sábado, 1 de septiembre de 2012

Sus últimas semanas

El cáncer, ese asesino al que unos pocos vencen y por el que otros caen derrotados. Esa mancha cruel en un organismo sano, ese intruso que aparece sin ser llamado y se va igual que vino, pero llevándose la alegría, o lo que es peor, la vida de su víctima. Un ser maligno que le roba la juventud a personas de una vitalidad que causa envidia y les arrebata las fuerzas en los casos más fulminantes. Precisamente, su caso. 

Eduardo había llegado a un nivel de desesperación supremo. Ya no sabía a qué especialistas acudir; se había desplazado a varias provincias con el fin de encontrar alguna solución rápida y que ofreciese bastantes garantías. Pero el tiempo pasaba deprisa, más que nunca, y las probabilidades de sobrevivir se reducían con cada minuto perdido. No se hacía a la idea de que en tres o cuatro semanas (lo que habían vaticinado los médicos), su novia dejaría de vivir. A veces, se sentía egoísta porque la quería a su lado, no soportaba la visión de imaginarse solo en aquella casa que ambos habían comprado con tanta ilusión. La soledad le destruiría. 

Por otro lado, se ponía en el lugar de Belén y sufría aún más. Todavía no había cumplido la treintena y se encontraba en esa terrible situación, sin alternativas, sin esperanzas. Ambos se habían resignado y habían pactado no volver a hablar del tema, hasta que llegara el desenlace, aunque los dos sabían que sus mentes no paraban de darle vueltas al asunto. Si podían extraer algo positivo de aquello, es que su relación de pareja se había fortalecido como nunca habrían soñado. Todos sus absurdos problemas cotidianos se habían desvanecido, y ya no merecía la pena dedicar ningún esfuerzo al trabajo, a las responsabilidades, ni a quienes vivían a su alrededor. "Se quedó huérfana con quince años y ahora esto", pensó Edu, mientras meneaba la cabeza. La existencia humana, en ocasiones, podía ser terriblemente injusta. 

Él lo había sido todo para ella desde que se conocieron, hacía ya nueve años. Belén, una mujer independiente, aparentemente muy segura de sí misma y con estabilidad laboral, sólo necesitaba a su media naranja, un hombre que la complementara y que le diese su cariño cuando regresaba a casa cada tarde al finalizar su trabajo. Su amor fue un flechazo, un huracán emocional de esos en los que nadie cree y que sólo suceden en las novelas rosas dedicadas a niñas de catorce años. Una historia real, de implicación y de pasión, de dificultades que se superan día a día, de demostraciones auténticas. 

Sólo Edu conocía bien la agonía por la que ambos estaban pasando. Y deseaba que fuese una gran mentira, un engaño de su cerebro, una falacia. No obstante, hacía unos días que había dejado de engañarse. Ella moriría y le dejaría sin su alma gemela, por lo que lo único que importaba entonces era amarla intensamente en sus últimas semanas. Por eso, habían decidido encerrarse en casa y disfrutar de su mutua compañía, ver películas, intercambiar impresiones sobre diversos temas que emitían por televisión, preparar cenas románticas y, sobre todo, tratar de olvidarse del fantasma de la muerte, que les acechaba sin tregua. La entereza de Belén era asombrosa, ya que lograba sonreír, incluso reírse a carcajadas con las ocurrencias que Edu le regalaba, haciendo un esfuerzo sobrehumano por transmitirle alegría en aquellos momentos. 

Aquellas tres semanas y media fueron espectaculares. Hablaron largo y tendido, hicieron el amor de manera suave y pausada, deteniéndose en cada sensación, en cada caricia lenta y prolongada. Se susurraron al oído palabras nunca pronunciadas, se prometieron eternidad. Y una mañana, al despertar, Edu descubrió que Belén no estaba en la cama junto a él, y en su lugar, había una nota escrita de su puño y letra. Antes de cogerla, él cerró los ojos porque imaginaba lo peor, y se levantó para descubrir que no quedaba ni rastro de la ropa ni de las cosas de su novia. El dolor en el pecho era demasiado fuerte, sentía que le faltaba la respiración y tuvo que sentarse para coger aliento. La nota seguía en la cama, pero sus músculos le impedían levantarse para cogerla. Había llegado al límite, no podía más, era un cobarde, el miedo le atenazaba. 

Rompió a llorar, desconsolado, y se cubrió la cara con las manos, en un intento inútil por esconder su dolor ante su propia soledad. De repente, la puerta de la entrada se abrió y apareció Belén delante de él. Al verle llorar de aquella manera, se tiró a sus brazos con fuerza, mientras le pedía perdón por haber querido abandonarle antes de que la enfermedad acabara con ella. Ambos habían sido egoístas, en cierta medida, en aquellos días, pero siempre estarían unidos por su amor. Pasase lo que pasase. 


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