Lo peor de irse de viaje es, sin duda, hacer la correspondiente maleta. Da igual que sea para tres días que para dieciocho; la cantidad de objetos necesarios alcanza cifras insospechadas en cualquiera de los casos. Es sorprendente todo lo que podemos guardar en casa, dentro de cajones, estanterías, repisas, rincones abandonados dentro de las habitaciones y, por supuesto, trasteros. Si todo eso lo trasladamos a una maleta, el resultado es inquietante.
Cuando uno hace una escapada, su equipaje puede pecar de excesivo o de escaso, pero jamás tendrá el contenido ideal. Me ha ocurrido que, por no querer cargar el bolso demasiado, me he llevado camisetas de menos o, lo que es peor, me he olvidado el cepillo de dientes o la colonia. Vale, con el desodorante debería bastarme en casos extremos, pero si no huelo a flores del bosque no me quedo tranquila. Eso, por no mencionar la tragedia que se vislumbraría en caso de olvidarme los bikinis (¿en qué estaría pensando?).
Por el contrario, cuando me he dejado guiar por la frase "más vale que sobre a que falte", desde luego que me ha sobrado ropa a raudales. Numerosas camisetas y pantalones que ni siquiera he mirado en toda la semana de relax y que pensé que utilizaría (¡no existe tiempo material!). Por no hablar de los artilugios ridículos que no he usado en todo el año y que pretendo ponerme en cuatro días, como pulseras tobilleras, brazaletes, sombras de ojos imposibles (¿realmente existe la de color naranja?) y pintalabios (la última vez que me coloreé los labios fue hace más de dos años).
Es curioso que siempre tendemos a olvidar en casa lo verdaderamente útil. No conozco a ninguna mujer que se haya olvidado de su rizador de pestañas, pero sí muchas que se han dejado el champú o la pasta de dientes. Se han dado casos de hombres que, llevados por su despiste más profundo, se han marchado sin su ropa interior, pero eso sí, con su periódico bajo el brazo. Todo el mundo sabe que es mucho más importante estar informado en todo momento, tumbado en la hamaca de la piscina, antes que poder cambiarse de calzoncillos. No obstante, esto tiene remedio: siempre se puede recurrir a las bermudas playeras; en situaciones límite, hacen su función.
A pesar de todo esto, lo peor de hacer una maleta no es, precisamente, la maleta en sí misma. Si todavía nos pudiéramos conformar con llevar un solo bulto a nuestro destino, ya tendríamos el cielo ganado. Sin embargo, al bolso básico siempre tenemos que añadir bolsas, bandoleras, neceseres y otros bártulos de dudosa utilidad, sencillamente porque en la maleta principal no caben, o los hemos incorporado a última hora al equipaje completo. Debo decir a mi favor que, durante años, me las ingenié hábilmente para portar un solo bolso de viaje, de grandes dimensiones, pero único, sin complementos que ocuparan mayor espacio total. Hoy estreno maleta nueva y la cosa ha cambiado.
Después de esto, solo me falta desear unas felices vacaciones a los que se marchan en los próximos días (o el mes que viene). Y recordaros que no importa que os dejéis la cabeza en casa; lo fundamental es que incluyáis en vuestros equipajes los cargadores del teléfono móvil y de la cámara fotográfica. Su olvido podría arruinaros el viaje.
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