lunes, 21 de diciembre de 2009

El agridulce aroma navideño

Mientras unos viven ajenos a la vorágine navideña y actúan con la misma normalidad que en el resto del año, otros, la inmensa mayoría, nos dejamos llevar por la sensibilidad que domina estas fechas. Esa sensibilidad se traduce en compras innecesarias que sólo se nos ocurren porque es Navidad.

Consumir es el verbo estrella que nos empuja, como si de una voz imperativa se tratara, a acudir masivamente a los centros comerciales abarrotados de gente que despilfarra su dinero en plena crisis, mientras los niños mueren de hambre en África. Es una comparación típica, pero muy cierta.

Todo esto es una cadena casi imposible de evitar, ya que si alguien me compra algo a mí, yo "debo" devolverle el regalo. Y el caos es directamente proporcional al número de amigos, primos o tíos que haya, y que tengan ese ansia de regalar por sistema.

Lo peor de todo es que los regalos en estas fechas no se caracterizan precisamente por ser baratos, a menos que procedan del famoso juego del amigo invisible, que digo yo que para ahorrar se inventó. No es más que el ya reconocido espíritu consumista que se adueña de nosotros y nos roba la voluntad. Quien más y quien menos, todos gastamos algún dinero en presentes. Suerte que pertenezco al colectivo que menos invierte en ello.

Y si dejamos de lado el aspecto material y económico, tenemos que reconocer que la Navidad nos conmueve o nos pone tontos, según se mire. Es como si al llegar el mes de diciembre, se activara en nuestra cabeza un resorte que nos hace reflexionar acerca de aquellas personas a las que queremos, con las que nos enfadamos en el pasado o las que ya no están en este mundo.

Existe una melancolía y tristeza generalizada que nos lleva a querer ser mejores personas, construir nuevas ilusiones y plantear los ya míticos propósitos de año nuevo. No obstante, se trata de un cúmulo de emociones totalmente transitorio ya que, en cuanto el período navideño termina, las buenas ideas y las intenciones especiales se desvanecen como si nunca hubieran sido creadas.
Por ello, disfrutemos de este temporal espejismo que nos hace creernos mejores, más valiosos, al menos hasta que vengan los Reyes.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Crueldad animal

Todos deberíamos pensar como los catalanes, y no es una afirmación que suelto a la ligera. En Cataluña, 180.000 ciudadanos han presentado una iniciativa legislativa para prohibir las corridas de toros allí. El pleno del Parlamento la ha aprobado con 67 votos a favor y 59 en contra.

Ojalá el resto de España tuviera la misma impresión acerca de nuestra fiesta nacional. Los catalanes son muy independentistas y muy criticados por ello, pero son más valientes que nadie. Se atreven a defender una idea que, estoy segura, muchos querríamos gritar en este país: no a los toros.

Entiendo que sea una fiesta nacional y que tenga millones de seguidores, pero no comparto ese entusiasmo general, ni tampoco lo respeto. Porque no se puede respetar una celebración en la que se maltrata a un animal, se le tortura, y finalmente, se le asesina con la máxima crueldad. Y todo esto, mientras miles de aficionados están sentados en la plaza observando el espectáculo y aplaudiendo. Sencillamente vergonzoso.

Me siento española al cien por cien y no cambiaría mi país por vivir en ningún otro, pero debo reconocer que el hecho de que se celebren las corridas aquí, en mi tierra, me parece una deshonra. A veces, siento cómo injustamente formo parte del país que humilla a los toros y se alegra por ello, que condena el abandono de perros, pero celebra el asesinato en las plazas. Una inmensa contradicción.

Lo más triste de esto que llaman espectáculo es que sea público, que ni siquiera se les caiga la cara de vergüenza por emitirlo por televisión, promocionarlo y anunciarlo como si fuera algo digno de ver. Desde siempre he sido una antitaurina convencida, pero esta noticia sobre Cataluña ha despertado mi conciencia.

Deberíamos hacer algo para que las corridas de toros fueran prohibidas en toda España, porque todo el mundo habla de proteger el planeta, de reducir la contaminación, luchar contra el cambio climático y la extinción de las especies, pero nadie habla del asesinato indiscriminado de toros, cruel, salvaje, sin sentido. Una verdadera humillación para los que amamos los animales; todos ellos, sin distinciones. Qué bonito.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Cine vacío


Título: Algo pasa en Hollywood.
Director: Barry Levinson.
Intérpretes: Robert DeNiro, Sean Penn, Bruce Willis.
Género: drama, comedia.
Año: 2008.



Sí, está claro que algo pasa en Hollywood. Y es bastante obvio: los guionistas se están quedando sin ideas y la industria americana busca historias hasta del asunto más banal, y como resultado, surge esta película, que bien merecería un premio a la peor de todo este año que está a punto de acabar.

Porque me atrevo a sostener que todo espectador encontrará en ella un pozo de aburrimiento y de situaciones que no vienen a cuento, ni se sabe para qué fuerons creadas. No queda nada claro qué sentimiento se busca despertar en el público, si es que es posible que alguien sienta algo viendo tal cúmulo de imágenes, unidas detrás de otras, sin fundamento alguno.

Es cierto que la cinta tiene un argumento: Robert DeNiro interpreta a un productor de cine y toda la trama gira en torno a lo que le sucede. El problema es que no existe nada especial que atrape ni llene al espectador, que pasa casi dos horas sentado esperando algo que llame la atención o que le justifique haber pagado el precio de la entrada.
Desde que empieza, hay un deseo cada vez más impaciente de que la historia se termine, porque hay momentos en los que se hace verdaderamente aburrida. Y la verdad es que nunca entenderé cómo actores del nivel de Robert DeNiro, Bruce Willis o Sean Penn han podido prestrarse a participar en tal "creación", por llamarla de alguna manera.
Sólo dos aspectos que conmueven en la historia (y ya es algo): cuando asesinan al perro (sí, encima crueldad con los animales) y cuando sitúan al personaje de DeNiro en muy segundo plano en una foto de productores. No se puede decir más de una cinta tan vacía.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Sin miedo a hablar

Vivir con plenitud es combinar miles de detalles y formar con ellos un complejo mosaico en el que poder reflejar nuestra alma. Resulta difícil hacer una construcción acertada, pero lo que para unos no vale nada, para otros se convierte en el centro de sus aspiraciones, en el descubrimiento principal.

Cada instante experimentado y descartado nos hace esclavos de nuestras propias exigencias. Son tantas las palabras y gestos que rechazamos y retiramos de nuestro campo de actuación, que poco nos queda donde elegir, y cada vez más oculto de nosotros.

Dar en la diana es tan complicado como tener clara la personalidad perfecta que buscamos, que nos complementará y nos hará felices. Unas veces lo vemos con absoluta claridad y huimos ahuyentados por el miedo al error, por pensar que nos podría esperar impaciente alguien mejor, por imaginar un futuro que nunca llegará a realizarse. Otras veces sabemos a la perfección lo que queremos, pero las circunstancias vitales nos alejan del objetivo, nos ponen obstáculos a veces insalvables con los que nos da pánico tropezar.

Es entonces cuando unos pocos se atreven a dar el salto, mirar a sus sentimientos de frente, ser valientes y aprender a vivir esta única oportunidad. Siempre tiene más valor arrepentirse de un acto que de una reflexión contenida, porque vivir atenazados por el miedo a lo desconocido, a lo que pasará es absurdo. Debemos ser capaces de afrontar la emoción de una posible recompensa, que sólo se basa en la actuación, el valor, la decisión y el empuje.

Nacimos en un mundo libre para poder expresar lo que sentimos y aceptar con entereza las consecuencias. Porque el que no se expone, aún no sabe nada de sí mismo. Y el amor es una constante exposición.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Un burka por amor

Esta miniserie de dos capítulos, protagonizada por Olivia Molina, bien podría ser una denuncia pública contra las leyes de los talibanes en Afganistán. Abarca una época en la que un grupo de salvajes terminó de anular los derechos de las mujeres, ya de por sí maltrechos en aquel país. Una media de 4 millones de espectadores siguieron esta historia emitida en Antena3.

Basada en la novela homónima de Reyes Monforte, esta película refleja fielmente la difícil situación vivida durante la dictadura talibán. María, una mujer española, se enamora de Rachid, un hombre afgano de gran corazón, que nada tiene que ver con la cultura de la que procede. Ambos visitan Afganistán en dos ocasiones y viven en primera fila las pésimas condiciones de vida que allí existen. Por problemas con sus pasaportes, se ven obligados a pasar una larga temporada en un país dominado por los talibanes.

La historia rompe con el tópico de que todos los árabes son violentos y discriminan a las mujeres, y hace una excepción con Rachid, que ama a su mujer por encima de todo y siente adoración por ella. Su error radica en pisar tierras afganas, donde la mujer tiene un papel nulo en la sociedad: debe ocultar su rostro con un burka que la cubre de pies a cabeza, no puede leer, no puede llevar espejos ni maquillaje, junto con toda una lista de prohibiciones más. Las mujeres no valen nada.
El espectador descubre aspectos de esa sociedad que desconocía, ya que nunca antes se había emitido algo así por televisión. La tensión y el interés se mantienen durante toda la miniserie, que logra atrapar profundamente al público, cuya curiosidad por lo que ocurrirá después de cada escena va creciendo a cada minuto. Resulta imposible dejar de verla: por las magistrales interpretaciones de los protagonistas y por la creación de un entorno realista, que nos permite ponernos en su lugar por un instante.

Más allá de la ficción, esta miniserie es un documento de gran interés periodístico, ya que a los que hemos elegido esta profesión nos remueve por dentro y despierta nuestro deseo de investigar más sobre la vida real en Afganistán en plena llegada de los talibanes al poder. Invita a un exhaustivo análisis de cómo todo puede cambiar en función de quiénes gobiernen en un país donde no existe ningún respeto hacia la raza humana, en el que da igual que un niño se quede desamparado en la calle sólo porque su madre ha cometido el "pecado" de querer comprar un libro y debe ser castigada por ello.

El burka es más que una "cárcel" para las mujeres que lo llevan. Simboliza el fin de la poca libertad que les quedaba: es una limitación visual, física y moral, un elemento que pone en peligro sus vidas, ya que las convierte en incapaces que no pueden proteger su intregidad física, pues corren el peligro de caerse o ser atropelladas. La triste realidad de todo esto viene muy bien plasmada en las palabras que pronuncia María, la protagonista, mientras vive ese infierno: "tengo miedo de acostumbrarme y que un día todo esto me parezca normal".

martes, 1 de diciembre de 2009

No se puede engañar al corazón

Tres metros sobre el cielo.


Federico Moccia.


Edición DeBolsillo, Milán, 2008, 415 páginas.




Step y Babi, la relación de pareja soñada, el equilibrio perfecto entre dulzura y agresividad, el amor intenso que todos deseamos vivir.
El mayor pecado que comete en esta primera novela Federico Moccia, una autor ya exitoso y reconocido, es recurrir a situaciones típicas, con personajes habituales y amores previsibles. No hay nada que escape de la mente del lector, no cabe lugar para la imaginación. Es la historia del tipo duro irresistible (que está cachas, por supuesto) y la niña frágil e inexperta, que aún no sabe lo suficiente acerca del mundo.

Como cabe esperar, ocurre lo que el lector imagina, tal y como lo intuye, sin sospechar la más remota sorpresa o giro en la trama. Lo único realmente sorprendente es el final, que tal y como ocurren los acontecimientos, es impensable. Mientras tanto, todo se retrasa para mantener la intriga y alargar la acción hasta el límite, pero ya desde el primer capítulo, se sabe con certeza lo que sucederá.

Me cuesta creer que el texto original, escrito a mano, fuera pasando poco a poco de un lector a otro, todos ellos cada vez más emocionados con la historia, ya que, por muy conmovedora que pueda llegar a ser, no deja de tratarse de una novela muy típica, destinada únicamente al entretenimiento ocasional en una larga tarde de lluvia, por ejemplo. No se lee rápido debido a su extensión, pero sí se digiere con facilidad, invirtiendo no más de dos semanas en ello.

En las primeras páginas, la confusión es absoluta. Decenas de personajes deambulan por sus hojas, de pasada, una y otra vez, sin que ninguno de ellos sea mencionado o tratado de manera especial. Es necesario un buen rato de lectura para poder distinguir a los amados protagonistas y a los secundarios de interés. No obstante, muchos de los nombres citados sobran y no transmiten nada al lector ni llenan la trama. Es un error utilizar tantos personajes de bulto.

A pesar de todos estos defectos, la novela muestra con claridad la ilusión del primer amor verdadero; dos adolescentes que se aman con la emoción de lo desconocido, con la fuerza nueva que les sale del corazón, y que saben que no volverá a surgir del mismo modo en el futuro.

Y es que, por muchas esperanzas que se pongan en ese único enamoramiento de juventud, todo tiende a cambiar, porque el cambio es lo que nos permite crecer y aprender de lo vivido. Una novela que merece la pena leer, pero que no será vital para nadie. Muy recomendable para los eternos románticos, que aún flotamos escuchando bellas palabras y sintiendo dulces miradas.