lunes, 2 de julio de 2012

Una prueba prematura

- ¡¡¡Hola!!! ¿Ya habéis llegado?

Permaneció callada, esperando su saludo desde alguna parte de la casa, pero solo hubo silencio. Cerró la puerta de la entrada dejando un ruido sordo. Sin esperar respuesta alguna del interior, entró en la cocina y depositó las llaves sobre la encimera. A continuación, volvió al recibidor y colgó la torera en el perchero, con cuidado de no tirar la colección de chaquetas, bolsos y abrigos que ya descansaban sobre él. Al mismo tiempo, lanzó su bolso sobre la mesa del salón, sin el menor temor a romper alguna de las cosas que contenía.

Se sentía demasiado agotada después de un largo día de trabajo, como para preocuparse por nimiedades. Avanzó por el pasillo que conducía a las habitaciones; no parecía que hubiera nadie, pero quería asegurarse. Cuando abrió la puerta de su dormitorio, la imagen que le devolvió la retina le despertó una inmensa felicidad y ternura. Mientras sonreía, no podía dejar de observar a su marido y a su bebé de diez meses, ambos tumbados sobre la cama, durmiendo plácidamente. El padre, abrazado a su criatura, con sus manos sobre la tripa del pequeño Samuel, parecía sentirse muy en paz consigo mismo, tranquilo, satisfecho. El bebé, a su vez, levantaba todo su cuerpo con suavidad al ritmo de su sosegada respiración; estaba precioso con su peto de color azul  claro estampado con dibujos de animales. 


Carolina se acercó y se sentó sobre la cama a su lado, lentamente para no despertar a ninguno de los dos. Despacio, empezó a tocar la suave cabeza de Samuel al tiempo que enroscaba en sus dedos uno de los rizos de su pelo alborotado. Tenía una abundante cabellera oscura y unos enormes ojos azules, ahora cerrados. No podía parar de observarle mientras pensaba en lo orgullosa que se sentía de haber tenido un niño tan perfecto, con un carácter tan alegre y risueño y sobre todo, tan guapo. Es cierto que, en un principio, no deseó el embarazo y le vino demasiado grande toda la situación posterior, pero en cuanto vio su delicioso rostro, todo su mundo cambió para siempre; ya solo deseaba estar junto a él. 

Su mirada se detuvo ahora en Roberto. No pudo haber esperado tener un compañero, amante y padre mejor que él. Solo llevaban saliendo juntos un mes cuando les sobrevino aquel acontecimiento inesperado: la proeza de traer un bebé al mundo. No se conocían lo suficiente, apenas sabían nada el uno del otro y mucho menos podían intuir si su relación tendría futuro. Pero el tiempo les dio el premio de la felicidad con matices. Esa dicha efímera que no se puede medir de ningún modo, pero que les llenó la vida de satisfacciones, de momentos en los que ambos descubrieron que habían encontrado a su media naranja, a la pieza que les faltaba para completar su espíritu. 

Carolina levantó la vista, cerró los ojos un instante y una tímida lágrima brotó de repente, resbalando por su mejilla. Hacía apenas un par de días que había descubierto, escondido en un cajón, el diagnóstico de la enfermedad de su marido. Roberto se lo había ocultado todo, a pesar de tener conocimiento de ello desde hacía varios meses, según la fecha que figuraba en el documento. Padecía leucemia y, aunque el pronóstico era bueno (los médicos lo habían detectado a tiempo), ella tenía mucho miedo; no recordaba haber tenido tanto en su vida. Por eso, imaginaba lo asustado que debía haberse sentido él como para no decirle nada. 

En ese momento, necesitaba ser egoísta y robarle el sueño. Le acarició la mejilla con las yemas de los dedos e hizo que él comenzara a despertarse. Después de mover los párpados, confuso, abrió los ojos y se sorprendió al verla allí, a su lado, con la mirada vidriosa y aún una sonrisa en la cara. Se incorporó ligeramente, sin apartar el brazo de su bebé, que continuaba plácidamente dormido, y se acercó a ella para darle un beso en los labios. Se miraron intensamente a los ojos y ambos supieron enseguida lo que estaba pensando el otro. 


Una certeza, una verdad que por fin había visto la luz para poder ser compartida y llorada. Un bebé en común por el que luchar con fuerza, sin soltarse la mano, sin permitir que ninguno se rindiera por el camino ni un solo día. Una prueba vital demasiado prematura para una familia que ahora había comenzado a tenerlo todo. La esperanza implícita de que saldrían adelante, de que Roberto sobreviviría para poder ver crecer a su hijo. Pero ninguna garantía de que eso llegase a ser realmente así. 


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