jueves, 22 de noviembre de 2012

¡Qué bien viviríamos así!

En mi mundo ideal, un lugar de una lejanía inquietante, los vehículos no se alimentarían de combustible, sino de aire. Así, se acabarían las situaciones incómodas en mitad de la autovía, al quedarnos tirados por no haber llegado cinco minutos antes a la gasolinera más próxima. 
Bastaría con que el aire ambiental fuese absorbido por un diminuto orificio, situado en el techo del vehículo, junto a la antena que capta la señal de radio. Por supuesto, esto sería gratuito y garantizaría suministros de por vida, además de permitirnos escapar de los abusos de las petroleras. Sobra decir que las pistas de peaje dejarían de existir, por lo ridículo de su presencia.  Mantener un coche sería bastante más barato y mucho menos contaminante. 


Un gobierno perfecto no permitiría que las matemáticas dejasen de tener sentido al adquirir una vivienda. Desde pequeños, en el colegio, nos enseñaron la importancia de las proporciones y de las fracciones y que, por ejemplo, dos cuartos significa la mitad del total. Pues bien, si una familia lleva quince años pagando una hipoteca cuya duración es de veinte años y de repente, no pueden pagar, en mi sociedad utópica, el poder les proporcionaría de inmediato una vivienda alternativa, cuyo precio sería el proporcional al que ya llevan pagado, es decir, las tres cuartas partes del total. No tendrían que seguir pagando (puesto que ya pagaron lo que corresponde) y tendrían el hogar que se merecen. 

Mi país soñado tendría sólo tres gobernantes: el presidente de la nación, un asesor económico y financiero y un ministro que se encargase de todos los ministerios. Sus elevados sueldos se mantendrían, al estar más justificados por la cantidad de tareas que tendrían que llevan a cabo. Por fin, podríamos considerarles trabajadores y, en caso de que alguno de ellos no desempeñara sus funciones correctamente, sería despedido al momento y sin contemplaciones (tal y como nos ocurre a los empleados de a pie), y sustituido por alguien más competente. La Familia Real desaparecería del mapa y se marcharía a países como Mónaco, donde el despilfarro está bien visto e incomprensiblemente aceptado. 

En mis fantasías más oscuras, Hacienda nunca metería las narices donde no debe. España se sostendría, únicamente, con el esfuerzo de pagar impuestos. Quitando a los tres integrantes del Gobierno, todos cobraríamos el mismo salario, una cantidad estándar que nos hiciera felices y nos diera la oportunidad de sentirnos motivados en nuestros puestos. Hablo de dos mil euros mensuales, para que los que ganan setecientos sean capaces de tener una vida digna y los que arrebatan al Estado más de diez mil, entiendan que tal insulto hacia los demás no puede consentirse ni sostenerse. Todos perteneceríamos a la clase media, no habría ni ricos ni pobres, las desigualdades sociales desaparecerían, no habría mendigos en las calles y todos estaríamos satisfechos con nuestras vidas. Con ese reparto de la riqueza, el desempleo se convertiría en un mal recuerdo. 

Cada uno tendría derecho a administrar su dinero como quisiera y a comprar lo que considerara oportuno. La libertad, en todos los sentidos, estaría más establecida que nunca. El papeleo de los juzgados de todo el país sería puesto al día mediante la contratación de suficientes funcionarios y se agilizarían los juicios para que los culpables cumplieran sus condenas cuanto antes. Los okupas de centros abandonados y viviendas particulares serían desalojados en un plazo máximo de 48 horas desde que fuesen descubiertos, al igual que los inquilinos que no pagasen el alquiler. En definitiva, los tiempos de espera absurdos se reducirían casi por completo. 

La Sanidad sería sólo pública y las esperas dejarían de existir, al aumentar la plantilla de profesionales en cada centro. Las clínicas privadas repartirían sus especialistas por los hospitales e instituciones del Estado, lo que aseguraría una medicina de mayor calidad, al no existir diferencias por cuestiones económicas. Los turnos se reducirían y las guardias se repartirían entre más personas, con el objetivo de reducir los riesgos provocados por la falta de descanso de los médicos. Los diagnósticos anticipados disminuirían la mortalidad por enfermedad y la tranquilidad de los ciudadanos sería mayor. 



La calidad de vida y el Estado de bienestar estarían garantizados. La incertidumbre y el miedo por perder el trabajo o la vivienda ya no existirían al ofrecerse la oportunidad de un sueldo estable y estándar. Al vivir todos en las mismas condiciones y con los mismos recursos, ninguna empresa se vería al borde de la quiebra, pues sus ventas y su nivel de clientela estarían asegurados. El precio de los inmuebles y de los automóviles sería idéntico dentro de su misma categoría, lo que quiere decir, por ejemplo, que todos los apartamentos de tres habitaciones situados en una ciudad costera, valdrían lo mismo, fuera cual fuese la localidad precisa. 

La felicidad casi dependería sólo de nosotros mismos, pues los aspectos "prácticos" estarían resueltos. Soñar es un ejercicio que enriquece nuestros pensamientos con la fuerza de la esperanza. Y de las pocas cosas gratuitas del presente. 


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