Mi novio es motero. No un motero al uso, de esos que dan paseos tranquilos por la carretera, que disfrutan del paisaje, del canto de los pájaros, del soplo del viento a un lado y a otro, de la suave brisa que apenas les roza la cara, del sol que broncea su piel en verano. No es de esos que si llueve, encierran sus motos en el garaje o las colocan sobre la acera junto a la entrada de su portal y esperan que haya días más favorables. Ni de esos que pueden encenderse un cigarrillo o consultar su reloj al detalle mientras conducen, dada la suave velocidad a la que circulan. No.
Pertenece al grupo de los moteros locos. Ama la velocidad como otros amamos el deporte, el footing, el senderismo, el cine, la pintura, el puenting, la escalada, la espeleología, el arroz con salchichas y bacon (qué buen experimento culinario, tendré que probarlo). Qué sé yo. Mil cosas que podrían gustarle y va y le gusta correr con la moto; adelanta Ferraris a casi 210 kilómetros por hora, como quien se pone a ver la tele un sábado por la noche. ¿Preocupada yo? Para nada.
Mi actitud con respecto a las motos ha pasado por tres etapas. La primera, cuando era más joven y no detectaba peligro por ninguna parte. Incluso me atreví a montar un día en una de esas motos que yo llamo "campestres" porque son más altas, parecen más ligeras y tienen las ruedas más estrechas. De esas que a mí siempre me ha dado la impresión que son adecuadas para circular por terrenos llenos de barro sin que importe lo sucias que puedan acabar. Y lo peor es que me monté sin casco (el conductor tampoco lo llevaba) y por una carretera de urbanización mal asfaltada y con badenes. Tentando a la muerte.
La segunda etapa la conformó el miedo que empecé a tener cuando comprendí que mi pareja podía acabar con un hueso roto (o algo peor) el día menos pensado. Fueron meses tensos en los que vivía pendiente del móvil y cuando se retrasaba más de lo habitual en contestar a mis mensajes, me ponía nerviosa perdida. Mi mente imaginaba tragedias remotas en miles de situaciones posibles, teniendo en cuenta factores desfavorables, como arena en la calzada, lluvia, viento, granizo o un rayo que pudiera caer sobre su cabeza de repente. Sería cosa del amor.
La tercera y última fase es la que vivo ahora. He dejado de pensar tanto y vivo más relajada, aunque mantengo mi principio de no montar en moto nunca más. Creo que vivir es el resultado de una serie de probabilidades estadísticas que no conviene alterar en lo más mínimo. Ya cuando me saqué el carnet de coche y empecé a conducir, me percaté de que morir en un accidente era, al menos, un cincuenta por ciento más fácil que antes, como es obvio. Por eso, pienso que en el caso de las motos, también es así. Un movimiento mal realizado y al suelo, una curva mal trazada y de bruces, un resbalón accidental y a comer gravilla. Quizá exagero bastante, lo sé, pero una no puede evitar sus pensamientos y actuar en consecuencia.
Para mí todas las motos son iguales y por eso, las conversaciones sobre el tema me aburren profundamente (no podría aguantar más de una hora seguida escuchando lo mismo). Digamos que únicamente alcanzo a distinguir tres tipos con mi propia clasificación: campestres, deportivas y ruidosas. Sin duda, las más bonitas, en mi opinión, son las deportivas verdes o naranjas; son colores que me fascinan pintados sobre cualquier vehículo.
Los moteros siguen una religión propia. Lo saben absolutamente todo acerca de las dos ruedas (marcas, modelos, trucos, novedades, complementos) y hacen ellos mismos las revisiones mecánicas y algunas reparaciones. Sin conocerse de nada, se ayudan incondicionalmente, se hacen amigos, son capaces de recorrerse miles de kilómetros por otro motero que necesite su ayuda y no temen a la muerte (en ocasiones, parece que incluso la buscan).
Las concentraciones en distintos puntos de España y del extranjero y las rutas en grupo son su estímulo en la vida. Suponen el chute de energía y de adrenalina que toda persona necesita. Al fin y al cabo, la meta de todos es la misma, por lo que es respetable la manera en la que cada uno quiere llegar hasta ella.
muy buen texto, aunque un par de cosillas,no expongas por aqui mis platos en pruebas y no era ni un ferrari ni a 210, era un carrera 4 y esque no se quitaba de enmedio, y el jodio se puso a acelerar cuando yo me disponia a rebasarlo y no podia dejar el adelantamiento a medias con su consiguiente peligro xD
ResponderEliminarlo proxima es que escribas sobre tu primera vez en una moto de verdad ( la cual tendre que pedir porque la mia es de juguete, ijiji) para que veas el porque de nuestras acciones con otro motero y llevarte a alguna conce para que veas las risas y los buenos momentos que se pasan en una de ellas
bueno en definitiva, que no parare hasta que seas una paquete asidua y ocasional conductora de una motillo ( sea deportiva, ruidosa, verde o naranja)