Entre esta explosión de sentimientos que se mueven en todas direcciones, me hallo en el dilema de la correcta elección. Dicen que de los errores se aprende, pero hoy me niego a volver a equivocarme. Por ello, es preciso meditar cada gesto, cada palabra, cada instante medido al milímetro, ya que de todo ello depende la decisión final.
Conforme el tiempo transcurre a su ritmo normal, la cuestión se torna más difícil, más lejana, casi ajena. Busco la conmoción que no me deje ni el menor lugar a dudas, que me aporte la claridad que necesito, que mi corazón casi suplica y apenas localiza. Perdida en oceános de confusión, el abismo que separa ambas porciones de tierra a cada minuto se hace más grande. Y es un proceso inevitable y, en ocasiones, irreversible.
Vivo en un momento en el que no reconozco nada delante de mis ojos, por mucho que permanezca estático frente a mí. Todo me sabe igual; sólo pequeñas diferencias casi imperceptibles hacen cada elemento único, pero yo no las veo. Hoy tan sólo distingo olores, aromas que, aún así, pocas veces resultan del todo determinantes.
Añoro más que nunca aquella transparencia con la que descubrí el amor auténtico, ese que no se desvanece en cuanto existe cualquier distancia física. Ese amor por el que derramaba lágrimas felices y cuyos únicos testigos fueron aquellas paredes de piedra y ÉL.
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