sábado, 12 de mayo de 2012

RELATO CORTO: Experiencias de Ana. Una relación auténtica


Aquel chico que me enviaba esos emails, poco a poco fue haciéndose un hueco dentro de mí. Empezó siendo solo un amigo con el que solía hablar cada vez que nos veíamos por ahí en las terrazas del barrio, y pronto comenzó a ser algo más. El tonteo típico de aquellos momentos se fue transformando en algo más intenso, hasta que llegó el día en que le confesé a través del periódico que me sentía atraída por él. 

Con Mario todo fue sencillo desde el principio. Me sentí totalmente correspondida desde el primer minuto y hasta el último. Aún recuerdo el primer día que quedamos, en principio “solo para hablar”, y acabamos besándonos en el banco de aquel parque, sin pudor ni dudas. Desde ese preciso instante, todo fue sobre ruedas, en cuanto a complicidad emocional. Nunca tuve dudas sobre lo que él sentía exactamente por mí, ya que me lo hacía saber en todo momento, ya fuera con palabras o con gestos que nacían de su corazón.

Los primeros meses fueron perfectos. Nos pasábamos largos minutos mirándonos a los ojos fijamente, embobados, como si sólo existiéramos él y yo en todo el mundo (este hecho parece sacado de una novela rosa, pero fue real). Y realmente, no había nada ni nadie más. Estar con él era tocar el cielo, envolvernos en un aura especial que nos protegía del exterior. Nada podía perturbar nuestra felicidad conjunta y éramos plenamente conscientes de ello. Tantas veces nos dijimos te amo que sería imposible haber echado la cuenta. Tantas veces nos quedamos sobre el césped de algún parque viendo las estrellas e imaginando nuestro amor como algo infinito (soñar era y es gratis). No podía ni quería ser más feliz, porque no era posible superar la calidad de aquello.

Estuvimos cuatro años juntos. No sé en cuál de ellos comenzó a deteriorarse todo, pero sí sé que fue progresivo, poco a poco, casi sin darme cuenta. Su amor se mantuvo intacto con el paso del tiempo, mientras yo me iba apagando a su lado, sin saber porqué, sin encontrar una explicación. Perdí mi virginidad con él (una experiencia nueva llena de amor y complicidad), compartí momentos muy bonitos, todo mi mundo estaba adaptado a él, me había acostumbrando a ver transcurrir mis días a su lado. Sin embargo, todo eso no fueron razones suficientes para seguir juntos. Nuestro viaje había terminado en mi mente y no sabía cómo decírselo, en qué momento hacerlo ni en qué circunstancias. Una parte de mí se sentía una traidora, por querer romper aquella relación idílica que los dos habíamos construido, pero otra parte necesitaba liberarse porque, de lo contrario, se iba a morir de pena y resignación.

Así que, tomó la decisión mi parte más racional, la que veía posibilidades de que realmente me enamorase de nuevo en un futuro de otra persona. Por él ya no sentía amor y no podía seguir engañándome a mí misma, porque esa me ha parecido siempre la peor de las traiciones. De esa manera, un día quedé con él y casi sin saber yo misma lo que le iba a decir, las palabras me fueron guiando hasta ser totalmente sincera, y decirle que mi llama se había apagado. Él se mantuvo serio, sin saber muy bien qué decir ante tal confesión y yo no podía parar de llorar. Le pedí que me diera la mano una última vez y así, terminamos con todo. No puedo describir con palabras el dolor que sentí cuando me marché para siempre. Esa fue una de las peores tardes que recuerdo, llena de angustias, sofocos, todo ello escondido detrás de mi optimismo natural que, afortunadamente, suele aflorar en los momentos adecuados. 

Me hubiera gustado conservar la amistad con él, pero no pudo ser. No sé de quien ha sido la culpa, imagino que mutua, pero ahora estamos totalmente distanciados. Creo que es lo mejor que ha podido ocurrir, teniendo en cuenta todos los sentimientos profundos que hubo de por medio, y cómo acabó todo. 

Dicen que uno siempre aprende algo nuevo, cada día. Ahora mismo me sorprendo de mis propios sentimientos. Mientras he estado escribiendo todas estas líneas en referencia a Mario, he mantenido un nudo en la garganta, que aún perdura. Incluso me ha levantado dolor de cabeza y me ha dejado un aire de tristeza. Acabo de descubrir por mi misma que es muy sano escribir los propios recuerdos, para poder analizarlos y ver en qué grado nos afectan. He recuperado estas sensaciones de una especie de cajón mental donde estaban escondidas, ocultas. A menudo, es un error pasar página sin haber hecho balance de los hechos que hemos vivido antes, y sinceramente, pienso que todos deberíamos escribir sobre aquello que nos hizo felices en su día y que hoy guardamos en el alma.

ANA


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