jueves, 24 de mayo de 2012

La suma de recuerdos

El acto de vivir lo componen los hechos, las sensaciones, los estados de ánimo, el color de todo lo que vemos, el sabor de lo que invade nuestro paladar. Sabores afrutados, agrios, dulces, salados, combinaciones que llenan nuestro estómago y cargan de efímeras emociones un día gris. La lluvia sobre nuestro pelo, el contacto de unas manos amadas sobre nuestra piel, una visión que transforma un gesto de amargura en una posibilidad preciosa. 

Cada experiencia es única y la suma de ellas ha ido construyendo nuestro ser. Es un error intentar apartar de la memoria todo aquello que un día nos causó dolor o sufrimiento. Del más mínimo ápice de desasosiego podemos sacar útiles conclusiones, podemos beber de situaciones que ya nunca volverán a repetirse. La felicidad es tan breve e imprevista, que hay que agradecer el hecho de poder percibirla así, con independencia del momento, la persona o las circunstancias que nos rodean.

Una porción de dicha es un recuerdo delicioso que nos regala el cerebro cuando menos lo esperamos. Nuestra mente es sabia y nos otorga la oportunidad de revivir las cosas de las que no pudimos percatarnos en todo su esplendor cuando hubo que hacerlo. Es la añoranza de querer viajar al pasado y el conformismo al no poder hacerlo. 

A veces, no existe claridad. Hay ratos de abatimiento en los que la memoria desempeña una función básica como calmante. Algunos bellos instantes del pasado se baten suavemente con los minutos malos y se mezclan con el presente para elaborar un rudo boceto de lo que podría ser el futuro. Las posibilidades para todo, hoy en día, son infinitas. Hemos sido educados para probar, comparar y elegir. Somos más libres que nunca. Nos envolvemos con esmero en todo lo que se sitúa a nuestro alcance y aprendemos de cada situación. 

Cada beso, cada contacto, cada roce piel contra piel, cada rato en que nos hicieron sentir únicos y especiales, cada mirada que nos traspasó profundos sentimientos con un leve destello que atravesaba el iris, cada palabra pronunciada de la forma más natural, pero directa al grano, certera, propulsada hacia su objetivo con la fuerza de una tormenta. 

De la memoria nace la nostalgia y la melancolía. Echamos de menos etapas pasadas porque, a veces, las recordamos satisfactorias, se nos hacen inolvidables. Son vagos pasajes que proyecta un remoto rincón de la mente y que nos devuelven a instantes que quizá, hubiéramos cambiado si hubiera estado en nuestra mano y los pensamientos hubieran sido otros. 

Recuerdo cuando le tocaba el pelo canoso a mi abuela mientras le decía "abuelita" y ella contestaba "la abuelita está muy vieja ya". Unos meses más tarde ya no estaba en este mundo. Hubiera detenido el tiempo para evitar ese triste desenlace que, por otro lado, tarde o temprano, iba a llegar. Por eso, mi memoria es lo más valioso que me queda de ella. Igual que ratos recordados junto a personas que, por cosas de la vida, han guardado una distancia en los últimos tiempos. 

Las relaciones humanas suelen atravesar distintas fases. En un primer período, pueden ser muy estrechas, de suma complicidad, con una sintonía inicial que surge cuando acabas de conocer a alguien con quien estableces lazos de algún tipo. No obstante, siempre puede haber algo que modifique el trato y dé paso a un contacto frío, mínimo, cargado de reproches o, lo que es peor, de indiferencia. 

En esos casos, solo nos consuela la sonrisa que esbozamos cada vez que regresan los recuerdos positivos. Recordar es aprovechar la vida, recrear acontecimientos. Me encanta revivir porque así tengo la impresión de que vivo dos veces. 


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