Da igual el tiempo que pase sin verle (que nunca suele ser demasiado), pero mi abuelo es capaz de contar cada uno de los días que le visito, una y otra vez, las mismas historias que vivió durante la Guerra Civil española. Cuando tenía ocho años, los republicanos le quitaron un burro a su familia. Hoy afirma que si hubiera sido más mayor, lo habría evitado. Siento tener que dudarlo, aunque le admiro por creer algo así.
Muchos ancianos tienden a pensar que el tiempo no ha pasado por ellos. Siguen anclados en su pasado, aquellos años cuarenta en los que eran muchachos fuertes, cargados de vitalidad, capaces de comerse el mundo. Su mayor aspiración era trabajar desde muy temprana edad para ayudar a sus padres y hermanos, guardar ciertos ahorros y asegurar un porvenir a la futura familia que decidieran formar. Trabajaron mucho más de lo que ninguno de nosotros podrá hacerlo nunca.
Muy pocos decidieron casarse por verdadero amor. Las cosas funcionaban de otra forma muy distinta a como lo hacen ahora. Las distancias eran duros obstáculos entre las parejas de novios, que tenían que comunicarse por carta o a través de intermediarios; las más afortunadas se veían con una carabina que hacía las funciones de testigo y defensora implacable de la moralidad. Los auténticos enamorados tenían encuentros bastante impropios para la época, aunque también pudo darse algún caso de relación platónica materializada por medio del matrimonio.
Lo que vivieron nuestros abuelos unido a su propia personalidad y a los rasgos típicos de la vejez los convierte en las personas que hoy son. Puede que el hecho de que pasaran hambre o sufrieran abusos de diverso tipo durante la guerra no les causara un efecto a corto o medio plazo, pero sí haya aflorado en su tercera edad. Por eso, muchos ancianos son excesivamente cautos con los desconocidos, se muestran reacios ante el contacto físico (mi propio abuelo se siente incómodo con los besos o abrazos) y no ocultan su mal carácter en público si es necesario.
Mantienen costumbres de antaño con plena convicción, aunque no se adapten en absoluto a los tiempos que corren o sus familiares no podamos entenderlas. Muchos se niegan a usar cartera para guardar los billetes, monedas, tarjetas bancarias y notas variadas. En su lugar, envuelven el dinero en un papel y lo guardan así, primero dentro de una bolsa que, a su vez, irá dentro de otra que será transportada dentro de otra más. En los casos más extremos, todo eso, finalmente, enrollado con una goma elástica. Si alguien considera que exagero, que pregunte a sus abuelos o tíos-abuelos y se sorprenderá.
Otra tema que merece mención especial es el ahorro. Los mayores han aprendido durante toda su intensa vida que hay que guardar lo que uno tiene por si en el futuro les pudiera hacer falta. Así, muchos casi no encienden la calefacción o permanecen a oscuras en la salón "porque no están haciendo nada" y no necesitan ver. Ellos saben lo valioso que es ser precavido y lo que significa tener dinero o un trozo de pan que llevarse a la boca.
Porque el asunto del pan es otra cuestión relevante. El plato de comida servido sobre la mesa debe ser siempre abundante, no se puede desperdiciar ni mucho menos tirar. Es una norma que nos enseñaron nuestros abuelos y quien más, quien menos, alguna vez nos hemos sentido culpables por dejarnos unos granos de arroz o parte del postre porque no podíamos comer más.
A pesar de sus manías, hábitos y curiosidades, nos leyeron cuentos, nos dieron todos los caprichos que se podían permitir y nos han enseñado tantas cosas que sólo pueden despertar en nosotros una profunda admiración. Habrán perdido fortaleza física, pero su capacidad de protección y enseñanza se encuentra intacta. Hoy en día, hay pocos acontecimientos en mi vida que me den la felicidad especial que me da ver sonreír a mi abuelo, con ese gesto tan transparente y sincero, con esos ojos brillantes que se le iluminan solo con esbozar esa sonrisa. Lo hace poco, pero cuando transmite que algo le da alegría o le hace gracia no existe ningún otro sentimiento que me pueda conmover más. Es entonces el abuelo más guapo del mundo.
Este artículo va dedicado a mis cuatro abuelos, en especial a aquellos que ya no están en este mundo y de cuya compañía no podré disfrutar ya nunca más. Os quiero, a los cuatro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario