Y llegó el instante de hablar de Alfonso. Le conocí tres o cuatro años
atrás, por amigos comunes, y durante un tiempo nos vimos con frecuencia en
grupo. Por aquel entonces, mi
existencia era muy monótona y rutinaria. Casi podría decir que me lo pasaba
mejor saliendo en grupo (con todos los amigos que nos juntábamos en esa etapa)
que con mi pareja de entonces. Había mucha gente nueva, todos muy alegres y que me daban
otra visión de las cosas, más positiva y dinámica. En ocasiones, verles era
como una vía de escape para mí.
Y él en concreto no me pasó
desapercibido. Era muy alegre, siempre con una sonrisa en la cara, y su forma
de mirar a la gente era muy amigable, muy sincera. Con él, me reía bastante,
desconectaba, me lo pasaba genial. No es que habláramos mucho (por aquella
época, al estar en grupo, tampoco nos conocíamos demasiado y no teníamos conversaciones intensas), pero se notaba que nos caíamos bien. Así, estuvimos una
temporada saliendo todos juntos hasta que, por circunstancias propias y ajenas,
dejamos de vernos y cada uno de los nuevos amigos tomó su propio camino. Se
dispersaron algunos años (de algunas chicas no he vuelto a saber nada nunca
más) y volvían a aparecer en contadas ocasiones, como hechos aislados.
Una de esas veces, coincidimos
nuestro grupo de siempre con algunos de ellos, entre los que estaba Alfonso. Estábamos
de fiesta en un pub tomando algo y le vi. Nos saludamos cordialmente y hablamos
unos minutos. La verdad es que me alegró mucho verle, ya que siempre le había
tenido mucha simpatía, me parecía un chico especial. Y después de un rato de
charla, nos despedimos. Al volver a mi casa, de camino, leí un mensaje que él
me había enviado al móvil en el que me decía que le había gustado verme y que a
ver si nos veíamos más a menudo. Me hizo gracia y consiguió hacerme brotar una
sonrisa (esa noche había sido especialmente dura porque me robaron). No obstante, no volvimos a vernos en mucho tiempo.
Le tenía agregado en el Messenger, pero nunca nos hablábamos. Un
día me dio por escribirle y preguntarle qué tal le iba todo. Hablando de un
montón de cosas, descubrí que yo le había gustado desde hace tiempo. Entonces, comencé a atar cabos. Me di cuenta de su simpatía siempre
conmigo, de sus sonrisas, de sus miradas, que a mí no me habían sido para nada
indiferentes. Nunca me lo quise confesar a mí misma, pero ese chico siempre me
había atraído de alguna manera, me había gustado su forma de ser y actuar, su aparente seguridad. Y, sobre todo, lo bien que hacía sentir a la gente que tenía a su
lado. Y se lo dije, que me había gustado en cierto modo. Los dos nos
sorprendimos gratamente y nos propusimos volver a vernos, después de tantos
meses sin saber nada el uno del otro, de caminos por separado.
Así, una noche, salí en grupo y él también vino con nosotros.
Al encontrarnos, ambos nos miramos con complicidad y curiosidad. Los nervios
mutuos se podían percibir en el aire y las bromas no hacían más que ocultar la
emoción del momento. Entramos en un local, nos tomamos unas copas y al ritmo de la música,
comenzamos a hablar, a contarnos nuestras vidas hasta entonces. Ambos queríamos
lanzarnos, pero no sabíamos cómo ni cuándo. No puedo recordar con nitidez si
fue él o yo la que comenzó, pero al rato nos estábamos besando en un lado de la
pista, liberando toda la tensión acumulada. Nos pedimos varias copas, nos
fuimos a unos asientos reservados y dejamos que nuestros labios se conocieran,
se descubrieran y pudieran explorarse. Recuerdo muy bien cómo me besaba, con
qué fuerza, con qué intensidad, y cómo me abrazaba.
Después de aquel primer
encuentro, fueron muchas las veces que estuvimos juntos sin ir más allá, cuando
coincidíamos en algún sitio o quedábamos en el mismo grupo de amigos. No tenía
nada claro que quisiera empezar algo serio y, además, algunos fantasmas del
pasado se cruzaron en mi camino, impidiéndome avanzar en algún instante
puntual. Sabía que él sentía por mí más que yo por él, pero no podía hacer nada
por cambiar eso, ya que no estaba dispuesta a iniciar una relación sin estar
cien por cien segura. Y lo cierto, es que las dudas en mi cabeza eran
constantes.
Siempre tuve un contacto extraño
con él. Por un lado, cuando nos volvíamos a besar después de un tiempo sin
vernos, yo me ilusionaba y confiaba en que necesitaba algo más, pero al pasar
unos días, ese sentimiento se desvanecía. Era como si me hubiese acostumbrado a
una rutina de estar sola y no querer que
nadie “invadiese” mi vida. Algunos instantes con él me convencían de que
aquello merecía la pena, ya que me recordaban a mis épocas de enamoramiento
inicial con mis anteriores parejas. No obstante, la confusión dominaba mi
corazón, mis sentidos y mi voluntad, y era totalmente superior a mí misma.
En alguna ocasión, estuvimos a
punto de acostarnos, pero no habíamos encontrado el momento propicio. Hasta que
un día, después de habernos visto varias veces en esa semana, surgió la ocasión. Nuestras casas estaban vacías, así que
teníamos lugar dónde elegir. Cuando nos vimos, los nervios se podían palpar con
nitidez. No podría decir con seguridad quién de los dos estaba más nervioso: si
él o yo. Sólo puedo afirmar que no me sentía así desde hacía mucho tiempo, casi
parecía que iba a vivir mi primera vez de nuevo. Era como si la timidez que
tenía con quince años en relación a los chicos hubiera vuelto otra vez a mi
vida, pero de manera absurda, teniendo en cuenta todas mis experiencias vividas
y las situaciones experimentadas, tan variopintas. Por eso, opté por ser yo
misma, por dejarme llevar y por intentar controlar el momento, al menos al
principio, cuando lograse quitarme los nervios de encima.
Aquel momento era sólo nuestro y lo recuerdo con un gran
cariño, de una forma muy especial. Porque realmente fue así: especial. No se me hubiera ocurrido mejor persona que él
para romper la época de abstinencia voluntaria que yo atravesaba.
Tuvimos algún encuentro más, pero otra vez, las
dudas me asaltaron. No me sentía preparada para estar ni con él ni con nadie y no podía tenerle esperando algo que no iba a ocurrir. Por eso, he preferido tenerle como amigo y saber que siempre será un chico especial para
mí. Porque las grandes personas dejan huella, y él ya me
dejó la suya.
ANA
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