Qué gracia me hace esta hipócrita e insultante frase tan popular. Imagino que si Hacienda somos todos, podremos coger dinero de sus arcas siempre que lo necesitemos o cuando nos plazca. Exactamente igual que hacen ellos, ¿no? Mi indignación ha alcanzado sus cotas máximas y considero necesario escribir sobre el tema y expresarme al respecto. Por supuesto, se trata de mi visión particular como ciudadana profundamente antisistema, aunque aún no formo parte de ningún grupo que defienda esta ideología disconforme con el orden social y político fijado (pero todo se andará).
La llamada Agencia Tributaria, adscrita al Ministerio de Economía y Hacienda, empezó a funcionar el 1 de enero de 1992. Es una entidad de derecho público, independiente de la Administración General del Estado y por tanto, con cierta autonomía en materia presupuestaria y de gestión de empleados. Su objetivo es aplicar el sistema tributario para garantizar que se cumpla el principio incluido en la Constitución, por el que todos deben contribuir al sostenimiento de los gastos públicos en función de sus recursos económicos.
Esto último no siempre es así. Porque si no, no se entiende que una persona de clase media que tiene la suerte, en los tiempos que corren, de encontrar un trabajo como enfermera durante cinco meses escasos, se vea obligada a tener que pagar a Hacienda 600 euros. ¿Quiénes se creen que son para robar el dinero a los trabajadores de una manera tan vil? Y que conste que, en esta cuestión, debemos agradecérselo todo al señor Miguel Boyer, que fue ministro de Economía y Hacienda entre 1982 y 1985, y en cuyo mandato se estableció la declaración de la renta.
Cada año, todos los contribuyentes tenemos que declarar nuestros ingresos y nuestros gastos, es decir, debemos equilibrar nuestra situación fiscal. En función del caso personal de cada uno, podemos no estar obligados a hacer la declaración de la renta, y solo en ese supuesto, tenemos la libertad de decidir que no nos conviene en absoluto hacerla cuando nos toca pagar, como es obvio. No obstante, si tenemos varios pagadores a lo largo del año o, en definitiva, hemos percibido más ingresos de los que Hacienda tiene registrados, nos tocará pagar. Y hay que hacerlo sin rechistar; como si nos introdujeran un palo de madera por el trasero y tuviéramos que estar calladitos.
Espero que me disculpéis por la comparación, pero considero que me quedo bastante corta expresando lo que siento. La verdad que cada vez que leo en la prensa que alguna persona ha sido condenada por la justicia a pagar cierta cantidad de dinero por no haber declarado sus ingresos a Hacienda, una oleada de rabia me recorre de arriba a abajo. Me parece un tremendo abuso por parte del sistema que tengamos que darles nuestro dinero, aparte del que ya aportamos por medio de los impuestos cada vez que compramos cualquier cosa (como pueden ser el IVA, el IRPF, la contribución de la vivienda, el Impuesto de Circulación, etc.). Pienso que, con todo eso y más, ya estamos proporcionando suficiente dinero para el mantenimiento del Estado. Lo demás son excusas baratas, aportaciones que los listos de turno se sacan de la manga para que sigamos pagando por todo. Así, me provocan risa términos como Impuesto de Transmisiones Patrimoniales o Impuesto de Sucesiones, solo por citar dos ejemplos de "inventos" creados por los poderosos para reducir nuestros ahorros.
Sin embargo, no me río tanto cuando descubro que el porcentaje destinado a Hacienda, en el caso de una compra-venta, no se calcula a partir de lo que cuesta una vivienda. No. Da igual que la crisis haya rebajado considerablemente el precio de los inmuebles; lo único que se tiene en cuenta ahora es su valor catastral. De este modo, si uno paga 60.000 euros actualmente por un piso, el porcentaje que debe regalar a Hacienda no se aplicará sobre ese precio, si no sobre su valor catastral, que pongamos que es de 95.000 euros. Absolutamente increíble. Esta práctica se ha agudizado por la crisis, ya que el Estado necesita recaudar dinero y, más que nunca, miran este aspecto con lupa. Cualquier cosa con tal de que lo barato nos termine saliendo caro.
Si todavía habláramos de cantidades más o menos razonables, el afán recaudatorio podría tener su justificación, ya que es lógico que un Estado tenga que mantenerse de alguna manera. Somos muchos y para lograr un bienestar, tenemos que poner todos de nuestra parte. Pero esto ya es una sangría (y no me refiero a la bebida precisamente), en la que da la sensación de que están buscando razones para nos pongamos cada vez más nerviosos. Nos están situando al límite de nuestras posibilidades, con la soga al cuello, casi al borde de la agonía en los casos particulares más graves.
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