendida en la cama de la habitación que su amigo le había asignado. Había quedado atrapada en los brazos de Morfeo mientras pensaba en la enorme capacidad que él tenía para comportarse como si nunca hubiera ocurrido nada entre ellos, como si siempre hubieran sido sólo amigos del alma. Qué equivocada estaba. 

Eran las cuatro de la madrugada. Germán llevaba dos horas sentado a oscuras en el cuarto. La observaba en silencio, sin poder apartar sus cautivadores ojos azules de ella, al tiempo que Elena se movía con suavidad al ritmo de su sosegada respiración. Aquel relajado rostro y esos jugosos labios escondían más secretos de los que él podía soportar, de los que quería creer. Había interpretado su mejor papel durante aquellos años; no lo habría hecho mejor ni siquiera en la obra teatral de la que formaba parte en el colegio. Se sentía absurdo mirándola sin atreverse a decirle ni una palabra. 


Ella era la mujer más auténtica y especial que había conocido. La única que le había mirado como se mira a alguien de quien se está enamorado. Su error fue no verlo, al sentirse aturdido aún por la muerte de su novia anterior, embarazada de cuatro meses y con la que iba a casarse. Había tardado todos esos años en comprender que aquella desdichada no había sufrido un accidente, sino que se había suicidado al no poder escapar de su destino junto a un hombre al que no quería. Su hipocresía se llevó con ella al hijo de Germán, sin darle la oportunidad siquiera de saber si hubiera sido niño o niña. Nadie conocía aquella parcela de su existencia, aquel trauma que por fin había cicatrizado. Por supuesto, Elena tampoco. 

Su amor había fracasado por su culpa, al considerar que Elena sería únicamente un parche en su corazón pinchado. Sin embargo, su deporte favorito había sido engañarse a sí mismo, con sus ridículas ansias de independencia y su falsa convicción de querer permanecer solo. Atormentado, con dolor de cabeza y atrapado en el arrepentimiento por tantos años malgastados, se había quedado dormido en aquella silla de mimbre, sin ser consciente de que, por la mañana, sería descubierto allí en cuanto ella se despertara. Y fue justamente así. 

Elena estaba sorprendida. ¿Qué hacía él allí? Tenía una amplia habitación en la que podía dormir a pierna suelta y, en cambio, había optado por aguantar toda la noche incómodo, con la espalda torcida y la cabeza apoyada en el respaldo hacia un lado. Germán abrió los ojos poco a poco, confuso, y enseguida, depositó su mirada en ella como si la estuviera viendo por primera vez. La confusión dejó pasar a la tristeza y ésta liberó las lágrimas de sus ojos. 

Ella parpadeó sin poder creer lo que veía, se levantó de la cama rápidamente y se agachó junto a él. No se atrevía a preguntarle qué le ocurría, sólo permaneció inmóvil a su lado hasta que Germán reclamó su contacto al extenderle los brazos. Elena se sentó entonces sobre sus piernas y le abrazó. Los amigos estaban para eso, aunque ese roce le hiciera más daño del que él, aparentemente, pudiera imaginar. Las lágrimas estaban mojando su pijama de color azul claro, pues se había recostado sobre su hombro como si fuera un niño indefenso. Ella seguía sin comprender nada. 

Entonces, Germán se separó un poco y la besó en los labios. Elena empezó a temblar de pies a cabeza y él tuvo que percibirlo. Recordaba perfectamente sus labios y sus manos ansiosas, que en ese momento, sólo le rodeaban la cintura. No sabía muy bien lo que estaba sucediendo, pero prefería dejarse llevar, no cuestionarse nada. De repente, él se acercó a su oído y le susurró: "siempre he estado enamorado...de ti".

No hicieron falta más palabras para Elena. Aquello era mágico. Fue una pena descubrir que sólo lo había soñado y que acababa de despertarse en su propia casa, sola, y empapada en sudor. Su encuentro con Germán había sido una mentira de su cerebro. Una burla cruel. 


Juventud con iniciativa. Entrevista

Raquel Martín: "Lo que ofrezco, ante todo y en grandes cantidades, es ilusión"

Es licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid (en especialidad clínica y educativa), profesora en el Programa Estrella del colegio Santa Isabel (SEK) de Madrid (especializado en la intervención a niños de altas capacidades) y monitora de Curso de Verano en ese mismo centro. Raquel Martín Martínez se atreve con todo lo que le pongan por delante y no se detiene en su avance hacia un exitoso camino profesional. Forma parte del grupo de jóvenes de nuestro país que ven negro su futuro por la falta de oportunidades debido a la crisis económica. No obstante, ella no se achanta, ya que ha montado por su cuenta un pequeño negocio de venta de broches, muñecos de fieltro, cajas de madera, separadores de libros y mil artículos más, todos realizados a mano por ella misma. Un auténtico ejemplo de creatividad para intentar salir del agujero. Un ejemplo que muchos ya empiezan a seguir. 

¿    Qué ofreces y qué esperas conseguir?
Lo que ofrezco, ante todo y en grandes cantidades, es ilusión. Si alguien desea tener o regalar algo específico o personalizado, que sepa que puedo llevar a cabo sus peticiones. Me encantan los retos e investigar con el fieltro y otros materiales que también utilizo, pero que tengo que investigar más a fondo.
Quiero, poco a poco, aumentar mis creaciones, aprender y que la gente pueda disfrutar con ellas.


      ¿Qué opinas de la gente como tú, que decide crear negocios alternativos para luchar contra la crisis? ¿Crees que son los negocios del futuro?
     Bueno, lo mío no puede llamarse negocio estrictamente, pero sí es una forma de conseguir un dinero adicional y disfrutar con el proceso. Creo que las personas que innovan y tienen el valor de comenzar un nuevo negocio en estos tiempos son admirables, porque luchan por lo que quieren y no se rinden.
Yo aún estoy comenzando y aprendiendo, pero hay mucha gente que posee mucho talento y es bonito que lo sepan utilizar para hacer lo que les gusta y poder vivir de ello.
Con las pocas opotunidades que se tienen y que nos dan, creo que son negocios que cada vez van a proliferar más, porque necesitamos sobrevivir de alguna manera. Además para ser explotados por otros recibiendo por ello una miseria de sueldo, es preferible ser tu propio jefe y aguantarte a tí mismo en vez de a otros que lo único que pretenden es  pisarte y dejarte sin dignidad, ya que no les importas en absoluto.


¿Cuáles son tus expectativas a largo plazo?
En estos tiempo que corren, yo no hablaría de expectativas, hablaría más de un deseo o un pequeño sueño de futuro. La psicología me encanta, es un campo fascinante del que siempre se aprenden cosas, pero creo que si me pregunto a mí misma de corazón y cierro los ojos, me imagino en un pequeño local con encanto, rodeada de manualidades, oliendo a madera y trabajando con mis propias manos. Qué le vamos a hacer, ¡no lo puedo evitar! Me encantaría poder decir cada mañana "¿qué voy a hacer hoy?"o "¿qué idea que me ronda la cabeza voy a poder llevar a cabo?"
La verdad es que no quiero tener tampoco demasiadas expectativas, tengo algunos frentes abiertos y creo que la vida me irá llevando por el camino correcto y sabré escoger entre las oportunidades que me vaya encontrando y, aunque a veces me preocupe, como todo el mundo, en verdad quiero ser positiva y tener esperanza en que todo saldrá bien.


Si volvieras atrás, ¿habrías estudiado una carrera igualmente o habrías optado por otros caminos más prácticos orientados a buscar un empleo? ¿Por qué?
En algunas ocasiones, pienso que he malgastado tiempo de mi vida para verme ahora en el paro, pero son momentos pasajeros. No me arrepiento nada de haber estudiado psicología, creo que he aprendido muchas cosas valiosísimas que puedo utilizar en mi vida y que además me ayudan y ayudarán a comprender mejor otros asuntos.
Además, si no lo hubiera hecho, me habría perdido otras cosas, como las amigas que allí encontré, que me han enseñado tanto. De hecho, gracias a la amistad con una de ellas, nació Remiendos.
Sí pienso que me gustaría estudiar otra cosa ahora, algo relacionado con las manualidades y la costura porque me fascina, pero no por ello reniego de los conocimientos y experiencias que he adquirido en la facultad estudiando psicología.
Además, nunca es tarde. Así que, quién sabe, puede que dentro de poco esté estudiando patronaje, corte y confección o algo relacionado con la madera, como carpintería (me encanta la madera). ¡La vida da muchas vueltas!





¿Cómo ves el futuro de los jóvenes en este país? ¿Podremos remontar?
¿El futuro de los jóvenes? Pues es que a veces me cuesta verlo. No es fácil, y cada vez lo ponen peor. No hay ayudas ni oportunidades y los jóvenes se ven obligados a irse fuera para poder tener un futuro que aquí es impensable.
Creo que el futuro va a ser de gente pudiente y no de gente válida, porque vamos a terminar con una educación sólo para aquellos que la puedan pagar. Creo que la solución no es quitar las ayudas, sino controlar mejor a quién se les da. Hay que fomentar la educación, pero parece ser que a los que mandan eso no les interesa, porque es más fácil manejar a un pueblo que no tiene educación y cultura, que a uno que pueda pensar, defenderse y 
reivindicar sus derechos.

A aquellos que tienen dinero no les importa ni les conviene que la gente obrera estudiemos. 
Es vergonzoso lo que está pasando hoy día, el futuro se ve muy negro, y ya no sólo para los jóvenes que tenemos que forjarnos un futuro, sino también para todas las personas que llevan toda su vida trabajando y ahora se ven sin nada, porque les despiden sin el mas mínimo miramiento y sin ningún tipo de indemnización por todos los años de trabajo. Por ello, creo que se debe luchar y espero que sí, que remontemos y consigamos que se respeten nuestro derechos.



¿Qué opinas de los políticos y de su gestión?
No me gustan nada los políticos, ni unos ni otros. No proponen soluciones que beneficien al pueblo y al país, sino a aquellos que tienen dinero, a ellos mismos.
Hablan mucho, pero no dicen nada, no transmiten ningún mensaje que sea digno de escuchar, sino que se limitan a ahogar cada vez más a la gente. No creo que estén haciendo una buena gestión, ya que ayudan a las grandes empresas, a los bancos, y cada vez tenemos menos derechos, pero más obligaciones. No creo tener mucho más que decir sobre esto, me cabrea en exceso la situación actual y la falta de respeto que nos tienen.


Si pudieras, ¿te irías al extranjero a buscar nuevas oportunidades? ¿Por qué?
Bueno, creo que al final va a ser más una obligación que una elección personal, porque, evidentemente, aquí no parece que haya mucho futuro para los jóvenes o, bueno, para nadie que no sea rico. Entre las empresas que están en crisis, que cierran sin poder pagar a sus trabajadores y las otras que se aprovechan de la situación y explotan a la gente, pues ya me dirás....
Encontrar un trabajo está complicado y emprender un negocio, como ya he apuntado, creo que es algo muy valiente y hay que pensárselo mucho. 
Mucha gente que conozco ya se ha ido fuera y puede que en un futuro no tan lejano yo también tenga que plantearme irme fuera para poder hacer algo con mi vida, ya que aquí lo único que parece que hacemos es luchar contra "molinos de viento", contra los que siempre perdemos. Da mucha lástima, pero es lo que quieren los que mandan.

¿Qué crees que falla en este país? ¿Qué soluciones plantearías tú?
¿Qué falla? Pues que hay mucho ladrón, mucho estafador y mucho dinero negro en grandes cantidades que circula en manos de mafiosillos, eso creo que falla, que hay muchos con muchísimo dinero, que encima son los que hacen las normas y las leyes (o para los que están hechas) y bueno, contra eso es muy difícil luchar. Se descubren escándalos, estafas, robos que no están castigados y el dinero que se roba no se devuelve y, normalmente, el dinero robado es a gente pobre, que ya de por sí está ahogada.
Soluciones no sé si tengo, pero sobra mucho sueldo vitalicio por nada, sueldos desorbitados por hundir el país, falta justicia que haga que paguen los que tienen que pagar, falta apoyo al pueblo y a las pequeñas y medianas empresas, a la educación, a la investigación y a lo social. Sobran ladrones, apoyos a los bancos y el consentimiento de la justicia de cosas que no se deberían consentir.

Muchas gracias por tu tiempo, Raquel. 


martes, 14 de agosto de 2012

Valentía emocional

Sentada sobre una roca en aquel paisaje idílico, con las manos apoyadas hacia delante sobre sus piernas, observaba la reunión de árboles allí presente frente a sus ojos. Corría un aire fresco y ligero que alborotaba su largo cabello castaño y las hojas de los arbustos próximos. Se había puesto una fina sudadera para protegerse del fresco de aquellos días, a principios de octubre. Al acabar ese verano activo y productivo, las emociones negativas escondidas en su interior habían salido a la superficie y se había visto obligada a visitar a su amigo del alma, casi su único confidente, después de un año sin tener noticias suyas. 

Germán vivía en un pueblo a las afueras de Ávila, en una casa que era su hogar y, al mismo tiempo, su lugar de trabajo, ya que tenía varias casas rurales dispersas por esos parajes. En ese momento, se encontraba recibiendo a unos clientes: una pareja que había acudido con sus dos hijos pequeños a disfrutar de la tranquilidad y la paz de aquella zona durante una semana. Elena había aprovechado su ausencia para salir a dar un paseo por el campo, tratando de no alejarse demasiado, pues no conocía del todo esos terrenos. Ahora, se había detenido y se había sentado sobre esa roca para pensar, que era casi lo único que hacía últimamente: darle vueltas al coco sin parar. 

A punto de cumplir treinta años, se sentía una completa fracasada. Trabajaba como operadora telefónica en una pequeña empresa de la capital porque no había podido acceder a un puesto decente como publicista, su gran sueño y aquello para lo que había estudiado. Vivía de alquiler con dos chicas más, que acudieron para compartir los gastos del piso a través de un anuncio que ella puso en las páginas de un periódico local. Después de unos meses de convivencia sin sobresaltos, sentía que no las conocía en absoluto: hay gente que no se deja conocer, por más que una ponga de su parte. 

Lo único que funcionaba en su vida eran sus amigos, siempre fieles, atentos y dispuestos a sacarla de momentos de tensión o de sufrimiento temporal. Su familia vivía lejos, por lo que ellos eran las columnas que la sostenían cuando estaba a punto de caer, o los vehículos humanos que la recogían del suelo cuando sufría algún tropiezo. El amor era el pilar sobre el que recaían la mayoría de sus desvelos. Sus historias no habían sido especialmente traumáticas, pero, en su mayoría, habían carecido de la emoción propia de enamorarse y ser plenamente correspondida durante largos años. 

Los sentimientos fuertes y puros de los primeros meses se borraban del corazón de aquellos hombres, en cuanto salían con ella más de veinte veces seguidas. Elena casi siempre había amado más de lo que ellos lo habían hecho. Y cuando las tornas habían cambiado, tendía a sentirse agobiada por no poder ofrecer el amor que pudiera merecer el chico en cuestión. A veces, se enfadaba consigo misma y con el mundo al comprender que, en toda relación de pareja, los sentimientos de uno y de otro no son nunca exactamente iguales. Las proporciones solían encontrarse a años luz de poder igualarse en algún momento. 

Cuando se encontraba en ese estado de decepción vital, lo habitual es que acudiera a su mente su mayor amor de juventud, ése que no le dio nada, pero que, en el fondo, se lo dio todo. Aquel muchacho de pelo negro y ojos azules con el que tuvo un breve idilio que no cuajó porque él no puso lo suficiente de su parte, aunque ella le entregó hasta lo que no tenía. Meses de extraño contacto entre ambos, en los que él se portó como el mejor amante y compañero de vida, aquel por el que lo hubiera abandonado todo sin mirar atrás. No obstante, pasado ese tiempo juntos, Elena comprendió que él era demasiado independiente y su relación demasiado frágil, por lo que no podían continuar. Hoy, años después de aquella felicidad efímera, sentía pánico al pensar que, quizá, nunca volvería a amar a nadie como le había amado a él. Sentía un gran nudo en el estómago al contemplar esa posible realidad. 

En ese instante de reflexión, escuchó pasos a su espalda, que se acercaban a ella despacio, suaves, sobre la hierba húmeda de la mañana. Sin girar la cabeza, enseguida supo que era Germán que, de inmediato, se sentó a su lado. La cogió de la mano mientras sonreía.

        - Ya he terminado por hoy, sólo tengo una reserva. ¿Qué tal vas? Se está bien aquí, ¿eh?

Elena asintió sin apartar su mirada de su pelo negro y sus ojos azules y rememorando el tacto de sus manos sobre su cuerpo. No. Aquellos recuerdos no podían aflorar de nuevo en su presencia. Ahora era sólo su amigo y así debía ser. Por mucho que su corazón y su boca desearan otra cosa. O lo desearan todo. 


lunes, 13 de agosto de 2012

La cajera en su caja

La característica que nos diferencia con más claridad de los animales es nuestra capacidad para comunicarnos con los demás por medio de un lenguaje que no sólo se compone de palabras, sino también de sentimientos, sensaciones y matices de todo tipo. Desde el lugar privilegiado que me proporciona mi pequeño habitáculo laboral de apenas un metro cuadrado, observo con detenimiento la actitud del ser humano cuando acude a hacer la compra. 

Las largas horas de aburrimiento por la falta de clientes en verano me provocan un estado somnoliento del que me suele resultar complicado salir. No obstante, la mayor parte del tiempo me fijo en el comportamiento humano e incluso, a veces, aprendo de lo que veo. Mi conducta habitual a la hora de ir a comprar a un supermercado es la de tener todo preparado cuando voy a pagar: dinero, tarjeta, bolsas y, sobre todo, rapidez de movimientos. Sin embargo, la inmensa mayoría de miembros de la raza humana actúa de un modo muy diferente.

Pierden las tarjetas o el documento de identificación, se atreven a extraviar veinte euros (se dice pronto), se dejan las bolsas en el coche o en casa (¿vienes a comprar y lo haces sin bolsas?) u olvidan pesar los productos de frutería. Otros hasta se marchan sin llevarse la tabla de planchar que acaban de adquirir y que ya han pagado (¡como si fuera pequeña!). Algunos, no obstante, sorprenden por su precisión a la hora de calcular el precio total de la compra (incluso si sale menos de lo que ellos han estimado, puedes llevarte una buena reprimenda, aún sin tener ninguna culpa; lo he comprobado visualmente). Tardan demasiado en guardar lo que se llevan, con el consiguiente embotellamiento y confusión mental que se produce cuando aparecen nuevos clientes. 

El trabajo de una cajera es sencillo, pero afecta al cerebro. Hay que lidiar con una media de doscientas personas diarias, con sus manías, sus personalidades, sus costumbres, sus malos modos o sus gestos despreciativos. Afortunadamente, los individuos realmente desagradables apenas suponen un 2% del conjunto de clientes. Algunos, de entrada, ni siquiera saludan, emiten sonidos extraños e incomprensibles o esperan que la cuenta se pague sola. Muchos consideran que los precios erróneos los pongo yo para complicarles la existencia.

En un hipermercado cualquiera existen dos tipos de personas: las que llevan gafas de sol en el interior del establecimiento y las que no las llevan. El primer grupo despierta mi más profunda desconfianza, ya que una persona que te habla con una funda oscura cubriendo sus ojos (en un lugar donde no hace sol) no parece muy de fiar. Ocultar la mirada indica, a mi juicio, que algo no va bien o que se esconde alguna mentira. No me agrada mirar a unas gafas cuando lo que quiero ver es transparencia. 

Si entramos en el terreno de la vulgaridad, diré que unos pocos no respetan que alguien esté trabajando y, por consiguiente, no tenga ganas de bromas de mal gusto o de preguntas fuera de lugar. Tipos que quieren saber qué haré al salir del trabajo, que afirman que me van a esperar y que les apunte el teléfono en el ticket de compra. Jóvenes que me invitan a fiestas después de haber pasado por el escáner quince botellas de alcohol. Hombres que me preguntan si tengo novio, que se refieren a mi persona como "cariño" (como si tuviéramos tal confianza como para llegar a ese extremo), o que responden a mi "gracias" con la desagradable frase "las que tú tienes". Si eso es humor, estamos perdidos. 

Lo peor de los puestos de atención al público es que siempre tienes que mostrar una sonrisa y una amabilidad impecables, aunque no tengas ni puñeteras ganas. Incluso tienes que actuar como una estúpida sumisa en aquellos casos en los que te percatas, claramente, de que el cliente se cree muy por encima de ti, que eres una simple cajera de tres al cuarto. Se trata de personas altivas que viven en el mundo de las apariencias y que no pierden la oportunidad de dejar constancia de que estás por debajo de su nivel. A veces no dicen nada, sino que basta con sus gestos y su comportamiento para reconocerles. 

Lo único que compensa tanta tontería e inmadurez es la seguridad del trabajo bien hecho. Si uno tiene claro que ha desempeñado sus funciones como le exige su cargo, puede estar tranquilo. La gente maleducada e insolente siempre va a estar. Y el sueño que entra después de comer, también. 


viernes, 10 de agosto de 2012

El regalo de vivir

Para las personas con tendencia al suicidio, su existencia ha alcanzado un punto extremo de desesperación y no encuentran ninguna alternativa a sus problemas que no sea dejar de vivir. Es complicado comprender una situación así, si no se está en la atmósfera de tristeza y desolación en la que vive el suicida potencial. Desde fuera, nos cuesta opinar sobre si quien se quita la vida es un cobarde u ofrece al mundo la mayor muestra de valentía. 

DEFINICIÓN Y LEGALIDAD
El suicidio se define como el acto por el que un individuo se provoca la muerte deliberadamente. El objetivo de este acto es únicamente morir, por lo que a los mártires, por ejemplo, no se les considera suicidas, ya que mueren en nombre del Dios en el que creen, a pesar de que en algunas religiones el suicidio es un pecado. No obstante, para la cultura oriental es una manera honorable de escapar del sufrimiento y del dolor. 

Las dos terceras partes de quienes se suicidan sufren depresión, adicciones o ansiedad. Las enfermedades mentales se dan en el 90% de los casos de muerte intencionada. Los familiares cercanos de un suicida tienen cinco veces más riesgo de desarrollar una tendencia al respecto en el futuro. Para prevenir ideas de este tipo, es preciso acudir al psicólogo o al psiquiatra. 

En todo el mundo, se quitan la vida cada año más de un millón de personas. Es la segunda causa de muerte mundial, seguida de los accidentes de tráfico. En los jóvenes, influye mucho el consumo de drogas y alcohol, el aislamiento, la violencia familiar y las actitudes antisociales (no sentirse integrados en un grupo de amigos). También influye, en cierta medida, el hecho de sufrir bullying en el colegio (acoso por parte de los compañeros de clase). 

Si se da la circunstancia de que el individuo que desea morir tiene plenas facultades mentales, en teoría nadie podría evitar su suicidio, ya que lo contrario sería un delito de coacción. Según el Tribunal Constitucional de España, provocarse la muerte "es un acto que la ley no prohíbe". No obstante, si alguien induce a una persona a quitarse la vida, le facilita los medios necesarios para ello (si se trata de una persona que no puede valerse por sí misma, lo que se conoce como eutanasia), o no trata de evitar la muerte en circunstancias de locura transitoria o depresión muy grave, será castigada por la ley. 

CAUSAS PSIQUIÁTRICAS
En muchos casos, la causa directa del suicidio es la enfermedad psíquica del individuo. Éste puede sufrir esquizofrenia, trastorno bipolar, depresiones graves, ansiedad o ataques de pánico. El perfil de las personas con tendencia al suicidio es el de adultos sin afán de lucha, que se rinden con facilidad, se sienten indefensos, no tienen esperanzas ante la vida, son impulsivos, se muestran agresivos, exigentes y dependientes. Los jóvenes, por su parte, suelen estar convencidos de su maldad y no se sienten queridos por las personas de su entorno, además de no aceptar ningún fracaso y mostrarse muy críticos consigo mismos. 


Quien desea irse de este mundo planea su idea con antelación y suele comunicárselo a alguien de su entorno en algún momento. Por tanto, es un error pensar que el que informa de sus intenciones, en el fondo, no piensa quitarse la vida o lo hace sólo para llamar la atención. Es necesario tomarse muy en serio cualquier advertencia. 

En la mayoría de los casos, se dan varios factores que favorecen los pensamientos suicidas. Por ejemplo, puede unirse el hecho de que el individuo tenga problemas familiares graves, padezca un trastorno depresivo y además, sea muy dependiente. Una baja autoestima puede rematar su panorama personal y potenciar las ideas negativas. Rara vez se da un único factor desencadenante. 

CLASIFICACIONES
Desde el punto de vista moral, existen cinco tipos de suicidas: 
      - Vicariantes: adelantan la muerte que ven en un futuro porque sostienen que ya no quedan esperanzas y que no hay nada que compense la espera para que termine el sufrimiento. 
       - Perfeccionistas: no toleran haber perdido atributos, poder o prestigio, por lo que creen que la mejor opción es quitarse la vida. 
       - Hedonistas: no soportan aquello que suponga un impedimento de cualquier tipo de placer. 
       - Transicionales: se plantean el suicidio cuando se dan crisis de transición en su vida que no se pueden evitar. 
       - Sintomáticos: padecen una enfermedad psíquica o confusión mental. 

En su libro publicado en 1897 y titulado El suicidio, el sociólogo francés Émile Durkheim defiende que los suicidios son actos individuales que responden a causas sociales. Son determinantes algunos factores como el estatus social y económico, el estado civil, la edad o las presiones laborales. Así, Durkheim habla de tres tipos de suicidio:
         - Suicidio egoísta: se da en sociedades donde el individuo no se siente integrado. 
     - Suicidio anómico: se produce por una falta de regulación social, lo que se conoce como anomia. El individuo no interioriza como suyas las normas sociales. 
        - Suicidio altruista: es característico de sociedades con una gran integración social, en las que el individuo entrega su vida en beneficio de algo o de alguien. Es el caso de los kamikazes. 

PREVENCIÓN
Con el objetivo de prevenir el suicidio y reducir los efectos de los pensamientos negativos en la salud, es conveniente contar con la ayuda de especialistas. Uno de los organismos creados para este fin es la Asociación de Supervivientes de una muerte por suicidio, que se encuentra en Barcelona. 

Otra opción es llamar al popular teléfono de la esperanza. No obstante, la mejor alternativa para obtener buenos resultados es acudir a la consulta de un psicólogo o un psiquiatra, que analizará cada situación particular y elegirá el tratamiento más adecuado. 


jueves, 9 de agosto de 2012

Retrospección

Comienzo en un extremo nada prometedor. Es un largo y costoso recorrido que nace de los márgenes de la nada. Se asemeja al estado del escritor que se enfrenta al miedo del folio en blanco, vacío, que le observa burlón sentado sobre su regazo. Partir de cero es como mirar al cielo con incertidumbre esperando que caiga la lluvia sin que exista el más tímido asomo de nubes. 

La primera vez se echa un pulso a la montaña; uno se plantea quién de los dos ganará la batalla. De un lado, el excursionista en prácticas, el aventurero curioso que no ve el peligro hasta que puede tocarlo, el apasionado del aire libre que cierra los ojos cuando entra en contacto con la naturaleza porque cree que, así, se integrará más en ella. De otro lado, el medio natural, una cima que observa lo que hay debajo con expectación, vegetación y fauna oculta en rincones impenetrables que el ser humano ni imagina, un lugar para encontrarse a uno mismo. 

Deliciosa soledad en medio de la montaña. Un paseo nutrido por experiencias que muy pocos son capaces de comprender desde el resquicio más profundo de su auténtico significado. Ciertamente, los que no han bebido desde niños de la riqueza de perderse entre los matojos y los cantos de los pájaros, tienen que sorprenderse por sí mismos tomando el camino que nos aleja de la corrompida civilización. Nuestros pulmones agradecen el respiro que les damos en el seno de un entorno que, por ser poco concurrido, casi nos pertenece por un día. 

Si no hubiera riesgo, no sería tan estimulante. Si la nieve no resbalara, no tendría tanto sentido caminar por esos senderos al borde de una caída de, al menos, cinco metros. La emoción dejaría de vivir en el interior de un alma por poco envenenada por las comodidades. Cualquier vehículo es enemigo indiscutible del placer que proporciona el hormigueo en las piernas después de una prolongada caminata. Pocas cosas son tan placenteras como llegar a una cumbre desierta, transcurridas seis o siete horas de ejercicio, e inyectar grandes dosis de aire puro en unos pulmones preparados para el deporte. 

Tener el cerebro adaptado al esfuerzo físico nos garantiza una gran capacidad para poder superarnos día a día. El excursionista siempre desea más, no se contenta con pequeñas rutas de cinco horas, sino que aspira a cubrir su corazón con el sueño de una cima cada vez más alta y empinada. El dolor de gemelos y glúteos es una bendición para quien es amigo de la montaña por encima de ciertas actividades sencillas y superfluas que no suponen sacrificio alguno, más allá de dedicar unos minutos de un tiempo malgastado. 

La existencia vivida es más intensa si se contempla dentro de un marco de actividad al aire libre. El desconocimiento de lo que puede ocurrir durante uno de esos paseos estimula las ganas de recorrer zonas más complicadas y apartadas. El ser humano busca el peligro inconscientemente, por instinto, y la satisfacción de salir airoso de los problemas que puedan presentarse no se puede comparar con nada. Sobrevivir es una meta en sí misma, una lucha profunda para que nuestras piernas y nuestra voluntad mental nos conduzcan a un desenlace positivo o, por lo menos, aceptable. 


Tan importante es disponer de los medios materiales y de las habilidades físicas adecuadas, como tener la valentía de lanzarse a la aventura sin pensar con demasiado detenimiento en las consecuencias. El optimismo y el sentido común serán más relevantes, en muchos casos, que la fortaleza y la orientación. En cualquier caso, lo peor que puede pasar es que lleguemos a casa dos o tres horas más tarde de lo previsto, con varios arañazos de ramas inoportunas en piernas y brazos, alguna picadura de un insecto molesto o, si nos situamos en el límite de la mala suerte, puede que tengamos que dormir en algún refugio por ignorar dónde está el camino de vuelta. Sin embargo, todo esto forma parte de la adrenalina que alimenta al senderista.