sábado, 29 de septiembre de 2012

La excitación incontenida

Álex y Carmen habían quedado para ir al cine. No se les ocurrió mejor plan para profundizar en su relación de amistad: una buena película, unos nachos con queso, unas palomitas de colores y una buena conversación posterior mientras se tomaban unos refrescos en una terraza céntrica. Hacía cuatro meses que habían sido presentados por amigos comunes, en una reunión de viejos alumnos del colegio, de esas que se organizan con el propósito de rellenar fines de semana libres, más que con la idea de recuperar amigos perdidos y casi olvidados. 

Álex demostró aquella noche ser el más bromista del grupo, un chico que estudiaba dos cursos por encima del suyo y al que no recordaba ni en lo más mínimo. El hecho de no saber quién era la relajó, ya que llevaba dos horas saludando a personas con la que no quiso mantener el contacto en su día y que por tanto, la hicieron sentirse hipócrita. En cualquier caso, aún se siguió preguntando porqué había acudido a ese absurdo encuentro, si no tenía a nadie con quien hablar de temas especialmente interesantes. Ya nada le unía a su época escolar. 


Afortunadamente, allí estaba él, con sus chistes, pendiente de que ella no se aburriera ni un segundo. Estaba segura de que él, de algún modo, podía percibir su desorientación emocional, rodeada de tanta gente y tan sola al mismo tiempo. Álex conocía bien ese estado de ánimo y por eso, puso todo su empeño en conseguir que Carmen disfrutara, aunque sólo fuera a su lado. A partir de esa noche, empezaron a quedar una o dos veces por semana, con el único fin de intercambiar impresiones, caminar juntos como compañeros de aficiones y salidas, sin ningún tipo de maldad. Su contacto era puramente amistoso, hasta que aquella tarde de cine dejó de serlo, sin que ninguno de los dos lo hubiera esperado. 

La película, a la altura del minuto cuarenta, empezó a ser excesivamente tediosa, debido a sus diálogos rebuscados y carentes de una explicación sensata que justificara su mera presencia. Carmen suspiró de pura incomodidad y empezó a tirar palomitas a su acompañante de butacas, gesto al que él correspondió de la misma forma. Entre risas disimuladas y miradas cómplices, Álex comprendió que un detalle estaba empezando a cambiar entre ambos: estaban llamando la atención el uno del otro intencionadamente. Esa actitud pícara les mostraba que, en ese momento, eran menos amigos que nunca. Carmen se aproximó a su oído y por medio de un susurro sensual, le invitó a seguirla por el pasillo de la sala, hasta los baños públicos. 


Ya fuera, los dos se miraron a los ojos y ya no vieron esa relación tan limpia que los había unido. En ese instante, ambos sentían el más fuerte de los deseos sexuales, una excitación que les estaba perturbando la razón. Álex miró hacia un lado y hacia otro, y cuando comprobó que no había nadie, la cogió de la mano y la arrastró con él hasta los servicios de caballeros. Se metieron en uno de ellos, cerraron la puerta tras de sí y se adentraron en el interior de sus bocas ardientes, como si la vida humana fuera a extinguirse de inmediato. Las palabras sucias y los jadeos intermitentes parecían querer aplacar aquel frenesí pasional que les estaba destrozando por dentro. 

Álex le quitó suavemente las medias y pasó sus manos por debajo de su falda, una zona ya libre de impedimentos que no se pudieran apartar. Se desabrochó los pantalones y liberó su miembro, que ya no podía aguantar ni un minuto más en su escondite. Echó hacia un lado la ropa interior de Carmen y le dirigió una intensa mirada, a la espera de la aprobación de ella, que no se hizo esperar. Mientras se besaban con ansiedad, la penetró con fuerza, empujándola contra la pared de aquel pequeño habitáculo. Percibió cierta resistencia en su interior, pero la notó tan húmeda y tan receptiva, que pasó por alto ese detalle y continuó sin más. Las embestidas la estaban volviendo loca, pues mantenía los ojos cerrados y se aferraba a su cuello con intensidad, mientras se dejaba llevar por aquella pasión. 

Diez minutos después, él tuvo el impulso de taparle la boca cuando se percató de que Carmen iba a terminar y no iba a ser precisamente discreta. Sus gritos silenciados le hicieron perder el control y él también se rindió al final de aquella locura. Ambos permanecieron abrazados unos minutos, al tiempo que trataban de recuperarse de aquel acto tan placentero e imprevisto. Después, Álex levantó la vista y le dedicó una amplia sonrisa y entonces, detectó que ella se encontraba aturdida, seria, todavía jadeante. Enseguida, la preguntó si se encontraba bien, pues su reacción no era muy propia de un momento como ese. Se separó lentamente de ella y descubrió la causa de su comportamiento: unas diminutas gotas de sangre habían manchado el suelo. 



Atónito, Álex le preguntó qué estaba sucediendo, a pesar de que era bastante obvio. Una mujer de veintinueve años que acababa de perder su virginidad con él, un tipo que se había convertido en su amigo y sólo unos minutos antes en su amante. No podía dar crédito a lo que veía. Cuando ella logró recobrar la compostura, se puso las medias, se colocó la falda y le invitó a salir de allí y sentarse en algún sitio fuera. Ya acomodados frente a un parque de la zona, Carmen fue transparente y directa: "no quería que mi primera vez fuera producto de tres o cuatro día viendo a una persona a la que nunca podré conocer en ese tiempo. Estos años he esperado con paciencia que apareciese alguien con el que la amistad fluyera del modo más natural, sin presiones, y que si debía surgir el sexo, lo hiciera de la manera más espontánea. Contigo ha sido justo como yo deseaba y estoy orgullosa de mí misma". Álex, aún sorprendido por la revelación, puso una mano sobre las de ella y no pudo más que sonreír. Personas con unos principios tan sólidos y una seguridad tan plena como la de Carmen, ya no abundaban. Y se sentía afortunado por haberla conocido. 


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