jueves, 13 de diciembre de 2012

Una historia de película

Emma había dormido muy poco la noche anterior. Esa mañana, con cierta resaca y apenas tres horas de sueño, se dirigía al estudio de grabación. No tenía ningunas ganas de ponerse manos a la obra, pero si quería seguir llevando ese nivel de vida y además, proporcionar una buena cantidad de dinero a sus padres cada mes, no le quedaba más remedio que ignorar sus deseos. Lo que ella quería había pasado a un segundo, o incluso, a un tercer plano desde hacía un año, cuando tomó la decisión de formar parte de aquello, como última alternativa oscura y desesperada para ganar dinero. La semana pasada había cumplido veintidós años y nunca habría imaginado que lo celebraría allí, trabajando diez horas diarias, tal y como exigía el productor para alcanzar unos objetivos mínimos. Algunos días llegaba tan agotada a casa, que ni siquiera cenaba; como vivía sola con Eric, no tenía que ver los gestos de desaprobación que, sin duda, sus padres le dedicarían si se enteraban de lo mal que se alimentaba. 

Ensimismada fruto de sus pensamientos, por fin llegó al estudio, un edificio de tres plantas situado a las afueras de la ciudad. Saludó al productor, sentado detrás de la mesa de la entrada, y se dirigió a los ascensores. Subió a la segunda planta y entró. Justo en ese instante, su compañera Gisela recibía la doble penetración de un mulato delgaducho y un ruso de ojos verdes, cachas y embadurnado en aceite, mientras tres cámaras les grababan desde distintos ángulos. Los gemidos de fingido placer de la chica se le antojaron más falsos que nunca; su amiga no parecía tener un buen día. Emma desvió la vista y se dirigió al despacho de Eric, su representante, quien le conseguía los contratos y las escenas más llevaderas, al menos en teoría, ya que últimamente, había tenido que adaptarse a lo que le ofrecían, sin más. Él la pidió que se sentase y comenzó a hojear unos papeles que acababa de recibir por correo. La informó de que en las próximas horas le tocaba participar en un encuentro lésbico con un par de rumanas de grandes pechos, más tarde en un breve contacto anal (de una hora, nada menos) y, a última hora de la noche, tendría que hacerle sexo oral a tres hombres dentro de la misma escena. Por lo que parecía, esa jornada sería dura. 

Ella suspiró con resignación y le miró a los ojos, esperando algún gesto alentador por su parte. Eric se levantó, se colocó detrás de ella y la rodeó con sus brazos, al tiempo que ella continuaba sentada. "Me gustaría que ambos tuviéramos el suficiente dinero para dejar esto y dedicarnos a otra cosa", le dijo él. Emma lo sabía: Eric también había pasado por aquello tiempo atrás, cuando interpretaba al tímido homosexual que se dejaba someter por diversos hombres fornidos, ansiosos de sexo. Lo había pasado fatal, fingiendo una identidad sexual que no tenía, pero lo había hecho para salir adelante y alimentar a sus hermanas. Emma y él se enamoraron cuando ella entró en la agencia: descubrieron el valor de los sentimientos puros, en el seno de aquel lugar corrompido por el vicio y el dinero. Muchos trabajaban allí por necesidad sexual: había verdaderos adictos al sexo, incapaces de ver su problema y mucho menos de tratarlo; otros muchos lo hacían sólo por dinero, aunque obtuviesen placer carnal de vez en cuando; y sólo algunos sentían asco cada vez que se convertían en objetos sexuales. Ellos pertenecían a este último grupo, aunque también sabían que era lo único que les permitía vivir. 

Emma ya se había encontrado con varios productores ansiosos por convertirla en una estrella del porno a gran escala, lejos de aquel estudio de poca monta. Su larga melena rubia, sus pechos medianos y bien redondos y su trasero de pecado habían vuelto loco a más de uno. Sin embargo, ella no quería que la conociera más gente de la que ya la conocía, habría sido demasiado humillante. Aún confiaba en que sus padres siguieran ignorando su verdadero trabajo y mantuvieran la creencia de que ella se estaba haciendo un hueco como gerente de un hotel, el puesto para el que, en realidad, había estudiado. Por su parte, Eric también había recibido numerosos elogios, tanto por el generoso tamaño de su miembro, como por sus movimientos en escena. Su pecho y sus abdominales bien marcados también le habían sido de ayuda, pero había optado por el camino de la representación artística, y no le iba mal. 

De repente, Emma se levantó de su asiento, se acercó a la puerta del despacho y la cerró, girando el pestillo. Él le dirigió una mirada pícara y la empujó con delicadeza contra la puerta cerrada. Ambos permanecieron abrazados unos minutos, en silencio, hasta que ella lo rompió: "sólo necesito lo que tú me das. Hazme el amor como ninguno de ellos sabe". Eric le dirigió una mirada profunda, cargada de deseo, y le sonrió. Sólo disponían de unos minutos, ya que los cámaras la esperaban para empezar a grabar. Sin mediar palabra, Eric le bajó las bragas, sin quitarle la falda, y se desabrochó el pantalón. Le pidió con delicadeza que se tumbase sobre el suelo enmoquetado y empezó a penetrarla despacio, con ternura, mientras la besaba profundamente en los labios y una corriente de amor les envolvía. Con cada lenta y dulce embestida, él no dejaba de decir que la quería, que era la mujer más especial que había conocido. 

En cierto momento, ella empezó a notar su miembro más fuerte, más decidido. Entonces, abrió los ojos. Su método para concentrarse y no sentir aquello como un juego desagradable, ya no le estaba funcionando. No podía pasar por alto que aquel no era Eric en realidad; se trataba de un negro cachas, con un pene descomunal que la estaba partiendo en dos. El chico era muy simpático, por lo poco que había podido hablar con él antes de grabar aquella escena, pero aún así, aquello no dejaba de ser una mera interpretación, un contacto superficial y falso. Emma era consciente de que cada día le costaba más dejarse llevar y con mayor frecuencia necesitaba recurrir a sus recuerdos haciendo el amor con Eric, con quien realmente disfrutaba del sexo. 

El negro sí estaba metido en su papel y la cogía de las caderas con decisión, mientras insertaba su miembro dentro de ella. Emma fingía como mejor sabía hacer y además, ponía esas caras obscenas que vuelven locos a los hombres. A pesar de sus reticencias de hacía unos minutos, para su sorpresa, descubrió que se estaba excitando, que aquello le estaba gustando. Miró a los cámaras y descubrió que Eric estaba allí, detrás de los técnicos, observando el encuentro con el ceño fruncido y unos ojos acusadores. Entonces, se olvidó de inmediato de lo que había sentido y la culpabilidad se apoderó de ella; era una sensación absurda, ya que ambos sabían en qué consistía su trabajo, aunque fuesen pareja. En ese instante, Eric les pidió a los cámaras que se marchasen y le dejasen sólo con su chica y el que la estaba penetrando. Emma estaba desconcertada, más aún cuando él cerró la puerta por dentro y empezó a observarles con atención, mientras se desabrochaba los pantalones y empezaba a tocarse. 

Ella no podía creer que su novio se estuviese excitando con aquello. A pesar de sus esfuerzos por desviar su atención de lo que estaba sintiendo, Emma alcanzó el clímax justo a la vez que Eric, mientras el tercero en discordia, el negro, también hacía lo propio. Horas después, ambos ya en su casa, sólo necesitaron mirarse a los ojos para saber que habían descubierto la clave para que el trabajo fuese mucho más sencillo para ella. Una tirita para que no escociera tanto la herida. 


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