Hoy, 3 de mayo, es el Día Mundial de la Libertad de Prensa, proclamado en 1993 por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Como periodista (aunque aún no ejerzo como tal y espero hacerlo pronto), siento la obligación moral de dedicar mi texto diario a esta celebración tan importante. La libertad de prensa, también conocida como libertad de imprenta, deriva de la libertad de expresión.
El artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 recoge, textualmente, que "todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión".
Aquí juegan un papel fundamental los medios de comunicación: prensa, radio, televisión e Internet. En los últimos cinco años, el boom de las redes sociales ha provocado que cientos de miles de personas puedan mantener contacto a kilómetros de distancia, con el objetivo de intercambiar sus ideas y opiniones y fomentar reuniones y agrupaciones de diverso tipo. El ejemplo más reciente tuvo lugar con las revueltas de Egipto a principios del año pasado, en las que Twitter y Facebook sirvieron de plataforma para que los ciudadanos pudieran expresar sus motivaciones.
A pesar del gran avance que existe en cuanto a libertad de expresión (hoy todos hablamos de lo que queremos y cómo nos apetece), en España, en algunos aspectos, estamos retrocediendo. Hace poco, leí en alguna parte que la búsqueda de información sobre terrorismo u organizaciones terroristas a través de Internet podría ser investigada. Como si ahora el hecho de buscar datos sobre un tema ilegal supusiera necesariamente una implicación personal en éste.
Ciertos abusos de poder también nos suponen un retroceso y nos recuerdan cada vez más a la censura (que, afortunadamente, murió junto con Franco), como es el caso de los últimos altercados acontecidos en algunas manifestaciones, producto de las cargas policiales. Solo por el hecho de defender una opinión públicamente y en la calle, la policía recurre a la violencia física para controlar la situación. Y nadie hace nada al respecto.
Por eso, hoy es vital que todos defendamos nuestro derecho a expresarnos y a recabar y difundir las informaciones que consideremos oportunas y que creamos que pueden ser de interés general. Para que actos tan feos como el del Rey en Botswana no nos lleguen por casualidad, como consecuencia de una serie de noticias que impidieron que se ocultase, como seguramente estaba previsto. O que las verdades de los gobiernos salgan a la luz, puesto que tengo la certeza de que existe una gran cantidad de datos que ha sido silenciada; piensan que los ciudadanos somos tontos y a menudo, juegan con nuestra ignorancia.
Este breve artículo es mi homenaje a todos aquellos periodistas que pelean cada día por conseguir la verdad, que no se cansan de investigar hasta alcanzar el fondo de cada cuestión y que no se rinden cuando encuentran obstáculos. Pero también, a toda la gente de a pie que se alimenta a diario con las noticias que le llegan por medio de la Red, que las contrasta y que construye sus propias ideas. A todos los que necesitamos saber.
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