lunes, 3 de septiembre de 2012

Marte y Afrodita

Hombres y mujeres estamos hechos de materiales psicológicos y emocionales, a veces, radicalmente opuestos. En la actualidad, es una auténtica proeza forjar una relación de pareja sólida, bien cimentada, que no se resquebraje el día menos pensado. Con lo que veo y oigo en mi entorno más próximo, me parece casi paranormal descubrir uniones de más de diez años. Ejemplos de vida en común, basados en el respeto mutuo del espacio y los principios del otro. Casi utopías. 

Uno de los rasgos masculinos que más detestamos las mujeres es la introversión. Por supuesto, no se trata de algo generalizado, pero sí bastante extendido. Nosotras podemos pasarnos horas hablando (aunque reconozco que a mí eso me agota un poco): les contamos nuestros problemas e inquietudes, criticamos conductas ajenas que no comprendemos o describimos la última camiseta descubierta en Bershka. Y mientras no cesamos de soltar frases (unas importantes, otras absurdas), nuestro compañero permanece impasible a nuestro lado, en silencio, observando lo que acontece a su alrededor, sacando el móvil de su bolsillo de vez en cuando para comprobar la hora o descubrir algún mensaje instantáneo. No es plenamente consciente, pero su cerebro sólo ha captado con coherencia el 40% de nuestra retahíla. Por supuesto, sobra decir que nuestro gasto de saliva es casi completamente inútil. 

Ellos no necesitan expresarse con frecuencia. En alguna ocasión aislada, dejan aflorar cierto disgusto o preocupación por un tema que no han explicado del todo. Y esto, vinculado a nuestra capacidad femenina de imaginar mil alternativas posibles ante cientos de historias diferentes, genera una bomba de relojería, a punto de explotar en cualquier momento. Ejemplo práctico: el chico no ha dormido bien, consiguió cerrar los ojos a las cinco de la madrugada después de dar incontables vueltas en su cama y aún así, esta mañana se ha despertado destrozado. Ante esta confesión, el 80% de las mujeres pensará: a) Tiene una amante y la culpa le come la cabeza de tal manera, que le impide dormir con normalidad; b) Va a dejarme y no sabe cómo decírmelo; c) Llegó a las cinco, después de una juerga memorable con sus amigos y lo único que hace es ponerme la excusa del insomnio. A veces, somos muy retorcidas. 


Otro aspecto que nos desquicia es su tranquilidad ante todo. Nos ven muy enfadadas por el motivo que sea y lo más acertado que se les ocurre decir es "ya se te pasará". Algunos incluso se ríen (¿de qué diablos te ríes?). Eso sí, cuando nos afloran las lágrimas, no saben cómo reaccionar, se bloquean, el mundo se les cae encima y nos miran, confusos, sin tener ni la más remota idea de lo que deben decir. Y lo cierto es que, digan lo que digan, nunca será un discurso acertado, sino más bien, una cagada monumental. Lo suyo no suele ser la palabra. 

Reconozco que las mujeres, a veces, somos muy complicadas. Y creo que es positivo poder ver las cosas cuando son ciertas. El otro día leí que las féminas no sabemos lo que queremos, pero que nuestros compañeros no saben lo que tienen. Es bastante frecuente la relajación y comodidad de los hombres cuando están seguros de su pareja, piensan que ya la tienen absolutamente ganada y no dudan de que permanecerá a su lado, pase lo que pase. Y todo eso conduce a una existencia en pareja rutinaria, sin sorpresas y sin la emoción por recibir palabras bonitas con la periodicidad del principio. Porque si hay algo que el género masculino no entiende es que necesitamos cariño y demostraciones de afecto. Si no lo quisiéramos, nos bastaría con tener un perro, que se limitaría a chuparnos la cara de vez en cuando y mover el rabo comos signo de alegría. 

Una de las pocas cosas con las que me siento identificada con los hombres es su "odio" a las compras. Me sería imposible tirarme cuatro o cinco horas visitando tiendas de ropa, porque me volvería loca literalmente. Soy de las que entra, da un vistazo rápido y general, y sale en apenas tres minutos, porque lo cierto es que la moda de hoy no me convence demasiado. A eso añado que me cansa muchísimo tener que probarme las prendas, sólo para descubrir que son tanto o más horribles puestas sobre mi cuerpo que sobre la percha. Tengo ideas muy claras de lo que me gusta, y como no lo encuentro, no pierdo el tiempo mirando otras cosas. 


Aunque cada vez existe más igualdad entre ambos sexos, es habitual observar conductas femeninas y masculinas que agravan aún más las diferencias que, ya de por sí, nos separan. Parece increíble, pero aún hay hombres que no quieren que sus parejas trabajen, alegando que son ellos los que deben proporcionar el dinero al hogar y ellas las que deben mantener la casa limpia y ordenada, y colocar la comida sobre la mesa. Una conducta desfasada y humillante. 

No obstante, algunas mujeres tampoco se quedan atrás, en cuanto a actitudes de diferenciación se refiere. Cuando salen a cenar con un hombre, unas pocas esperan que sea él quien pague la cuenta, y por supuesto, quien las recoja y las lleve a casa (aunque ellas tengan coche). No conocen las ventajas de ser una misma la que tome la iniciativa en todo. No se atreven a ser libres. 

Uno de los comportamientos femeninos que menos comprendo es el hecho de utilizar el sexo como método para conseguir el poder en la relación sentimental. Cuando se produce una discusión, el hombre es capaz de mantener relaciones porque sabe separar muy bien lo sentimental de lo carnal. En cambio, las mujeres no somos capaces de acostarnos con ellos si nos sentimos heridas, y algunas aprovechan esta circunstancia para "castigar" a su pareja sin sexo durante un tiempo. No lo entiendo, ya que las primeras perjudicadas por esa decisión son ellas, y además, se trata de una conducta, a mi juicio, bastante infantil. 

Si hay una cosa que hacen los hombres que me molesta por encima de cualquier otra es la llamada conducta de "machito", que quiere decir que ellos, en presencia de sus amigos (aquellos a los que sus novias menos conocen o ni siquiera han visto), se comportan de manera distinta a cuando están con nosotras en la intimidad. Si quedan con ellos por su lado, nunca sabremos realmente lo que dicen o hacen, y casi mejor así, por aquello de "es mejor vivir en la ignorancia" (al menos, yo lo prefiero). No obstante, a veces nos invitan a la reunión y es ahí cuando aflora un carácter suyo hasta entonces desconocido. De repente, una pasa a ser completamente invisible, un cero a la izquierda, casi un amigo suyo más. Y las bromas referentes a aspectos sexuales dominan las conversaciones.

Para evitar encontronazos, casi sería mejor que la vida en pareja se redujera a comer, dormir y practicar sexo. Las charlas, las compras, las confidencias y los secretos sólo con los amigos. El dinero, igual que el cepillo de dientes, cada uno el suyo. Sin embargo, nos gusta complicarnos con discusiones que no conducen a ningún sitio, y la verdad es que vivir sin peleas verbales, podría llegar a ser muy aburrido. ¡Pero es que no me escuchas cuando te hablo!


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