viernes, 26 de octubre de 2012

Parejas imperfectas

Las técnicas de seducción masculinas y femeninas son prácticamente las mismas. A pesar de ser tan diferentes unos y otros, a la hora de la verdad funcionamos de una manera muy similar: ambos jugamos al despiste, que es una estrategia de eficacia probada, como el Wipp Express. Si alguien nos gusta, todos sabemos que la mejor forma de llamar su atención es demostrar que no nos atrae nada en absoluto, o desplegar nuestros atributos en dosis muy pequeñas. Por supuesto, esto no suele hacerse voluntariamente, porque si fuese así, el método perdería todo el encanto. Y no todos valemos para eso. 

Es una certeza demostrada que mujeres y hombres no amamos por igual. Siempre hay alguien que da mucho más, sobre todo al principio, cuando está en juego llevarse el gato al agua, o mejor dicho, la chica a la cama. Es habitual que los hombres persigan a una hembra que les gusta mucho hasta rozar el aburrimiento, pero en cuanto la consiguen, sólo una minoría es capaz de mantener su forma de ser y sus atenciones hacia ella; el resto se garantiza sesiones de sexo durante una temporada, hasta que ella ya no aguante su falta de interés progresiva. Digamos que algunos hombres se "enamoran" nada más conocernos, mientras que nosotras nos pillamos cuando él ya ha empezado a cansarse. Vivimos a distintos niveles. 

Si esto suena despreciable por parte de algunos "machos alfa", es justo poner de manifiesto que muchas mujeres no se quedan atrás. Hacen daño a los buenos chicos y se marchan con los cabrones potenciales. Muchas de mis amigas sufren los desvelos propios que les ocasiona debatirse entre el hombre tierno, romántico, que te respeta y te regala el oído constantemente, y el cerdo insensible, independiente, nada detallista, pero que te pone mirando a Cuenca para que te olvides completamente de quién eres y qué haces viviendo en Madrid. 

Desde fuera, observo que las mujeres, en general, no sabemos elegir. Nos dejamos llevar por una buena fachada, unas bonitas palabras y un único gesto de consideración que no es determinante, pero que garantiza la consecución del objetivo. Hace un par de años, todo eso me daba igual, porque buscaba lo mismo que ellos: diversión temporal, sin pensar demasiado, sin plantearme un futuro decente. Y reconozco que sonreía mucho más, ya que, sencillamente, me lo pasaba bien sin ataduras. Lo cierto es que fui consciente de un hecho que no debería pasar inadvertido: cuando hombres y mujeres buscamos entretenimiento sin compromiso (ambos por igual), nos entendemos perfectamente, alcanzamos una conexión real, somos auténticos confidentes emocionales y sexuales. No obstante, a largo plazo esa relación no se sostiene ni con pinzas, ya que alguno de los dos termina por caer en las redes del amor. 


Desconozco el motivo, pero sólo unas pocas somos la excepción que confirma la regla. Nos fijamos en chicos que sabemos (a menos que se tuerza mucho la cosa) que no nos dejarán tiradas en la cuneta, como a un perro. La explicación aparente es muy sencilla: detenemos nuestras miradas en hombres situados a cierta distancia del prototipo masculino mundial. Éste es el típico chico de gimnasio, con una tableta más firme que el turrón duro, unos glúteos elevados y susceptibles de ser manoseados por TODAS, una mirada profunda y seductora y una entrepierna que no se ve, pero se imagina. Frente a un hombre con estas características, tenemos la batalla perdida, pero sólo unas cuantas lo sabemos y por tanto, deja de parecernos atractivo. 

Nunca me ha gustado tener lo que todas tienen, ya sea material o sentimental. Si cincuenta chicas van detrás de un adonis en potencia, al instante deja de ser interesante a mis ojos, porque me aburre. La perfección suele ser asquerosa y ni el chico más maravilloso del mundo puede mantener a la chica a su lado, si no comete, al menos, algún error de vez en cuando. Las mujeres nos aburrimos con facilidad y si somos Géminis, como yo, mucho más. 

Otra cuestión de vital importancia son los besos. Ya puede ser un "macho alfa" y estar más rico que el queso de cabra, que como no bese en condiciones, no hay remedio posible. La cantidad de saliva expulsada durante el ósculo lo determina todo: que acabes bañada hasta las orejas o que tengas que irte a casa, porque estás más seca que al principio. Lo de las mariposas en el estómago no es un mito, realmente existe un cosquilleo que te remueve el estómago cuando alguien roza tus labios con maestría. Y si además de eso, se logra la excitación sexual, el momento de intercambio de fluidos bucales habrá merecido la pena. No es más que física. 

Considero que el problema femenino básico es la indecisión. Soy indecisa, contradictoria y cambiante con respecto a los hombres, y si a eso puedo añadir que ellos se apalancan enseguida, no se preocupan por mí y se toman las cuestiones de pareja a la ligera, creo que me sale más rentable comprarme un juego de la PlayStation, porque entretiene, excita y no causa quebraderos de cabeza. 

Sin embargo, no podemos engañar a nadie: les necesitamos, tanto como ellos nos necesitan a nosotras. Qué sería de nuestra existencia sin la emoción de empezar a conocer a una persona, no tenerlo del todo claro, dudar, evitar en las primeras citas los restaurante en los que haya que mancharse las manos de grasa y la boca de salsa rosa, experimentar un enamoramiento progresivo a partir de bromas ridículas y roces accidentales, acabar perdiendo los papeles (y las bragas) en un baño público, sentir que has encontrado (¡por fin!) a alguien que besa bien, y lo que es más importante, que no deja la tapa del váter levantada. Un flechazo, vamos. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario