Nos dirigimos a Fabrik, espacio multiusos, esa gran nave convertida en discoteca de masas, tan popular por su nombre como por sus fiestas. Es la carretera de Moraleja de Enmedio, repleta de coches, a los lados, sobre los bordillos de las aceras, en el propio parking del recinto donde, casi por casualidad, encontramos un hueco.
El ambiente es prometedor, dada la cantidad de gente que merodea cerca de la entrada, también abarrotada de vehículos. Acudimos a la puerta con la ilusión acumulada que nos han transmitido nuestros allegados desde semanas atrás, aunque me da por pensar, justo en ese momento, que quizá todo aquello no sea para tanto. Por ello, me propongo descubrirlo.
Son las cuatro de la madrugada del sábado al domingo y mientras espero a que la taquillera me ponga mi pulsera VIP, observo cientos de bombillas amarillas que forman, enormes, sobre la entrada, el nombre de la fiesta: SUPERMARTXÉ.
Entramos gratis, gracias a dos amigos, y nada más pisar aquel espacio, la curiosidad se apodera de mí y mis ojos vuelan impacientes por todo el recinto. Realmente, no cabe ni un alfiler; miles de personas se reúnen en el centro de la pista al pie de enormes plataformas llenas de luz y color, sobre las que los bailarines y bailarinas tratan de mostrarnos el motivo por el que se paga a 30 euros la entrada.
Mi primera impresión es buena y me gusta lo que veo, salvo cuando aprecio la acumulación de gente y el agobio que ello supone. Supermartxé: porno star. El típico cartel que llama la atención, pero cuyas palabras suelen quedarse sólo en eso. En este caso me equivoco: nada más entrar, una bailarina se sube a una especie de cuenco transparente, ataviada sólo con un minúsculo tanga dorado, y al ritmo de la música, se baña con una botella de champán mientras se contonea ante la babeante mirada de los presentes. No obstante, este baile es lo más suave que se puede ver allí.
En las dos horas que permanezco en la discoteca, me da tiempo a presenciar diversas situaciones: un acto sexual gay explícito, un magreo hetero con una penetración nunca vista, un sensual baile lésbico, acrobacias en el aire por parte de dos chicas y cómo se ducha un fornido chico, todo esto mientras se mueven más de 60 gogo´s venidos de toda España. Se respira calor en el ambiente y disfruto de lo que escucho, mientras me pregunto si realmente está permitido tal despliegue sexual, del que soy espectadora por primera vez en mi vida, y que no deja de ser sorprendente.
Hasta que no subo a la zona VIP y me apoyo en la barandilla para contemplar el espectáculo, no soy consciente de la magnitud de la fiesta. Tengo delante de mí un negocio millonario, en el que se está cuidando hasta el más mínimo detalle.
El público ha pagado por lo que está viendo y más. Es cierto que me invade una sensación de alegría y bienestar, y que el ritmo recorre mi cuerpo, pero creo que todo eso no vale lo que la gente ha pagado. No obstante, se trata de una fiesta de renombre: es la gran Supermartxé, el espectáculo traído de Ibiza, y del que todo el mundo habla, ya sea desde la experiencia o movido por la curiosidad.
Cuando nos marchamos a eso de las seis de la madrugada, un deportivo de color naranja (me encanta) aparcado frente a la puerta, llama poderosamente nuestra atención. Es tan espectacular, que brilla por sí mismo. Nos cuentan que el propietario es el dueño de la fiesta. No nos sorprende.
Me quedo con ganas de haber pasado toda la noche en Fabrik, pero quizá, eso le habría quitado el encanto y mi buen sabor de boca.
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