viernes, 23 de mayo de 2014

A... Chus!

Ainara se presentó en el centro comercial, con la inseguridad que generan, de forma inevitable, unos tacones de aguja de diez centímetros que habían sido usados sólo en cuatro ocasiones. Ni ella misma alcanzaba a comprender el porqué de elegir precisamente aquel día para ponérselos de nuevo, ya que, con ellos, se sentía como un ganso cojo. Sí, sus piernas estaban más estilizadas, su pantalón, milagrosamente, le hacía, por lo menos, un kilo más delgada y su culo parecía estar más elevado, echándole un pulso a la gravedad. No obstante, con cada paso que daba, percibía que la caída al suelo estaba más próxima. 

Era un domingo de finales de mayo, de esos días en los que no sabes muy bien cómo ocupar el tiempo libre, la típica jornada de horas desiertas y de amigos perdidos en resacas de origen inmoral. Durante las siete horas previas a la cita, se le habían ocurrido diez posibles excusas para no acudir, pero ninguna le había resultado convincente. Aquel tipo hablaba muy deprisa (le había escuchado por teléfono un par de veces), como si las palabras se peleasen entre ellas dentro de sus cuerdas vocales, por ver cuál saldría la primera al exterior. Recordaba, al menos, tres instantes en los que le había contestado afirmativamente sin tener ni la más remota idea de lo que le estaba diciendo. Es lo que sucede, algunas veces, cuando acabas de conocer a alguien: no le entiendes, pero aún así, le das la razón, generalmente por dos motivos: por cortesía y para que no piense que a) eres tonta, o b) estás más sorda que una tapia. 


Se llamaba Jesús, pero desde el principio, le anunció que todo el mundo le llamaba Chus, tal y como ponía en su nick de aquella página de contactos. Nada más empezar a hablar con él, decidió prescindir de la broma de llamarle Estornudo a partir de ese momento; no porque no fuese graciosa (a ella se lo parecía), sino porque no sabía qué clase de hombre se escondía detrás de esa pantalla, ni cómo encajaría aquel chiste absurdo.  

Su manera de escribir mensajes a través del Whatsapp despertó bastante curiosidad en ella. Se trataba de una sucesión de frases individuales, breves y correctas, construida en bloques bien diferenciados y sin una sola falta ortográfica (al menos, de aquellas que te provocan ganas de sacarte los ojos, comértelos y después, vomitarlos). Chus había superado algunas pruebas básicas para convertirse en candidato a un encuentro en persona. Escribía bien, transmitía ideas coherentes y no parecía un psicópata de polígono industrial. Por todo ello, Ainara quedó con él tan sólo cinco días después de haber empezado a charlar. 

Había dado apenas veinte pasos y ya le molestaban los tacones, pero podía verle de lejos, como una mancha borrosa iluminada con luces de neón en mitad de un bosque oscuro y vacío. Mientras se aproximaba a Chus, Ainara iba con los dedos cruzados, casi rezando para que fuese más guapo que en las fotos, tal y como él le había asegurado. A las personas poco fotogénicas les ocurre eso: se las juzga por su físico de primeras, por mucho que te aseguren que la realidad es mucho más favorable. Algo parecido a lo que sucede con los hámster: nacen y son los trozos de carne más feos del mundo; en cambio, cuando les crece el pelo, se convierten en criaturas adorables. 

Chus había dado en el clavo: su aspecto físico había mejorado mucho con respecto al de las fotografías, y cuanto más le miraba ella, más quería besarle, a pesar de que los primeros cinco minutos juntos habían sido un tanto nefastos. Su memoria no le daba para recordar a un hombre con tanta dosis de chulería por número de células corporales (con el tiempo, se daría cuenta de que nada es tan exagerado como parece en un primer momento). Jamás se habría imaginado compartiendo cita a solas con un tipo que usara náuticos (¡horror!), pero allí estaba, en aquel bar, con él, mientras ambos se estudiaban el uno al otro, hablaban de temas intrascendentes y sonreían con cautela. 

Los días les hicieron amantes, las noches les llevaron a salas de cine en las que ninguno sabía qué podía esperar del otro (ni de la película), los meses les otorgaron la complicidad de quienes empiezan a conocerse y se plantean qué les tiene reservado el presente. Ainara miraba para otro lado, pues pensaba que aquello no tenía posibilidades de avanzar, ya que estaba convencida de que aquella era una relación de transición, de esas que surgen en el período de "descanso" entre dos amores importantes, como el plátano que se come un futbolista en los quince minutos que hay entre la primera y la segunda parte del partido.  


Chus se enamoró sin darse cuenta, de forma progresiva, lenta y segura. Su mente construyó unos cimientos sólidos, a prueba de incidentes imprevistos, pero su corazón le dio la espontaneidad que le faltaba a aquella combinación de sentimientos y hechos. Ella desconfiaba, se negaba a permitir que aquel hombre de rápidos pensamientos, inteligencia inusual y palabras que se pisan unas a otras, entrara del todo en su mundo. Porque cuando una prueba algo maravilloso (como el helado de pistacho), le cuesta mucho volver a vivir sin ello, por mucho que su cerebro se haya hecho a la idea de antemano. 

Así, transcurrieron varios meses de desencuentros, de furia, de dolor, de querer superar cada vez más niveles de Candy Crush, pero sin parar de encontrar escollos con las malditas bombas de colores. Y entonces, todo se apaciguó, Ainara comprendió que Chus, de verdad, la miraba como sólo se mira a la persona que se ama, a esa única mujer que sabes que adorarás más que a ninguna en toda tu vida, y que no te permitirás dejar escapar, incluso aunque ella se despierte a tu lado, una mañana corriente, con un enorme grano interno justo en el centro del entrecejo. 

Ainara hace mucho tiempo que sabe que existen muchos tipos de amor, pero el auténtico, el que lo desborda todo, el que se lleva la poca cordura que te quedaba, ése, se presenta una única vez. Y es, exactamente, como el autobús que pasa por un pueblo perdido cada dos horas: si lo pierdes, otro volverá a pasar, pero ya no será el mismo. Y qué demonios, que Chus tiene un trasero espectacular. 


1 comentario:

  1. Aunque has tardado en hacer una nueva entrada un montón, sigues escribiendo muy bien jodía!!! Me ha gustado mucho la historia de Ainara y Chus, me alegro por ellos!!! ;)
    Un besazo enorme!!!

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