lunes, 29 de octubre de 2012

Morbo carnal

Katniss es la esposa de mi hermano desde hace seis meses. Se casaron después de ocho años de noviazgo, por poco dos lustros de aburrimiento. Nunca han pegado demasiado, él bebe mucha cerveza y ha empezado a desarrollar una tripa que hace honor a lo que ingiere constantemente. Ella, en cambio, es una belleza nórdica: rubia, de larga melena, pechos modestos, piernas bien torneadas y unos ojos claros que volverían loco al más cuerdo. La llamo Katniss desde que leí aquella famosa trilogía que tanto me gustó; es un nombre que me inspira. Y desde que la conocí, he soñado con convertirme algún día en su Peeta, en una versión más feroz. 

Poco podía sospechar que aquella noche, de hace un par de semanas, cuando mi hermano se había marchado de viaje por motivos laborales, mi Katniss aparecería por mi casa, tan sólo a dos calles de la suya. Venía preparada para todo tipo de fiesta, a juzgar por los panties, el liguero, el corsé y los tacones de diez centímetros que llevaba puestos y que más tarde descubrí. Abrí la puerta y me quedé estupefacto, callado, inmóvil, sin entender nada. Ella me hizo a un lado y entró como si tal cosa, sin decir ni una palabra. Su castellano es perfecto, pero su acento noruego siempre me ha puesto como una moto. Así que, ante tal situación, mejor que guardara silencio. 

Entonces, se sentó en el sofá de mi salón y me dirigió una mirada que lo decía todo. Había venido hasta allí para volverme loco de placer. Estaba descubriendo que nuestra complicidad era mutua, después de tantos años jugando al despiste conmigo. Sólo se me ocurrió decirle que me esperase ahí (como si acaso tuviese alguna intención de marcharse a otra parte), que iba a ducharme y en diez minutos estaría con ella. Katniss simplemente asintió con una malévola sonrisa. 

Mientras me encontraba debajo del agua templada, mi cabeza iba a toda velocidad. Aquello era pura tensión sexual, un deseo irrefrenable por lo prohibido, por la esposa (en apariencia intocable) de mi hermano. El morbo me recorría de arriba a abajo, mis instintos más primarios estaban controlando mi cerebro y también mi entrepierna. Me vi obligado a inspirar y expirar unas cuantas veces, ya que no podía creer lo que estaba sucediendo. A todo aquello se añadía que ella tiene quince años más que yo, puesto que apenas soy un niño de veinte años que tiene fantasías sexuales con una noruega de treinta y cinco. Siempre he sido un chulo capaz de controlar las situaciones de índole sexual, pero algo me decía que esa vez no iba a ser así. Estaba hecho un flan. 

De repente, Katniss me sacó de mis pensamientos al abrir la mampara de la ducha e introducirse dentro conmigo, sólo con los tacones y la lencería puesta. El agua empezó a caer sobre ella, empapándole  el cabello y la poca ropa que cubría su cuerpo. Sólo se me ocurrió agarrarla de la cintura con fuerza y mirarla a los ojos, mientras las gotas corrían a borbotones por su rostro y su escote. Sus pezones estaban erectos debajo del sujetador y su boca entreabierta, esperando a que yo hiciese algo. Estaba tan nervioso, que no podía actuar con claridad, así que opté por lanzarme a sus labios y que mi cuerpo hablase por mí. 

Nuestras bocas empezaron a succionarse con ansiedad, mientras sus manos me apretaban el culo con fuerza y las mías le apartaban el sujetador hacia un lado. Como si el tiempo fuera a desaparecer, empecé a lamerle los pezones, jadeante, cachondo. El agua siempre me ha excitado mucho y tener a aquella impresionante mujer junto a mí en la ducha, iba a acabar conmigo. Sin darme tiempo a reaccionar, ya tenía a mi Katniss agachada frente a mí, disfrutando de lo que tenía dentro de la boca, como toda una profesional. Nadie me lo había hecho tan bien hasta el momento y tuve que apoyarme en las paredes del pequeño espacio para no caerme, porque me estaban temblando las rodillas. Tras un rato de lametones, me ordenó en su lujurioso castellano que saliese de la ducha y me tumbase en el suelo. Lo hice y ella me siguió, ambos mojados por el agua y por el placer que estábamos sintiendo. De inmediato, se despojó de las bragas y se puso al revés sobre mí y abrió sus piernas sobre mi boca, invitándome a cumplir sus deseos. Me alimenté de ella durante bastante tiempo, loco de desesperación al escuchar sus gemidos, que cada vez subían más de volumen. 

Cuando estaba a punto, decidió prolongar su propia agonía y cambiar de estrategia. Me pidió que me sentase sobre el váter cerrado y sin pensárselo dos veces, empezó a cabalgarme. Al introducirme lentamente en ella, sentí un calor especial, como si su cuerpo estuviera hecho para mí, como si encajase a la perfección. Se movía como una diosa en celo, enajenada por el momento de descontrol, ansiosa por sacar mucho más de mí. Mientras ella saltaba con fuerza, yo la agarraba de los pechos, cohibido en parte por aquella maestría, aquel dominio perfecto del acto. De vez en cuando, le introducía la lengua en la boca, como un salvaje, hambriento por comerme a aquella hembra enloquecida. Ella me correspondía aferrándose más a mí, sujetándose con firmeza para no perder el equilibrio. Entonces, la agarré de los glúteos y la levanté sin salir de su interior, para embestirla contra la pared. Su delgadez me hacía sencillo el movimiento y me facilitaba el hacer con ella lo que me pedía el cuerpo. 

En una de mis brutales embestidas, no pude contenerme más y me vacié dentro de ella, al tiempo que ella callaba mis jadeos con húmedos besos en los labios. Ella terminó casi al mismo tiempo, sin poder contener los gritos (hay mujeres muy extremas y ella parecía ser una de ellas). Ni me esforcé en silenciar su escándalo, ya que me había encantado y después de todo, me encontraba ya exhausto, con el pulso a mil por hora. La deposité con cuidado en el suelo y ambos nos quedamos allí sentados, con los ojos cerrados, al tiempo que empezábamos a recuperar el aliento. 

Minutos más tarde, cuando ya estábamos vestidos y sonrientes, sonó el timbre. Eran las dos de la madrugada y no esperaba a nadie, por lo que me extrañé. Abrí la puerta con absoluta tranquilidad, sin siquiera acercarme a la mirilla y descubrí frente a mí a mi hermano, relajado, con una pícara sonrisa en la cara, que me miraba con curiosidad, como cuando sabe que he ligado y viene en busca de detalles. Entró en mi casa, sin más, sin que pudiera detenerle y al ver a su esposa, lo único que hizo fue acercarse a ella y darle un cariñoso golpe en el trasero. Después, con el mismo gesto pícaro de antes, me confesó: "has tardado en descubrir nuestro juego, pero ¿a qué ha merecido la pena? Tu Katniss es una fiera". No podía estar más de acuerdo con su última frase, pero mi confusión era total. Más aún, cuando me enteré de que a mi hermano le excita que su esposa se acueste con otros hombres. Qué mundo de locos. 


viernes, 26 de octubre de 2012

Parejas imperfectas

Las técnicas de seducción masculinas y femeninas son prácticamente las mismas. A pesar de ser tan diferentes unos y otros, a la hora de la verdad funcionamos de una manera muy similar: ambos jugamos al despiste, que es una estrategia de eficacia probada, como el Wipp Express. Si alguien nos gusta, todos sabemos que la mejor forma de llamar su atención es demostrar que no nos atrae nada en absoluto, o desplegar nuestros atributos en dosis muy pequeñas. Por supuesto, esto no suele hacerse voluntariamente, porque si fuese así, el método perdería todo el encanto. Y no todos valemos para eso. 

Es una certeza demostrada que mujeres y hombres no amamos por igual. Siempre hay alguien que da mucho más, sobre todo al principio, cuando está en juego llevarse el gato al agua, o mejor dicho, la chica a la cama. Es habitual que los hombres persigan a una hembra que les gusta mucho hasta rozar el aburrimiento, pero en cuanto la consiguen, sólo una minoría es capaz de mantener su forma de ser y sus atenciones hacia ella; el resto se garantiza sesiones de sexo durante una temporada, hasta que ella ya no aguante su falta de interés progresiva. Digamos que algunos hombres se "enamoran" nada más conocernos, mientras que nosotras nos pillamos cuando él ya ha empezado a cansarse. Vivimos a distintos niveles. 

Si esto suena despreciable por parte de algunos "machos alfa", es justo poner de manifiesto que muchas mujeres no se quedan atrás. Hacen daño a los buenos chicos y se marchan con los cabrones potenciales. Muchas de mis amigas sufren los desvelos propios que les ocasiona debatirse entre el hombre tierno, romántico, que te respeta y te regala el oído constantemente, y el cerdo insensible, independiente, nada detallista, pero que te pone mirando a Cuenca para que te olvides completamente de quién eres y qué haces viviendo en Madrid. 

Desde fuera, observo que las mujeres, en general, no sabemos elegir. Nos dejamos llevar por una buena fachada, unas bonitas palabras y un único gesto de consideración que no es determinante, pero que garantiza la consecución del objetivo. Hace un par de años, todo eso me daba igual, porque buscaba lo mismo que ellos: diversión temporal, sin pensar demasiado, sin plantearme un futuro decente. Y reconozco que sonreía mucho más, ya que, sencillamente, me lo pasaba bien sin ataduras. Lo cierto es que fui consciente de un hecho que no debería pasar inadvertido: cuando hombres y mujeres buscamos entretenimiento sin compromiso (ambos por igual), nos entendemos perfectamente, alcanzamos una conexión real, somos auténticos confidentes emocionales y sexuales. No obstante, a largo plazo esa relación no se sostiene ni con pinzas, ya que alguno de los dos termina por caer en las redes del amor. 


Desconozco el motivo, pero sólo unas pocas somos la excepción que confirma la regla. Nos fijamos en chicos que sabemos (a menos que se tuerza mucho la cosa) que no nos dejarán tiradas en la cuneta, como a un perro. La explicación aparente es muy sencilla: detenemos nuestras miradas en hombres situados a cierta distancia del prototipo masculino mundial. Éste es el típico chico de gimnasio, con una tableta más firme que el turrón duro, unos glúteos elevados y susceptibles de ser manoseados por TODAS, una mirada profunda y seductora y una entrepierna que no se ve, pero se imagina. Frente a un hombre con estas características, tenemos la batalla perdida, pero sólo unas cuantas lo sabemos y por tanto, deja de parecernos atractivo. 

Nunca me ha gustado tener lo que todas tienen, ya sea material o sentimental. Si cincuenta chicas van detrás de un adonis en potencia, al instante deja de ser interesante a mis ojos, porque me aburre. La perfección suele ser asquerosa y ni el chico más maravilloso del mundo puede mantener a la chica a su lado, si no comete, al menos, algún error de vez en cuando. Las mujeres nos aburrimos con facilidad y si somos Géminis, como yo, mucho más. 

Otra cuestión de vital importancia son los besos. Ya puede ser un "macho alfa" y estar más rico que el queso de cabra, que como no bese en condiciones, no hay remedio posible. La cantidad de saliva expulsada durante el ósculo lo determina todo: que acabes bañada hasta las orejas o que tengas que irte a casa, porque estás más seca que al principio. Lo de las mariposas en el estómago no es un mito, realmente existe un cosquilleo que te remueve el estómago cuando alguien roza tus labios con maestría. Y si además de eso, se logra la excitación sexual, el momento de intercambio de fluidos bucales habrá merecido la pena. No es más que física. 

Considero que el problema femenino básico es la indecisión. Soy indecisa, contradictoria y cambiante con respecto a los hombres, y si a eso puedo añadir que ellos se apalancan enseguida, no se preocupan por mí y se toman las cuestiones de pareja a la ligera, creo que me sale más rentable comprarme un juego de la PlayStation, porque entretiene, excita y no causa quebraderos de cabeza. 

Sin embargo, no podemos engañar a nadie: les necesitamos, tanto como ellos nos necesitan a nosotras. Qué sería de nuestra existencia sin la emoción de empezar a conocer a una persona, no tenerlo del todo claro, dudar, evitar en las primeras citas los restaurante en los que haya que mancharse las manos de grasa y la boca de salsa rosa, experimentar un enamoramiento progresivo a partir de bromas ridículas y roces accidentales, acabar perdiendo los papeles (y las bragas) en un baño público, sentir que has encontrado (¡por fin!) a alguien que besa bien, y lo que es más importante, que no deja la tapa del váter levantada. Un flechazo, vamos. 


jueves, 25 de octubre de 2012

El descontrol virtual


Antes, la gente joven escribía un diario a mano. Niñas de doce o trece años plasmaban sus inquietudes, sus miedos y sus preocupaciones, propias de la edad, en aquellas hojas de colores, a menudo con olores variopintos y con un candado, cuya llave escondían en cajones perdidos. Era casi un libro sagrado, donde se contaban los secretos más ridículos e inocentes, aunque en ocasiones, también los más oscuros y retorcidos. En aquella época, hace como diez años o más, las personas sabíamos escribir.

Nos ponían delante un papel y un bolígrafo (incluso un lápiz, qué tiempos aquellos) y sabíamos qué hacer. Y lo hacíamos bien. Puntos, comas, puntos suspensivos, mayúsculas en los lugares correctos, exclamaciones e interrogaciones con un sentido completo. Los profesores de entonces nos enseñaron que para leer, al igual que para hablar, era necesario disponer de pausas para poder respirar. Y esos descansos los proporcionaban las comas. Durante un tiempo, reconozco que abusé del uso de las comas (creo que aún lo hago), pero siempre he creído que es mejor el exceso que el defecto. Con excepciones, por supuesto.

Sin embargo, hoy la gente no sabe qué hacer con las comas y ante la duda, prefiere no ponerlas. No obstante, eso no es lo más grave; lo peor es que algunos se atreven a escribir grandes parrafadas en sus muros de Facebook, haciendo un extraño alarde de conocimiento del lenguaje, sin tener ni  idea. Frases sin sentido alguno, sin orden, sin coherencia, sin comas gracias a las cuales coger el aliento, con excesivos signos de puntuación que no pintan nada. En todo esto ha desembocado la abreviación de las palabras en los mensajes de texto de los teléfonos móviles. Y ojo, que conste que soy la primera que abrevia, pero he tenido la suerte de no olvidar cómo se escribe de verdad. Para unos pocos, quizá peco de pedante o de quisquillosa, pero confieso que me pone de mal humor ver algo mal escrito.

Las redes sociales son nuestro diario de hoy en día. Para muchas personas, la vida privada ha dejado de formar parte de la intimidad de cada uno y se ha convertido en un escaparate público, al que casi cualquiera puede acceder. Es el alimento más sabroso para los más ávidos de información ajena. El que no sabe qué hacer un día concreto, puede masticar las desgracias de los otros y sentirse un poco menos miserable. O todo lo contrario: quizá, su monótona vida pegado al ordenador le muestre una realidad mucho más feliz a través de la pantalla.


La tecnología nos ha convertido en esclavos, atados de pies y manos con las cadenas de una comunicación continua y agobiante. El otro día me llegó la noticia de una chica británica que se había suicidado porque no podía soportar el acoso escolar al que estaba siendo sometida. Al recabar más datos, descubrí que su acoso había comenzado al difundirse unas fotos suyas enseñando los pechos que, al parecer, ella misma le había enviado previamente a un hombre maduro a través de Internet . No me cabe en la cabeza semejante actitud.

Si con doce años, yo jugaba a las Barbies y paseaba a mi muñeca Cuchi en su carrito, ahora, a esa edad, algunas jóvenes se dedican a enviar fotografías obscenas a desconocidos para pasar el rato. Me planteo dos posibilidades: o tienen el deseo sexual por las nubes, o al verse saturadas con tantos medios a su alcance para entretenerse, no saben usarlos con el suficiente sentido común. Me inclino más por la segunda opción, lo prefiero. Porque si pensase que el motivo de su conducta es el primero, estaría aterrada. Y como lo que esté por venir sea peor, estamos definitivamente perdidos.

La gente, en general (ya sean adultos o menores) tienen una facilidad sobrecogedora para utilizar la web cam. Se trata de un arma de doble filo, de elevada peligrosidad a pesar de su reducido tamaño. Los individuos ociosos emplean esta pequeña cámara para exhibir partes de su anatomía sin ningún pudor, ni inteligencia. Manchan su dignidad al ofrecerse así a personas a las que no las une ni el más remoto vínculo, ni amistad ni amor. Todos tenemos instintos primarios, pero por fortuna, la mayoría sabemos reprimirlos y dedicárselos sólo a las personas adecuadas, previamente seleccionadas en base a criterios emotivos y conscientes.

En la actualidad, casi todo es público, la mayor parte de los datos que se conocen, se exponen. Por eso, doy todavía más valor a la frase "uno vale más por lo que calla que por lo que dice", porque precisamente, eso es lo único que nos mantendrá a salvo en el futuro. Si alguien desea que sus secretos se mantengan escondidos, jamás se le ocurrirá desvelarlos a nadie. En esta era tecnológica, en la que casi todo vale, uno nunca puede estar realmente seguro de la confianza que dice brindarle el otro, especialmente, si lo hace a través de Internet. 


Olas gigantes

Tsunami es un término japonés (tsu: bahía o puerto y nami: ola; su significado literal es "gran ola en el puerto"), adoptado en un congreso en 1963,  que define el fenómeno por el cual se producen una o varias olas de gran tamaño y energía en el océano, al ser empujada el agua con violencia por una fuerza que la desplaza en vertical. Puede ser generado como consecuencia de un terremoto, la erupción de un volcán, un meteorito, explosiones o derrumbes costeros, entre otras fuerzas. 


En el 90% de los casos, los tsunamis surgen a partir de terremotos, por lo que, más en concreto, pasan a denominarse maremotos tectónicosSi tiene lugar un terremoto local, no suele existir tiempo suficiente para evacuar a los habitantes de las zonas más próximas, ya que el tsunami suele darse transcurridos entre diez y veinte minutos después de ese fenómeno. 
Para que un terremoto desemboque en un tsunami, debe ser de gran magnitud y tener su origen bajo el lecho marino. Debido al brusco movimiento, el agua pierde su equilibrio habitual y, al tratar de recuperarlo, es cuando aparecen las olas. 

Las erupciones volcánicas y las explosiones debajo del agua pueden causar tsunamis de menor intensidad y que se disipan con rapidez. Si cayese un gran meteorito en una zona de poca profundidad, la onda expansiva podría generar un tsunami, aunque no hay precedentes que lo confirmen. 


Un tsunami sólo es destructivo cerca de la costa, por lo que los barcos que se encuentren en las proximidades y sean alertados de su presencia, deberán dirigirse mar adentro, donde estarán más seguros. Para evitar sus efectos, es conveniente situarse a unos treinta metros de altura sobre el nivel del mar, en un lugar alejado de cualquier río o marisma, ya que el tsunami puede adentrarse varios kilómetros en tierra firme a través de ellos. En las doce horas siguientes desde la aparición de este fenómeno, pueden surgir diez olas o más, por lo que hay que alejarse de la costa la mayor distancia posible. Las olas pueden alcanzar una velocidad de más de 100 kilómetros por hora y puede tener una altura de más de veinte metros

En aguas profundas, la altura de las olas suele ser de un metro, pero a medida que disminuye la profundidad, su tamaño crece, ya que baja la velocidad a la que se mueve la parte delantera del tsunami. Así, las olas que alcanzan la costa pueden tener varios metros de altura. Uno de los fenómenos más recientes de estas características tuvo lugar el 26 de diciembre de 2004 en el Océano Índico, debido a un temblor marino que desplazó el suelo oceánico unos quince metros en dirección a Indonesia, como consecuencia de un terremoto de nivel 9 en la escala de Ritcher, que tuvo lugar en la isla de Sumatra. Este fenómeno, conocido como terremoto de subducción, no suele manifestarse con tanta fuerza. 

El caso más actual aconteció en Japón el año pasado. El 11 de marzo de 2011 un terremoto de grado 9 azotó ese país, lo que provocó una alerta de maremoto, por la cual se esperaban olas de hasta diez metros de altura. Finalmente, el tsunami tuvo lugar en el aeropuerto de Sendai y frente a las costas de Hawái y Sudamérica. 

Ante la posibilidad de verse atrapado por culpa de un fenómeno de este tipo, es necesario conocer las pautas a seguir del protocolo establecido. Así, antes de que tenga lugar un tsunami, es recomendable conocer las zonas de seguridad y las rutas de evacuación y disponer de un botiquín de primeros auxilios, una linterna, radio a pilas (para mantenerse informado en la medida de lo posible) y cerillas o velas. Durante el maremoto, hay que acudir a las zonas de seguridad con lo indispensable y con la mayor calma posible; se debe tener en cuenta que el tsunami suele ir precedido de una subida del nivel o una retirada considerable de las aguas de la costa. Después de la catástrofe, el Comité de Defensa Civil de la zona realizará una evaluación de los daños y autorizará el regreso de la población a sus casas cuando la situación sea segura. 


martes, 23 de octubre de 2012

La epilepsia

Es un trastorno neurológico, por el cual, se producen convulsiones en repetidas ocasiones. La convulsión incide en la función cerebral, es pasajera y se produce debido a una excitación eléctrica anómala en el cerebro, es decir, que éste es incapaz de frenar o inhibir los impulsos eléctrico entre las neuronas. Entre un 1 y un 5% de la población puede sufrir, al menos, una convulsión en su vida, sea cual sea su edad. Después de un ataque epiléptico, pueden darse cambios en la atención o en el comportamiento del individuo. 


CAUSAS
En los casos más difíciles, se desconoce la causa que provoca este trastorno. A veces, la epilepsia puede deberse a circunstancias temporales de quien la padece, como puede ser el consumo de drogas, dejar de tomar ciertos medicamentos o tener unos niveles anormales de glucosa  o sodio en la sangre. Al solucionarse estos problemas, los ataques no suelen volver a repetirse. 

En los enfermos más graves, los episodios se producen como consecuencia de una lesión cerebral (por la que el cerebro se vuelve más excitable), como puede ser una apoplejía. Puede tratarse también de un trastorno hereditario. En función de cuáles sean sus causas, existen los siguientes tipos de epilepsia:

- Idiopática o constitucional: se da, sobre todo, en individuos de entre 5 y 20 años, aunque puede aparecer a cualquier edad. No presenta causas y, a menudo, es hereditaria. 
- Sintomática: es aquella que puede tener multitud de causas, como anomalías congénitas, trastornos metabólicos, supresión de drogas o alcohol, insuficiencia renal o carencias nutricionales, entre muchas otras. 
- Traumatismo: es la que se da después de una lesión cerebral. Que los episodios se manifiesten en la primera semana tras sufrir la lesión, no significa que vayan a repetirse más adelante. Si es la madre la que sufre el traumatismo, su hijo podría padecer epilepsia. 
- Tumoraciones y hematomas: en este caso, los ataques predominan en la edad adulta y surgen, sobre todo, cuando hay algún tumor en la región frontal, temporal o parietal del cerebro. 
- Enfermedades vasculares: se dan en la vejez, a partir de los 60 años, como consecuencia de accidentes cerebro vasculares. 


Las convulsiones pueden ser generalizadas (si afectan a todo el cerebro) o focales o parciales (si comienzan en una región cerebral y se extienden, o no, a otra región mayor). A su vez, las convulsiones parciales pueden ser simples, si el individuo se mantiene consciente, o complejas, si se produce un deterioro cerebral más grave. 

TRATAMIENTO
El enfermo deberá seguir un tratamiento farmacológico para evitar o reducir los episodios epilépticos durante el desarrollo del trastorno y hasta cuatro años después de que se produzca el último ataque. En los casos en los que exista un tumor o una lesión cerebral, se llevará a cabo una operación quirúrgica. 

Los individuos afectados deben tener cuidado para no poner en peligro su vida cuando sufran una crisis. Por ello, es recomendable que estén acompañados la mayor parte del tiempo y que eviten actividades peligrosas, como conducir un vehículo o manejar maquinaria. Las convulsiones suelen aparecer de forma repentina, por lo que es imposible predecir cuándo y cómo se darán. 

A veces, la epilepsia puede hacerse crónica. No obstante, si este trastorno se da en la infancia, puede mejorar con los años. Si transcurren cuatro años sin ataques, puede suspenderse el tratamiento. Si las convulsiones son prolongadas o se producen dos o más en un período corto de tiempo (lo que se conoce como estado epiléptico), se podrían producir daños cerebrales permanentes o incluso la muerte. Se han dado casos de epilépticos que han fallecido por muerte súbita, sin explicación. 

La epilepsia no se puede prevenir. Sin embargo, con una alimentación correcta, un buen descanso, las suficientes horas de sueño y una vida sana, se pueden reducir los ataques de forma significativa. A pesar de llevar un tratamiento adecuado, el número de crisis puede aumentar por una ingesta irregular de medicamentos, alguna otra enfermedad, embarazo o falta de sueño. 


viernes, 19 de octubre de 2012

El trayecto hacia lo desconocido

"Hace unos días, le escribí una emotiva carta al amor de mi vida. A lo largo de más de cuarenta líneas, le explicaba, en resumen, lo que había significado él para mí. Con toda sinceridad, asumo que ese capítulo de nuestro paso por este viaje ya concluyó hace varios años, pero no soy una persona a la que le guste guardarse las cosas dentro. Por eso, puse mi corazón sobre aquel papel, en el que plasmé los mejores recuerdos que he tenido hasta el momento, cuando estaba con él, junto a él, encima de él. Después de leerla, se quedó como si nada, ya que ni siquiera obtuve respuesta; a menudo, duele mucho más la indiferencia que el desprecio. Lo sé bien. 

En el fondo, no le culpo, porque ha pasado demasiado tiempo y una no puede pretender que los sentimientos ajenos sigan tan vivos como los propios. Con mi declaración de amor a mis espaldas, me he rendido ante las evidencias de que en este lugar no hay futuro y he decidido marcharme a vivir al norte. He tardado más de dos horas en hacer la maleta, puesto que me llevo todo conmigo, no puedo olvidarme de nada. Después de varios fracasos sentimentales y unas oportunidades laborales nefastas y, en ocasiones, nulas, sé que mi destino no es estar aquí. Si me estrello en otro lugar, al menos me quedaré con la tranquilidad de haberlo intentado. 

Ahora mismo, mi mente y mi cuerpo necesitan la soledad, tanto como los peces necesitan el agua para poder vivir. Si prestase demasiada atención a mis emociones, estoy segura de que me tiraría a la piscina sin pensar en las consecuencias; en cambio, si escuchase las ideas de mi cerebro, me escondería en una cueva, aislada de todo, para que nadie más pudiera hacerme sufrir de aquella manera. Como no es sana ni una opción ni la otra, apuesto por el punto intermedio: vivir sin esperar nada". 

Alberto tenía el pecho encogido, tras haber escuchado esas palabras grabadas, que ella misma le había enviado a su correo electrónico. No se cansaba de oír su voz una y otra vez, tan calmada y melódica, tan suave, tan dulce. Su esposa jamás comprendería el motivo de su dolor actual, de esos pinchazos en el estómago que amenazaban con doblarle el cuerpo y hacerle añicos el alma. Debía haber esperado tres años a que su gran amor volviera a su lado, con esa carta y después esa grabación, antes de tomar la decisión o no de casarse con la primera mujer que le atrajo de algún modo. Ni Estrella se merecía que no la hubiese contestado, al menos por escrito, ni su esposa tenía derecho a soportar la carga de estar casada con un hombre que no la quería, al menos no tanto como debería. 

Llevaba dos semanas acudiendo cada día al hospital para ver a Estrella. Iba a escondidas, puesto que le decía a su esposa que tenía importantes reuniones en su trabajo que no podía eludir. En aquella habitación con olor a desinfectante, se sentaba junto a ella, contemplaba su rostro relajado y sostenía una de sus manos entre las suyas. El accidente que tuvo cuando se dirigía al norte, la había sumido en un coma profundo; el golpe en el cráneo había sido muy fuerte. Los médicos desconocían cuál podría ser su evolución.


Mientras la miraba, completamente enamorado, solía acordarse de las cosas que hicieron cuando estaban juntos. Aquella vez que alquilaron una casa en un pueblo perdido en las montañas y después de dos horas de caminata, empapados por haber caído sobre la nieve en varias ocasiones, se fueron directos a la cama, empujados por una pasión enloquecida, que les dificultaba la tarea de desvestirse. O aquella mañana que ella le despertó con el desayuno en la cama y numerosos besos por todo su rostro, aún adormilado, al tiempo que ambos no paraban de reír a carcajadas. O sencillamente, las veces que se derretía al mirarla a los ojos y ver en ellos la felicidad que otorga la plenitud del amor. Ahora los tenía cerrados y Alberto no sabía si volvería a ver su color avellana. 

Veinticinco años más tarde, ya no necesitó más pruebas para saber que su estado era irreversible. Reunió las pocas fuerzas que le quedaban para estar presente cuando el cuerpo de Estrella fue desconectado de las máquinas, por orden expresa de su familia. Un año más tarde, el corazón de Alberto dejó de latir. Dicen que nunca soportó la pérdida. 


jueves, 18 de octubre de 2012

Botones sexuales

PUNTO GRÄFENBERG
Esta zona, de gran carga sexual, debe su nombre al ginecólogo alemán Ernst Gräfenberg. Es una pequeña zona situada dentro de la vagina, a una distancia de entre 2,5 y 7,6 centímetros de la entrada, detrás del pubis y en torno a la uretra. Es una parte muy sensible, que si se estimula, puede conducir a una intensa excitación sexual y a la consecución de fuertes orgasmos e incluso a la eyaculación femenina


Desde los años cuarenta, se han realizado estudios acerca de esta zona. Sin embargo, a día de hoy, médicos e investigadores no se aclaran sobre si realmente existe o no. Hay mujeres que afirman tenerlo, mientras que otras niegan su existencia. Su presencia se justifica por la consecución de orgasmos vaginales en algunas mujeres, aunque en estos casos, también se plantea la posibilidad de que el punto G no sea más que una prolongación del clítoris. Es posible que no todas las mujeres lo tengan y por eso, se trate de una cuestión subjetiva
No obstante, muchas de las que lo han descubierto y disfrutado, se someten a la llamada "amplificación de punto G", una técnica de cirugía plástica, por la cual se incrementa la sensibilidad de esa región. 

En los últimos tiempos, se ha descubierto que los hombres también tienen punto G, una zona con una textura similar a la de una almendra pequeña, y que está situada en la entrada del ano. Por medio de caricias lentas y constantes, la zona se dilata y puede desembocar en el clímax. Muchos hombres consideran esta zona "prohibida", debido a los prejuicios que existen desde antaño y que implican que el varón que realiza este tipo de prácticas tiene dudas acerca de su sexualidad. Nada más lejos de la realidad: los heterosexuales que tienen clara su inclinación sexual pueden disfrutar del placer que les proporciona el punto G, sin ningún tipo de miedo. 

EL CLÍTORIS
Se encuentra encima de la uretra, donde se unen los extremos superiores de los labios menores de la vagina. Lo componen dos brazos, que están por debajo de la piel y que van hacia el interior del cuerpo, mientras que la parte visible es el glande. Cuenta con miles de terminaciones nerviosas y proporciona un gran placer a la mujer, lo que le convierte en el gran protagonista de la sexualidad femenina. 


Suele estar inactivo hasta que un roce o una caricia, por pequeños que sean, hacen que aumente de tamaño poco a poco. Muchos hombres se olvidan de él, sin tener en cuenta que muy pocas mujeres alcanzan orgasmos sólo por medio de la penetración. Para que la relación sexual sea plenamente placentera para ellas, es necesaria la correcta estimulación del clítoris, manual u oral. Los juguetes sexuales de diverso tipo también pueden ser de utilidad. Además, algunas posturas durante el coito pueden hacer fricción en la zona y favorecer el placer. 

A diferencia de lo que les sucede a los hombres, las mujeres no necesitan descansar durante un tiempo después de un orgasmo. El clítoris puede seguir siendo estimulado inmediatamente después del clímax, a pesar de las mínimas molestias que pueden surgir al principio. Es por ello, que se puede disfrutar de varios orgasmos con pocos minutos de diferencia. La masturbación permite conocer más en profundidad los secretos de esta región corporal tan especial. 


lunes, 15 de octubre de 2012

Quiero hacer grandes cosas

Soy adicta a vivir. Es la mayor droga que se me ha podido presentar delante de las narices, tan tentadora, tan fresca, tan cargada de sustancias deliciosas que quiero exprimir al máximo, sin ningún límite. El sabor de unas sencillas patatas fritas o de un refresco se hace único, si siento a mi lado a las personas que más quiero en este mundo (además de a mis padres, como es obvio). Esos seres tan especiales, mis amigos, que sin ser plenamente conscientes de ello, me encumbran a la cima más alta y desde la que tengo las vistas más impresionantes. Soy una persona de éxito, porque me rodea la mejor compañía que nadie puede tener. 

Conforme se escapan los días y las semanas, mi interior me grita que todos tomamos decisiones por alguna razón de peso y que nuestro instinto juega un papel esencial en eso. Dadas mis circunstancias, percibo que mis posibilidades de estrellarme al elegir el camino erróneo se han reducido a la nada; de hecho, nunca existieron, ni en un dos por ciento. Estaba atorada, entumecida, adormilada, como si alguien me hubiese inyectado un sedante que me impedía valorar mi realidad con el adecuado ojo crítico. Estaba metida dentro de un túnel seco, podrido por la escasez de estímulos, que se caída a pedazos, muerto en vida. Y no lo vi hasta que mis neuronas encajaron las piezas y de repente, el nuevo puzzle me dio las respuestas. 

Ahora, casi todo me huele a felicidad. Aún a riesgo de resultar insoportable por tal alarde de optimismo desmesurado, sólo diré que mi existencia ha adquirido matices distintos, un sentido por el que merece la pena seguir adelante con entusiasmo y sin mirar atrás. Lo que antes era hastío y tristeza enmascarada, hoy es curiosidad y un desesperado anhelo por descubrir cada vez más, por percibir cada milímetro de este mundo como si me perteneciera. Atrás se escondieron los miedos y las frustraciones, las ganas de tener el bizcocho entero, pero saber que sólo podría disponer de las migajas, mal repartidas y en dosis pequeñas. 

Como persona insaciable de ilusiones que soy, me muero por probar actividades nuevas, puede que algunas en las que nunca haya pensado. Después de las decepciones vividas, sé que cualquier tarea podrá sacarme a flote; la marea nunca me ahogará entre las aguas, por muy revueltas que éstas estén, a pesar de la tormenta. Cada grieta hace más fuerte a la piedra que penetra, por mucho que eso le suponga acercase más a su final. Porque lo importante no es correr deprisa, sino saber hacia dónde hay que ir. La vida sólo nos da una oportunidad, únicamente pasamos una vez por aquí y, a un ritmo de vértigo, por poco nos damos cuenta de lo que debemos hacer, de la necesidad de sentir cada minuto como si nunca más volviera a repetirse. Como la mayoría de las veces sucede. 

La calma es tan valiosa como la honestidad. Saborear lentamente porciones de abrazos a escondidas, caricias furtivas que sólo ven la luz al calor de los sueños, sentimientos que se alimentan de relaciones verdaderas, que no sólo se basaron en el sexo o el contacto físico sin profundidad emocional alguna. El amor no es más que un estado que si perdura, es maravilloso, pero si no, es como si nunca hubiese existido, porque no queda nada. Si las personas no sostenemos nuestras uniones en la solidez que aporta la amistad, todo se evapora, las emociones se mueren, el desconocimiento se transforma en un abismo kilométrico e irreversible, la sensación es idéntica a la de no haber conocido jamás a esa persona. Y para eso, es preferible no haber permitido ni el más mínimo acercamiento ni la destrucción de la coraza que nos cubría y nos aislaba del dolor. Ni por descuido. 


No obstante, mi mente es muy capaz de olvidar lo negativo y de retener sólo aquello que merece la pena guardar con insistencia y esmero. Por eso, le digo adiós a los malos recuerdos y construyo algunos nuevos y buenos, los que quiero que me acompañen en las noches en las que las gotas de lluvia chocan contra los cristales de la ventana de mi habitación. Quizá, mi mayor defecto es ser soñadora en extremo. Todo lo que me ocurre se nutre con una esperanza que muchos quisieran para sí mismos. Si existe una opción, analizo las múltiples alternativas que me conducirían a la consecución del objetivo, por imposible que éste se plantee. Soy más sensible que práctica y, si ese es el motivo de mi dicha, poco me importa que también pueda ser mi condena. 


sábado, 13 de octubre de 2012

Pesadilla

Andrea aparcó su pequeño utilitario a un lado del camino que marcaba el inicio de la ruta de senderismo. Finales de octubre, unos veinte grados de temperatura, ni una sola nube en el cielo. Se había calzado sus fuertes botas de montaña, que llevaban tres años guardadas en el fondo de su armario, y que sólo había usado unas seis veces, como mucho. Llevaba, además, su bastón de madera, objeto de burla por parte de sus amigos, más acostumbrados a la ciudad que al campo. En realidad, tan poco habituados a andar, como ella en esos momentos. En la mochila que sostenía en su espalda, portaba una cantimplora con agua, comida, calcetines de repuesto y un pequeño botiquín. El teléfono móvil no lo había olvidado, a pesar de que interfería en su tranquilo plan. No obstante, lo llevaba apagado.  

Permaneció inmóvil unos segundos, mientras observaba el paisaje que la rodeaba. La melancolía, los dulces recuerdos y las imágenes de un pasado agradable se asomaron por su mente sin avisar. No comprendía porqué no había luchado más por continuar con aquella afición que tanto le había llenado el corazón. Una costumbre más apasionante y enriquecedora que cualquier otra aventura en la que se le hubiese ocurrido embarcarse. Y en ese instante, en esa etapa de crisis personal, había decidido apartarse de su mundo civilizado y rutinario, y dirigirse hasta allí, sola. 

Sabía que nadie más la habría seguido y, de todos modos, sólo se necesitaba a sí misma. Deseaba caminar durante horas hasta que sus piernas empezaran a indicarle con ese hormigueo tan característico que podía sentirse satisfecha, que después de aquello todo estaría bien: sus sentimientos, su sentido común, su cuerpo y su espíritu. Cada porción de ella, en armonía con las demás. Era consciente del tiempo que llevaba sin entrenarse en concreto para esa actividad y de que, en principio, resultaría un ejercicio un poco duro. Sin embargo, no tenía miedo de no dar la talla delante de sí misma; simplemente, quería demostrarse que podía hacerlo, que tenía las agallas de volver al punto de encuentro. 

Después de algo más de dos horas de caminata, alcanzó la cumbre, casi por los pelos. Sus fuerzas ya habían empezado a flaquear y sintió pena al comprobar que su forma física era todavía más baja de lo que había esperado. A pesar de eso, por fin estaba allí, en aquella cima que ahora cubría su alma de dolor y bañaba sus ojos en lágrimas. Muchos la habrían definido como masoquista, por empeñarse en ver su sufrimiento de cerca, aunque para ella, era una prueba que requería demasiada voluntad. No todas las mujeres se atreverían a enfrentarse sin rodeos a ese lugar, precioso, espectacular, pero que ella sólo asociaba a la muerte de su novio de juventud. Durante esos cuatro años, había odiado con furia esos parajes, hasta que hacía unos meses se había dado cuenta de tal injusticia. La fatalidad se cebó con José y nadie tuvo la culpa de que tropezara con una piedra, al asomarse demasiado para ver el paisaje, y cayera a toda velocidad, barranco abajo. 



Iba solo. Andrea le había dejado mucho antes de aquel accidente, porque la relación no funcionaba, pero cuando murió, su corazón se quedó hueco. En realidad, nunca dejó de amarle, por muchos hombres con los que hubiese intentado compartir un futuro o establecer algún tipo de vínculo. Mientras José se adentraba en bosques cada vez más peligrosos, más densos y en condiciones climáticas más adversas, ella trataba de alejarse más de ese mundo, conforme pasaban los meses. Lo único que ansiaba era poner distancia de por medio, disponer de las suficientes tareas que llevar a cabo como para no pensar en él. Y llegó a lograrlo, hasta que se enteró de que José había dejado de existir. 

Se acercó con cuidado al punto del fatal desenlace y miró abajo. La caída era espantosa, más metros de los que cualquier cuerpo humano podría soportar sin romperse un montón de huesos por varios sitios distintos. Al imaginar aquello, tuvo que retroceder y girarse en dirección contraria. De repente, se quedó petrificada, con el estómago encogido, inmóvil, casi sin poder respirar. José estaba allí, frente a ella, a unos cuatro metros de distancia, y la miraba fijamente con una sonrisa ladeada. Ella no podía escucharle, pero era capaz de leer en sus labios que todo estaba bien, que él ya no sufría, que lamentaba no haberle demostrado cuánto la quería mientras estuvieron juntos. 



Andrea soltó un grito helado que rebotó en las paredes de la habitación. José, tumbado junto a ella en la cama, se despertó, confuso y sobresaltado. Ella estaba temblando, sudaba muchísimo y había empezado a llorar. Él la rodeó con sus brazos y empezó a darle pequeños besos en el hombro derecho, al mismo tiempo que intentaba calmarla. Aquel tiempo (más de tres años) que él había tardado en darse cuenta de que no podría amar a nadie más que a ella, había pasado factura a Andrea. Llevaban dos semanas viviendo juntos por fin y las pesadillas eran continuas: ella soñaba que él se marchaba de nuevo, de mil formas distintas. A veces, José pensaba si no habría sido perjudicial para ambos que hubiese decidido volver con ella, después de tanto tiempo, con tantas promesas y tantos planes de futuro que pensaba cumplir a rajatabla, si ella quería, claro. Estaba aterrado por la posibilidad de perderla y cada día, hacía lo imposible para que ella se sintiese feliz. 

Andrea, pasados unos minutos, se calmó y volvió a tumbarse en el colchón, mientras le abrazaba con fuerza. Esa segunda oportunidad les había mostrado a ambos el único camino para ser felices y que el amor auténtico supone una lucha continua, sin orgullo, sin rencores, sin miedos. 


miércoles, 10 de octubre de 2012

La inmadurez

Somos inmaduros por naturaleza, aunque siempre existen grados. La adolescencia es la etapa vital fatídica, en la que (unos más que otros) buscamos decir o hacer cosas que llamen la atención de nuestros semejantes. La idea de sentirse "integrados en un grupo"conduce a quienes tienen menos personalidad a un trayecto de adicciones y autodestrucción. La inmadurez en la juventud desemboca en las dependencias. 

Hoy en día, las niñas de dieciocho años están hechas de otra pasta distinta a la que formaba mi persona a esa edad. No es que haya pasado una barbaridad de tiempo desde entonces, pero sé reconocer que ya alrededor de los veinte años, yo aún no sabía nada de la vida. Creo que influye el hecho de que en esa época, sólo había estado con un hombre y no pasaba ni por mi imaginación salir fuera a buscar nada más. Ahora, las chicas de entre quince y veinte años, han tenido una media de diez parejas sexuales, que se dice pronto. Eso por no mencionar a las que se atreven a probar el sexo con doce años (mi mayor preocupación a esa edad era combinar correctamente los vestidos de mi Barbie). 

En esas fases de la vida, la inmadurez es completamente normal. Dicen que el cerebro no termina de alcanzar la edad adulta hasta los veinticinco años y por lo tanto, cualquier decisión que se tome antes, podrá ser más o menos acertada, pero siempre corresponderá a una reflexión escasamente razonada o incluso a un acto impulsivo. En cualquier caso, rara vez se medita el tiempo suficiente lo que se va a hacer, incluso cuando somos adultos. El problema surge cuando esa inmadurez perdura en el tiempo y se convierte en el foco de las críticas y las burlas del entorno más cercano. 


Las mujeres, ya sea por educación o porque dicen que maduramos antes, solemos estar más preparadas para evolucionar. Aquellas que se quedan embarazadas por sorpresa, aceptan mejor el "trance" que sus compañeros sentimentales, cuyas reacciones pueden ser diversas: desde sobreponerse al shock con entereza, pasando por una etapa de confusión y terror absolutos, hasta a abandonar a la persona que les causa el "problema": su pareja. Así como las mujeres estamos listas para ser madres al final de la veintena, muchos hombres no sienten la llamada de la paternidad hasta que rozan los cuarenta. Y éste es sólo un ejemplo de la cantidad de cuestiones que nos separan a ambos.  

No obstante, es obvio que la inmadurez no suele depender del género. Varios factores que afectan son la educación recibida, el tipo de familia en la que el individuo crece y aprende, las amistades que conoce, el barrio en el que vive o la conducta que se espera de él. Aquellas personas que crecen sin sentirse queridas por sus padres acusan actitudes superficiales, puesto que no saben casi nada del cariño. Ello les conduce a comportarse con los demás de forma egoísta y liberal, sin medir las consecuencias de sus palabras o su gestos. Por supuesto, a medida que los años pasan, estos rasgos de la personalidad se pulen en mayor o menor medida. 

Hay personas que se empeñan en adherirse a un estilo de vida que no corresponde con su desarrollo cerebral ni con las aspiraciones que le corresponderían por edad y situación personal. Bastante gente, rozando los treinta, vive en un estado festivo perpetuo, dejándose llevar sin más por una existencia cargada de estímulos efímeros, pero altamente perjudiciales. Algunos incluso esperan que los ingresos les caigan del cielo, mientras no mueven un dedo por cambiar el curso de los acontecimientos. La crisis nos ha puesto las cosas difíciles a todos, pero también nos ha enseñado que es preciso multiplicar hasta por cinco los esfuerzos para poder lograr los sueños algún día. Es necesario sudar para crecer personal y profesionalmente. 


El empeño y la intención son los dos eslabones principales si queremos construir una cadena de prosperidad en la vida. Si ni siquiera asoma por la mente la posibilidad de cambiar el ritmo de los hechos, nunca conseguiremos nada. La voluntad es básica para que el éxito empiece a cogernos de la mano. Para ello, debemos asumir las caídas y enfrentarnos a ellas con entereza, no con justificaciones absurdas o ataques inútiles. 

Si uno elige el camino de la mentira u opta por maquillar la verdad, a largo plazo sus actos se volverán en su contra. Llegará el instante en que alguien, con mejor dialéctica y saber estar, le mostrará unas ideas claras y directas que no podrá debatir. Quien sólo se preocupa por los bienes materiales, nunca sabrá lo que es amar a un ser de carne y hueso, aunque haya creído lo contrario. El que antepone su cómoda vida actual a una futura aventura que no ofrece garantías, se estará perdiendo el mayor reto de su existencia y la emoción que éste alberga. El premio al esfuerzo es sólo para los luchadores. 


martes, 9 de octubre de 2012

Hazte donante de óvulos

La donación de óvulos es un proceso largo e indoloro, que permite tener hijos a las parejas con problemas de fertilidad, ya que los óvulos que se obtienen son imprescindibles para muchas de las técnicas de reproducción asistida que se llevan a cabo hoy en día. Existen muchas clínicas en toda España donde se puede donar y el perfil más requerido es el de una joven universitaria, de entre 18 y 25 años, con buen estado de salud


EL PROCESO
Durante un período que puede oscilar entre doce días y un mes, la donante debe someterse a una estimulación del ciclo ovárico, mediante la administración de unas veinte o veinticinco inyecciones subcutáneas (que se pueden aplicar en casa), que permitirán obtener entre seis y diez óvulos por ciclo. En todo ese tiempo, se realizarán análisis hormonales y ecografías para controlar que todo vaya bien y determinar el momento preciso de la extracción. 

Por medio de anestesia local o general muy leve, los óvulos se sacan por la vagina. La donante podrá marcharse a casa y hacer vida normal en sólo veinte minutos o en una hora, en función de la técnica que se utilice según cada caso. El éxito de la implantación en la mujer receptora dependerá de la calidad de los óvulos donados, aunque suele ser de entre el 40 y el 60%. Por supuesto, la mujer receptora también deberá someterse a varios análisis clínicos (físicos y psicológicos) para comprobar si se encuentra preparada para asumir el proceso. 

Existen varios perfiles de posibles mujeres receptoras: las que tienen menopausia precoz, aquellas que padecen enfermedades genéticas que pueden transmitir a los hijos, las que no tienen ovarios a consecuencia de alguna enfermedad, las que no producen óvulos suficientes o aquellas en las que éstos no tienen una calidad mínima

La mujer que recibe la implantación de los óvulos podrá conocer ciertos datos sobre la donante: altura, peso, color de piel, edad, raza, color de ojos, constitución, etc. La madre del bebé a todos los efectos será la mujer que le dé a luz, es decir, la receptora de los óvulos. 

REQUISITOS PARA DONAR
Los especialistas y los centros médicos suelen ser muy exigentes, por lo que, de cada cien aspirantes, sólo se quedan con entre veinte y veinticinco. Así, para ser donante de óvulos, es imprescindible lo siguiente: 
- Tener entre 18 y 35 años
- Que la función de los óvulos sea normal
- Se debe conocer el historial médico de los familiares cercanos de la donante, por lo que ésta no puede ser adoptada. 
- Ni ella ni sus familiares próximos pueden tener enfermedades genéticas ni hereditarias, ni cualquier tipo de malformación. 
-  No debe haber dado a luz a más de seis hijos
- Debe tener una buena salud física y mental
- Cuenta como punto positivo que ya haya sido madre.

Con todos estos requisitos sobre la mesa, la posible donante se realizará un completo estudio de fertilidad, que incluye un examen ginecológico, un econosograma vaginal, un análisis de sus cromosomas, análisis que descarten la presencia de infecciones o enfermedades de transmisión sexual (ETS), hematología completa y estudio psicológico. 


En uno de cada doscientos cincuenta casos, pueden darse problemas leves durante la donación, similares a los dolores menstruales o una cierta hinchazón abdominal. Es un proceso que no afecta en absoluto a la futura fertilidad de la donante, ya que las mujeres nacen con dos millones de óvulos, de los cuales sólo se emplean entre 400 y 500 a lo largo de su vida. La mayoría de las mujeres suelen hacer nuevas donaciones pasados dos meses. 

COMPENSACIÓN ECONÓMICA
En España, la ley de reproducción asistida prohíbe la venta y comercialización de ovocitos. La donación debe realizarse sin ánimo de lucro y debe ser un acto solidario, con el objetivo de ayudar a aquellas mujeres que deseen tener hijos. 

No obstante, el proceso de donación supone una serie de molestias e incomodidades (numerosos desplazamientos, tratamiento, etc.) para las donantes, que se considera necesario compensar de alguna manera. Por eso, las clínicas pagan entre 600 y 900 euros a las mujeres que acuden allí a donar. 


lunes, 8 de octubre de 2012

Sonámbulos

El sonambulismo o noctambulismo es un trastorno del sueño que se suele dar durante las etapas tres o cuatro del descanso, en las cuales, las ondas cerebrales y el ritmo respiratorio son lentos. Estas fases no REM constituyen el 20% del tiempo total que pasamos durmiendo, duran poco más de unos veinte minutos entre las dos y en ellas, no solemos tener sueños.

Este trastorno se clasifica dentro de la parasomnia, que es una alteración de la conducta mientras dormimos, caracterizada por la aparición de episodios breves en los que el individuo se despierta, sin que se interrumpa el sueño ni se vea afectado el nivel de vigilia diurno. El noctámbulo puede llevar a cabo actividades motoras automáticas más o menos complicadas, sin ser consciente de ello, sin poder comunicarse con nadie y, en la mayoría de los casos, sin que recuerde nada al día siguiente. En contra de lo que se cree, no es peligroso despertarlo, pero sí es difícil, y puede provocarle cierta confusión temporal. Por ello, lo mejor es guiarle tranquilamente hasta la cama, sin necesidad de alterar su sueño. 

El sonambulismo se da en el 17% de los niños (es más habitual entre los cuatro y los seis años y en torno a los once o doce años, aunque puede presentarse hasta los dieciséis) y tan sólo en el 4% de los adultos. Asimismo, el 19% de la población de todo el mundo es propensa a sufrirlo y los hombres lo padecen con más frecuencia. Es más común que se produzca a las dos o tres horas de haberse acostado. Suele ser hereditario y su causa principal es el estrés, junto con la falta de sueño y el consumo de drogas y alcohol en los adultos. En los casos más extremos, el sonámbulo podría mantener relaciones sexuales durante sus despertares inconscientes, lo que se conoce como sexomnia


Quienes padecen sonambulismo realizan sus tareas con los ojos abiertos. Algunos pueden tener los ojos hacia arriba, debido a que el cuerpo se adapta naturalmente a no recibir luz durante el sueño. No hablan con coherencia y si se les pregunta, sólo emiten sonidos, aunque depende de cada individuo. Pueden ser un peligro para sí mismos si llevan a cabo actividades arriesgadas, como subir y bajas escaleras o manejar alguna herramienta; se conocen casos de personas que han muerto en estas circunstancias. Si se les despierta de repente, podrían llegar a autolesionarse o a atacar a quien tengan enfrente, debido a la desorientación inicial. 

Son muy sugestionables y durante sus episodios, tienden a interesarse por cuestiones que han escuchado a alguien o han visto por televisión ese mismo día antes de acostarse o en días anteriores. Lo mejor es seguirles la corriente e intentar acostarlos de nuevo, a pesar de que algunas veces, se levantan otra vez porque "sienten" que tienen que terminar lo que estaban haciendo. Una buena fórmula para calmarles es decirles lo bien que han hecho todo, para que comprendan que han acabado. 

Nunca revelarán secretos o darán informaciones que no darían en su vida diaria normal. No recuerdan lo que han hecho, aunque algunos adultos que sufren episodios más o menos violentos, sí pueden recordar, en parte, sus palabras o actos sonambulísticos. Por ello, no conviene mencionar comportamientos absurdos (como limpiar objetos invisibles o comer alimentos que no existen) porque pueden avergonzarse. 

Existen varias sentencias judiciales en las cuales individuos que cometieron crímenes mientras padecían un episodio de noctambulismo, fueron absueltos. Es el caso de Albert Tirrel, que en 1846, fue declarado inocente de incendio y de asesinato, porque lo hizo sonámbulo. 


viernes, 5 de octubre de 2012

Los sueños cumplidos

La fachada de la enorme casa de dos plantas se levantaba imponente en el centro de aquella estrecha calle rural. Las paredes, de un suave color salmón, contrastaban con las ventanas y las puertas, cuyos márgenes quedaban decorados con piedras de colores oscuros. Tres escalones conducían a la entrada principal, aunque también se podía rodear la edificación para acceder por el patio trasero, una zona destinada al ocio y cerrada para proteger del frío y de la lluvia, en los meses de peor temporal. Cinco habitaciones dobles en su interior (cada una con un mobiliario y una ambientación completamente diferente), tres cuartos de baño, una gran chimenea presidiendo un salón con capacidad para hasta doce personas, y una cocina con horno de leña, barra americana de estilo rústico y paredes empedradas. 

La emoción la embargaba y los nervios le recorrían el cuerpo de arriba a abajo. Estaba observando por fin, fascinada, su casa rural ya terminada, después de largos meses de obras para reformarla. En ese instante preciso, estaba pensando cómo la llamaría, pues todo alojamiento rural que se precie y que busque reconocimiento debe tener un nombre situado a la altura. Empezó a divagar inmersa en miles de ideas, caminando de un lado a otro en el medio de la calle, sin inmutarse por la presencia de curiosos: habitantes del pueblo que se acercaban a observar la construcción. 

De repente, levantó la vista y le vio acercándose con tranquilidad, con un enorme saco al hombro, lleno de troncos y ramas para avivar el fuego de la chimenea. Llevaba una camiseta negra de tirantes que dejaba al descubierto sus brazos sudorosos y brillantes, y un pantalón azul oscuro, típico de los trabajadores de una obra en construcción. Su pelo negro alborotado siempre le había otorgado un aire misterioso, que hacía las delicias de las adolescentes que tenían la suerte de toparse con él, a pesar de haber sobrepasado ya la barrera de los treinta y cinco años. Isabel se quedó allí plantada, mirándole, mientras se olvidaba de inmediato del motivo de sus titubeos y, al ser consciente de eso, lo tuvo claro. 

Su casa rural, uno de los sueños más importantes de su vida, una de las ilusiones más intensas que habían recorrido su cerebro en todos aquellos años de sacrificio, tesón y altibajos, sólo podía llamarse así: Adán. Ese era el nombre de su amor, de aquel hombre con el que llevaba saliendo más de una década, su compañero de fatigas, el amante que le había mostrado las mejores alternativas para lograr sacar adelante aquella casa en ruinas, cuyo futuro era bastante incierto. Quien le prestó la inversión inicial para hacer frente a las reformas, quien la consoló en las temporadas de mayor caída emocional, quien disponía de las palabras adecuadas para que ella se sintiera afortunada por lo que estaba a punto de conseguir. Quien la demostró siempre que no estaba sola, que aunque no saliera bien, él estaría con ella, física y mentalmente. Quien traía la leña en ese momento y el hombre que había decidido mudarse con ella a aquel pueblo perdido, sólo porque la amaba. 

Adán llegó a su lado y le mostró una de sus mejores sonrisas. Siempre le había resultado gracioso la forma que ella tenía de mirarle, con esa curiosidad que sólo se refleja en los primeros encuentros. Ese había sido el auténtico secreto del éxito de su amor: se trataban como si se siguieran descubriendo el uno al otro, a pesar de los años que llevaban juntos. Por mucho que se conocieran al dedillo, estaban convencidos de que, con ilusión y ganas, cada día podían ofrecer algo nuevo que el otro pudiera destapar. Isabel le abrazó con fuerza, mientras él soltaba el saco y lo dejaba con cuidado en el suelo. Le dio un sonoro beso en la mejilla y le informó de su decisión: su sueño llevaría su nombre. 

Entusiasmado, Adán no supo qué decir, lo cual no importaba, ya que en ese segundo de felicidad, sobraban las palabras. Ella le cogió de la mano y le condujo dentro de la casa, lejos de miradas indiscretas. Allí le dio la otra noticia que guardaba en su interior desde hacía un mes: iban a ser padres. El silencio dio paso a un intercambio de profundas miradas, cuyo intenso brillo transmitía lo que sus labios estaban a punto de mostrar. Se besaron como si lo hicieran por primera vez, aferrados a un amor sin límites que les había llevado justo donde querían estar, que les había permitido la oportunidad de un futuro compartido, sin excusas, sin desvíos. Sus lenguas jugaron con el deseo de estrenar una de las habitaciones. Por supuesto, la más grande.