En los tiempos que corren, muchos nos planteamos qué estamos haciendo con nuestras vidas. Esta mañana he recogido mi título universitario después de tres largos años de espera, durante los cuales he aparecido unas diez veces por la secretaría de mi universidad con el fin de presionar para que me lo dieran de una vez. Estoy a punto de cumplir ventiséis años y, salvo por el hecho de que tengo en mis manos un gran folio con aspecto de cartulina (sin llegar a ser del mismo grosor) en el que figura que soy licenciada en periodismo, todo sigue igual que cuando dejé de estudiar.
Siendo sincera, debo reconocer que los mejores momentos profesionales de mi vida los disfruté mientras cursaba la carrera. Tuve la oportunidad de trabajar como becaria en lo que más me gustaba, pero como en todo sueño maravilloso, un día mi suerte se esfumó. Después de todo, no puedo quejarme, ya que soy afortunada gracias a mi personalidad positiva y soy capaz por naturaleza de ver el vaso siempre medio lleno. Por eso, no busco con impaciencia conseguir mis metas, sino que pienso más en disfrutar del trayecto recorrido, de todos los detalles y oportunidades que se me van poniendo por delante.
Prefiero vivir cada instante al máximo, en lugar de estancarme en una espera que podría ser demasiado prolongada. Confío en que las posibilidades están ahí y soy una persona joven, con aspiraciones e inquietudes, que puede lograr lo que se proponga. El problema principal es que no hay hueco para tanta gente licenciada o diplomada en un país donde el 40% de los jóvenes se encuentra en el paro. Bien es cierto que estudiar garantiza el conocimiento necesario para desempeñar aquellos puestos que más se acercan a nuestros gustos y necesidades, pero poco provecho podemos sacar en una nación perdida en reformas de dudosa eficacia y recortes en materias que deberían haber sido intocables, como son la sanidad y la educación.
Los más valientes se atreven a huir al extranjero, donde serán tan valorados como merecen o más. Los cobardes permanecemos aquí, recibiendo nuestra dosis diaria de desencanto y frustración, aceptando trabajos para salir del paso y poniendo nuestra mejor sonrisa al entrevistador de turno. Porque esa es otra cuestión: qué estúpida se siente una cuando ensalza las características de la empresa de la que pretende formar parte (tan alejada de aquello que estudió), con el objetivo de convencer a su interlocutor de que es la candidata idónea para el trabajo, cuyo contrato alcanza apenas los dos meses de duración, y por casualidad.
Es importante acertar con los estudios elegidos. Por ejemplo, hace diez años, los arquitectos ganaban unos sueldos bastante elevados, ya que la construcción y venta de viviendas se encontraba en pleno apogeo. Hoy, la caída del sector inmobiliario ha convertido la carrera de arquitectura en una opción muy oscura y poco recomendable.
Algo parecido sucede con mi carrera: actualmente, cualquiera puede desempeñar la función de periodista, siempre que tenga labia y sepa escribir con coherencia y cierto sentido común. El nivel de intrusismo es realmente insultante y dañino para los auténticos profesionales.
Nadie es ajeno al hecho de que es mucho más productivo estudiar módulos de grado medio o superior que ir a la universidad. Varias personas de mi círculo social eligieron esa alternativa y acertaron de pleno, ya que tardaron menos tiempo en terminar y encontraron trabajo bastante antes. Me siento ridícula si lo veo en perspectiva, pues en los cinco años de universidad podría haberme sacado hasta tres módulos, con opción a tres prometedores trabajos más o menos satisfactorios. Si pudiera retroceder, sin duda mis elecciones hubieran sido otras.
Me pregunto si no debería coger el toro por los cuernos y marcharme a otro país con lo puesto. Imagino que mi instinto de supervivencia me empujaría a aprender a hablar inglés con fluidez (lo que nos enseñaron en el colegio no cuenta), si no quiero morirme de hambre. Reconozco que me falta valor para hacer algo semejante, aunque la idea ronda mi cabeza desde hace tiempo.
Experiencia personal: Llevaba 4 años estudiando en mi carrera cuando se empezaba a entrever "La Crisis". Por la frustración de no lograr ciertas metas y por lo que se avecinaba cambié el chip y aparqué cierta arrogancia para ponerme a estudiar un ciclo formativo. Lo terminé y encontré trabajo en 6 meses, un contrato temporal si, pero un contrato en los tiempos que corren. Cuando termine tocará huir de la triste realidad de este país a tiempos y lugares, esperemos, más prósperos.
ResponderEliminarMi caso es parecido al de Rubén aunque el motivo era simplemente que no estaba agusto con lo que estaba estudiando y para ser lo que quería tenía que recurrir a un ciclo formativo de grado superior, de lo cual no me arrepiento.
ResponderEliminarDesde niños nos han metido en la cabeza que había que estudiar una carrera universitaria para ser alguien en la vida; muy posiblemente porque hace veinte años la tasa de universitarios/licenciados era muchísimo menor de lo que es ahora y nuestros padres nos daban ese mensaje porque querían lo mejor para nosotros. Hoy día, si no hubiera crisis, la situación habría cambiado únicamente en que se valora la especialización, por eso se habla (aunque no estoy del todo de acuerdo) de que un Técnico/Técnico superior tiene más posibilidades de encontrar empleo. En muchas entrevistas de trabajo se usa la excusa de que el entrevistado por tener carrera está sobrepreparado, lo que le lleva a uno a pensar si les ha merecido la pena emplear tantos años para estudiar. Les costará tal vez más meter la cabeza, pero para progresar una carrera universitaria da un caché mínimo. No hay ningún directivo de la actual empresa en la que trabajo que no sea licenciado, en los escalafones inferiores sí hay técnicos como un servidor pero en las altas esferas está la gente más preparada (aunque aquí también entran facetas que no te enseñan en ningún centro de estudios como el carácter, la templanza, la capacidad de negociación, etc). La idea de fondo del plan de Bolonia (aunque no las formas ni la organización de las cosases) es más variedad de carreras (ahora grados) y más especializadas lo cual me parece el camino a seguir.
Pero hay crisis y la hay muy fuerte... por eso y hablando a título personal , aunque tuve la suerte de que me contrataron en el lugar donde hice las prácticas en el ciclo... fui el único de mi clase al que dieron una oportunidad. A día de hoy, cuatro años después de acabar estos estudios se que hay dos compañeros míos en el paro, y otros dos trabajando, uno de ellos en el sitio donde ya curraba cuando hacía el ciclo para sacarse un dinero extra, y el el otro de diseñador gráfico (el perfil buscado) pero en condiciones muy lamentables en cuanto a sueldo y horas de trabajo. Del resto no se nada. En mi caso la empresa hizo un ERE y fui despedido junto a otros 78 compañeros, y aunque encontré otro trabajo un año después, esta es la cruda realidad.
Y volviendo al titular de este post, ¿habrá solución? Pues sí, pero todas dolorosas. La de irse fuera comparto contigo que es muy valiente y que al final se verá recompensada. Si uno se queda aquí hay que dejarse la piel durante años para buscar un empleo digno lo cual desgasta muchísimo... ¿garantiza esto algo? No, pero tiene que ser la dinámica de cada día, hay que tomarse como un trabajo el buscar trabajo y nunca darse por vencido. Lo que no ayudará jamás a mejorar la situación personal de cada uno es el lamentarse continuamente, el decir no puedo y el darse por vencido... es normal caer en eso pero no ayuda.
Actitud positiva aunque duela, esa es lo más cercano a una solución que puede haber.