sábado, 2 de junio de 2012

RELATO CORTO: Experiencias de Ana. Alguien muy especial


Y llegó el instante de hablar de Alfonso. Le conocí tres o cuatro años atrás, por amigos comunes, y durante un tiempo nos vimos con frecuencia en grupo. Por aquel entonces, mi existencia era muy monótona y rutinaria. Casi podría decir que me lo pasaba mejor saliendo en grupo (con todos los amigos que nos juntábamos en esa etapa) que con mi pareja de entonces. Había mucha gente nueva, todos muy alegres y que me daban otra visión de las cosas, más positiva y dinámica. En ocasiones, verles era como una vía de escape para mí.

Y él en concreto no me pasó desapercibido. Era muy alegre, siempre con una sonrisa en la cara, y su forma de mirar a la gente era muy amigable, muy sincera. Con él, me reía bastante, desconectaba, me lo pasaba genial. No es que habláramos mucho (por aquella época, al estar en grupo, tampoco nos conocíamos demasiado y no teníamos conversaciones intensas), pero se notaba que nos caíamos bien. Así, estuvimos una temporada saliendo todos juntos hasta que, por circunstancias propias y ajenas, dejamos de vernos y cada uno de los nuevos amigos tomó su propio camino. Se dispersaron algunos años (de algunas chicas no he vuelto a saber nada nunca más) y volvían a aparecer en contadas ocasiones, como hechos aislados.

Una de esas veces, coincidimos nuestro grupo de siempre con algunos de ellos, entre los que estaba Alfonso. Estábamos de fiesta en un pub tomando algo y le vi. Nos saludamos cordialmente y hablamos unos minutos. La verdad es que me alegró mucho verle, ya que siempre le había tenido mucha simpatía, me parecía un chico especial. Y después de un rato de charla, nos despedimos. Al volver a mi casa, de camino, leí un mensaje que él me había enviado al móvil en el que me decía que le había gustado verme y que a ver si nos veíamos más a menudo. Me hizo gracia y consiguió hacerme brotar una sonrisa (esa noche había sido especialmente dura porque me robaron). No obstante, no volvimos a vernos en mucho tiempo.

Le tenía agregado en el Messenger, pero nunca nos hablábamos. Un día me dio por escribirle y preguntarle qué tal le iba todo. Hablando de un montón de cosas, descubrí que yo le había gustado desde hace tiempo. Entonces, comencé a atar cabos. Me di cuenta de su simpatía siempre conmigo, de sus sonrisas, de sus miradas, que a mí no me habían sido para nada indiferentes. Nunca me lo quise confesar a mí misma, pero ese chico siempre me había atraído de alguna manera, me había gustado su forma de ser y actuar, su aparente seguridad. Y, sobre todo, lo bien que hacía sentir a la gente que tenía a su lado. Y se lo dije, que me había gustado en cierto modo. Los dos nos sorprendimos gratamente y nos propusimos volver a vernos, después de tantos meses sin saber nada el uno del otro, de caminos por separado.

Así, una noche, salí en grupo y él también vino con nosotros. Al encontrarnos, ambos nos miramos con complicidad y curiosidad. Los nervios mutuos se podían percibir en el aire y las bromas no hacían más que ocultar la emoción del momento. Entramos en un local, nos tomamos unas copas y al ritmo de la música, comenzamos a hablar, a contarnos nuestras vidas hasta entonces. Ambos queríamos lanzarnos, pero no sabíamos cómo ni cuándo. No puedo recordar con nitidez si fue él o yo la que comenzó, pero al rato nos estábamos besando en un lado de la pista, liberando toda la tensión acumulada. Nos pedimos varias copas, nos fuimos a unos asientos reservados y dejamos que nuestros labios se conocieran, se descubrieran y pudieran explorarse. Recuerdo muy bien cómo me besaba, con qué fuerza, con qué intensidad, y cómo me abrazaba. 

Después de aquel primer encuentro, fueron muchas las veces que estuvimos juntos sin ir más allá, cuando coincidíamos en algún sitio o quedábamos en el mismo grupo de amigos. No tenía nada claro que quisiera empezar algo serio y, además, algunos fantasmas del pasado se cruzaron en mi camino, impidiéndome avanzar en algún instante puntual. Sabía que él sentía por mí más que yo por él, pero no podía hacer nada por cambiar eso, ya que no estaba dispuesta a iniciar una relación sin estar cien por cien segura. Y lo cierto, es que las dudas en mi cabeza eran constantes.

Siempre tuve un contacto extraño con él. Por un lado, cuando nos volvíamos a besar después de un tiempo sin vernos, yo me ilusionaba y confiaba en que necesitaba algo más, pero al pasar unos días, ese sentimiento se desvanecía. Era como si me hubiese acostumbrado a una rutina de estar sola y no querer que nadie “invadiese” mi vida. Algunos instantes con él me convencían de que aquello merecía la pena, ya que me recordaban a mis épocas de enamoramiento inicial con mis anteriores parejas. No obstante, la confusión dominaba mi corazón, mis sentidos y mi voluntad, y era totalmente superior a mí misma.

En alguna ocasión, estuvimos a punto de acostarnos, pero no habíamos encontrado el momento propicio. Hasta que un día, después de habernos visto varias veces en esa semana, surgió la ocasión. Nuestras casas estaban vacías, así que teníamos lugar dónde elegir. Cuando nos vimos, los nervios se podían palpar con nitidez. No podría decir con seguridad quién de los dos estaba más nervioso: si él o yo. Sólo puedo afirmar que no me sentía así desde hacía mucho tiempo, casi parecía que iba a vivir mi primera vez de nuevo. Era como si la timidez que tenía con quince años en relación a los chicos hubiera vuelto otra vez a mi vida, pero de manera absurda, teniendo en cuenta todas mis experiencias vividas y las situaciones experimentadas, tan variopintas. Por eso, opté por ser yo misma, por dejarme llevar y por intentar controlar el momento, al menos al principio, cuando lograse quitarme los nervios de encima. 

Aquel momento era sólo nuestro y lo recuerdo con un gran cariño, de una forma muy especial. Porque realmente fue así: especial. No se me hubiera ocurrido mejor persona que él para romper la época de abstinencia voluntaria que yo atravesaba. 

Tuvimos algún encuentro más, pero otra vez, las dudas me asaltaron. No me sentía preparada para estar ni con él ni con nadie y no podía tenerle esperando algo que no iba a ocurrir. Por eso, he preferido tenerle como amigo y saber que siempre será un chico especial para mí. Porque las grandes personas dejan huella, y él ya me dejó la suya. 

ANA

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