Maquillo estas letras de verde, como no podía ser de otro modo. Es el color que me ha acompañado en estos últimos cuatro días de sol, lluvias, niebla, viento y granizo. Es el tono que me gustaría ver a diario en el lugar donde vivo, pero he comprobado que el buen tiempo y una vegetación sana y abundante no casan.
Debo destacar que una de las cosas que más me ha llamado la atención de Asturias (ésta ha sido la segunda vez que he estado allí) es el exceso de confianza que se respira entre los habitantes del lugar. Allí todo es de todos, nadie teme dejar sus cosas al pie de las escaleras de su hogar, no se preocupan por dejar las puertas de entrada a sus fincas totalmente abiertas permitiendo las miradas indiscretas de forasteros.
Lo de los animales también es curioso. Asombra la tranquilidad de vacas, ovejas y cabras, ajenas al ruido de los coches sobre las carreteras comarcales que pasan justo a su lado. Dos cabras nos sorprendieron en el arcén de la calzada de camino al Naranjo de Bulnes, inmersas en alguna especie de juego y ajenas a nuestro paso por allí, incluso cuando nos detuvimos casi por completo para observarlas. También, destaco el equilibrio de algunas ovejas cuya zona de pasto se situaba en plena pendiente de la montaña. Un movimiento en falso y podrían haber caído rodando, pero continuaban comiendo bajo la lluvia como si no hubiera un mañana.
Infinidad de pueblos se abren paso entre las montañas, mientras desafían la ley de la gravedad y asumen el riesgo de un progresivo desgaste en las rocas sobre las que se construyen sus muros, producto de las incesantes lluvias. La mayoría son pequeñas aldeas, de no más de diez casas, muchas de ellas abandonadas ó desgastadas por los temporales. Todas ellas muestran un encanto especial, con las fachadas coloreadas principalmente de azul, naranja, morado, verde ó rosa. Sus ocupantes parecen gente humilde, a pesar de vivir en casas que dejan a más de uno con la boca abierta, dada su belleza y su exquisita apariencia exterior.
Por último, mencionar las ganas que me han quedado de hacer alguna ruta de senderismo. El tiempo no ha acompañado, aunque nos concedió una tregua un par de días. La subida a los Lagos de Covadonga despertó mis deseos más profundos de recorrer toda esa zona a pie, empaparme con sus paisajes, subir cada cuesta, respirar cada porción de naturaleza pura y aire fresco. En definitiva, sentirme integrada dentro de aquel lugar, uno de los más bonitos que he visto nunca.
Por eso me queda pendiente volver. Ya me empiezo a preparar para ello. Ya queda menos.
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