Reconozco que soy de naturaleza perezosa y con una marcada tendencia al sedentarismo. Ha sido así desde que nací y hasta, aproximadamente, los veinte años. A partir de ahí, un resorte se activó en mi cabeza y, como en casi todas las cosas de la vida, mi mente me condujo por el buen camino. Es curioso como, a veces, subestimamos el poder del cerebro, sin ser conscientes de que es el que nos dirige, el que nos determina las pautas a seguir en todo momento. Para eso somos racionales.
Es fundamental tener un chip mental adecuado a aquello que queremos conseguir. Si partimos de una motivación débil o nula, es muy difícil que nos pongamos en marcha. Ahora que he vuelto a engancharme al deporte, me siento mal si un día no puedo practicarlo. Es como una droga sana que nutre mis venas de una felicidad casi inmediata y que no puedo describir. Los problemas pasan a un segundo plano e incluso, llegan a desaparecer. Las preocupaciones no existen mientras intente superarme en velocidad, resistencia, esfuerzo y voluntad. Porque el deportista cada vez necesita más, pronto deja de conformarse con las metas establecidas o con los resultados obtenidos que quizá hace dos meses, le eran inalcanzables.
Los perezosos como yo partimos de un momento extremo en el que, después de largos meses de inactividad absoluta, nos planteamos qué demonios estamos haciendo con nuestra vida. Esta sensación tan negativa se acentúa si, además, hemos estado tres años previos siendo los deportistas por excelencia de nuestro grupo de amigos y conocidos, cuya admiración era palpable aunque normalmente, no se expresase con palabras. Personalmente, me sentía orgullosa de mí misma, de permanecer casi una hora corriendo por el parque a la vez que escuchaba mi música favorita, y también satisfecha de los cambios que se estaban gestando en mi cuerpo. Gemelos más fuertes y definidos, tripa casi plana (lograr unos abdominales perfectos, para una mujer es prácticamente un sueño imposible), brazos torneados, rodillas visibles (no es ninguna tontería) y, por encima de todo, un organismo sano y fuerte, a prueba de resfriados y virus inoportunos.
Desde el punto de vista del individuo sedentario, es mucho más fácil y cómodo ser de constitución delgada, tener un metabolismo altamente acelerado por sistema, un organismo a prueba de bombas y una habilidad sorprendente para quemar las grasas, según caen en el estómago. Solo así, uno podría tirarse horas en el sofá viendo la tele, comiendo todo tipo de snacks que haya por la casa y haciendo lo que realmente le gusta: leer, escribir, el cine o navegar por Internet; habitualmente, casi nada que implique actividad física. Así escrito, se ve muy triste, pero es la realidad de gran parte de la sociedad actual.
No obstante, la cosa está en que hay gente a la que una de las actividades que más le gusta es hacer ejercicio y, por supuesto, me incluyo en ese grupo.
Aunque el inicio tenga su base en unas ideas tan perjudiciales, lo cierto es que quien empieza a practicar deporte, no suele abandonarlo. Si los motivos para continuar son auténticos, la actividad continua se convierte en una forma de vida estable, inalterable por el paso del tiempo ni por el entorno. El ejercicio debe provocar, en sí mismo, una satisfacción profunda, porque si lo único que se busca es perder peso en una época transitoria, en cuanto se consiga el objetivo marcado, se abandonará, con la falsa convicción de poder mantener los kilos logrados hasta ese momento sin mover ni un dedo.
El deporte es puro placer, gozo intenso con cada paso que se da, excitación con cada nueva cima que se pisa, hormigueo en las piernas como signo inequívoco del esfuerzo bien realizado. Si nunca se ha practicado, requiere un tiempo adaptarse y seguir un ritmo aceptable, pero después, la recompensa es maravillosa. Para ser felices, regalar sonrisas por doquier y ver la vida con optimismo, la mejor medicina posible es la actividad física en todas sus variantes (por supuesto, el sexo no queda excluido). El sudor limpia nuestro cuerpo y purifica nuestra mente. Descubrir el deporte significa amarlo.
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