Los títulos son lo de menos. A menudo, son simples palabras unidas que no trasfieren un significado real, sino que se asocian para enmarcar un texto dentro de una idea muy general.
Es tan complicado convertirnos en responsables auténticos de nuestras palabras, que reflejar una emoción con ellas, en un estado cercano a la perfección, es una tarea ardua y terrorífica.
Sinceramente, no sé con exactitud qué relación podrían guardar entre sí las dos palabras que he marcado como inicio de este artículo, pero una al lado de la otra, suenan muy bien. Al menos, eso no me lo podéis negar.
Uno de los problemas comunicativos de nuestro tiempo es que no sabemos administrar las palabras correctamente. Las usamos a lo loco, sin pensar, porque somos dueños y señores de lo que decimos y nos creemos con autoridad de decir siempre y en todo lugar lo que nos venga en gana. Esto no es del todo así: vivimos en una sociedad, regida por una reglas explícitas e implícitas que establecen un equilibrio legal y moral. No obstante, hay gente que tiene la habilidad especial de hablar con una ligereza envidiable, aún a riesgo de ponerse en evidencia a sí misma.
Considero que, hoy en día, está muy de moda el hecho de defender verbalmente la transparencia y la sinceridad a la hora de entablar conversación con alguien. Se emplean palabras que, a mi juicio, sobran absolutamente, ya que esas cualidades no se demuestran con frases, sino con actitudes muy específicas. Se da la circunstancia, además, de que quienes más presumen de su honestidad, suelen albergar en su interior carencias mucho más profundas. Me refiero a limitaciones en cuanto a respeto, educación y empatía; tres aspectos básicos para que cualquier interacción social llegue a buen puerto.
Me da la impresión de que algunas personas confunden ser claras y directas con perder los estribos. Es habitual escuchar diálogos ajenos por la calle, en los que una chica le dice a su amiga que llamó "inútil" a un amigo suyo, porque ella "es muy sincera y dice las cosas a la cara". Ojo, no hay que mezclar una cosa con la otra, puesto que cada uno puede tener su personalidad, siempre que no ensucie el honor del que tiene enfrente. Para que uno demuestre plenamente su valía como persona no es necesario pisar a nadie, por mucho que últimamente nos hayan transmitido el pensamiento generalizado de que tenemos que ser ambiciosos, cueste lo que cueste. Ahora, parece extendido eso de "el fin justifica los medios". Grave error.
Las palabras, mal gestionadas, pueden ser como cuchillos descontrolados. El poder por la educación recibida está dentro de nosotros y no debemos desperdiciar la oportunidad que se nos ha brindado de escribir y expresarnos correctamente. Porque las frases bien construidas y las interacciones inteligentes son una herramienta muy importante para llegar lejos. Por medio de la palabra, descubrimos la riqueza de nuestra naturaleza racional, que nos permite establecer comunicaciones sanas y sensatas. El conflicto lo tienen quienes no saben expresar la información que manejan.
Yo soy de la opinión de que si el mensaje es importante, también lo es la forma del mensaje. Si el contenido es respetuoso, la forma ha de ser respetuosa. Si el contenido se pretende hostil, una forma hostil apostilla las intenciones de quien emite el mensaje. Pero ojo, se puede ser respetuoso soltando improperios y también hostil hablando de forma sosegada.
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