domingo, 6 de mayo de 2012

RELATO CORTO: Experiencias de Ana. El primer contacto


Mi primer beso fue con dieciséis años. Era una chica ingenua, tímida, que vestía a la moda (aquellos pantalones de campana morados nunca se irán de mi memoria) y que aún no se depilaba las cejas (por entonces, tampoco creía que tuviera que hacerlo nunca). Me consideraba resultona, totalmente del montón y apenas había empezado a salir por ahí por las noches, ya que era la época de las sesiones light a las cinco de la tarde (nada de alcohol en salas llenas de gente de nuestra edad). Lo más arriesgado que había hecho hasta el momento había sido entrar en Estrella (discoteca mítica a la que habían acudido también nuestras madres hacía más de una década) con sólo quince años (se podía entrar a partir de los dieciséis). Por entonces, aquello me pareció una gran hazaña. Mi adolescencia transcurrió con cierta normalidad hasta que llegó aquel sábado.

Sábado 8 de marzo de 2003. En torno a las diez de la noche. Ningún plan nocturno a la vista. De repente, tuve noticias de mi amiga Carmen, que me contó que se iba de fiesta por los garitos del barrio y me invitó a irme con ella. Acepté, a pesar de saber que íbamos a salir las dos solas con un montón de chicos que no conocíamos, exceptuando al nuevo ligue de mi amiga, al que conoció a través de la Red y que solo había visto una vez. Por lo tanto, no tenía muchas expectativas con respecto a aquella noche, pero sí quería divertirme y distraerme un rato.

Así, en aquella salida, conocí a un grupo de amigos. Esa noche uno de los chicos me llamó la atención desde el primer momento. De piel tostada, delgadito, de sonrisa tímida y pocas palabras, muy pronto empezó a abrazarme y quiso conocer mi boca (así eran esas cuestiones entonces y ahora). No le permití gran cosa aquel primer día, puesto que mi timidez y total inexperiencia no me dejaron avanzar ni una pizca. Además, por aquella época, yo aún soñaba con príncipes azules y pensaba que los chicos debían escribir cartas de amor para mí, perseguirme y volverse locos por querer estar conmigo (años más tarde descubriría que las cosas nunca han sido así y que el cine de Disney fue muy perjudicial para las niñas de mi generación). En cambio, aquella rapidez de acontecimientos me descolocaba. Por eso, preferí quedar con él al día siguiente por la tarde, para conocerle un poco y no permitir que la oscuridad de la noche me confundiera.

Tuvo que llegar el próximo sábado para que yo permitiera el acercamiento físico. Recuerdo el primer beso de mi vida con mucho cariño, y curiosamente, es el que más recuerdo de todos los que me han dado. Quizá, la novedad permitió que a día de hoy pueda casi percibir las sensaciones que me deparó. Fue un beso suave, lento, extraño. No me lo esperaba así, más que nada porque nunca dediqué tiempo a imaginármelo. Me sentí rara, pero a la vez, con muchas ganas de explorar, de aprender, de sentir. Desconozco hasta qué punto él supo o fue consciente de mi inexperiencia, pero me gustó ese contacto. Echo la vista atrás, comparo, y creo recordar que esa fue de las pocas veces que alguien se dirigió decidido hacia mí, ya que últimamente tengo la costumbre (buena o mala, todavía no lo sé) de ser la que toma la iniciativa en ese sentido.

Él se llamaba Enrique. Casualidad o no, el que llegó a continuación, mi primer novio, también era de su tierra de playas de aguas cristalinas. 

                                                                                              ANA

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