martes, 5 de junio de 2012

Madurez humana

Según psicólogos y pediatras, la personalidad comienza a desarrollarse en los primeros siete años de vida. Al producirse el nacimiento, es fundamental que el bebé perciba en sus primeras horas todo el cariño de sus padres y que éstos le hablen, ya que el ambiente en el que llega a este mundo es muy importante. Comunicarse con él es clave para que el recién nacido absorba sus primeras informaciones, aunque todavía no pueda expresarlas o parezca que no las escucha. Si el entorno en el que comienza a criarse una persona es el adecuado, cuando llegue a la edad adulta, tendrá una personalidad estable. 

Lo que vamos aprendiendo con el paso de los años nos convierte en lo que hoy somos. Aquellos padres que educan de manera permisiva no le están haciendo ningún favor a sus hijos. Más bien al contrario: están criando a futuros adultos caprichosos, inseguros y ansiosos por llamar la atención en todo momento y lugar. En casos extremos, a partir de esta educación, surgen personalidades superficiales, que basan sus éxitos o sus fracasos en la consecución o no de bienes materiales, lo que les conduce a no sentirse plenamente satisfechos, ya que siempre quieren más. 

Por fortuna, la mayoría de los progenitores sabe bien que es vital mantener un equilibrio entre lo que  se debe consentir y lo que no. Por ejemplo, una bolsa de chocolatinas a la semana, si; bolsas de patatas fritas cada día, no. Explicarles las cosas una vez para que lo comprendan, sí; intentar justificar su modo de actuar ante sus propios hijos, nunca. Educar a un niño puede guardar ciertas semejanzas con educar a un perro, ya que en ambos casos, quien recibe esa educación nunca debe percatarse del más mínimo signo de debilidad por parte de su padre, tutor o cuidador en función de cada caso. 

Debemos agradecer a nuestros padres nuestra forma de ser porque, en cierto modo, ellos nos han ayudado a construirla. Durante la niñez y parte de la adolescencia, somos como esponjas: absorbemos todo lo que vemos a nuestro alrededor, sobre todo, en casa. Por eso, quien nace en el seno de una familia sin valores ni normas, en la que uno o los dos progenitores lleva una mala vida (por drogas, juego o alcohol), tiene un alto porcentaje de probabilidades de imitar esa conducta cuando crezca. Esto sucede porque el niño no conoce otra forma de vivir distinta a la que le han mostrado sus propios padres y por ello, la acepta como algo normal. 


En cambio, crecer en un ambiente cargado de cariño, buenos consejos y apoyo moral constante es una auténtica bendición. También, influyen hechos como que los padres permanezcan unidos como matrimonio, ya que en los casos en los que se produce una separación, los niños suelen ser los más perjudicados al sentirse en medio de dos personas a las que quieren por igual y necesitan a su lado. Las batallas legales por la custodia son muy negativas para la salud mental de los hijos, que no se atreven a pronunciarse al respecto.

Es sencillo percibir matices de personalidad diferentes en aquellos individuos que llevan sobre sus espaldas alguna dificultad personal o drama familiar. En algunas ocasiones, construyen corazas con las que se protegen del mundo y de las personas que viven en él. Otras, se enfrentan a su existencia con valentía y se muestran excesivamente extravertidos. Y a veces, optan por compartir sus preocupaciones del pasado para poder abrir una puerta hacia el futuro. 

De cualquier manera, el tiempo nos da la madurez que necesitamos para convertir los pequeños problemas del día a día en meras anécdotas sin importancia. Con la edad, vamos descubriendo que lo que nos sucede no tiene la gravedad que le habríamos otorgado años atrás. Absolutamente todo es relativo y tiene valor en la medida que cada uno, de forma sensata e individual, aprecia lo que tiene y lo que podría conseguir. Realismo y optimismo pueden caminar juntos. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario