Es fabuloso descubrir lo poco que sabemos de las cosas y lo insignificantes que somos dentro de este mundo lleno de posibilidades. Habitualmente, no nos detenemos a pensar que nuestras vidas, en última instancia, no dependen de nosotros mismos. Los fenómenos de la naturaleza condicionan nuestra existencia y resultan del todo impredecibles. Hablo de tornados, tsunamis, huracanes, lluvias tropicales, maremotos, erupciones volcánicas, meteoritos, llamaradas solares.
De hecho, según la profecía maya, podríamos estar viviendo nuestros últimos meses, ya que se anuncia el fin del mundo para el 21 de diciembre de 2012, fecha en la que aún se desconoce qué ocurrirá exactamente (si es que finalmente pasa algo). Los entendidos barajan varias hipótesis: desde el impacto de un gran meteorito hasta la llegada de extraterrestres, pasando por un desastre nuclear o una tragedia ambiental provocada por el cambio climático.
No son más que predicciones que, ciertas o no, suscitan un debate global. Sin embargo, los que sí deberían estar preocupados (y mucho) son los estadounidenses y, por extensión, también el resto de la población mundial. El motivo: la actividad que manifiesta el volcán más grande del mundo, situado en Yellowstone, el primer Parque Nacional de EE.UU. Se encuentra extremadamente vigilado, por lo que, en caso de peligro de erupción, los ciudadanos del país podrían ser rápidamente evacuados.
Pero esta medida no garantizaría nada. Según los científicos, el 80% de la humanidad sufriría las consecuencias de la erupción. El astrónomo y astrofísico Carl Sagan sostiene que se produciría lo que él denomina Invierno Nuclear, es decir, una lluvia radiactiva que causaría enfermedades en todos los seres vivos, oscuridad total en el hemisferio norte y una nube de cenizas que impediría respirar. Su explosión sería el equivalente a mil bombas atómicas por segundo. Sobrevivir sería casi impensable.
Con unas dimensiones de casi 50 kilómetros de largo por 20 kilómetros de ancho, este enorme volcán sirve como base al lago de Yellowstone que, como consecuencia de la actividad magmática, cada vez está más inclinado. Según la revista Nature, la primera erupción tuvo lugar hace dos millones de años, seguida de otra hace un millón trescientos mil años. Por tanto, la deducción es que se produce cada 600.000 ó 700.000 años aproximadamente; la mala noticia es que ya hace 640.000 años que aconteció la última. Así las cosas, parece que estamos en peligro, si a eso añadimos, además, que el calentamiento global podría acelerar el proceso.
En contraposición, la parte positiva es que, por el momento, el magma se encuentra a diez kilómetros de profundidad y debería situarse, al menos, a dos o tres kilómetros de la superficie para que pudiera existir un peligro real e inminente.
Esta posible catástrofe forma parte de la lista de tragedias que sucederán en este 2012, elaborada por quienes confían en las predicciones mayas. Los mismos que consideran el terremoto de Japón del año pasado como una señal de que el fin del mundo anda cerca.
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