viernes, 3 de agosto de 2012

Las impresiones enfrentadas

Álvaro y Beatriz. Hacía menos de tres horas no se conocían de nada. Cada uno con su grupo de amigos se adentraba en la noche madrileña sin la más mínima expectativa de terminar congeniando con alguien del sexo opuesto. Y con un par de bromas se encontraban allí, fumando un cigarrillo los dos juntos a las puertas del local al que ambos habían acudido por recomendación. De entrada, lo único que compartían era un fino sentido del humor y la convicción aplazada de querer dejar de fumar. Después de horas de calor insufrible propio de finales de julio, por fin la noche había refrescado un poquito el ambiente; la temperatura era la ideal. 

Ella tenía que apoyarse sobre la pared externa del local para no balancearse como consecuencia de las unidades alcohólicas ingeridas. Él se mostraba mucho más entero, a pesar de haber bebido prácticamente lo mismo que su acompañante. Sin previo aviso, Álvaro le mencionó un parque cercano repleto de enormes sauces llorones, un cuidado césped y un pequeño estanque con algún pato despistado. Le acababa de sugerir que terminaran la noche allí, en uno de los rincones más naturales de la ciudad. Ella asintió, convencida. Entró de nuevo en el local para despedirse de sus amigas, con las instrucciones de que la llamaran al móvil a primera hora de la mañana, por si acaso surgía algún contratiempo. Era preciso extremar las precauciones en aquellos casos, puesto que se iba a ir con un completo desconocido. 


A Beatriz todo aquello le parecía una locura. No obstante, se sentía enormemente excitada al percatarse de que nunca antes había hecho algo parecido. Llegaron al mencionado parque en apenas siete minutos de paseo, durante el cual no intercambiaron ni una palabra. Parecía que el chico charlatán y risueño de apenas una hora se había esfumado y había sido reemplazado por otro más tímido y nervioso. No se había sacado las manos de los bolsillos de sus vaqueros en el breve recorrido y apenas se había atrevido a mirarla. 

Ambos se sorprendieron ante la oscuridad absoluta de aquel verde espacio, en otro tiempo plenamente iluminado a esas horas de la madrugada. "Vaya, va a pensar que la he traído aquí exclusivamente para echar un polvo. Está demasiado oscuro como para que pueda darle una excusa decente. Confío en poder reconducir esto". No obstante, ella no dijo nada y se sentó en el césped a unos tres metros del estanque; él se sentó a su lado y le dedicó la primera sonrisa de la noche mientras apoyaba su mano sobre una de sus piernas desnudas. Aquella minifalda le había vuelto loco y se moría de ganas por descubrir lo que escondía debajo. 

"Y ahora me toca la pierna. Esto se ha acelerado de repente. ¿Qué diablos estoy haciendo aquí? ¿Me he vuelto loca? Le acabo de conocer y le permito que me toque la pierna, como si le diera vía libre para algo más. Pero es que no quiero impedírselo; me gusta mucho". Beatriz sintió un escalofrío dentro de ella. Aquel silencio resultaba demasiado incómodo como para mantenerlo mucho más tiempo. El espacio donde se habían sentado era un escondite perfecto para huir de la visión de cualquiera que pudiera pasar por allí: no se veía nada en absoluto. No se lo pensó más y se abalanzó sobre él, tumbándole en el suelo por la fuerza de su impulso, mientras sus bocas se encontraban por primera vez. Sus lenguas empezaron a juguetear emocionadas, mientras Álvaro ponía ambas manos sobre los glúteos de Bea y los apretaba para acercarla más a él. "Menudo culo, es espectacular. Esta noche he triunfado". Él la agarró por la cintura con seguridad y la tumbó sobre el césped, por lo que era él quien se encontraba encima en ese momento. "Dios mío, cómo me está mirando. Me está comiendo con los ojos, debe pensar que soy una libertina y que hago esta clase de cosas a la primera de cambio. Cuando vea mi tripa y mis caderas, a lo mejor no le apetece tanto acostarse conmigo". 

Álvaro tenía la sensación de tener una diosa entre sus brazos. Hacía bastante tiempo que no conocía a una chica tan atractiva e inteligente (al menos, la impresión que le había dado durante la hora que habían estado conversando), esa combinación tan difícil de lograr en aquellos tiempos. Y además, parecía estar dispuesta a todo, a juzgar por su iniciativa de besarle apasionadamente. "Estamos yendo demasiado deprisa y yo no soy así. Quizá se está llevando una impresión equivocada de mí. Aún no nos hemos quitado la ropa y puede que sea más correcto parar aquí. Mis amigos pensarán mañana que soy un pringao, pero quiero ser fiel a mí mismo". Entonces, Álvaro se levantó y le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Ella le miró con deseo y desconcierto a partes iguales; no parecía comprender. Aceptó su mano y se puso de pie, mientras le dirigía una mirada interrogante. "¿Qué ha pasado ahora? ¿Es que no le gusto lo suficiente? Ha sido antes de lo que me temía porque ni siquiera ha visto mi cuerpo". 

En ese instante, él habló con toda la sensatez que pudo reunir: 
- No quiero que, simplemente, te dejes llevar por la situación, porque estamos aquí, solos, existe atracción, está oscuro, hemos bebido y tenemos que hacer lo que se espera en estos casos. Me has gustado de manera especial y prefiero conocerte mejor, antes de que haya sexo por inercia. 

Bea escuchó atentamente y comprendió que había dado con uno de esos pocos hombres a la antigua usanza o bien, uno de tantos que no la encontraba lo bastante atractiva; todo podía ser. El cansancio fruto del alcohol le hizo volver a sentarse en el suelo, puesto que le costaba mantenerse en equilibrio. Ahora que parecía haber superado sus miedos gracias a su psicóloga, las inseguridades por otra cuestión se habían adueñado de su consciente. Álvaro se preocupó al ver su rostro triste y más aún, cuando ella se tapó la cara con las dos manos y agachó la cabeza. Se arrodilló junto a ella sin saber muy bien qué hacer.
- ¿Qué ocurre? ¿He dicho algo inapropiado?
Bea negó con la cabeza y le miró a los ojos. 
- Ojalá hace dos años se hubieran portado tan bien conmigo como lo estás haciendo tú ahora. Siento pena por no haber dado con gente correcta y respetuosa. 

Álvaro no entendió ni una palabra y se mantuvo en silencio. Meses más tarde, Bea reunió el valor necesario para contarle que su ex marido la violó sistemáticamente durante una temporada, hasta que destrozó su autoestima y casi su alegre carácter. 

De aquella noche de alcohol y confusión, nació una bonita historia asentada sobre unos sólidos cimientos de amor, comprensión y paciencia, y que aún perdura. 


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