Hoy me apetece expresar la opinión que me merece la sociedad actual. Observo una caída en picado de los valores de antaño. Nos movemos por las prisas, los celos, las envidias, la ambición, el "sálvese quien pueda", el deseo de quedar por encima de los demás, la motivación de pensar en uno mismo de un modo cada vez más egoísta. Los avances en muchas materias a lo largo del último siglo nos han convertido en lo que somos. Y, en algunos aspectos, me entristece.
Cada vez queda más atrás ponerse en el lugar del otro ("empatía" lo llaman), manifestar comprensión, compartir lo tuyo con los demás, pensar en el de al lado antes que en uno mismo, valorar a las personas por lo que son y no por lo que aparentan. Ya no nos detenemos a analizar lo que está bien y lo que está mal. Somos nosotros mismos.
Hace unos días, con motivo del centenario del hundimiento del Titanic se emitió un programa en el que escuché una comparativa que me llamó poderosamente la atención. Por un lado, la actuación ejemplar del capitán del transatlántico, cuya única motivación fue salvar a la mayor cantidad de pasajeros posible, y que murió en el barco. Por otro, la actitud vergonzosa de quien estuvo al frente del Costa Concordia, que aprovechó la mínima oportunidad para ponerse a salvo el primero.
Dicen que, en situaciones límite, nadie sabe a ciencia cierta cómo podemos actuar, ya que el miedo nos paraliza.
Destaco actitudes con las que, particularmente, me siento decepcionada. Como esperar un interés de los demás que nunca llega, o lo hace con retraso. Esto me hace plantearme en qué lugar me quedo y cuál es el rincón que me corresponde en esta sociedad. A veces, me da por pensar que podría tirarme meses en Nueva Zelanda (país que me encanta, por otro lado) y solo tres personas echarían en falta mi presencia. Quien dice tres, dice cinco, una o ninguna. Y sé que mucha gente piensa de la misma manera. Esto es así porque hoy en día cada uno va a lo suyo. Sin más.
Donde más se aprecia el egoísmo es en las que voy a llamar "amistades sentimentales". Digamos que la oferta de amor en la época que vivimos es muy amplia. Nuestro objetivo es divertirnos, pasar buenos momentos con la persona de turno (que conocemos en una discoteca cualquiera una noche de tantas), vernos un par de días más (o una semana, a más tardar) y a por el siguiente. Porque no solemos quedarnos al lado de alguien con facilidad; los vínculos y compromisos sentimentales brillan por su ausencia. Y es aquí donde entra en juego lo que mencioné al principio: "es que no quiero estar con nadie", "me siento atado", "no quiero perder mi libertad", "no tengo tiempo para dedicarlo a una pareja". Yo, yo y YO. No pensamos en nadie más. Sencillamente, porque ahora no se estila.
Quizá soy demasiado sentimental; tengo plena conciencia de ello. O puede que no haya conseguido adaptarme aún a esta ausencia de humanidad que respiramos a diario. Me considero una persona que pone mucho de su parte para lograr que los de mi entorno se sientan a gusto la mayor parte del tiempo (sé que, por lo menos, lo intento) y por eso, me desequilibro cuando no encuentro lo mismo. Debería haber nacido en otra época. O haber llorado más, no lo sé.
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