jueves, 7 de junio de 2012

Médicos salvajes

Hace poco leí por casualidad en una revista un caso conocido de lobotomía. Enseguida, aquella palabra me recordó a la película protagonizada por Arnold Schwarzenegger, Desafío Total, que todos hemos visto miles de veces por televisión, y en la que a su protagonista le realizaban esta operación. Así pues, mi ignorancia me ha hecho creer todo este tiempo que no se trataba de una práctica real, sino de algo creado exclusivamente para la ficción. Me equivoqué. 


La lobotomía es un tipo de cirugía en la que se destruye parcial o totalmente el lóbulo frontal del cerebro, sin que se produzca la extirpación. En caso contrario, es decir, si se da la ablación, recibe el nombre de lobectomía. En 1928, el doctor John Fulton realizó la primera lobotomía a dos chimpancés y ambos murieron. Las primeras pruebas en seres humanos tuvieron lugar en 1935, por parte del neurólogo Egas Moniz y el cirujano Almeidas Lima, que realizaron en la Universidad de Lisboa varias leucotomías o lobotomías prefrontales (que consistían en separar la conexión que existe entre la corteza prefrontal y las demás partes del cerebro). Gracias a esta técnica, Moniz recibió el Premio Nobel de Medicina en 1949. 

Este procedimiento empezó a llevarse a cabo para tratar la depresión en los casos más extremos (pacientes que pensasen en el suicidio), la ansiedad crónica severa y el trastorno obsesivo-compulsivo. Lo cierto es que Moniz y Lima fueron quienes evaluaron las consecuencias de sus propios experimentos iniciales, por lo que fue un testimonio absolutamente subjetivo. Contra la depresión, dijeron haber obtenido resultados positivos, aunque a menudo, los pacientes vieron modificados matices de su personalidad y en torno a un 6% de ellos no resistió la operación y falleció. A pesar de eso, la lobotomía se popularizó en Estados Unidos con el objetivo de tratar las enfermedades mentales. 

Doctor Walter Freeman
Walter Freeman, un médico estadounidense que ni siquiera era cirujano, practicó lobotomías en el país entre 1936 y finales de los años cincuenta. Viajó con su furgoneta (que él mismo llamó "lobotomobile") y mostró su tratamiento en multitud de centros médicos; incluso llegó a realizar operaciones en hoteles. Inventó una técnica por la cual, por medio de un picahielo y un mazo de caucho, perforaba el cráneo de los pacientes sobre el conducto lacrimal de manera que rompía las conexiones entre el lóbulo frontal y el resto de zonas cerebrales. 
Era una operación terrible, que a pesar de todo, se convirtió en un método curativo general contra las enfermedades psicológicas, hasta que en los años cincuenta se inventó la Clorpromazina, un medicamento antipsicótico que le restó popularidad. Más tarde, Freeman perdió su licencia de médico cuando se conoció públicamente la muerte de uno de sus pacientes. 
En total, cerca de 50.000 personas fueron intervenidas, sin que se llegase a demostrar nunca la auténtica eficacia de la operación. En 1967, se practicó la última lobotomía legal. 
  
Uno de los pocos casos de intervención con final feliz lo protagonizó la cantante Alys Robi. Con solo 25 años, sufrió un accidente de coche que le generó una fuerte depresión. Tras una serie de diagnósticos equivocados, fue ingresada durante años en un centro psiquiátrico hasta que en 1952 y en contra de su voluntad, le practicaron una lobotomía, que afortunadamente, no le provocó ningún tipo de secuela. 

Rosemary Kennedy
No corrió la misma suerte Rosemary Kennedy, hermana del presidente estadounidense. Tuvo problemas de aprendizaje desde la infancia y era una persona bastante inocente. Teniendo en cuenta sus síntomas, hoy algunos consideran que pudo sufrir trastorno bipolar o dislexia. Según Edward Shorter, su retraso mental era muy leve. Se trataba de una joven rebelde, que tenía ataques de histeria y que se escapaba de casa casi todas las noches. 
Su padre, Joe Kennedy, que pretendía formar una familia de políticos de prestigio, era incapaz de soportar ese tipo de comportamiento. Por eso, la llevó a todo tipo de especialistas, hasta que conoció a Freeman, que le propuso practicarle una lobotomía. 

Como era una técnica que estaba de moda entre las familias ricas de la época, el patriarca de los Kennedy tomó la decisión de intervenirla, pero sin informar a nadie de sus intenciones: ni a su esposa, ni a su propia hija. Antes de la operación, Rosemary tenía 23 años; después, la edad mental de un niño pequeño. Perdió la capacidad de hablar y fue internada y olvidada en un centro psiquiátrico hasta su muerte, con 86 años. 
La enfermera que ayudó a Freeman en la intervención dimitió inmediatamente después del fatal desenlace. 


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