viernes, 17 de agosto de 2012

A ellos

Por un momento, existió la peligrosa posibilidad de que me hubieran puesto Sheila. Era un nombre (a mi juicio, horrible) que le gustaba a mi madre, en el que había pensado antes de que yo naciera, pero recapacitó y me asignó el nombre correcto; menos mal. Una de las cosas que he heredado de ella es la indecisión: no hacemos más que cambiar de opinión constantemente en los temas menos relevantes. Hoy agradezco su cambio de parecer en cuanto a cómo llamarme. 

Mi padre es más firme en su actitud. Es tranquilo, habla con mucha calma y, normalmente, sus gestos y su postura transmiten más que sus palabras. Mientras que mi madre parece un torbellino, puro nervio, de un lado para otro de la casa (no puedo constatarlo, pero seguro que podría hacer más de tres actividades a la vez), mi padre camina despacio, con parsimonia, no se altera por casi nada y vive en un estado perpetuo de relajación y paz. 


Soy una mezcla de los dos (si no hubiera sido así, quizá me habría preocupado). Me gusta estar tranquila, inmersa en mi mundo particular de tareas en las que sólo yo puedo participar: leer, escribir, dibujar. Y soy aficionada a la soledad voluntaria. Me siento identificada cuando mi padre se marcha él solo a pasear y se dedica a coger autobuses por el mero placer de coger el transporte público (esta curiosa costumbre, a su vez, él la heredó de su padre). A veces, necesita distraerse por sí mismo y apartarse de los demás, al igual que yo. 

Mi madre me ha transmitido la agitación (a veces, me llama "ciclón" porque no paro quieta) y la capacidad de dar cariño a los que quiere. Ella es una fuente inagotable de mimos, abrazos, besos y caricias. Suelo pedirle que me haga cosquillas lentas (de las que me hacía mi padre cuando era pequeña), pero enseguida se cansa. Alguna vez hemos jugado los tres a adivinar quién hacía cosquillas a quién, en función del tamaño y la suavidad o aspereza de las manos.  

Igual que me sucede a mí, a mi madre no le gustan los bebés ajenos. Me explico: si el bebé fuera su hijo o su nieto (todo a su tiempo), le encantaría. En cambio, si el grado de parentesco es inferior a eso, le gusta para un rato y con reservas. No es de estas mujeres que no hacen más que soltar gritos casi inaudibles cada vez que ven una criatura en plena calle. Mi madre es una mujer discreta, correcta, ordenada y tiene todo lo que le rodea bajo un sano control. Es una persona ejemplar. 

Creo que les debo completamente a mis padres mi equilibrio mental. Mi padre, con sus actos (que ya de pequeña trataba de imitar) me ha ayudado a enfrentarme a la vida, pues no ha estado encima de mí, no me ha agobiado, no me ha gritado. Sólo recuerdo que me haya levantado la zapatilla una o dos veces cuando era pequeña, y sin tocarme con ella, ya era más que suficiente para dejarme las cosas claras (el aviso zapatillero era definitivo para que yo dejara de dar guerra). Me mostró el camino para sentirme sana, pues él dejó de fumar casi sin esfuerzo y empezó a correr. Hoy es un gran deportista, que come sano y se cuida. 
Por su parte, mi madre me enseñó que no hay que llorar por ningún hombre, y en su día, me impactó su frase "¡¡Vamos, no fastidies!! ¿Vas a llorar por un tío?", una sentencia que no se olvida, y que me hizo sentir imbécil derramando lágrimas por alguien que me había encontrado en la calle. 

Desde el apartamento de Calpe
Ellos han sabido buscar la fórmula perfecta para mimarme lo justo sin convertirme en una niña malcriada que no sabe nada de la vida ni valora el esfuerzo que requiere conseguir las cosas. Y tiene mérito, porque cuando le das mucho a un hijo, tiende a volverse insoportable. Me han dado caprichos, me han ayudado económicamente siempre que me he visto en situaciones críticas y me han abierto salidas satisfactorias para poder plantearme un futuro decente. Y además, me han educado para que aprecie lo que tengo y no ambicione más de lo que podría estar a mi alcance. 

Otro aspecto fundamental es su capacidad de ahorro. Estoy segura de que podrían llegar a convertir un billete de cinco euros en uno de diez, y sin magia. No obstante, nunca han renunciado a viajar, darse caprichos y cenar fuera de vez en cuando, pero gracias a lo poco que han ahorrado a lo largo del tiempo (como si fueran hormigas trasladando su comida a la cueva para hacer frente al invierno), tienen mucho más de lo que algunos quisieran. Les admiro por ello. 

El otro día leí que muchos decimos que nuestros padres son los mejores del mundo, pero que, sin duda, los que así lo manifestamos, estamos en lo cierto. Pocos padres se sacrifican por sus hijos como lo han hecho los míos (conozco casos de progenitores que les cobran alquiler o les venden sus casas a sus vástagos, sin sufrir ningún apuro económico que justifique tal acto recaudatorio). Otros desean con fervor que sus hijos abandonen el nido de una vez, aunque no dispongan de los medios adecuados para lanzarse a la aventura. En algunas familias, incluso, la comunicación es tan precaria, que sus miembros actúan como verdaderos desconocidos. 

Al ser hija única, he tenido la ventaja de tener a mis padres a mi entera disposición. Nos comunicamos, nos reímos, nos contamos hasta las cosas más íntimas y hacemos bromas. Somos una familia auténtica, un nexo emocional irrompible, un vínculo amoroso intacto. El cariño personificado en mi madre y mi padre, cuya compañía no cambio por nada. Os quiero. 


3 comentarios:

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  2. Me parece una entrada preciosa esta que has dedicado a tus padres, y he de decir que en verdad eres una chica a la que han sabido educar muy bien. Eres una gran personas, pero supongo que es porque tienes unos grandes padres!!! Un besazoo

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