miércoles, 11 de julio de 2012

Miedo a la muerte

El reportaje de hoy no tiene como objetivo transmitir ánimos a quienes han vivido de cerca la desgracia de perder a un ser querido (entre los que me incluyo). Va a un ser un texto realista, con datos que permitan conocer todo el proceso, desde el punto de vista del enfermo y de sus familiares y amigos; ambas perspectivas, muy distintas en sensaciones y en duración. 

EL FINAL
Es muy importante para la salud mental de cualquier persona asumir el hecho de que nuestro paso por este mundo es temporal, lo que parece una idea muy evidente. No obstante, muchos demuestran con sus actos que no son conscientes de que el día menos pensado todo puede acabar. Me estoy refiriendo a quienes no valoran lo que tienen, los que exponen sus vidas de manera gratuita y sin sentido alguno, los insensatos que sufren enfermedades perfectamente evitables por culpa de conductas dañinas (tomar drogas, beber alcohol) y los que sitúan su existencia al borde del precipicio en todo momento (conducción temeraria). 

Solo cuando alguien cercano se muere por algún hecho irresponsable del que únicamente era dueño él mismo, los demás individuos de su entorno se plantean el peligro que conllevan sus actitudes. Nunca antes; esa es la triste realidad. Algunos son inteligentes y retroceden a tiempo de causarse un daño irreversible, pero forman un porcentaje reducido. Este tipo de muertes suelen ser las más dolorosas para los afectados y sus familiares, ya que a menudo, son prematuras, inesperadas (como puede ser la muerte por sobredosis de cocaína), agónicas y trágicas.

El mundo contaminado en la que vivimos actualmente genera un elevado número de enfermedades de todo tipo. Agentes patógenos, tóxicos de diversa procedencia, gases, humos y sustancias químicas son los elementos responsables de las dolencias de hoy. Poco a poco, estas partículas nocivas se introducen en nuestro cuerpo y durante varios años contaminan nuestro organismo. Afortunadamente, en la mayoría de los casos, la cosa se queda ahí y no deriva en algo grave; pero para algunas personas, se convierte en cáncer, el mayor mal de este siglo. Esto también podría evitarse, pero para eso tendríamos que encerrarnos en una burbuja. 


Las muertes que se producen por causas naturales suelen ser las más fáciles de asimilar. En la mayor parte de las situaciones, se dan en personas de avanzada edad, desgastadas por el paso de los años y los achaques habituales. Resulta más sencillo asumir un final que se intuía ya próximo, que una desgracia repentina y prematura. Sin embargo, no todos reaccionamos igual ante el dolor de una pérdida humana: unos son incapaces de exteriorizarlo, otros se muestran impasibles sin poder creer lo ocurrido y algunos sufren crisis nerviosas. 

FASES DEL ENFERMO
Al tener un pleno conocimiento del desenlace que se acerca, cada individuo en estado crítico se toma la situación a su manera (siempre que esté consciente e informado de lo que va a ocurrir). A pesar de las particularidades en la conducta de unos y otros, existen varias etapas comunes, que la inmensa mayoría de la gente manifiesta ante la cercanía de su propia muerte, en mayor o menor grado. Se dan en las semanas o días previos al fallecimiento y son las siguientes: 

       1. Negación: el enfermo es incapaz de creerse que vaya a morir y vive alejado de la realidad, sin afrontar lo que está por venir. 
       2. Ira: se plantea el porqué de su desgracia e intenta buscar motivos que le consuelen, aunque nunca los encuentra y por ello, aumenta su odio. 
       3. Negociación: en momentos de desesperación, el individuo intenta evitar su final como sea, buscando remedios o tratamientos alternativos que le alejen de la muerte. 
       4. Depresión: su estado de ánimo empieza a decaer hasta que se hunde por completo al saber que ya no hay vuelta atrás. 
      5. Aceptación: es el momento de paz interior, de espera, en el que se asume lo que va a ocurrir. Suele generar tranquilidad y descanso en el enfermo, aunque también tristeza.
          
Estos estados varían considerablemente dependiendo de la persona y pueden durar más o menos, según las circunstancias concretas. Muchos familiares hablan de actitudes curiosas por parte de los fallecidos horas o días antes de morir, casualidades, intuiciones. Según los testimonios que han llegado a mis oídos, el ser humano sabe el momento aproximado en el que va a morir o, por lo menos, lo imagina y por ello, en ocasiones, es capaz de prepararse mentalmente. 

Cito el caso particular de mi abuela materna, fallecida por culpa de una larga enfermedad. Dos días antes de irse, pidió encarecidamente que acudiera a su habitación el sacerdote del hospital, pues necesitaba confesarse al estar convencida de que le llegaba su hora. No se equivocó. 
Curioso también fue el caso de mi abuela paterna, que murió tres horas después de llamar por teléfono para avisarnos de la futura celebración de su cumpleaños. Pareció como si hubiera querido despedirse, de forma inconsciente. 

ASUMIR LA PÉRDIDA
Siempre que alguien a quien queremos se marcha, el tiempo de duelo por su desaparición dependerá del tipo de relación que manteníamos con esa persona. No es lo mismo un abuelo con el que hemos convivido durante años o que nos ha criado, que un tío lejano que vive en el pueblo y al que vemos una vez cada seis meses. Es un sentimiento muy diferente. 


En cualquier caso, las etapas por las que pasa una persona que ha perdido a un ser querido suelen ser bastante similares a las que atraviesa el propio fallecido antes de su muerte. A veces, es necesario recurrir a la ayuda de psiquiatras, que mostrarán el camino para ir superando el trance y ver la luz al final del túnel. Según las estimaciones, el proceso para superarlo puede estar entre los seis meses y los dos años después de la pérdida, aunque en casos graves ese tiempo puede ser mayor. 

En ocasiones, el duelo se convierte en algo patológico y puede generar confusión, sentimiento de culpa, el deseo irracional de haber muerto en lugar del fallecido, la creencia de que ya nada tendrá sentido sin su presencia, alucinaciones (ver u oír al difunto) y deterioro de algunas funciones orgánicas. 

Para ser lo más realistas posibles ante la pérdida, lo mejor es darse un tiempo para reflexionar sobre lo acontecido y tratar de conocer todos los detalles que han rodeado a la muerte (esto ayudará a asimilarla cuanto antes). Ver el cadáver suele ser útil para tomar plena conciencia de lo sucedido y es importante exteriorizar lo que se siente para poder desahogarse.  

El recuerdo de la persona querida siempre permanece, en forma de sueños o de imágenes fugaces que se pasean por la mente. Por ello, es recomendable desprenderse de su ropa y sus cosas pasado un tiempo prudencial, con el fin de hacer una vida normal la más pronto posible. No obstante, no conviene hacer cambios de vida demasiado radicales, al menos, no de inmediato. 


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