jueves, 24 de septiembre de 2009

Un pedazo de buen cine


Título: Soy leyenda (I am leyend).

Año: 2007

Director: Francis Lawrence

Actor: Will Smith


El cine fatalista está de moda. Al espectador le gusta ver catástrofes, grandes tragedias y finales apocalípticos en los que un héroe, reconocido como tal o vestido de paisano, logra poner fin a la situación. Como el público manda, las producciones caen rendidas a sus pies. Es el caso de Soy Leyenda, protagonizada por Will Smith en el papel de Robert Neville, casi el único superviviente en la Tierra y posible salvador de la raza humana.

El libro titulado igual es mucho mejor que la película, como ocurre en la mayoría de los casos, pero aún así, las imágenes muestran la historia con una cercanía que las páginas nunca lograrán alcanzar por muy ricas que sean las descripciones o muy interesente sea el personaje principal. La obra escrita me trasladó a un espacio diferente, después de haber visto la cinta, y no pude imaginar al protagonista del mismo modo, pues se trata de otra persona completamente distinta, con un pensamiento y unos propósitos distintos.
Pero centrémonos en la película, reflejo de una visión trágica del avance médico de las últimas décadas. Sin duda, los más aprensivos creerán a pies juntillas que un error garrafal como el de propagar un virus tremendamente contagioso a partir de una revolucionaria vacuna que cura el cáncer, podría llegar a producirse en nuestra sociedad actual. Y, quizá, no estarían mal encaminados si tenemos en cuenta que somos seres humanos y, como tales, nos equivocamos.
Esta historia arroja luz sobre un hecho que hasta ahora no nos habíamos detenido a pensar: investigar la cura para una grave enfermedad entraña riesgos, sobre todo, si esa tarea se encarga a personas poco cualificadas o inexpertas que se atreven a probar en humanos los nuevos fármacos sin conocer plenamente sus efectos. Así, en los dos o tres primeros minutos de cinta, la doctora Kripin (que posteriormente, dará nombre al virus), interpretada por Emma Thompson, afirma por televisión haber curado el cáncer cuando lo cierto es que su investigación tendrá consecuencias devastadoras para la población de Nueva York.

Las imágenes logran narrar la historia de un modo que atrapa al espectador, a pesar de tratarse de una película lenta, sin apenas diálogos y en la que aparecen constantemente los mismos lugares y espacios: la casa del protagonista, los coches que conduce o, por supuesto, la gran ciudad silenciosa, aunque eso sí, desde distintos ángulos y alojando distintas acciones. El director, Francis Lawrence, distribuye los planos de una forma casi perfecta para que todo ocurra en el instante preciso y al mismo tiempo, mantiene al público expectante, por una parte, deseoso de que aparezcan los infectados enloquecidos y por otra, esperando escenas que la hagan diferente a otras películas del mismo estilo.

Existe un momento especialmente angustioso, cuando Neville ve cómo su perra se adentra en una nave oscura para perseguir a un ciervo y la llama desesperadamente para que salga de ahí. Esto nos estremece en la butaca por dos razones: el animal puede morir apenas a los veinte minutos de visionado, lo que nos dejaría con una amarga sensación demasiado pronto, y, por otro lado, sabemos que el protagonista necesita a la perra para continuar cuerdo en una ciudad hostil en el que sólo están ellos dos.

Y es que es un acierto que su Pastor Alemán haya sobrevivido al virus que asoló la ciudad para dotar de una mayor credibilidad a la historia. Hubiera sido casi insólito que sólo Neville continuara vivo después de la infección y además, las imágenes no se habrían sostenido por sí solas sin el diálogo que mantienen ambos que, aunque es breve y puntual, es completamente necesario para no aburrir al público.

No obstante, aporta mucho valor al argumento el hecho de que el protagonista sea el único ser humano en el planeta (o al menos, eso crea él) y que tenga que hacer verdaderos esfuerzos para no perder la cordura, porque nos transmite una idea que a menudo olvidamos, pero que resulta fundamental para nuestra existencia: necesitamos relacionarnos para lograr nuestros propósitos y sobrevivir. Cada persona requiere de otras porque, de lo contrario, se volvería loca.

De ahí, surge la escena en la que Neville acude a un videoclub y habla con un grupo de maniquíes, que intuimos que él mismo ha colocado allí, como si se tratara de personas. Hasta ese momento, podemos entender su necesidad de relacionarse sea del modo que sea, pero ya es ridículo que mire tímidamente a una maniquí y dude si hablarla o no porque se siente atraído por ella. Sin duda, una escena totalmente prescindible y absurda.

Esto no es lo único que está mal hecho a lo largo de la cinta. Lo más destacable es que no es posible que en sólo tres años sin actividad humana, una gran ciudad como Nueva York se haya convertido en una frondosa selva, tupida de vegetación y habitada por animales salvajes, tales como ciervos o leones. Puede que transmitir esto responda al deseo de provocar una mayor impresión en el espectador o simplemente de introducirle más en la historia, lo que es innecesario porque las imágenes de largas calles solitarias ya provocan estos efectos. Así, ante el aplastante impacto del silencio y el vacío en la ciudad, la regresión a un mundo salvaje es gratuita.

Tampoco es creíble que una persona pueda sobrevivir tanto tiempo con los alimentos de los que dispone. Bien es cierto que la ciudad es muy grande y hay muchos supermercados, pero la comida no puede conservarse en buenas condiciones y tarde o temprano caduca y llega el momento en que no se puede consumir.
Otro error es enfocar el papel de la perra de tal manera que el público sea capaz de prestarla más atención que al protagonista de la película, e incluso llegue a apreciarla más en determinadas escenas. El animal da dinamismo a la película, pero Neville tiene todo el peso de la acción y es el que busca la vacuna contra el virus.

A pesar de estos desatinos habituales en toda superproducción, la cinta posee un atrayente argumento que unido a la muy buena interpretación de Will Smith (este actor sabe hacer reír y llorar con la misma intensidad), consigue envolver al público en la trama y hacerle pasar casi dos horas con los ojos pegados a la pantalla.

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