Vivir con plenitud es combinar miles de detalles y formar con ellos un complejo mosaico en el que poder reflejar nuestra alma. Resulta difícil hacer una construcción acertada, pero lo que para unos no vale nada, para otros se convierte en el centro de sus aspiraciones, en el descubrimiento principal.
Cada instante experimentado y descartado nos hace esclavos de nuestras propias exigencias. Son tantas las palabras y gestos que rechazamos y retiramos de nuestro campo de actuación, que poco nos queda donde elegir, y cada vez más oculto de nosotros.
Dar en la diana es tan complicado como tener clara la personalidad perfecta que buscamos, que nos complementará y nos hará felices. Unas veces lo vemos con absoluta claridad y huimos ahuyentados por el miedo al error, por pensar que nos podría esperar impaciente alguien mejor, por imaginar un futuro que nunca llegará a realizarse. Otras veces sabemos a la perfección lo que queremos, pero las circunstancias vitales nos alejan del objetivo, nos ponen obstáculos a veces insalvables con los que nos da pánico tropezar.
Es entonces cuando unos pocos se atreven a dar el salto, mirar a sus sentimientos de frente, ser valientes y aprender a vivir esta única oportunidad. Siempre tiene más valor arrepentirse de un acto que de una reflexión contenida, porque vivir atenazados por el miedo a lo desconocido, a lo que pasará es absurdo. Debemos ser capaces de afrontar la emoción de una posible recompensa, que sólo se basa en la actuación, el valor, la decisión y el empuje.
Nacimos en un mundo libre para poder expresar lo que sentimos y aceptar con entereza las consecuencias. Porque el que no se expone, aún no sabe nada de sí mismo. Y el amor es una constante exposición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario